Ester y Marta en el convoy 89

1. Esperando en el andén
Era el día de su cumpleaños. El niño había abierto todos sus regalos menos uno, el de su abuelo. Sabía que, como cada año, el regalo del abuelo iba a ser el más original. Lo palpó, lo miró y remiró, arrancó despacio el papel que lo envolvía y descubrió una cajita de la casa Faller, especialista en accesorios para trenes eléctricos. La abrió y vio una figurita que se ponía en pie:
-Hola, feliz cumpleaños. Soy Marta, una muñeca a escala 1/43 de ultimísima generación. Ni siquiera tienes que preocuparte por programarme. Tengo libre albedrío.
El niño no sabe lo que es el libre albedrío aunque, como ya no es tan niño, piensa en lo que haría con la muñeca si en vez de ser a escala 1/43 fuera a escala 1/1: esa melena rubia, esos ojos verdes... La coge con sumo cuidado por la cintura, se la pone entre las manos y le acaricia el pelo. Luego, como se ha fijado en que lleva falda, la coge por un pie con cada mano, la pone boca abajo y, al caerle la falda hacia la cabeza, le mira las bragas. Por fin, la lleva a la esquina de su habitación donde tiene la maqueta de tren eléctrico, la deja de pie en el andén principal de una estación secundaria y se queda mirando a ver qué hace.
Marta, por su parte, mira a su alrededor y, tras tomar conciencia de su situación, busca el banco más cercano, se sienta y observa: hay un automotor de dos unidades en la vía 1 con origen en esa estación al que quedan ocho minutos para salir. Y un cercanías de dos pisos entrando por la vía 3:
-Sé que he de coger un tren y no es ninguno de ésos. Cuando llegue el que me ha de llevar a destino lo sabré. Por un pálpito o por lo que sea.

2. Trayectos y destinos
Marta descansa ante un café con leche en el vagón restaurante. Ha recorrido dos veces el tren de punta a punta buscando.
-Sé que hay un lugar para mí en este tren.
Marta, además de libre albedrío, tiene recuerdos. Por eso decidió tomar ese tren. Al verlo tan largo recordó los mercancías que pasaban junto al campo de su padre cuando de pequeña, en verano y libre de la escuela, iba a llevarle la merienda. Le gustaba contar los vagones.
Subió sin más al tren y, al oír el pitido del jefe de estación, se dio cuenta de que el tren no sólo la llevaría a su destino sino que dentro del tren estaba su verdadero destino. Sin embargo, debía seguir buscándolo.
Acaba su café con leche y vuelve a recorrer el tren. En dirección a la máquina y no ve nada que la llame. Vuelve hacia la cola. Uno de los últimos vagones es de coches-cama con pasillo a un lado y compartimentos cerrados al otro. Sobre la puerta de un compartimento ve una luz violácea. Llama con los nudillos y entreabre tímidamente la puerta corredera. El ruido de un aparato eléctrico se para y se oye una voz:
-Pasa, te estaba esperando.
Marta acaba de abrir la puerta y nadie en el compartimento. La voz venía de un pequeño anexo, lo justo para un cuartito de baño. El aparato era un secador y la voz, de una chica de su edad, dieciséis o diecisiete, que, recién salida de la ducha y envuelta en la toalla, se secaba el pelo frente al espejo:
-Me llamo Ester.
-Y yo Marta.
Ester sigue de espaldas a Marta y se miran a través del espejo. Se miran y los ojos verdes de Marta hablan con los ojos negros de Ester. Al fin Marta dice:
-Yo no lo he hecho nunca.
Y Ester responde:
-Yo tampoco.
Marta, sin dejar de mirar los ojos de Ester, le deshace el nudo de la toalla y la toalla cae dejándola completamente desnuda. Marta empieza a acariciar a Ester. Ester vuelve a darle al interruptor del aparato y sigue secándose el pelo.

3. La primera vez
A Ester le han gustado las caricias de Marta frente al espejo y a Marta le ha gustado acariciarla. Luego Ester se ha vestido y ahora están las dos frente a frente en una mesa del vagón restaurante. Ester unta una tostada con mantequilla y se la acerca a Marta. Marta unta otra tostada y se la tiende a Ester. La mojan en el café con leche y se la comen mirándose con dulzura. Va a ser su primera vez. Cuando vuelvan a su vagón. Pero no tienen ninguna prisa.
Marta siente un deseo tierno y piensa en cuánto placer será capaz de arrancar del cuerpo de Ester y en cómo Ester exteriorizará ese placer. Ester, por su parte, siente emoción por el cuerpo de Marta. Será su primera vez y no siente ningún temor. Será fácil, mirarse, desnudarse, abrazarse y dejarse llevar.
            Untan otra tostada con mermelada y se la intercambian.
Al acabar su desayuno, cruzan cogidas de la mano el vagón restaurante, saludan con su mejor sonrisa a una señora y dos niños sentados en otra mesa y avanzan hacia su vagón saludando a todos los viajeros con los que se cruzan. Y en las plataformas vacías entre vagones se arrinconan la una a la otra, se achuchan, se besan, se ríen…


4. El abuelo
Aprovechando que su nieto está en el colegio, el abuelo entra en el cuarto del tren eléctrico, ve todas las composiciones corriendo armónicamente y enciende el ordenador. Vagones y locomotoras tienen multitud de cámaras y micrófonos para que, desde el ordenador, se pueda saber qué hacen las figuritas de dentro.
A pesar de utilizar el modo multipantalla, le ha costado más de diez minutos localizar a Marta, el último regalo que hizo a su nieto. Está tumbada en un coche cama desnuda y con la mejilla sobre el pecho de otra figurita femenina también desnuda. Si hubiera encendido el ordenador un rato antes habría visto cómo las dos se amaban dulce, lenta, intensamente…
Ahora ve que la otra figurita se incorpora y busca algo en un neceser. Marta queda tumbada boca arriba y el abuelo piensa que es preciosa. La otra figurita empieza a pintarle las uñas de las manos y el abuelo decide apagar la cámara, dejarlas en su intimidad y buscar su tren en la maqueta.
Ve cómo se desliza por un extremo y sabe exactamente en qué vagón y en qué coche están. Ve, además, que en ese lugar está nublado y nevando, piensa que las dos figuritas merecen un día radiante y vuelve al ordenador para programar los cambios de aguja necesarios para llevarlas hasta el sol.
            Cuando llegan al sol Ester ha acabado de pintar las uñas de las manos y los pies de Marta. Ha escrito cada una de las letras de su nombre en cada uno de los dedos y, viendo las uñas de los pies de Marta, se puede leer claramente E-s-t-e-r:
-Para que sepas que eres mía. Al menos mientras estés en el tren.
-Pues no quiero bajarme nunca.

5. Bajo las mantas
Ester y Marta corren las cortinillas de la ventana para que al amanecer no les entre el sol, apagan la luz, se cubren con las mantas, se dan un besito de buenas noches y se abrazan. Unos minutos después Ester susurra algo en el oído de Marta y Marta empieza a acariciarle el vientre y a besarla en los pechos bajo la manta. Ester respira en la penumbra, sólo respira callada mientras la mano de Marta la va recorriendo. Cuando la mano de Marta baja por el muslo de Ester, Ester flexiona las piernas y las abre ofreciéndose. Marta encuentra a Ester húmeda y empieza a recorrerla despacio y suavemente. Ester aparta la manta y propone encender la luz:
-Porque mirarte a los ojos también me produce placer. Y vernos a las dos desnudas.
 Encienden la luz y Marta sigue acariciando a Ester mientras se miran a los ojos.
-Bésame.
Y Marta la besa en un beso largo y sin variarle el ritmo de las caricias. Al acabar el beso Marta encuentra a Ester con los ojos cerrados. Y Ester dice:
-En cuanto abra los ojos y te vea, llegaré.
Espera un momento, abre los ojos y Marta nota en la yema del dedo todo el placer que está sintiendo Ester. Y Ester sigue derritiéndose sin más aspaviento que una leve sonrisa.


6. En la ventanilla
El compartimento en que viajan Marta y Ester tiene tres asientos frente a otros tres; si se les levantan los reposabrazos y se mueven los seis asientos hacia adelante, quedan los tres de un lado contra los tres del otro convirtiéndose en una cama perfecta.
Ester y Marta vuelven de desayunar, corren la cortinilla de la ventana para ver el paisaje y el cristal está entelado. Ester, con una toallita de papel, lo limpia y ven que fuera vuelve a nevar.
Porque el niño, antes de acostarse, se dio cuenta de que ese tren, con su cuña quitanieves en la máquina, estaba corriendo por la zona cálida de la maqueta y, creyendo que había un error y no sospechando que había sido el abuelo quien le había variado el trayecto, lo reenvió a su espacio.
Ester y Marta se desnudan. Ester pide a Marta que se arrodille con las piernas separadas de cara a la ventanilla y que apoye las palmas de las manos contra el cristal. Luego Ester divide en dos la melena rubia de Marta y deja caer cada una de las mitades por el hombro hacia delante para que los pechos le queden cubiertos por el cabello:
-Porque, si hay alguien fuera, no quiero que te vea desnuda.
Luego Ester se tumba boca arriba y se va desplazando hasta que la cabeza le queda entre las piernas de Marta:
-Quiero que me expliques lo que ves por la ventanilla.
-Árboles cubiertos de nieve, montañas altísimas, nubes…
Mientras Ester empieza a besarla en la cara interna de los muslos.
Marta cree que Ester no es suficientemente expresiva cuando siente placer. Sabe que lo siente, sí, y mucho, pero le gustaría que, además, gritara o, al menos, suspirara.
Marta siente frío en las palmas de las manos y sigue explicando lo que ve por la ventanilla pero, como se ha propuesto demostrarle plenamente a Ester lo que es sentir placer, espera pacientemente a que deje de recorrerle los muslos con los labios y la alcance plenamente con la lengua.

7. Hacer amigos.
Marta ha acabado gritando el nombre de Ester, dando sacudidas y retorciéndose. Por fin se ha dejado caer, se ha agarrado fuertemente al cuerpo de Ester, le ha llenado la cara de besos nerviosos y le ha dicho al oído que la quiere. A ver si aprende cómo se siente placer, piensa Marta.
Ahora Ester recoge con la lengua las gotas de sudor que le corren a Marta por el canalillo. También Ester tiene el nombre de Marta pintado en las uñas. Y Ester le aparta el pelo de la cara y dice:
-He pensado que podríamos salir a conocer a otros pasajeros del tren. Salimos a pasear y así volveremos con más ganas.
Marta, que aún no se ha recuperado, asiente. Luego Ester se tumba boca arriba y Marta, que la sabe encendida de deseo, se hace esperar. Marta se ha propuesto volver efusiva a Ester en el momento preciso y sabe que lo conseguirá hoy, mañana, pasado, cuando sea. De momento, le pone un cojín junto a la ventanilla y le pide que se tumbe boca abajo con la cabeza apoyada en el cojín.
Marta empieza a pasar la yema del dedo por la columna vertebral de Ester. Una y otra vez. Luego, un beso en cada vértebra. Hacia abajo y hacia arriba. Luego de nuevo con el dedo hacia abajo y aún más despacio. Cuando se le acaba la columna vertebral Marta sigue aún más despacio y piensa si sigue hasta tocarla ahí o no. Decide que sí y la acaricia suavemente. En ese momento Ester mueve la cadera y dice entre dos suspiros:
-Marta.

8. La rueda
El abuelo, antes de ir a echar su partida de dominó al hogar del jubilado enciende el ordenador porque quiere saber cómo le van las cosas a Marta. Busca el fichero de su convoy pero luego, como sólo recuerda que estaba en un coche cama, tiene que ir recorriendo todas las cámaras de los compartimentos hasta dar con ella. Y cuando la encuentra…
-Sí, seguro. Es ella.                                                                                               
La reconoce por la melena rubia y por la perfección del cuerpo. Porque le está viendo la espalda y cómo hunde la cabeza entre las piernas de la otra figurita que, a su vez, asoma la cabeza entre las piernas de Marta.
El abuelo vuelve a decidir dejarlas solas, apaga el ordenador y se va a su partida pensando que cómo puede ser que figuritas tan pequeñas tengan esos ardores.
Porque Marta no se pudo contener. Al oír su nombre y los suspiros de Ester dijo:
-Me estoy muriendo de ganas.
Se puso del revés sobre el cuerpo de Ester y Ester entendió. Ahora están perfectamente compenetradas: es como una rueda de placer que sale de la lengua de Ester, atraviesa todo el cuerpo de Marta hasta su lengua y, desde la lengua de Marta, recorre luego el cuerpo de Ester hasta dar con su lengua.
Y Marta está contenta porque Ester está aprendiendo: de momento le ha clavado las uñas con fuerza; y se le está tensando el cuerpo…

9. La manta
Están desayunando como la primera vez, preparando cada una la tostada de la otra y Ester dice:
-¿Te acuerdas lo que te dije ayer sobre lo de ir a conocer gente? Podríamos empezar hoy.
-Pues cuando subí al tren y lo recorrí buscándote sin saber que te buscaba a ti vi, casi delante de todo, en el vagón número 4, una anciana ciega que tejía.
-Iremos a visitarla.
Se cogen de la mano, empiezan a recorrer el tren en dirección a la máquina y, al llegar dos vagones más allá, ven al otro extremo al revisor que las está llamando. A Marta le empiezan a temblar las piernas: subió sin billete y, si el revisor la echa del tren y la separa de Ester, se le acaba el mundo. Ester lo nota y le dice:
-No te preocupes. El revisor es amigo mío.
Llegan hasta él y las lleva a la plataforma de unión entre ese vagón y el siguiente donde nadie les puede ver ni oír:
-Señorita Ester, le rogaría que usted y su amiga fueran menos escandalosas cuando están en sus asuntos.
Marta respira tranquila y promete que lo intentarán. Prosiguen su camino, llegan al vagón 4 y ven, en medio de un montón de gente de pie, a la anciana ciega sentada en un silla y tejiendo. Dicen las dos al unísono:
-Buenos días, señora.
-Buenos días. Acercaos para que os toque la cara y vea cómo sois.
Se acercan, se dejan palpar y la anciana dice:
-¿Vosotras dos sois…?
Deja interrumpida la pregunta pero Marta responde que sí.
-Pues si venís más veces a visitarme os tejeré una manta para que os cobijéis las dos.
Ester le pide permiso, le coge la labor y se sienta en el suelo a continuarla.

10. Celos
Marta y Ester vuelven de desayunar, entran en su compartimento y Ester cierra la puerta. Se tumba y, cuando Marta se pone junto a ella, Ester, mirándola a los ojos, le dice:
-En el vagón restaurante hay un chico que te mira mucho.
-Sí, ya me he fijado.
-Como eres tan guapa y tienes un pelo tan bonito… Pero yo soy muy celosa y me entran ganas de arrancarle los ojos.
-Si yo sólo te quiero a ti.
-Bueno. Yo también te quiero mucho. Imagínate si te quiero que, si ahora el tren se parara y nos bajáramos, fuera también te querría.
Marta se ríe y la besa. Luego, Ester sigue:
-Y si estuviéramos fuera del tren me gustaría que lloviera para oler la tierra mojada y andar las dos descalzas.
-O para tumbarnos en la playa y querernos quietas y con los ojos cerrados.
-Pero no te dejaría ponerte en top less.
Marta se vuelve a reír y la vuelve a besar:
-¿Y si nos metiéramos en el agua y nos alejáramos de la orilla?
-Entonces sería yo la que te quitara las dos piezas del bañador.
Marta se vuelve a reír y, antes de volverla a besar, dice:
-Pues eso.
Junta sus labios con los de Ester y empieza a desabrocharle la blusa.

11. El calcetín
El abuelo ha llegado a casa de mal humor. Porque su compañero de dominó le ha reñido. Y con razón: no  tenía que haberse doblado al cuatro en aquel momento y facilitado el dómino a los contrarios. A partir de ese momento todo ha transcurrido según la vieja creencia entre jugadores de dominó: si uno de los dos compañeros que forman la pareja comete una quebrada, o sea un error, a partir de ahí las fichas se les pondrán en contra a los dos. Así ha sido: luego todo han sido dobles y fichas cruzadas.
Por eso intenta relajarse. Se sirve un whisky en un vaso largo, entra en la habitación del nieto y se sienta frente a la maqueta del tren eléctrico. Mira el discurrir de los trenes pensando en Marta: duda si encender el ordenador para buscar la cámara de su compartimento y comprobar lo que hace. No quiere interferir en su intimidad si está enlazada con su compañera pero a la vez quiere saber que las dos están bien y felices.
De momento se limita a mirar la zona más alejada de la maqueta por donde discurre el tren de Marta. Va contando los vagones para localizar su número, el 42, y se detiene ante algo raro que ve unos vagones más adelante, algo que cubre el vagón. ¿Eso no es un calcetín? Si será descuidado mi nieto… Va hacia esa zona de la maqueta, coge el calcetín sin detener el tren y lo lleva al lavadero, a la cesta de la ropa sucia.
Los viajeros del vagón 39 se habían quejado al revisor de que, mientras a través de las ventanillas de los otros vagones se veía el paisaje, desde las suyas todo estaba negro. Ahora ya pueden apreciar cómo cae la nieve.
El abuelo vuelve a la habitación del nieto y decide encender el ordenador. Busca el vagón y el compartimento de Marta, lo encuentra y mira. Ahí están las dos figuritas tumbadas de medio lado, desnudas, mirándose a los ojos y acariciándose las mejillas.

El abuelo apaga el ordenador y bebe otro trago de whisky. 

12. Misterios
Marta y Ester descansan tumbadas tal como las acaba de ver el abuelo. Desnudas y mirándose a los ojos. Luego se incorporan y, mientras Marta recoge las mantas, Ester separa hacia atrás los asientos para reconvertir la cama en un compartimento de seis plazas. Marta se sienta junto a la ventanilla de espaldas a la máquina esperando que Ester se siente frente a ella, pero Ester se le sienta encima dándole la espalda y enroscando las piernas con las suyas. Juntan las mejillas y contemplan el paisaje calladas. Sigue nevando.
El tren traza una curva de radio muy amplio y entonces Marta dice:
-¡Qué raro! Ayer me fijé en que el último vagón era muy moderno y ahora veo que al final de todo hay un furgón de cola antiguo. Y desde ayer no hemos parado.
Y Ester contesta:
-Porque en este tren pasan cosas muy raras. Dicen que a veces unos vagones del tren entran en un túnel y los otros no.
-Pues eso es imposible.
-Tan imposible como ese furgón de cola que aparece y desaparece. Y siempre está cerrado. Dicen que dentro hay un niño que juega con su abuelo con una maqueta de tren eléctrico que es una copia en miniatura de este mundo en que nos movemos nosotras.
-¡Qué raro es todo!
Y Ester dice:
-Pero nosotras vamos a lo nuestro, ¿o no?
Entonces, desde encima de Marta, tuerce el cuello y le busca los labios. Luego dice:
-¿Me tocas un poquito?
-Bueno.
-Pero sólo un poquito.

13.  El mundo dentro del mundo
Marta sigue sentada junto a la ventanilla y Ester sigue sentada sobre ella. Marta está acariciando a Ester mientras Ester se va a meciendo a un lado y al otro y rozando con la espalda los pezones de Marta. Marta para un momento, se coge el cabello, se separa en dos la melena y deja caer cada mitad por encima de los hombros de Ester hasta cubrirle los pechos. Y Marta dice:
-Porque si hay alguien fuera yo tampoco quiero que te vea desnuda.
Luego sigue acariciando a Ester mientras Ester sigue moviéndose. De repente, entran en un túnel y, al cabo de un momento, Marta se queda parada y dice:
-Pues si en el furgón de cola hay una maqueta de tren eléctrico…
-Bueno, también dicen otra cosa, que dentro hay gente jugando una partida de dominó que empezó el día que salió este tren, pero no sé de nadie, ni siquiera el revisor, que sepa ni cuándo ni de dónde salió. Ese vagón, el 89, es muy misterioso y me parece que por eso este tren se llama el convoy 89.
Marta insiste:
-Pero si hay una maqueta de tren eléctrico que es como este mundo en miniatura, si vamos y miramos habrá un tren como éste y, en el vagón 42, dos figuritas como nosotras. Podríamos ir a espiarlas para ver si lo hacen mejor que tú y yo.
Entonces Ester se queda pensando y dice:
-Pero nadie tiene la llave del vagón. Además, si fuéramos a mirar qué hacen las figuritas que son como nosotras, como su mundo es igual que éste en pequeño, ellas estarían haciendo lo mismo que tú y yo, mirando en su furgón de cola qué hacen otras figuritas aún más pequeñas y también como nosotras.
Marta se queda pensando un rato largo y acaba por decir:
-¿Sabes qué? Que lo mejor es que sigamos por donde íbamos.
Ester vuelve a mover la espalda para rozar los pezones de Marta y Marta sigue acariciando suavemente y muy despacio a Ester. Al cabo de otro rato, como Ester ni suspira ni dice esos ay, ay, ay que tanto le gustan a Marta, Marta le pregunta:
-¿Te gusta lo que te hago?

14. Aún en la ventanilla
Ester sigue sentada sobre Marta y meciéndose a derecha e izquierda para acariciarle con la espalda los pezones. Y Marta sigue jugando con la mano entre las piernas de Ester. Marta acaba de preguntarle a Ester si le gusta lo que le está haciendo:
-Mucho, muchísimo. Me gusta todo lo que hacemos siempre. Antes de que llegaras, los días que tenía ganas apagaba la luz, me escondía debajo de la manta, me ponía yo sola y en dos o tres minutitos estaba lista. Pero ahora contigo me gusta estar mucho rato porque me lo haces muy bien. Será por eso que tengo ganas siempre. O porque como eres tan guapa y tienes un pelo tan bonito…
-Pues no parece que te guste.
-¿Por qué, porque no me pongo ruidosa? Espera y verás cómo viene a reñirnos el revisor.
Pero Marta no espera. Ya conoce los resortes de Ester y sabe perfectamente cómo acelerarla. Por eso, al momento le hace perder el ritmo de su vaivén y la tiene moviéndose en desorden. Un poco más y ahí están todos los ay, ay, ay de Ester que, cuando recupera por un momento el habla, dice:
-¡Marta!

15 Amores y placeres en el túnel
Ester acaba de descargar todo su placer y, cuando recupera el aliento, pone su mejilla junto a la de Marta y luego le dice al oído derecho:
-Cada día te quiero más.
Luego se va al oído izquierdo y le dice:
-Ahora te toca a ti.
Y, Marta, aunque arde en deseo, contesta:
-Pero como te tenía de espaldas y no te veía la cara, quiero que antes nos miremos un ratito a los ojos.
Ester se levanta y se pone de rodillas en el suelo frente a Marta, que sigue sentada junto a la ventanilla. El tren sigue en el túnel. Ester tiende las dos manos a Marta, Marta se las coge y se miran a los ojos. Calladas pero hablando con la mirada. Tanto, que Ester lee el deseo en los ojos de Marta. Le gusta sentirse deseada. Por eso dice:
-¿Cómo quieres que te lo haga?
-Tú misma, a ver qué te inventas.
-Es que me gustaba mucho sentirte el cabello en los pechos.
Ester se vuelve a sentar de espaldas sobre Marta, enrosca sus piernas alrededor de las de ella y Marta deja caer otra vez su cabello sobre los pechos de Ester. Ester se chupa el dedo y luego se inclina hacia delante para poder alcanzar el placer de Marta. Cuando lo alcanza Marta dice:
-Yo también te quiero más cada día.

16 Racionamiento
Marta y Ester llegan al vagón restaurante a desayunar y lo ven vacío. La camarera les dice que no puede servirles el desayuno porque hay un problema y se está acabando la comida. Ellas no preguntan más porque algún rumor han oído entre los otros pasajeros de que algo pasa y saben que el tren lleva muchos días sin parar y no puede haberse abastecido.
Vuelven de la mano hacia su vagón y Marta parece pensativa. Al entrar en su compartimento Ester, como cada día, empieza a desabotonarse la blusa para desnudarse pero Marta le pide que espere. Luego recogen la manta y entre las dos echan atrás los asientos para reconvertir la cama en los seis asientos del compartimento. Ester pregunta:
-¿Qué pasa?, ¿hoy no toca?
Marta se sienta junto a la ventanilla de espaldas a la máquina y pide a Ester que se siente frente a ella. Entonces Marta dice:
-No sabemos cuánto va a durar la falta de comida y tú y yo gastamos muchas calorías con lo nuestro. Así que habrá que racionarlo.
-¿Racionarlo?, ¿cómo?
-Pues, mientras no haya comida, haciéndolo una sola vez al día. Al mediodía es el mejor momento, antes de la siesta.

17 Castidad
Ante la escasez de comida, Marta y Ester han decidido racionar también la expansión de sus cuerpos para ahorrar calorías y hacerlo sólo una vez al día antes de la siesta. Están sentadas frente a frente, Ester apoya la cabeza en la ventanilla y, como aún es primera hora de la mañana, pregunta:
-¿Y mientras tanto qué hacemos?
-Pues de momento, quedarnos vestiditas porque si nos desnudamos nos vendrán las ganas. Tampoco podemos darnos besitos y caricias porque también nos vendrán las ganas. Entonces podemos hablar; pero de cosas dulces, no de lo que nos gustaría hacer ahora.
Ester se queda pensando y dice:
-Pero cuando el tren pare y ya haya comida podemos estarnos un día entero haciéndolo, ¿o no?
-Si te acabo de decir que no hablemos de lo que nos gustaría hacer, que me vienen las ganas y hemos de aguantar hasta después del mediodía…
Ester vuelve a quedarse pensando y dice:
-Si el tren no puede parar y nos morimos de hambre, yo me quiero morir abrazada a ti.
-Tampoco hace falta que te pongas trágica.
-Pero si es verdad. Y quiero que me cierres los ojitos.
-¿Y a mí quien me los cierra?
Ester vuelve a pensar y acaba diciendo:
-Tú me los cierras a mí, luego yo te los cierro a ti. Y después, nos abrazamos bien fuerte y ya nos podemos morir tranquilas. Pero antes nos vestimos para estar decentitas cuando nos encuentren.
A Marta le da la risa y contesta:
-Ah, no. Si nos morimos abrazadas quiero que estemos desnudas para sentirte el máximo de piel en mi piel. Y que nos encuentren como nos encuentren.

18. Esperando la hora
Ester y Marta han dejado pasar toda la mañana hablando. Les ha pasado también, en blanco, la hora de comer y, por fin, Marta decide que ha llegado el momento de ponerse en lo suyo:
-Ya nos toca.
Se levantan las dos y juntan los asientos para convertir el compartimento en una cama. Entonces Marta se queda sentada y dice:
-Lo vamos a hacer como yo diga, sin emocionarnos mucho, sin gritar y sin movernos como locas. Cuantas más calorías ahorremos, mejor. Ah, y tú te quitas sólo la falda y yo me quito sólo el pantalón.
Ester se queda mirándola como pensando que se ha vuelto loca:
-Pero si siempre lo hemos hecho desnuditas del todo…
-Pues mientras dure el racionamiento, no. Por lo que he dicho de no emocionarnos, que si te veo los pelillos, los pezones, el ombligo o los pies me entra un no sé qué que empiezo a morderte y se me van todas las energías.
-¿Si me ves los pies también?
-Pues claro, que los tienes muy bonitos. Ah, ¿y te acuerdas de una de las primeras veces que te lo hice?: cuando te acariciaba, te di un beso y tú estabas con los ojos cerrados; y luego, al abrirlos llegaste sin hacer ruido y sin moverte…
-Claro que me acuerdo. Pero ese día también me dabas besos en las tetitas.
-Pues hoy no te los daré. Y quiero que llegues como esa vez, tranquilita y sin expansiones. Y primero te lo haré yo a ti y luego tú me lo haces a mí.
-Lo que tú digas.

19. Vestidas
Marta lleva rato acariciando el vientre y los muslos de Ester. Ester siente la mano de Marta mientras piensa en lo que le ha dicho de hacerlo casi completamente vestidas para no emocionarse mucho. Entonces Ester pregunta:
-¿Y mañana por la mañana para ducharnos, qué?, lista, que eres una lista. ¿También nos duchamos vestidas?, ¿nos duchamos separadas para no vernos  desnudas y así gastamos más agua?
-Bueno, haremos una excepción mientras siga quedando agua. Nos ducharemos juntas como siempre pero nos enjabonaremos la una a la otra sin entretenernos aquí o allá, que a ti te gusta más enjabonarme en unos sitios que en otros. Y si racionan el agua nos lavaremos sólo las manos, la cara y el asunto.
Ahora Marta acaricia a Ester pasándole el dedo por encima de las braguitas. Y Ester dice:
-Me gusta.
-Pero estáte calladita y no empieces con tus ay, ay, ay.
-¿Puedo mover el culito?
-Tampoco.
-Bueno, pero acaríciame por dentro, porfa, porfa.
Marta pasa la mano bajo las braguitas de Ester, le recorre los pelillos y el eje y, al llegar al umbral, se pone a darle vueltecitas con la yema del dedo. Ester sonríe y recuerda que, cuando lo hacía sola, le gustaba ponerse dentro el dedito. Como no lo han probado nunca, está a punto de pedirle a Marta que se lo ponga pero piensa en todo lo que le ha dicho sobre hacerlo de manera tranquila y se limita a decir:
-¡Que cosita más rica! ¡Qué gustito y qué mojadita estoy! Pero, ¿verdad que me quieres mucho?

20. Preocupación
El abuelo está preocupado. Las dos últimas veces que ha encendido el ordenador para comprobar por los monitores del vagón 42 cómo les va a Marta y a la otra figurita se las ha encontrado formalitas: vestidas, sentadas y hablando. Nunca antes las había visto así; es más, nunca antes las había visto vestidas.
El abuelo se queda mirándolas y escuchando lo que dicen para ver si se entera de lo que les ocurre. Pero están calladas. Deduce que no se han peleado porque están sentadas una junto a la otra y cogidas de la mano pero se extraña de que no se besen ni se acaricien.
El abuelo espera a ver pero ellas siguen calladas. Y con la cara seria, que es lo que más le preocupa. Si antes le preocupaba verlas siempre desnudas y jugando con sus cuerpos, ahora le gustaría verlas así porque al menos sonreían y parecían felices.
El abuelo piensa. Sabe que Marta es una figurita de ultimísima generación y que su programa no se puede alterar. Pero la otra figurita es más antigua y, si lleva el ratón sobre ella y hace doble clic, puede variarle la programación, puede, por ejemplo, aumentarle la dosis de líbido a ver si arrastra a Marta…
El abuelo está dándole vueltas a esa idea cuando ve que Marta se mira el reloj, le dice a la otra figurita que es el momento y, entre las dos, juntan los asientos para convertir el compartimento en cama. Se tumban, Marta se quita la falda y la otra figurita el pantalón.
El abuelo se queda más tranquilo y, cuando va a apagar el ordenador para dejarlas en lo suyo, se da cuenta de que algo no funciona: porque lo normal es empezar a desnudarse por arriba y no por abajo. Se queda mirando y aún se extraña más cuando ve que la otra figurita empieza a acariciar a Marta sin quitarle las bragas.

21. Sin fuerzas
Cuatro días llevan ya Ester y Marta racionándose los cuerpos la una a la otra. Y Ester ha acabado convencida de cuánta razón tenía Marta al hablar de las energías que se gastan cuando dos cuerpos se excitan el uno al otro. Más de media hora ha estado intentando que Marta llegara y aún le resuenan en los oídos las palabras que repetía una y otra vez:
-No puedo, no tengo fuerzas. Te quiero mucho pero no puedo.
-Si me dejaras que te quitara las bragas y te lo hiciera con la lengua.
Y sin esperar la respuesta se ha puesto:
-Es inútil, no puedo, déjalo. Pero no quiero que pienses que es porque no te quiero.
Ester ha hecho caso omiso de las palabras de Marta y ha seguido. Con la boca abierta abarcándola entera y moviendo la lengua desordenadamente. Y con la firme proposición de no separarse de las piernas de Marta hasta conseguirlo. Por fin ha podido mirarla a los ojos y le ha dicho:
-Yo tampoco te dejo pensar que no te quiero lo suficiente. Y como te quiero tanto te he de saber llevar hasta aquí.
-Gracias, Ester, gracias.
-Gracias a ti.

22. Galletas María
 El revisor, que las aprecia, quiere ir a verlas para saber cómo les va con el racionamiento. Como no quiere interrumpirlas en plena faena se detiene un momento a escuchar desde detrás de la puerta del compartimento, las oye hablar y deduce que están sentadas. Llama con los nudillos, abre la puerta y se las encuentra efectivamente sentadas una junto a la otra, cogidas de la mano y con Marta apoyando la cabeza en el hombro de Ester:
-Buenos días, señoritas.
Se incorporan y dicen las dos al unísono:
-Buenos días, señor revisor.
-Les traigo una botella de agua mineral y una bolsa de galletas María.
Ester, aun sabiendo que están en las últimas y que, según las ideas de Marta, apenas les quedan calorías, dice:
-Preferimos que se las dé a los niños, que gastan muchas calorías correteando por los pasillos del tren, ¿verdad, Marta?
-Sí, señor revisor.
-A los niños ya les he dado y aún quedan algunas cajas de galletas que hemos guardado como última reserva. Así que éstas son para ustedes.
Las dos al unísono:
-Pues muchas gracias, señor revisor.
Entonces Ester pregunta:
-¿Es verdad lo que hemos oído de que el tren no puede parar porque el maquinista está enfermo y nadie sabe cómo funciona la locomotora?
-Sí, señorita.
-¿Quiere que vayamos nosotras y empecemos a tocar botoncitos a ver si para?
-Ya hemos probado de todas las maneras.

23. Nieve
Marta y Ester vuelven a estar sentadas una junto a la otra, con las manos cogidas y mirando el paisaje. Son las siete de la mañana y han recuperado algo de fuerzas con una galleta que comieron cada una para cenar y otra de hace un momento. Aun así están casi desfallecidas y Marta piensa que hoy no, hoy seguro que Ester no va a conseguir llevarla al máximo de placer. Le parece por un instante que lo mejor va a ser dejar pasar sin decir nada la hora de ponerse pero al momento desiste: porque Ester sí que no va a dejarla pasar, que parece mentira las fuerzas que tiene aún. Para Ester es como si nada y su manera de sentir y reaccionar es la misma que la de los días normales cuando se ponen un ratito después del desayuno.
Siguen mirando por la ventanilla y el paso del paisaje hacia atrás se vuelve más lento. Cada una de ellas para sí piensa lo mismo:
-¿Es el tren que está parando o soy yo y se me está acabando el mundo?
Esperan y sí, es el tren que ha parado en medio de un paisaje nevado. Ven bajar al revisor y lo ven dirigirse sobre la nieve hacia una casa que no habían visto antes. Baja más gente y ve que tumban al maquinista en el suelo y le ponen nieve sobre la frente:
-Será para que le baje la fiebre.
Al momento ven al revisor pidiendo que alguien le acompañe. Dice que en la casa hay comida y que hay que transportarla al tren: Ester dice:
-¿Vamos?
-Pero bien abrigaditas, que hace frío.

24. Provisiones
Ester y Marta, y el resto de pasajeros, parecen haber sacado fuerzas de la nada. Van y vienen sin descanso de la casa al tren transportando comida: chocolate, leche, verdura congelada, fruta... Cuando van hacia la casa Marta y Ester van cogidas de la mano y, cuando vuelven, separadas y con una bolsa o paquete a cada lado. Y Ester dice:
-Cuando no te toco te echo de menos.
-Venga, no seas exagerada, que estoy aquí contigo. ¿Y no te parece extraño que no viva nadie en esa casa pero tenga tanta comida acumulada?
-Ya te dije que en este tren pasan cosas muy raras. Estoy segura de que la comida estaba ahí para nosotros.
En uno de los últimos viajes de la casa al tren, Ester se fija en algo que parece moverse detrás de un árbol y le dice a Marta:
-Mira.
Se quedan las dos mirando y Marta dice:
-Es el chico que decías que me miraba tanto con Claire, la camarera del vagón restaurante.
Él está debajo y ella, encima con el pelo alborotado y dando saltitos. Ester dice:
-Vámonos que no nos vean, que también tienen derecho.

25. Saltitos
Casi son las nueve de la mañana cuando el tren vuelve a arrancar. Ester dice:
-¿Y si nos ponemos los vestiditos blancos para ir a desayunar?
Marta y Ester salen del compartimento cogidas de la mano y se ponen a dar saltitos por el pasillo del tren hacia el vagón restaurante. Están contentas y ven que los demás pasajeros también. Se sonríen los unos a los otros. Por fin comeremos todos, piensa Ester. Y nos hincharemos las dos de calorías para poder dedicarnos a lo nuestro. Se cruzan con el revisor y también le sonríen:
-Ya está todo arreglado. Por fin logramos que el maquinista, a pesar de estar enfermo, explicara cuál es la palanca precisa para detener el tren. Ahora ya casi no tiene fiebre y dentro de poco volveremos a arrancar. Lo malo habría sido que paráramos en medio de la nada y no hubiéramos encontrado nada para comer.
-Imposible. Porque nosotras dos nos queremos tanto que no nos podemos morir nunca para poder seguir queriéndonos.
El revisor se queda intentando entender la frase de Ester mientras las dos siguen dando saltitos por el pasillo del tren hacia el vagón restaurante. Al entrar ven que Claire está sonriente y Marta dice:
-Mírala qué contenta.
-Pues nosotras, aún más.

26. Otra tostadita
Hacía días que Marta y Ester añoraban la rutina de sentarse frente a frente en el vagón restaurante y prepararse las tostadas la una a la otra. Pero ahora ya ha acabado el racionamiento y se han comido las dos sus tostadas, la una de mantequilla y la otra de mermelada. Se están mirando las dos cogidas de la mano y, de repente, Ester empieza a preparar otra tostada de mermelada. Entonces Marta dice:
-Pero si ya nos hemos comido dos.
-Hoy necesitamos comer muchas calorías porque, con los días que llevamos haciéndolo sólo una vez… Bueno, que quiero que nos pasemos el día dándonos besitos y lo que no son besitos.
Piden otro café con leche para mojar las tostadas y, al acabar, se cogen de la mano para volver a su compartimento pero, al llegar a la primera plataforma de separación entre vagones, Marta mira alrededor y, al no ver a nadie, arrincona a Ester, la abraza, se estrecha contra ella y le da un beso dulce y largo. Al acabar Ester le dice en voz muy baja al oído:
-Te voy a dar una chupadita que te voy a dejar turulata.
Marta se estremece y le pregunta también en voz muy baja al oído:
-¿Ah, sí? ¿Y dónde?
Ester le pasa la mano por debajo del vestido, la busca, le aparta las braguitas y, al encontrarla, le da un suave pellizco:
-Te la voy a dar aquí pero me vas a sentir aquí.
Saca la mano y le señala con el dedo el corazón.
Marta coge la mano de Ester y tira de ella para llevársela corriendo hacia el compartimento.

27 De vuelta a las andadas
El abuelo ya vuelve a estar tranquilo. Aunque no ha llegado a enterarse de que Marta y Ester se estaban conteniendo por la falta de alimentación, ahora acaba de encender el ordenador y, al volver a encontrarlas desnudas, ha sentido que su mundo está en orden. Ester está tumbada boca arriba mientras Marta, recostada a su lado, la mira y le acaricia los pelillos con el dorso de la mano. El abuelo escucha. Y Marta dice:
-Tienes un cuerpo precioso.
-Pues tú más.
-No, tú más.
-Que no, que tú…
El abuelo sabe que, con el camino que llevan, no van a tardar en enlazarse y, por pudor y discreción, apaga el ordenador.
Sin embargo, Ester y Marta callan y se miran la una a la otra el cuerpo desnudo. Se lo miran y se lo recorren con los ojos. Y se lo acarician con las manos. O se acarician con los ojos y se miran con las manos, no saben. Sólo saben que van a resarcirse de tantos días de racionamiento en que hasta las palabras y las miradas se reprimían.
Marta se da la vuelta, queda tumbada boca abajo y Ester le pasa la mano por la espalda. Luego Marta se incorpora, se pone a los pies de Ester y se los acaricia.
Rato y rato. La lengua, la mano, los ojos de Ester recorren el cuerpo de Marta y luego es Marta la que disfruta del cuerpo de Ester. Una y otra sienten que ya no han barreras. Ester mira a Marta fijamente a los ojos, Marta lee su actitud desafiante y los ojos de cada una dicen que va a ser precisamente ella quien provoque más placer en la otra.
Por fin Marta se sube al cuerpo de Ester, Ester se aferra a ella con los brazos y las piernas y empieza a moverse para frotar su cuerpo contra el de Marta. Marta le da un  beso dulce y, al acabar, le dice en voz baja al oído:
-¿Y esa chupadita que me has prometido?
-Pues ya te estás poniendo contra la ventanilla.

28 Otra vez en la ventanilla
Marta se arrodilla frente a la ventanilla con las piernas bien separadas, se pasa el pelo por delante para cubrirse los pechos y que no se los vean desde el exterior del tren, y apoya las manos contra el cristal. Ester se va deslizando hasta quedar tumbada boca arriba con la cabeza entre las piernas de Marta. Marta, desde encima, mira dulcemente a Ester y le dice:
-Te deseo mucho pero aún te quiero muchísimo más.
Ester le busca el puntito con la lengua y, al encontrárselo, se lo llena de besos sonoros. Marta sonríe. Ester empieza a olisquearla y a soplarle entre las piernas y Marta exclama:
-Uy, uy, uy, uy…
-Si aún no he empezado…
-Pero te siento muchísimo y sé que voy a formar un escándalo. Espera un momento.
Marta se incorpora, acude al rincón donde Ester ha dejado bien doblada su ropa y coge las braguitas. Vuelve a su posición y dice:
-Así nadie me oirá gritar.
Y se mete las braguitas de Ester en la boca. A Ester le da la risa viendo cómo sobresalen de los labios de Marta y, cuando se le pasa la risa, empieza a subirle por la cara interna de los muslos mordiéndoselos. Al llegar a las ingles le pasa la lengua y oye un sonido que no consigue salir de la garganta de Marta:
-Mmmmmmmm.
Por fin Ester le alcanza el centro con la lengua y le va subiendo y bajando despacio. Mira a Marta a los ojos y la ve muertecita de placer. Ester sigue moviendo la lengua, se la lleva hasta el puntito y empieza a dar vueltas. Marta empieza a moverse nerviosamente y Ester la coge de la cadera para fijarla y que no se le escape de la punta de la lengua. Se siguen mirando. Ester, al ver cómo Marta aprieta los dientes mordiendo las braguitas, le siente los dientes acariciándole las entrañas y se estremece. En ese momento Marta dobla el cuerpo hacia adelante y alcanza a ver la lengua de Ester moviéndose. Luego se quita las bragas de la boca y dice:
-¡Ester!... No quiero llegar aún.
A Marta le pasan por la cabeza un instante esas veces en que, por debilidad, tanto le costaba llegar y sufría al no poder entregarse completamente. Por eso está contenta, porque sabe que ahora no habrá duda y que será como siempre. Se emociona y siente que sí, que, tal como había dicho Ester, la está sintiendo efectivamente en el corazón. Se vuelve a quitar las bragas de la boca y grita:
-¡Ester!
Ester siente que una lágrima le cae en la frente.

29 Recuperando el tiempo perdido
Ester y Marta están descansando cubiertas con la manta y cogidas de la mano. Ester tiene los ojos cerrados y aún no ha recuperado el aliento. Porque Marta ni siquiera ha esperado a recuperarse y ha ido a por ella tal como estaba, tumbada boca arriba a lo largo del compartimento, Se ha dejado caer boca abajo con la cara contra los pelillos de Ester de modo que el cuerpo de la una fuera prolongación de la otra, le ha separado las piernas y ha empezado a besarla. Ester veía el cabello rubio de Marta flotándole sobre el vientre y cayéndole por las caderas y se ha puesto a acariciarle el costado con los pies. Marta sólo ha parado una vez. Ha levantado la cabeza, ha mirado a Ester y le ha dicho:
-No sé si me gusta más hacértelo o que me lo hagas.
Y ha seguido hasta el final. Ahora siente que Ester le aprieta la mano en un gesto de cariño y ve que abre los ojos diciendo:
-Con esto del racionamiento, teníamos las dos muchas ganas.
-Pues sí, a ver si no nos pilla ningún racionamiento más. Antes de subirme yo al tren, ¿había pasado otra vez lo de que no hubiera nada para comer?
-No, nunca. Pero una vez estuvo la calefacción estropeada durante una semana y hacía mucho frío. Yo dormía con tres mantas, envuelta en un abrigo, con calcetines de lana... pero eso fue hace dos años o más.
En ese momento, Marta estaba llevándose la mano de Ester, cogida de la suya, hacia el vientre, pero para y dice:
-¿Dos años? Pues, ¿cuánto llevas en este tren?
Ester sabe lo que quiere Marta. Por eso mantiene su mano cogida a la de ella y, con el dorso, empieza a acariciarle el vientre y los pelillos mientras contesta:
-Bueno, yo estoy aquí desde que era un bebé.
-¿Tanto tiempo?

30 La hija del tren
Marta se queda sorprendida al saber el tiempo que Ester lleva en el tren:
-Pues sí. A mí me crió un revisor, no éste ni otro que había antes, sino uno que se murió hace años.
-¿Y cómo es eso?
-Pues cuando yo era muy, muy pequeñita, se ve que una noche que nevaba iba en un coche con mis papás por la carretera. Entonces no sé si mi papá se dormiría o qué pero en un paso a nivel el tren chocó contra el coche y mis papás se murieron.
-¿Y tú?
-Pues el tren se paró a ver qué había pasado, me oyeron llorar y vieron que estaba tirada encima de la nieve. Entonces me cogieron, me envolvieron en una manta, me subieron al tren y me pusieron junto a la calefacción. Eso fue lo que me contó aquel revisor, que se convirtió en mi papá. Y si no me hubieran recogido, me habría muerto congeladita.
-Me entra frío sólo de pensarlo.
Marta se arrima aún más a Ester y luego pregunta:
-¿Así que siempre has estado en este tren?, ¿no has salido nunca?
-He salido muchas veces. Cuando era pequeñita el revisor, que se había convertido en mi papá, me preparaba biberones y papillitas, y por la noche me leía cuentos y se quedaba a dormir aquí conmigo. Más tarde me enseñó a leer con un libro de cuentos y, a veces, cuando llegábamos a algún pueblo grande, mandaba parar el tren toda la tarde y salíamos a comprarme ropita y juguetes...
Marta, mientras escucha con atención, flexiona lentamente las piernas debajo de la manta, las separa e intercala la pierna izquierda entre las de Ester. Como Ester entiende a Marta, separa su mano de la de ella y empieza a tocarla al tiempo que con sus pies le acaricia el pie izquierdo. Marta dice:
-Es que después de tantos días a pan y agua tengo unas ganas acumuladas... Pero sigue con lo que me contabas, que te escucho.
-...Pues eso, que parábamos a comprarme ropita y juguetes. Luego, cuando el revisor se hizo viejecito y se murió, fuimos con el tren a su pueblo a enterrarlo. Y yo lloré mucho. Ah, y como no tenía hijos, me dejó todos los dineritos que había ganado durante toda su vida. Si algún día hemos de bajarnos del tren tenemos dinero suficiente para comprarnos una casa para las dos. Y la compraremos con jardín y... pero qué jugosita estás.

31 Los juguetes de Ester
Ester se ha excitado al percibir la humedad de Marta, ha separado también las piernas, las ha flexionado y ha pasado su pierna derecha sobre la izquierda de Marta. Ahora se acarician lentamente la una a la otra bajo las mantas mientras siguen hablando:
-¿Y nunca has ido a la escuela?
-No, pero sé muchas cosas. Porque el revisor también me compraba libros con dibujitos y yo los leía. Y sé el nombre de muchos países y de muchos ríos. Y sé que todos los insectos tienen seis patitas. Y que los romanos construían puentes. Y más cosas.
-¿Y aún tienes los libros y los juguetes?
-Sí, claro. ¿No te has fijado en que en este vagón estamos solas y no hay nadie en los otros compartimentos? Es porque todo el vagón es para mí. En el compartimento de al lado están los libros y en el otro los juguetes. Las muñecas están sentaditas en los asientos y, colgado del techo, hay un columpio. Ah, y en otro compartimento tengo una lavadora y una tabla de planchar. Mañana mismo podemos hacer una colada.
-Pues sí que estás preparada.
Quedan las dos en silencio mientras se siguen acariciando. Frente a ellas, la ventanilla está completamente entelada y se adivina la nieve cayendo sobre el paisaje. Al cabo de un rato Ester dice:
-Debe de ser casi la hora de comer. ¿Nos damos besos en las tetitas y luego acabamos?
-Vale.

32 El sueño de Marta
Marta y Ester se cubren con la manta para dormir la siesta. Al momento, Ester ya está respirando acompasadamente mientras Marta, abrazada a ella, ha cerrado los ojos y repasa mentalmente las escenas de la mañana cuando, apoyada contra la ventanilla, sentía los besos de Ester entre las piernas y la miraba a los ojos.
Ahora Marta se vuelve a ver con las palmas de las manos contra la ventanilla y el pelo cubriéndole los pechos. Sin embargo ahora no mira hacia los ojos de Ester sino hacia el exterior. Ya no nieva. Ni hay nieve ni hielo cubriéndolo todo. Oye entre sus piernas la voz de Ester:
-Mírame a los ojos.
Es la voz de Ester pero no puede ser su voz. Porque mientras la oye siente que su lengua la está recorriendo. Y Ester no puede hablar y chuparla al mismo tiempo. Siente la lengua de Ester pero no siente placer. Y Ester vuelve a decir:
-Mírame a los ojos.
Pero Marta está absorta mirando al exterior. Ni nieve, ni hielo, ni tierra, ni arena, ni ceniza. Ni árboles, ni montañas, ni paisaje. Ni túnel. Nada.
Y Ester repite:
-Mírame a los ojos.

33 Los pies de Ester
Marta y Ester se han despertado de la siesta y se han comido un par de galletas de las que les trajo el revisor cuando el racionamiento. Luego Marta se ha puesto frente a la ventanilla, ha quitado el vaho con la mano y ha estado un momento comprobando que, efectivamente, en el exterior seguía estando el paisaje que había desaparecido en su sueño. Nevaba. Ha visto a Ester sentada y se ha sentado frente a ella. Se han cogido de la mano y se han estado mirando.
Tras mirarse, han acabado enlazándose y construyendo con sus cuerpos una obra de arte armónica, morosa, intensa. Ahora se están dando las gracias la una a la otra llenándose la cara de besos nerviosos y sonoros. Luego se abrazan muy fuerte hasta casi cortarse la respiración. Por fin, separan un poco sus cuerpos, Ester aparta el pelo de la cara de Marta, le busca los labios para darle otro beso dulce y largo, y acaban por tumbarse una junto a la otra de cara a la ventanilla. Se tapan con la manta y se cogen de la mano.
Al cabo de un rato Ester besa la mejilla de Marta, apoya la cabeza en su hombro y dice:
-¡Qué bien se queda una después de estos sofocos!
Marta se ha fijado en que Ester, en el momento álgido, movía de forma muy graciosa los deditos de los pies.

34 Ester y sus placeres solitarios
Están desayunando. Marta unta de mantequilla una tostada y se la ofrece a Ester. Ester tiende a Marta la mano que le queda libre y dice:
-Estoy muy contenta porque te quiero mucho y porque me gusta todo lo que hacemos. ¿Y a que no sabes por qué te subiste a este tren?
-No. Sé que me tenía que subir a este tren pero no sé por qué.
-Te subiste porque yo pedí un deseo y era que te subieras.
-¿Y eso cómo es?
-Pues ya te dije que yo, antes de que llegaras, me lo hacía solita. Pero primero cerraba los ojos y apretaba fuerte los puños pidiendo un deseo.
Marta, que se enciende cada vez que imagina a Ester acariciándose sola, le pregunta:
-¿Y qué deseo era?
-Que se subiera una chica como tú para hacerlo las dos juntitas. Y por eso apareciste.
Marta se queda pensando y le pregunta a Ester:
-¿Y no preferías hacerlo con un chico?
-No. Una vez tuve un novio… bueno, eso ya te lo explicaré otro día. Ah, y la noche antes de que llegaras lo hice y me salió muy bien. Y luego soñé contigo.
-¿Antes de conocerme?
-Sí, por eso supe que llegarías a la mañana siguiente.
-¿Y qué hacíamos en el sueño?
-Pues primero nos estuvimos mucho rato mirándonos. Luego nos dijimos que nos queríamos, empezamos con besitos y caricias, nos desnudamos la una a la otra y ya nos pusimos locas.

35 El capricho de Marta
Marta acaba de saber que si se subió al tren fue porque ése era el deseo de Ester cada vez que se acariciaba. Marta se imagina a Ester cerrando los ojos para pedir el deseo y, después, llevándose la mano entre las piernas. Y dice:
-¿Me enseñarás un día cómo lo hacías? Porque yo no lo he hecho nunca sola.
-Es muy fácil. Te pones el dedito y, en cuanto empiezas a moverlo, ya te viene el gustito. Luego ya, tú misma. Como cuando nos acariciamos la una a la otra, pues igual.
-¿Pero lo harás un día para que yo te vea?
-Si te tengo a ti para que me lo hagas, que me gusta muchísimo más.
-Pero yo quiero verte haciéndolo y así aprendo. Luego lo hago yo a ver si me sale.
-Pero si me tienes a mí para que te lo haga.
-Es que es un caprichito, porfi, porfi.
-Bueeeno. Si quieres te lo enseño después. Primero ponemos la lavadora como decidimos ayer.
-Pero antes quiero que hagamos lo de que nos sentamos las dos junto a la ventanilla contigo encima de mí.
-Pues sí que estás caprichosa.
-¿Hay asientos para hacerlo en el compartimento donde está la lavadora?
-Sí, lo podemos hacer allí mientras se lava la ropa. Luego tendemos y, al volver a nuestro compartimento, te enseño cómo me acariciaba.

36 La colada
El tren está atravesando un túnel mientras Marta y Ester recogen su ropa sucia y la meten en una bolsa. Luego salen de su compartimento, recorren un tramo del pasillo y, tres puertas más allá, entran en otro compartimento. Marta, que nunca había entrado ahí, ve que han sido eliminados los asientos del lado que da la espalda a la máquina y, en su lugar, hay una lavadora en un rincón. En la parte alta varios hilos para tender recorren el compartimento de un extremo a otro. Ester vacía la ropa sucia, pone el detergente y el suavizante, gira la ruedecita para escoger el programa y pone en marcha la lavadora.
Acto seguido, se desnudan. Marta se sienta junto a la ventanilla y Ester se sienta sobre ella dándole la espalda. Marta se divide el cabello en dos y, pasando cada mitad por cada uno de los hombros de Ester, lo deja caer para cubrirle los pechos. Ester enrosca sus piernas en las de Marta para mantener el equilibrio y, dejándose caer hacia adelante, le busca el eje y empieza a acariciarla mientras dice:
-¿Sabes lo que estoy pensando? Que al lado de la lavadora pondremos una nevera. Compraremos una cuando lleguemos a un pueblo grande y la llenaremos de comidita. Y también compraremos muchas latas y muchas galletas maría, y colacao, y verdurita congelada… Por si vuelve a pasar lo del racionamiento. Compraremos muchas cosas para que haya para todos.
Marta la escucha y piensa preguntarle cómo van a subir la nevera al tren; se da cuenta de que la pueden subir igual que subieron la lavadora y acaba diciendo que lo de la nevera es una buena idea. Luego empieza a acariciar los pechos de Ester y dice:
-Tienes unos pechos muy bonitos.
-Pues tú lo tienes todo bonito.
Ester hace fuerza con las piernas para abrir aún más las de Marta y sigue y sigue acariciándola. Marta suspira y Ester empieza a pasarle el dedo de arriba abajo. Marta suspira aún más y Ester dice:
-Desde que te quiero tanto no sé si me pongo romántica o tonta. Imagínate que ahora me gusta todo mucho más. Me gusta incluso que estemos en un túnel haciéndolo mientras esperamos que acabe la lavadora.

37 Placeres tranquilos.
Mientras avanza el lavado siguen junto a la ventanilla con Ester sentada sobre Marta y dándole la espalda. Ester, sosteniéndose con las piernas enroscadas en las de Marta, está curvada hacia delante para poder recorrerla con el dedo. Marta le sigue acariciando los pechos. Y Ester venga a hablar:
-También había pensado comprar una secadora. Porque, claro, al tender, por más que abras la ventana y corra el aire, si hace mucho frío la ropa no se seca. Además, con la ventanilla abierta, en los túneles puede entrar hollín...
Marta casi no escucha. Ha cerrado los ojos y sólo sigue el recorrido de la yema del dedo de Ester. Sigue acariciándole los pechos y también da vueltecitas con el dedo por sus pezones. Pero Ester sigue con sus cosas:
-¿Sabes otra cosa que también me gusta mucho? Pues el contraste de tu piel blanca con la mía morena.
Marta, con los ojos cerrados, está en el séptimo cielo y, mientras Ester no pare de acariciarla, la deja que siga hablando:
-También me gustaría mucho que tuviéramos un jardín para cuidarlo entre las dos. O empezar a andar las dos de la mano por un camino sin saber a dónde nos lleva.
El tren ha salido del túnel y ahora avanza entre la bruma y la nieve pero, en ese momento, para Marta no hay más mundo que Ester y, para Ester, más mundo que Marta.
  
38 Placeres nerviosos
Ester sigue sentada sobre Marta con las piernas enlazadas a las suyas e, inclinada hacia adelante para poder alcanzarla, la está acariciando muy suavemente, sólo rozándola. La ruedecita que marca el progreso del programa de lavado sigue avanzando. Marta, con los ojos cerrados, siente cómo el placer que le viene del dedo de Ester le sube por el vientre. Arrima sus pechos hasta aplastarlos contra la espalda de Ester y le rodea la cintura con el brazo derecho mientras con la mano izquierda sigue acariciándole los pezones. Empieza a jadear:
-¡Ester!
Ester, como quiere que Marta no llegue aún para prolongarle el placer, le aparta la mano y Marta abre los ojos suspirando al notar el vacío entre sus piernas. Se tranquiliza al ver que Ester sólo quiere meterle el dedo en la boca. Se lo chupa, vuelve a cerrar los ojos y espera que le vuelva a poner la mano. Está sintiendo un deseo intenso y sólo quiere entregarse a Ester de una vez.
Al momento, vuelve a abrir los ojos porque la mano de Ester no llega. La echa de menos, está cada vez más nerviosa de deseo y abre y cierra las piernas llamando a Ester. Y Ester dice:
-Mira.
Marta mira por encima del hombro de Ester y ve que tiene la palma de la mano sobre sus propios pelillos. Sigue mirando y Ester empieza a bajar el dedo hasta recorrerse a sí misma. La regaña:
-¿Se puede saber qué haces?
-¿Pues tú no querías que me acariciara?
-Pero luego, en nuestro compartimento y que yo te pueda ver bien. Porque así sentaditas una encima de la otra... Además, que me tienes nerviosa perdida y se me salen las ganas hasta por las orejas. ¡Tócame ya, porfa!

39 El centrifugado
Ester sigue bajándose el dedo por los pelillos mientras Marta, sentada debajo, está impaciente y preguntándose qué pretende Ester y cuándo va a volver a sentir su dedo.
-¡Ay, ay, ay! Que me haces daño.
Marta no ha podido contenerse y ha mordido a Ester en el hombro derecho.
-Pero ¿se puede saber qué haces?
Ester sigue avanzando lentamente su dedo y, al acabar de recorrerse a sí misma, se inclina un poco hacia delante y vuelve a encontrar a Marta que, por fin, se relaja, vuelve a cerrar los ojos y siente cómo el dedo de Ester le avanza desde el botoncito hasta el umbral. Ester también ha cerrado los ojos y ninguna de las dos se da cuenta de que la lavadora ha empezado a centrifugar.
Una y otra vez arriba y abajo. Porque, tal como están sentadas una sobre la otra, la humedad de Marta es prolongación de la de Ester. Y viceversa. Por eso, el dedo de Ester recorre el camino que va desde su propio bultito hasta el umbral de Marta. Y vuelve atrás. Una y otra vez;
-¡Ester!, ¡Ester!
-No llegues aún, porfa, que a mí aún me falta un poquito y podemos llegar las dos juntas.
Marta es consciente de que no puede contenerse y esperarla pero no le preocupa. Sabe que van siempre tan compenetradas que Ester llegará en cuanto la vea derramarse.
Así es. Cuando Ester vuelve a oír su nombre de labios de Marta empieza a suspirar rítmicamente. Y Marta se fija en que Ester suspira no cuando se toca a sí misma sino cuando la toca a ella:
-¡Ay, ay, ay! ¡Marta!
Ester varía y en lugar de recorrerse a sí misma y a Marta recorre sólo a Marta. Marta también suspira. Tiene a Ester cogida por la cintura con el brazo derecho y ahora le aparta la mano izquierda de los pezones, le busca el bultito y empieza a frotárselo. Ester grita y le dice que la quiere. Marta también le dice a Ester que la quiere. Ester grita el nombre de Marta y Marta el de Ester. Una y otra vez. Marta empieza a respirar entrecortadamente y a intentar moverse debajo de Ester. Hasta que Ester da un grito desgarrador que arrastra a Marta. Marta tampoco puede más y también grita. Las dos juntas, como Marta esperaba. Han llegado juntas pero en el orden inverso a como lo esperaba. No ha sido ella la que ha arrastrado a Ester sino al revés.
Se quedan temblando una encima de la otra y, cuando se tranquilizan, Ester dice:
-¡Qué bien! La lavadora está centrifugando. Así no habrán oído las voces que hemos dado.
Marta sonríe, le pide un beso a Ester y acaban con las mejillas juntas mirando el paisaje. Al cabo de un rato, como la lavadora ya ha acabado, se incorporan, Ester saca un cestito con pinzas y se ponen a tender.

40: Un prado para las dos
Marta y Ester acaban de hacer la colada y han vuelto a su compartimento. Están tumbadas encima de la manta desnudas. Ester se pone de medio lado apoyada en el codo y dice:
-¿Nos miramos un ratito?
Y Marta contesta:
-Bueno. Y dime más cosas de esas bonitas que sabes decir.
Ester se pone a pensar y dice:
-Pues… pues que me gustaría que estuviéramos sentadas en un prado…
-¿Vestidas o desnudas?
-Vestidas... O no: yo vestida y tú desnuda.
Marta se ríe de las ocurrencias de Ester y Ester sigue:
-…en un prado en una montaña muy alta por encima de las nubes. Y nos dedicaríamos a mirar los valles y los ríos de abajo.
-Pero si estuviéramos por encima de las nubes y miráramos abajo sólo veríamos nubes.
-Pues es verdad.
Marta sonríe, tiende el brazo para rodear a Ester por la espalda y dice:
-Anda, ven.

41: El dedo de Ester
            Ester está tumbada encima de Marta y Marta la tiene abrazada con las piernas y los brazos. Están calladas y quietas sólo sintiéndose la una a la otra. Entonces Marta le dice a Ester en voz baja al oído:
            -¿Puedes hacer lo que te he pedido antes, lo de acariciarte tú sola?
            Ester se baja, se tumba boca arriba, abre las piernas, las flexiona y dice:
            -Me da un poquito de vergüenza. Pero como sólo me ves tú y me quieres mucho…
            Mira a Marta, sonríe, se pone directamente el dedo en el bultito y empieza a moverlo a toda velocidad. Entonces Marta dice:
-¿Y hay que hacerlo así de rápido? Tú y yo siempre nos lo hacemos despacito.
-Bueno, cuando estaba sola lo hacía así porque sólo quería quitarme las ganas. En cambio tú y yo lo hacemos despacito porque nos gusta mucho. ¿O no?
-Claro. ¿Y si ahora lo haces despacito también llegarás?
-Si quieres, sí.
-Pues hazlo despacito.
Ester cambia el ritmo mientras Marta, cada vez más encendida, la mira. Entonces Ester dice:
-¡Ah! Y ahora que me acuerdo, ¿sabes lo que hacía también? Una cosita muy, muy rica.
--¿El qué?
-Ponerme el dedito dentro. Tú y yo nunca lo hemos hecho pero da mucho gustito. Mira.
Se introduce el dedo y empieza a moverlo. Marta la mira con curiosidad:
-Pues yo nunca me lo he puesto dentro. ¿Me dejas que te lo ponga?
-Bueno.
Ester se saca el dedo y Marta pregunta:
-¿Puedo chupártelo?
Coge el dedo de Ester, lo chupa y lo muerde suavemente. Luego, con mucho cuidado,  le va introduciendo el dedo y empieza a moverlo despacio. Luego dice:
-¿Te gusta?
-Claro. ¿Quieres que te lo ponga yo?
-Si acaso luego, cuando me toque a mí.
-Pues ya verás qué cosa más bonita.
Marta saca el dedo, se lo mete en la boca y, al sacarlo dice:
-Estás muy sabrosa. ¿Y sabes que estaba pensando al ver la carita de placer que pones?: que si me pongo encima de ti del revés…
-Pues claro.
Ester vuelve a acariciarse mientras Marta se sitúa con las piernas separadas sobre la cabeza de Ester. Cuando le siente la lengua pregunta:
-¿Sabrás hacerlo para llegar las dos juntitas?
-Pues claro.
Al momento Marta ya está suspirando y pendiente de los pies de Ester. Sabe que en cuanto la vea que empieza a mover los deditos no podrá contenerse y gritará.

42: El dedo de Marta
Ester se acariciaba mientras Marta, desde encima, la contemplaba y se dejaba chupar. Ahora descansan. Ester está tumbada boca arriba y Marta, recostada sobre ella con la cabeza en su pecho. Ester, mientras le acaricia el cabello, le pregunta:
-¿Te ha gustado?
-¿Es que no me has oído gritar? Seguro que el revisor también me ha oído y viene a reñirnos. Y es que me haces unas cositas con la lengua…
-Bueno, ya sé que eso te gusta siempre. Y a mí me gusta hacértelo. Te preguntaba si te ha gustado lo que me has pedido que hiciera, que me acariciara.
-Mucho, ahora me pongo yo a ver si me sale.
-Pero te lo dejo hacer sólo una vez para que lo pruebes. Ya te dije que yo era muy celosa y ahí sólo te toco yo, que lo sepas.
-Bueno, eso, lo pruebo y luego ya nos seguiremos acariciando la una a la otra como siempre.
Marta se tumba boca arriba, abre las piernas, se pone el dedito y, antes de moverlo, mira a Ester:
-¿Empiezo ya?
-Claro.
Marta empieza a frotarse despacito y Ester le pregunta:
-¿Te gusta?
-Bueno, sí, pero es mucho más rico cuando me lo haces tú, ¡dónde va a parar!
Marta sigue y Ester se pone a besarle los pechos. Entonces Marta dice:
-Lo que no me atrevo a hacer es meterme el dedito.
Ester se incorpora, se sienta al lado y le dice:
-Tú sigue.
Mientras con mucho cuidado le va introduciendo el dedo. Y entonces Marta exclama:
-Uy, uy, uy.
Ester saca el dedo, se lo chupa y le dice:
-Ahora inténtalo tú.
Marta se decide y se muerde el labio inferior mientras lo hace. Entonces le dice a Ester:
-¿Te pones encima como he hecho yo antes y nos vamos las dos juntitas?
Ester se sitúa y, al sentir la lengua de Marta, dice:
-¡Marta!
El tren entra en otro túnel.


43: Bien guapas y bien planchadas
            Como siempre, Marta y Ester han llegado juntas. Marta acariciándose ella misma por vez primera y Ester sintiéndole la lengua. Ester ha acabado dejándose caer sobre Marta y abrazándole las piernas. A su vez, Marta abraza las piernas de Ester. Están la una sobre la otra del revés mientras se recuperan. Al final, Ester se acuerda de que tienen la ropa tendida y dice:
            -Cuando se seque la ropa, vamos y planchamos.
            Y Marta contesta:
            -Pero, ¿para qué queremos planchar si nos pasamos la mayor parte del día desnudas?
            Y Ester le dice:
            -Para ir al vagón restaurante. Porque quiero llevarte bien guapa y bien planchada. Si no, ¿qué pensará de nosotras la gente?
            Marta se pone a besar los pies de Ester.

44: Depilación
Ester y Marta están en el vagón restaurante sentadas frente a frente. Se han comido ya sus tostadas y están con las manos cogidas y mirándose a los ojos. Entonces Ester dice:
-¿Sabes lo que podríamos hacer hoy? Depilarnos, que tengo una maquinilla eléctrica que va muy bien. ¿Se vale?
-Se vale. Y, de paso, nos podemos dejar el asunto bien recortadito y bien mono.
-Pues un día, antes de que llegaras, estaba aquí yo sola desayunando y me puse a escuchar lo que decían dos chicas que estaban desayunando detrás de mí. ¿Y sabes lo que decían? Que a ellas les gustaba llevarlo todo afeitado sin pelos.
-Serían unas modernas. Con lo que a mí me gusta acariciarte los pelillos.
-Y a mí, y mordértelos y estirarlos con los dientes.
Y Marta sigue:
-Imagínate si me gustan tus pelillos que sólo vértelos me entran las ganas. Bueno, no, que tengo ganas siempre. Pero si no tuviera me entrarían con sólo verte los pelillos. O el ombligo, o los piececitos…
Ester se ríe y dice:
-Pues vamos a depilarnos.
Entonces Marta contesta.
-Pero antes haremos otra cosita, que hoy tengo otro caprichito.
-¿Qué caprichito?
-Ya lo verás. Es una sorpresa.
-Venga, dímelo, porfi, porfi.

45: Los pies de Marta y Ester
Mientras desayunaban Marta y Ester han decidido que se van a depilar pero antes van a probar un capricho que se le ha ocurrido a Marta. Van andando por el pasillo mientras fuera ha parado de nevar y luce un sol radiante. Al llegar a la última plataforma antes de su compartimento, Ester arrincona a Marta, le da un beso largo en la boca y luego le pregunta al oído:
-¿Y tu caprichito es muy diver?
-Ya lo verás.
Entran a su compartimento, Ester se desnuda a toda prisa y pregunta:
-¿Cómo quieres que me ponga para tu caprichito?
-Bueno, antes nos podemos estar un ratito mirándonos, dándonos besos y todas esas cosas amorosas.
-Vale.
Se tumban una junto a la otra, se sonríen, se besan, Ester se sube encima de Marta, se dan la vuelta y Marta acaba encima de Ester. Y Ester se impacienta:
-Venga, dime el inventito.
-Espera, que quiero más besos.
Siguen rozándose los labios. Marta, aún encima de Ester, deja caer saliva dentro de su boca mientras Ester va pasando el dedo por la columna vertebral de Marta que, al final, se levanta y dice:
-Ponte como yo enfrente de mí.
Marta se tumba boca arriba recostada y apoyándose sobre los codos. Luego flexiona las piernas y las separa. Ester la imita y está frente a ella en la misma posición. Entonces Marta se va desplazando hacia delante de forma que su pierna derecha queda en medio de las piernas de Ester cuya pierna derecha, a su vez, queda entre las de Marta.
A Marta le encantan los pies de Ester y aún más cuando la ve mover los deditos al llegar al máximo placer. Por eso le coge el pie derecho, empieza a acariciarlo y dice:
-Hemos de volver a pintarnos las uñas con nuestros nombres.
Por fin se lleva el pie de Ester entre las piernas y busca la manera de que el dedo gordo le quede en el lugar preciso. Entonces dice:
-Pues ya está el caprichito: que lo hagamos con los deditos de los pies.
A Ester le da la risa

46: Cosquillas y risas
Les ha costado hacerlo con los deditos de los pies pero al final lo han conseguido. Todo porque Ester no paraba de reír y de decirle a Marta que le estaba haciendo cosquillas. Marta, si no fuera porque quiere profundamente a Ester, se habría enfadado. Pero ha preferido convencerla con la mirada y cortarle la risa a base de hacerle mucha presión con el dedo gordo del pie. Por fin Ester se lo ha tomado en serio y ha empezado a sentir placer y a hacérselo sentir a Marta. La una por la otra, entre las caricias con los pies y la mirada, han conseguido llegar susurrando cada una el nombre de la otra entre suspiros y diciéndose con los ojos que se querían.
            Ahora llevan rato descansando tumbadas una junto a la otra y cogidas de la mano. Hasta que Ester se levanta, se sube a la estantería para los equipajes, abre una bolsa, saca la maquinilla de depilar y se pone junto a Marta:
            -Cuando quieras.

47: Encendidas
Marta y Ester se acaban de depilar y están tumbadas de medio lado acariciándose los pelillos la una a la otra. Y Marta dice:
            -Te ha quedado muy bien.
            -Pues a ti también.
Después se tapan con la manta, se cogen de la mano y miran hacia la ventanilla. Fuera sigue luciendo el sol. Están calladas hasta que, al cabo de un rato Marta se vuelve a poner de medio lado, mira a Ester y le dice:
-Yo no sé decir esas cosas tan bonitas que dices tú a veces. Pero sí sé que no me quiero separar nunca de ti.
Ester sonríe y la besa. Después Marta sigue hablando:
-Y otra cosa que ya te he dicho. Que, desde que nos encontramos, me llevas todo el día completamente encendida.
Ester la vuelve a besar. Luego le dice:
-Tú a mí también. Ya te dije que contigo tengo ganas siempre. Como que si quieres lo volvemos a hacer.
-Es casi la hora de comer. Podemos esperar hasta después de la siesta.
-Y cuando nos despertemos podemos darnos una chupadita dulce.
-O improvisamos a ver qué nos sale.
-Bueno.
-Pues yo ya tengo ganas de comer, de ponernos a hacer la siesta y de despertarnos. O… ¿sabes qué?
Ester sabe leer en los ojos y en el cuerpo de Marta. Por eso, sin esperar a más, aparta la manta, se incorpora y se pone del revés sobre ella. Marta flexiona las piernas y las separa para recibir a Ester. Ester empieza dándole palmaditas sonoras. Y Marta pregunta:
-¿Y después de la siesta?
Ester contesta:
-Pues lo hacemos otra vez.

48: Tras la siesta
Marta se ha despertado de la siesta agarrada a la cintura de Ester, que sigue durmiendo tumbada boca arriba. Han estado haciéndolo antes de comer y han decidido que, tras la siesta, volverían a hacerlo. Por eso Marta se siente completamente húmeda. Mira a Ester, la ve respirando acompasadamente y piensa que, además de desearla, la quiere de todo corazón. Sigue mirándola y le extraña que no despierte aún. Porque van siempre tan sincronizadas que se duermen y se despiertan casi al mismo tiempo. Por fin, Marta besa a Ester en los párpados. Ester abre los ojos y Marta le dice:
-Además de todo lo que hacemos, también me gusta mucho dormir y despertarme contigo.
Y Ester contesta:
-¿Ves cómo tú también sabes decir cosas bonitas? ¿Y sabes qué? Que ya me tienes mojadita.
-Pues entonces vamos a ponernos mimosinas.
Marta aparta la manta, recorre con los ojos el cuerpo de Ester y se sube encima. Juntan los labios y Ester, como es más nerviosa y le gusta tener encima a Marta y que su melena le acaricie las mejillas, abraza fuerte con sus piernas las de ella y empieza a mover nerviosamente la lengua dentro de la boca de Marta. Marta para y dice:
-A ver, no te alborotes. Vamos a besarnos despacito y bien. Tú déjate llevar.
Marta abre la boca y se limita a rozar los labios de Ester con los suyos. A Ester le gusta y, al momento, ya está moviéndose y restregándose desde debajo contra el cuerpo de Marta. Marta pasa la lengua por el labio inferior de Ester y Ester cada vez se aprieta más contra el cuerpo de Marta. Entonces Marta para, apoya las manos en los hombros de Ester, separa un poco su cuerpo del de ella y dice:
-Mira.

49: Contrastes de piel
Marta está encima de Ester, con el pecho algo separado de ella, y le pide que mire el espacio que queda entre sus dos cuerpos
-Mira. ¿A que quedamos muy monas?
Se separa un poco más y deja ver el espacio donde los pelillos de la una se juntan con los pelillos de la otra. Y Ester dice:
-Lo que te decía de lo que me gusta el contraste de tu piel con la mía.
Marta y Ester se miran a los ojos y cada una de ellas piensa en cuánto quiere a la otra. Entonces Ester va flexionando lentamente la pierna derecha y la va intercalando entre las piernas de Marta. Marta se muerde el labio inferior, abre los ojos con sorpresa, hace fuerza contra el muslo de Ester y empieza a moverse. Ester contempla cómo los pelillos rubios de Marta le suben y bajan por el muslo y luego le aparta el pelo de la cara para mirarla bien a los ojos. Y Marta dice:
-¡Qué cosita más rica! ¿Me dejas llegar hasta el final?
Y sin esperar respuesta sigue moviéndose despacio y frotándose contra el muslo de Ester mientras empieza a jadear.
Unos momentos después Marta para, mira a Ester y dice:
-Pero si fueras rubia también te querría.
Ester sonríe, aprieta aún más su muslo entre las piernas de Marta y Marta sigue y sigue. Al cabo de otro momento Marta vuelve a parar y dice:
-Me da mucho gustito. Si ves que grito mucho me das un beso en la boca para que no venga el revisor a reñirnos, ¿se vale?

50: Planchado
            Ester y Marta están tumbadas mirando a la ventanilla, tapadas con la manta y cogidas de la mano. De repente, a Marta le da un pronto, da un beso sonoro en la mejilla de Ester y le dice:
-Me ha gustado mucho, muchísimo.
Ester sonríe, le contesta que a ella también le ha gustado mucho besarla mientras llegaba y luego añade:
-Con lo revolucionaditas que andamos hoy, ¿a qué no sabes de qué nos hemos olvidado? De recoger la ropa tendida y planchar.
Marta se levanta y Ester detrás de ella. Se visten y van desde su compartimento al de la ropa. Mientras Marta recoge la ropa tendida, Ester abre la tabla de planchar y enchufa la plancha.
Ester ha planchado un rato y Marta, otro. Ahora tienen la ropa clasificada y amontonada sobre los asientos: las blusas, los pantalones, las faldas, los calcetines, las bragas, los sostenes… Porque las dos tienen tallas parecidas y comparten la mayor parte de la ropa. Marta es un par de centímetros más alta que Ester y algún pantalón quizá le queda corto. Y Ester tiene un poco más de pecho que Marta.

51: La ducha
Marta y Ester se han dado el besito de buenas noches. Están las dos bien arropadas y abrazadas para dormir y Ester pregunta:
-¿Por qué nunca lo hemos hecho en la ducha?
-Porque podemos resbalar y hacernos daño. Además, siempre lo hacemos después de coger fuerzas desayunando. Así, el orden perfecto es: ducha, desayuno y nosotras.
-¿Hay un orden establecido para eso? Es que a mí me gustaría hacerlo en la ducha.
A la mañana siguiente en la ducha, después de haberse enjabonado y aclarado la una a la otra, Marta abraza a Ester, la besa y deja que sus cuerpos mojados se froten el uno contra el otro. Luego le pide que se gire de espaldas con las manos apoyadas contra la pared y las piernas separadas.
Como es cierto que Marta teme que una de las dos resbale, rodea con un brazo la cintura de Ester para tenerla bien fija y, con la otra mano, le pone el dedo en la rabadilla. Empieza a recorrerla hacia abajo dando vueltecitas con la yema del dedo y sin perdonar ningún espacio:
-¿Ahí también se vale tocar?
-Claro, ya te toqué un poquito hace días.
-Pues luego quiero darte un besito ahí.
-Ya veremos.
Marta sigue avanzando despacio el dedo, le da vueltas en el umbral con la yema y luego se lo introduce con cuidado; lo mueve en círculo, lo vuelve a sacar lentamente y sigue hasta el botoncito:
-¡Qué cosa más completita me estás haciendo!
Marta empieza a recorrer el eje de Ester en sentido inverso y dice:
-Supongo que no te importará que lleguemos tarde a desayunar.

52: El beso
Marta le ha dado su caprichito a Ester y se lo ha hecho en la ducha. Ahora están desayunando y Marta está hecha un lío. Porque Ester le ha prometido darle un besito donde nadie la ha tocado ni acariciado. Bueno, Ester sí la ha tocado, pero sólo enjabonándola. Otra cosa es dejarse acariciar. Y más aún dejarse besar. Marta no siente las más mínimas ganas de dejarse besar ahí y, en cambio, no le importaría besar así a Ester y pasarle la lengua cuanto quisiera. Si a ella le gusta… De hecho, piensa, Ester ha llegado no cuando le he puesto el dedito dentro ni con el botoncito sino mientras le estaba dando vueltas con la yema del dedo justamente ahí. Aunque seguro que hubiera llegado igual si le hubiera estado acariciando el ombligo. Bueno, también puede ser que si Ester me lo hace bien y con cuidado… Además, si la quiero tanto y ella a mí también, no sé por qué tengo esos pudores.
De todas maneras, al acabar el desayuno, Marta intenta evadirse de la situación proponiendo volver a visitar a la ancianita ciega del vagón 4 que les iba a regalar una manta:
-Ni hablar. Primero vamos a nuestro sitio para que te dé ese besito. Y luego, lo que quieras.
Llegan al compartimento y Marta que no quiere desnudarse. Ester, ya desnuda, se enfada:
-Será la primera vez que me rechazas.
-No te rechazo. Hacemos lo que quieras menos eso, que me da reparo.
-Además, ¿no te acuerdas de que tú eres mía y yo soy tuya? Pues eso, que en tu cuerpo no hay nada prohibido.
Ester, que no quiere gastar más palabras, se acerca, la acaricia, la besa, la abraza y empieza a desnudarla. Marta se deja hacer y, aún no convencida del todo, acaba tumbándose boca abajo cara a la ventanilla con la cabeza apoyada en un cojín.
Ester empieza a morderle suavemente la cara posterior de los muslos y va subiendo. Coge a Marta por la cadera, la alza y, sin moverle la cabeza del cojín, la deja de rodillas:
-Estás muy graciosilla vista desde aquí.
-¿Y si hoy sólo me acaricias con el dedito y si acaso ya otro día me das un beso?
Pero Ester, por toda contestación, le pone los labios y empieza a darle vueltecitas con la lengua. Marta, hasta entonces en tensión, espera un momento y parece relajarse. Luego empieza a mover nerviosamente la cabeza en el cojín. Para un momento y dice:
-Pues sí que me gusta. Mucho. Perdona que me haya puesto tonta. Y tengo muchas ganas de hacértelo yo.
Entonces Ester pasa la mano por el costado de Marta y se la pone en los pelillos. Le sigue pasando la lengua por detrás mientras, simultáneamente, la acaricia por delante.
En el momento de sentir el dedo de Ester, a Marta le ha llegado un ramalazo de placer. No puede más. Le empiezan a temblar las piernas, Ester la agarra fuerte con el otro brazo y sigue.
Cuando Ester oye que Marta grita su nombre, se entusiasma y la muerde con fuerza a un lado y al otro. Luego dice:
-Para que te enteres.

53: La ancianita ciega
Ester dice:
-Ahora ya, si quieres, podemos ir a visitar a la ancianita ciega.
Se visten, se cogen de la mano y empiezan a recorrer el tren hacia la máquina. Al cruzar por el vagón restaurante ven a Claire, la camarera, sentada en una mesa. Frente a ella está el chico con el que la habían visto el día que habían salido del tren a aprovisionarse. Parece que están discutiendo y Marta y Ester saludan:
-Hola.
-Hola.
Siguen andando y Ester dice:
-Es una suerte que se hayan hecho novios, porque ahora ese chico ya no te mira tanto.
Llegan al vagón 4, el de la anciana. Como la vez anterior, todo el mundo está de pie excepto la anciana ciega, que está sentada en una silla tejiendo una manta de colores:
-Hola, ¡cómo estáis!
-Muy bien, señora.
Ester le pide permiso para sentarse en el suelo y hacer un ratito de labor. Mientras, la anciana coge de la mano a Marta y le dice:
-Ester te quiere mucho. Así que no te niegues nunca a lo que te pida.
Ester, que lo oye, sonríe mientras Marta se queda pensativa.

54: Claire
Marta y Ester van cogidas de la mano por el pasillo del tren de regreso a su compartimento. Marta le da vueltas a lo que le acaba de decir la anciana ciega, que no se niegue a los caprichos de Ester. Entonces Marta dice:
-Esa señora sabe todo lo que hacemos. ¡Qué vergüenza!, estoy segura de que sabe que nos hemos estado tocando el culito.
-¿Y qué? También sabe que yo te quiero mucho. Lo ha dicho. Además, a mí no me da vergüenza que nadie sepa que te toco y te doy besos en el culito o donde yo quiera.
En ese momento llegan al vagón restaurante y ven a Clara que está preparando las mesas para la comida. La miran y se dan cuenta de que está a punto de llorar. Ester le pregunta:
-¿Te pasa algo?
-No, nada.
-Bueno, pues como casi es la hora de comer, nos quedamos aquí a hacerte compañía.
Ester y Marta se sientan en su mesa una frente a otra y se cogen de las manos. Al cabo de un momento Claire acaba con su tarea y se acerca a ellas:
-¿Puedo pasar luego por vuestro compartimento a preguntaros una cosita?
-¿Y por qué no nos la preguntas ahora?
Claire vuelve la cabeza a un lado y al otro. Empiezan a llegar los pasajeros para comer:
-Es que es una cosa un poco delicada.
-Bueno, pues te esperamos después de comer.
-En cuanto tenga todo recogido paso a veros.

55: Esperando a Claire
Ester y Marta están sentadas en su compartimento de cara a la máquina y contemplan el paisaje cogidas de la mano. Esperan la visita de Clara. Ester dice:
-¿Y qué nos querrá preguntar?
Marta contesta:
-Pues a mí me preocupa mucho más lo de la anciana. ¿Cómo sabrá si nos queremos o no? ¿Y cómo sabrá lo que hacemos nosotras solitas aquí dentro si no nos puede ver?
-Porque los cieguecitos son muy listos. Como no pueden ver las cosas que ve la gente ven lo que es más difícil de ver.
-¿Y nos ve cuando nos ponemos...
-No, pero nota que nos queremos y deduce que, si nos queremos, pues eso.
-De todas maneras, no lo entiendo mucho.
-Pues yo una vez, cuando era pequeña, leí un libro de un guerrero muy antiguo y muy valiente que tenía que volver de la guerra a su casa en un barco. Y, como se había pasado muchos años en la guerra, su mujer no sabía si estaba vivo o muerto. Por eso a su mujer, como era muy guapa, le salieron muchos novios que querían casarse con ella...
-¿Y se puede saber qué tiene que ver eso con que la señora ciega sepa lo que hacemos nosotras?
-Pues que ese libro lo escribió un señor que también era ciego pero, como era ciego, era muy listo y se sabía los nombres de todos los soldados, de los dioses, porque los dioses protegían a los soldados, y sabía muchas historias de amor de los dioses con las diosas...
-¿Y cómo lo escribió si era ciego?
Ester se queda pensando y contesta:
-A lo mejor él lo iba dictando y un amigo suyo lo escribía.
-¿Y es muy largo el libro?
En ese momento llaman a la puerta del compartimento.

56: El dilema de Claire
-¿Puedo pasar?
-Pasa, Claire, pasa.
Marta y Ester permanecen sentadas cogidas de la mano y Claire se sienta frente a ellas:
-¡Qué envidia me dais!, ¡cómo se nota que os queréis mucho!
Ester mira a Marta como diciéndole: te das cuenta, si Claire lo ve, aún más la señora ciega. Luego contesta a Claire:
-Pues sí que nos queremos, sí. Pero estamos intrigadas, ¿qué es eso que nos querías preguntar?
-Pues es que resulta... bueno, que me he puesto de novia con un chico, con ese que me habéis visto hablando esta mañana en el vagón restaurante. Y entonces, por las noches se viene a mi compartimento y... pues eso.
-Pero entonces, si el chico te quiere...
-No es eso, es que la primera vez que lo hicimos nos fue muy bien, y la segunda, y la tercera... pero luego... es que resulta que yo tengo lo de aquí –y se señala entre las piernas- afeitado. Porque mi mamá es francesa, que por eso me llamo Claire, y cuando me salieron los pelillos por primera vez me los afeitó y me dijo que había que llevarlos siempre afeitados porque es más limpio... Bueno, pues a él no le gusta así.
-Pues te los dejas crecer.
-Es que no sé, que mi mamá decía que hay que llevarlo afeitado y estoy hecha un lío. Porque yo al chico lo quiero pero no sé qué hacer. Por eso os quería preguntar cómo lo lleváis vosotras y qué haríais si estuvierais en mi situación.
Ester contesta rápido:
-Precisamente ayer nos estuvimos depilando y aprovechamos para recortarnos los pelillos. Y nos quedó muy mono. ¿Verdad, Marta?
-¡Monísssimo!
Marta contesta con retintín. No se sabía tan celosa y ahora se la llevan los demonios sólo de pensar que Claire pueda imaginarse los pelillos de Ester que sólo ella puede mirar.
-¿Y no os pica y os rascáis?
-Pues no.
-Entonces no sé. Me parece que me los dejaré crecer y vendré a enseñároslo a ver qué os parece.
Marta contesta bruscamente:
-Es a tu novio a quien has de enseñárselo, no a nosotras.
Pero Ester, para quitar hierro a la situación, añade:
-Sí, tú te los dejas crecer y, cuanto más creciditos los tengas, más cariñoso se irá poniendo tu novio. Luego, cuando veas que ya no se puede poner más cariñoso será que es así como le gusta y entonces ya te los puedes ir recortando un poquito.
  
57: Celos y cariños
Una vez sale Claire, Marta dice:
-Ya te vale decirle que tenemos el asunto monísimo, ya. Sólo te ha faltado decir que si quería, se lo enseñabas. Se lo llegas a decir y te estampo ahí mismo para que sepa cuánto nos queremos.
Ester se ríe, rodea con su brazo la cintura de Marta y dice:
-Que no, tonta. Que ya sé que a mí sólo me lo ves tú.
Marta acaricia el cabello de Ester y Ester dice:
-Ya sé lo que te pasa, que quieres que te lo enseñe.
-Pues sí, que entre la ancianita y Claire hace mucho rato que no te lo veo. Y luego nos ponemos ya a hacer la siesta.
Ester se quita los pantalones y las braguitas y se queda en pie frente a Marta, que sigue sentada. Marta rodea con los brazos a Ester mientras le besa los pelillos y se los estira con los dientes. Ester se deja hacer:
-Y los piececitos, ¿no me los quieres ver?
-Pues claro.
Ester se quita los zapatos y los calcetines, Marta le mira los pies y dice:
-Si es que verte los pies me excita. ¿Te pones contra la ventanilla y...
Antes de que acabe la frase Ester ya está de rodillas frente a la ventanilla desabotonándose la blusa para acabar de desnudarse. Marta, en cambio, se sumerge entre sus piernas aún vestida:
-Y no me has acabado de explicar lo del guerrero que volvía a casa en barco.

58: Ester desnuda y Marta vestida
Marta sigue vestida y tumbada boca arriba con la lengua jugando entre las piernas de Ester que, completamente desnuda, explica el final de la historia del guerrero que volvía a casa por mar alternándola con sus ay, ay, ay, con suspiros y con te quieros mirando a Marta a los ojos:
-Pues entonces a la mujer del guerrero le salieron muchos novios diciendo que, como su marido estaba muerto, querían casarse con ella y ella, que no, que no estaba muerto. Y como además tenía un hijo, el hijo se cansó de tener todo el día en casa a los novios de su madre y cogió un barco y fue a buscar a su padre. Mientras tanto, a su padre le van pasando aventuras en el mar, que se encuentra monstruos que se comen a sus compañeros, y unas sirenitas que eran malas. Hasta que al final naufraga y llega a una isla donde había un rey bueno y allí le encuentra su hijo. Vuelven juntos a su isla, matan a los novios de la madre y todos felices.
Marta ha prestado atención sin dejar de atender al placer de Ester que, al acabar de contar, parece estar al límite. Y, según Marta nota en su lengua, lo está efectivamente. Además, no para de jadear y moverse nerviosamente. Más aún cuando Marta empieza a acariciarla por detrás con el dedo. Pero como no llega, Marta, extrañada, acaba por preguntar:
-¿Se puede saber qué te pasa?
-Si me gusta mucho, muchísimo, pero como estás vestidita, no puedo llegar.
-Pero si cuando las restricciones yo estaba vestida, te lo hacía y llegabas.
-Era diferente.
-Además, tal como estás de cara a la ventanilla no ves si estoy vestida o no.
-Pero lo sé.
Marta se sale de debajo de Ester, se desnuda, se vuelve a tumbar, abarca a Ester con los labios y le aplica la lengua:
-Ay, ay, ay, no pares que ahora, sí.

59: El antiguo maquinista.
Ester y Marta se acaban de despertar de la siesta. Como Ester quería compensar a Marta, se han tumbado al contrario de como suelen, Marta boca arriba y Ester abrazada a ella. En esa postura, Ester ha acariciado a Marta y, al acabar, se han quedado las dos plácidamente dormidas. Ahora, ya despiertas, están sentadas de cara a la máquina mirando el atardecer. Desnudas pero con el pecho cubierto para que no se lo puedan ver desde fuera; Marta con su propio cabello y Ester con la manta, que le cae desde los hombros. Están cogidas de la mano y Marta apoya su cabeza en el hombro de Ester. ¡Qué rico ha sido el beso que me ha dado esta mañana –piensa Marta- y qué tonta era yo, que no dejaba que me lo diera!: aunque lo sepa la señora ciega; y nos daremos muchos de esos, si puede ser uno cada día. Ester, por su parte, anda pensando en el novio de Claire y, por eso, dice:
-¿Te cuento lo de que una vez tuve un novio?
-¿Aquí en el tren?
-Sí, el año pasado. Pero me duró unos quince minutitos.
Como para Marta Ester es toda una caja de sorpresas, le pregunta:
-¿Y como fue?
Ester se pone a explicar:
-Pues un día estaba yo aquí sentadita leyendo… Ah, bueno, porque antes había un maquinista muy buenecito, amigo mío, que, si le pedías que parara el tren, lo paraba.
Marta pregunta:
-¿Es el mismo maquinista que se puso enfermo?
-No, éste es nuevo. A aquel lo quitaron por eso, porque paraba cuando se lo pedían y porque, como era tan buenecito, tenía muchos amigos. Entonces, a veces llevaba el tren a un pueblo, lo paraba y se estaba toda la tarde en el bar con los amigos. Por eso lo quitaron y lo pusieron en unos trenes muy aburridos que se ve que hay y que dicen que van todos los días al mismo sitio a la misma hora. ¿Te imaginas?
-¿Y entonces qué paso?
Pues que el día anterior al de mi novio, como quería comprarme ropita, fui a ver al maquinista. Llegué andando hasta la máquina, saludé al fogonero, que estaba con el carbón, y luego al maquinista…:
-Hola, señor maquinista.
-Hola, Ester. ¿Quieres una cervecita?

60: El guardagujas.
Ester tiene el día hablador. Ha empezado a explicar que una vez tuvo un novio y luego ha derivado a cuando fue a pedir al maquinista que parara el tren para bajar a comprar ropa. Fuera es casi noche oscura.
-…entonces el maquinista me dio una cervecita y me preguntó que qué quería. Le pedí que si podíamos parar al llegar a un pueblo grande y sacó un mapa, lo desplegó, me lo enseñó y me dijo:
-¡Qué suerte! Podemos parar dentro de dos horas. Quería parar mañana porque sólo me quedan dos cajas de cervezas, pero si cambiamos la aguja en la próxima bifurcación y vamos a la derecha en vez de a la izquierda podemos parar de aquí un rato.
-…porque el maquinista siempre estaba bebiendo cerveza y tenía llena una nevera muy grande. Y entonces le pregunté que cómo íbamos a cambiar la aguja.
-Ya verás lo fácil que es.
-A los cinco minutos llegamos a la bifurcación y paró la locomotora junto a la caseta del guardagujas. Pitó y luego cogió una caja de cervezas y me pidió que lo acompañara. Bajamos del tren y, junto a la caseta del guardagujas, estaba su casa, muy mona y con un huertecito delante. Llamamos, salió, le dio la caja de cervezas, le pidió que cambiara la aguja y la cambió.
Entonces Marta, que todavía no ha visto aparecer al novio de Ester, dice:
-Y te hiciste novia del guardagujas.
-No, qué va, si ya estaba casado. Como que también salió su señora, muy amable, y nos pidió que nos quedáramos un ratito. Fuimos al huerto, nos sentamos en una mesa debajo de un emparrado y, cervecita va y cervecita viene, nos sacó berberechos, patatitas fritas, tomates del huerto que nos comimos allí mismo… Y así estuvimos un rato la mar de ricamente, que hasta nos pusimos a jugar al dominó.
Marta ya se impacienta e insiste:
-Bueno, pero tu novio, ¿cuándo aparece?

61: El libro de Ester
 Ester y Marta siguen sentadas y Ester continúa explicando la historia del maquinista y el guardagujas que, según Marta espera, ha de ir a parar a la del novio que Ester dice que tuvo. Marta escucha atentamente a Ester y se confiesa que siente celos del maquinista, del guardagujas y de todos cuantos conocieron a Ester antes que ella. Y, desde luego, si alguien hubiera pretendido ser novio de Ester delante de mí –piensa Marta- también habría querido arrancarle los ojos como dijo Ester que quería hacer con el chico que me miraba y que ahora se ha hecho novio de Claire.
Pero Ester sigue con su historia:
-Total, que volvimos al tren y, al cabo de un ratito, llegamos a un pueblo grande. El maquinista se bajó a comprar más cerveza y yo fui a una tienda de ropa.
-¿Y en ese pueblo conociste a tu novio?
-No, qué va, ya te he dicho que fue en el tren. Todo esto te lo cuento porque el día en que lo conocí estaba leyendo un libro que compré allí. Primero me estuve probando muchas blusas y pantalones y, después de comprarlas, al pasar por delante de una librería, vi un libro que me gustó y que se llamaba Diálogos de Platón; y también lo compré. Ah, y antes de volver al tren le compré otra caja de cervezas al maquinista para darle las gracias por haber parado.
-Bueno, pues todavía estamos al principio de lo que me contabas, que estabas leyendo un libro.
-Sí, pero me gusta contarte las cosas despacito.

62:  El novio de Ester
Parece que Ester por fin va a contarle a Marta la historia de su novio:
-Pues eso, que yo estaba sentadita aquí mismo donde estoy ahora y leía embelesada los Diálogos de Platón que había comprado en aquel pueblo. Es un libro que habla de unos señores griegos muy antiguos. Y muy listos, que discutían de cosas muy difíciles…
Como Ester ve que Marta vuelve a impacientarse con la historia, decide ir al grano:
-…y entonces llaman a la puerta y es un chico que me pregunta si puede pasar. Y yo le contesto que bueno.
-¿Ëse es tu novio?
-Sí… bueno, no. Mejor te lo explico despacito para que lo entiendas: entonces el chico me pregunta que si quiero que nos hagamos novios y yo le contesto que bueno, vale. Se sienta aquí delante mirándome callado y, al cabo de diez minutos, me pide que le enseñe las tetas.
-¿Y tú qué le contestaste?
-Que no. Él me dijo que todas las novias enseñan las tetas a sus novios. Yo le contesté que sí, pero no el primer día; y que las novias que enseñan las tetas el primer día es porque son unas cochinas y unas marranas.
A Marta le da la risa y Ester sigue contando:
-Entonces el chico me pide que le enseñe sólo una teta y yo le contesto que ni una ni media. Él me dice que tampoco me enseñará una cosita que tiene y le digo que me es igual. Luego me dice que ya no quiere que sea su novia, le contesto que también me es igual, se va y yo sigo leyendo mi libro.
Marta se queda pensando y dice:
-Pero a mí me enseñaste las tetitas el primer día.
-Contigo era diferente. Porque cuando te vi ya sabía que nos íbamos a querer muchísimo. Además, yo también quería verte las tetitas a ti.
Marta cambia de postura. Ester sigue sentada de cara a la máquina y Marta mueve su cuerpo hasta quedarse tumbada de medio lado a lo largo de los asientos, aparta la manta que cubre el pecho de Ester y empieza a besarle los pezones. Ester le acaricia el pelo. Al cabo de un rato Marta dice:
-¿Me tocas un poquito y luego te hago yo algo antes de acostarnos?

63: El espejito
Marta y Ester se han despertado, se han duchado y ahora salen del cuartito de aseo y, como cada mañana, van a vestirse. Entonces Ester ve que Marta está contorsionándose e intentando verse por detrás con un espejito. A Ester le da la risa:
-¿Se puede saber qué haces?
-Estoy intentando ver las marcas que me dejaste con los mordiscos de ayer por la mañana.
-De tanto que te quiero me dio el nervio y, claro… Además, ¿no habíamos quedado en que eras mía? Pues son como marcas de posesión.
Y Marta dice
-Pues me gusta ser tuya.
Fuera vuelve a nevar. Ester y Marta acaban de vestirse, se cogen de la mano y salen del compartimento hacia el vagón restaurante. Ester va pensando en que también ella quiere llevar en su cuerpo alguna marca que le deje Marta. Mientras desayunan, Ester mira a Marta discurriendo en cómo conseguir que le dé un arrebato y acabe mordiéndola o arañándola.

64: El mordisco
Ester y Marta vuelven de desayunar andando de la mano por el pasillo y Ester sigue cavilando en la manera de conseguir que Marta le muerda o la arañe para tener una marca suya en el cuerpo como la que ella grabó con los dientes en el cuerpo de Marta. La tengo que poner muy loca –piensa Ester- y como más loca se pone es cuando la tengo de rodillas contra la ventanilla y le doy una chupadita: como además nos miramos a los ojos…; pero así, como tiene las manos en la ventanilla para apoyarse, no puede arañarme y aún menos morderme. Ester acaba deduciendo que lo mejor será una chupadita mutua y que habrá de poner más arte que otras veces. Se lo propone a Marta
-Hace días que no nos ponemos del revés y nos damos besitos.
Marta contesta:
-Exactamente desde anteayer. No sé si te acuerdas de que lo hicimos a mediodía y por eso llegamos tarde a comer.
-Pues es verdad… pero podríamos repetir hoy. ¿Se vale?
-Se vale. Pero antes te quiero dar un besito detrás como el que me diste tú ayer por la mañana. ¿Quieres?
-Pues claro. Si lo estaba deseando. ¿También me morderás en el culito?
-Pero mordisquitos de cariño, no como tú.
-Lo mío fue un arrebato de mucho amor.
Llegan al compartimento y empiezan a besarse mientras cada una de ellas trata de desnudar a la otra.

65: Amores totales
Marta y Ester han decidido, mientras venían de desayunar por el pasillo, parte de su programa para el día. Pero antes Ester se tumba y propone:
-¿Y si empezamos mirándonos y dándonos besitos dulces de los de rozarnos los labios?
-Bueno, pero también quiero que me digas cositas amorosas.
Mientras Marta se tumba a su lado, Ester le dice:
-Pues que te tengo metidita muy adentro.
Marta se pone de medio lado, mira a Ester a los ojos y le dice:
-Yo también, muy adentro.
-Y que te quiero con esto y con esto –mientras se señala al corazón y entre las piernas- …y con esto, y con esto, y con esto –se va señalando la nariz, la boca, las orejas…- …y con los diez deditos de los pies.
Y Marta dice:
-Anda, ven, que cuando te pones así te me comería enterita.
Ester se sube encima de Marta.

66: El doble placer de Ester
Ester y Marta llevan rato alternando la una encima de la otra y limitándose a besarse, a mirarse y a decirse dulzuras. Ahora Marta está debajo y se miran a los ojos, sólo se miran. Entonces Marta pone la mano en la nuca de Ester la atrae hacia sí y le pregunta al oído:
-¿Quieres que te dé ya el besito detrás?
Ester salta como si tuviera un resorte y se sitúa como había puesto ella a Marta: de espaldas a cuatro patas y con la cabeza apoyada en los brazos sobre el cojín. Entonces dice:
-Pero muérdeme, porfi, porfi.
Marta la mira y primero le pasa el dedo despacio y con curiosidad.
-Ay, ay, ay.
-Venga, no exageres.
-Que sí, que me gusta.
Luego muerde suavemente como había pedido Ester pero sin dejarle marcas; besa el mismo espacio que había mordido y empieza a acercarse con la lengua.
-Ay, ay, ay.
Marta para, vuelve a mirar y piensa que le gusta, que tiene a su merced los puntos de máximo placer de Ester. Le lleva el dedo al umbral, le da vueltecitas y ella misma está muerta de deseo. Mientras tanto va moviendo la lengua y acercándola al lugar donde nunca ha besado a Ester. Al llegar, como Ester ha separado aún más las piernas y está completamente abierta, le da un par de besos sonoros, la acaricia con los labios y por fin le aplica la lengua. Ester se ha quedado quieta y callada, como expectante, y Marta, al tiempo que empieza a pasarle la lengua por detrás, le va introduciendo por delante el dedito y, una vez dentro, lo mueve en círculo.
Ester está mordiendo el cojín.

67: El doble placer de Marta
-Ven, ven, ven, abrázame, dame besitos.
Ester ha acabado clavando los dientes en el cojín, apretándolo con los puños, pataleando… Marta acude a su lado, la abraza fuerte y le recorre las mejillas a besos mientras Ester sigue temblando. Luego Ester refugia la cabeza entre los pechos de Marta e intenta recuperar el aliento. Tal como está siente subir el olor a deseo contenido de entre las piernas de Marta que, mientras le acaricia el pelo, le dice:
-Lo has hecho muy bien.
-La que lo ha hecho muy bien has sido tú moviendo el dedito y pasándome la lengua. No sabes cómo me has puesto.
-Como me pusiste tú ayer.
Marta busca la manera de situar el muslo izquierdo de Ester entre sus piernas y empieza a frotarse despacito. Ester le dice:
-Espera un minutito que coja fuerzas y nos ponemos ya con la chupadita.
-¿Y si antes…
Ester le lee el pensamiento y dice:
-Mírala qué lista, con los remilgos que tenías ayer.
-Es que ayer no sabía que era tan rico. Y ahora me ha gustado mucho cómo has llegado y quiero ver si sé hacerlo tan bien.
Ester se incorpora y, mientras Marta se sitúa, le dice:
-Pues creo que si lo hiciéramos cada día después de cenar, luego dormiríamos como angelitos.
-Ya dormimos como angelitos.
-Es verdad. Pero lo podemos hacer igualmente antes de dormir.
-O a cualquier otra hora. Cuando nos apetezca.
Ester ya está pasando el dedito por las marcas que le dejó con los dientes a Marta.

68: Placer en bruto
Ahora es Marta la que descansa abrazada a Ester mientras Ester le acaricia el pelo. Y Marta dice:
-Me parece que es la vez que más placer he sentido. Bueno, siempre me gusta, claro, pero ahora…
-Porque unas veces lo hacemos para darnos gustito suave, como cuando nos acariciamos, y otras veces lo hacemos más a lo bruto, como si no tuviéramos piedad la una de la otra.
Marta se ríe de la manera de expresarse de Ester pero piensa que es así, como ella dice. Y Ester sigue:
-Y a mí cada día me gusta más. Pero no sé si es porque cada día te quiero más o al revés, que cada día te quiero más porque me haces sentir más.
Marta, que tiene el cerebro lento porque todavía siente la lengua y los dedos de Ester moviéndose en su cuerpo, ha de repetirse interiormente la frase dos veces antes de entenderla.

69: Escándalo
El abuelo vuelve a estar preocupado. Una cosa es que se quieran y que estén enamoradas la una de la otra, que eso se les nota hasta cuando duermen, y otra cosa es lo que les ha visto hacer dos de las cuatro últimas veces que las ha mirado. Se considera un hombre tolerante, moderno pero… pero a lo mejor es eso, que el tiempo pesa aunque uno no quiera y por más moderno y tolerante que uno se considere…
Porque si se quieren y se desean, como son jóvenes y están en la flor de la edad, es natural que den salida a sus instintos cuantas veces les pida el cuerpo pero de ahí a lo que ha visto… Eso de que una se esté acariciando ella sola mientras la otra la contempla, o los besos que se dan, que no son los besos que se dan sino dónde se los dan…
El abuelo piensa. Sabe que a Marta, que es una figurita de últimísima generación, no se le puede variar la programación, pero a la otra quizá sí, y seguramente se le podrá variar el nivel de líbido a ver si así se calman un poco las dos. Antes no sabía su nombre pero ahora ya sabe que se llama Ester: se lo oyó decir a Marta mientras culminaba. Otra de las razones por las que les cogió tanto cariño, porque cada una pronuncia el nombre de la otra en el momento preciso. Como hacía con él una novia que tuvo de joven.
El abuelo enciende el ordenador, entra en el programa del tren, busca las cámaras del compartimento de Marta y Ester en el vagón 42, las ve tranquilas y abrazadas y hace doble clic sobre la figurita de Ester.

70: Lenguas que buscan
Por más placer que se hayan entregado ya la una a la otra en lo que va de mañana, Ester no olvida que su objetivo era acabar el día con las uñas o los dientes de Marta marcados en su cuerpo. Y como ha decidido que el mejor camino para conseguirlo es mediante una chupadita mutua, le recuerda a Marta que la tienen pendiente:
-Y yo me pido encima.
Marta, agradecida también por todo lo que le ha entregado Ester, no se hace de rogar y se tumba boca arriba con las piernas abiertas y flexionadas. Ester se pone del revés sobre ella e insiste diciéndose a sí misma: Voy a darle tanto placer que conseguiré que me arañe. Y Marta piensa: Tal como me lleva hoy, no me extrañaría que se me escapara algún arañazo o algún mordisco como ella quiere.
Sin embargo, como saben medirse la intensidad del deseo, empiezan con suavidad, dándose besos dulces en los muslos, acariciándose los pelillos con la lengua, soplándose, encendiéndose lentamente. Hasta que Ester roza sin querer la parte más sensible de Marta y Marta siente una dosis de placer que le llega desde los pies hasta el cerebro. Busca a Ester y al instante la encuentra. Ester está apoyada con las manos en el suelo pero, al sentir la lengua de Marta, siente que los brazos le tiemblan y está a punto de dejarse caer.

71: Lenguas que encuentran
Marta y Ester están enganchadas del revés. Han estado jugando, trasteando la una con el deseo de la otra, y por fin cada lengua ha encontrado, casi sin querer, su destino. Se han emocionado al sentirse, han vacilado, pero ahora ya están plenamente concentradas.
Han logrado crear esa corriente por la que ninguna de las dos sabe de dónde les viene más placer, si de la lengua de la otra moviéndose o de la propia al sentir en la punta el placer de la otra. Pero las dos saben que el placer les pasa por el corazón.
Por eso, porque cada una de ellas no sólo siente la lengua sino también el corazón de la otra, van entrando en un espacio en el que se quedan encantadas sintiendo que deseo y placer es sólo una parte mínima de lo que las envuelve. De ahí que Marta pare de repente y diga entre las piernas de Ester:
-Ester, te quiero.
Ester siente entre los muslos el aliento y la vibración de la voz de Marta y que sus palabras le han entrado y le recorren las entrañas. Le tiemblan los brazos y las piernas y también se para:
-Marta, te quiero.
El cuerpo de Marta se tensa debajo de Ester: hace fuerza con la planta de los pies e intenta levantarse del suelo arrastrando el cuerpo de Ester como queriendo alcanzar el cielo. Al mismo tiempo, intenta pasar los brazos por la espalda de Ester para cogerla por los hombros. En ese preciso momento Ester quiere volver con la lengua entre las piernas de Marta pero, como no se está quieta, le toca con la lengua alguna terminación nerviosa desconocida que la hace perder el control retorciéndose y recorriendo con las uñas la espalda de Ester de arriba abajo mientras grita:
-Ester, Ester…
Ester siente que no puede más pero sigue moviendo la lengua. Y cuando Marta calla, abre más las piernas, se deja caer sobre sus labios y empieza a frotarse contra ellos de un lado al otro mientras grita:
-Marta, Marta…

72: Ninfomanía y frigidez
El abuelo andaba preocupado por cierta deriva a la que habían llegado los jueguecitos de Ester y Marta y había considerado la posibilidad de reprogramar a Ester bajándole el nivel de líbido. Ahora tiene a las dos en la pantalla de su ordenador tranquilas y abrazadas, ha hecho doble clic sobre la figurita de Ester y se le ha abierto una ventana en la que están todas sus características. Bastará con buscar el nivel de líbido y reducirlo. El abuelo lee:
Nombre: Ester
Edad: 16 años.
Titulación académica: ninguna. Es autodidacta.
Experiencia laboral: ninguna. (Tiene patrimonio suficiente como para no necesitarla).
Rasgos biográficos: huérfana desde antes de cumplir 1 año; se ha criado y ha vivido siempre en el tren; no tiene parientes.
Rasgos psicológicos (susceptibles de variación clicando sobre las magnitudes):
            Bondad: 90%.
            Humildad: 95%
            Irascibilidad: 0%.
            Sentido del humor: 80%.
            Generosidad: 80%.
            Extroversión: 70%.
            Líbido: 95%.
.Y el abuelo ve que el último ítem parpadea en rojo como si de una alerta se tratara. Lleva el ratón hasta ahí y se le abre otra ventana con el siguiente aviso: “Un nivel superior al 90% es considerado ninfomanía; por debajo del 10%, frigidez”.
El abuelo decide servirse un whisky y reflexionar antes de tomar una decisión.

73: Las uñas de Marta
Ester ha conseguido por fin que Marta la arañe y, como se sabe con sangre en la espalda, se aparta de encima de Marta y se queda tumbada boca abajo para no manchar la manta. Marta se incorpora y mira la espalda de Ester. Le ve ocho rasguños, uno por cada una de sus uñas, con algún puntito de sangre y dice:
-¿Te he hecho mucho daño? Perdona, ha sido sin querer, sin darme cuenta.
Ester contesta:
-Si me ha gustado mucho... Me ha gustado que me lo hicieras mientras estabas llegando y gritabas mi nombre. Como que yo también estaba a puntito pero me he concentrado para oírte gritar y sentirte las uñas. Después, ya no he podido más.
-Sí, a mí también me ha gustado mucho cómo lo has hecho, frotándote en mis labios. Y como estabas tan abierta te sentía todo. Ah, y también has gritado mucho.
-Cada día lo hacemos mejor, ¿verdad?
-Sí, pero ahora hay que curarte los rasguños. Me voy a vestir y voy a buscar al revisor para que me deje un botiquín.
-De eso nada. Tú no me dejas aquí sola ni necesito que me cures. Además, que me gusta que me hayas marcado el cuerpo como te lo marqué yo el otro día.
-Pero si tienes un poquito de sangre y los arañazos se te pueden infectar…
-Pues me limpias la sangre y luego ya veremos.
Marta empieza a pasar la lengua por la espalda de Ester recogiéndole la sangre y Ester dice:
-¿Te has vuelto vampirita? 

74: Duda racional
El abuelo bebe whisky a pequeños sorbos mientras sigue pensando en rebajar el nivel de líbido de Ester. Le ha producido un cierto escándalo verlas besarse donde se besaban y sabe que ha sido ella, Ester, la que ha incitado a Marta a hacerlo; y también la que le ha enseñado a acariciarse. Otra cosa es que a Marta le gustara, pero ha sido Ester quien provocaba. Aún así, cuanto más mira en la pantalla del ordenador el menú que explica las características de Ester, más la admira. Según algunas de esas características –generosidad, humildad, bondad, …- Ester es la criatura perfecta. Pero ese nivel de líbido dentro de la ninfomanía… El abuelo piensa si bajarlo desde el 95% al 70%. Total, ¿qué puede pasar?: que se relajen y no vuelvan a esos extremos. Claro que a Marta no se la puede reprogramar y, si también es ninfómana y no tiene suficiente con lo que le ofrezca Ester con su 70%... Si Ester pasa a conformarse con una vez diaria y cuando Marta le pida más no le apetece… Sí, puede aparecer un conflicto y Marta salir con que Ester no la quiere lo suficiente. Bueno, pero en ese caso, se vuelve a adjudicar a Ester su 95% de líbido y asunto concluido.
De otro lado, el abuelo, que no oyó la historia de su vida que Ester le contó a Marta, se sorprende de algunos de sus datos: claro, como se crió en el tren no tiene ni siquiera la primaria y, sin embargo, conocimientos sí que parece tener. El abuelo ha dedicado toda su vida laboral a la enseñanza y, tras cuarenta años, llegó a la conclusión de que si a un alumno le impartes sólo conocimientos y no le imbuyes de las modas ideológicas del momento es mejor ciudadano. Y Ester, si ha logrado evitar el circuito escolar, es una joya.

75: El botiquín
Ester está tumbada de espaldas y Marta le está pasando la lengua para quitarle la sangre que le ha salido al arañarla. Pero cuando chupa la sangre de un lado ve que vuelve a salir por otro. Se aparta, le mira la espalda, ve los ocho rasguños y acaba por decir:
-Eso hay que curarlo. Voy a buscar al revisor y pedirle un botiquín.
Y se levanta para vestirse. Ester insiste en que ella no se queda sola y empieza a vestirse también. Marta le dice:
-Ponte una blusa que te venga holgada para que la tela no te toque la espalda y se manche de sangre.
 Empiezan a recorrer el tren hacia delante y, diez vagones después, encuentran al revisor. Le preguntan con sus mejores sonrisas si tiene un botiquín y se lo puede dejar, y el revisor les pregunta si se han hecho daño. Y Ester dice:
-Me he hecho un rasguño al resbalar en la ducha.
El revisor piensa en qué andarían haciendo en la ducha para resbalar pero, como les ha cogido aprecio, no pregunta más y les pide que le acompañen al próximo vagón donde tiene su propio compartimento y un par de botiquines de viaje. Les entrega uno y les dice que no hace falta que vuelvan para devolvérselo, que ya mañana por la mañana lo pueden dejar en el vagón restaurante y él lo recogerá. Otra vez las mejores sonrisas de las dos para darle las gracias y vuelven hacia su compartimento:
-Y encima no nos ha reñido. Y mira que le hemos dado motivos.
Se desnudan, Ester se tumba boca abajo y se deja hacer. Marta impregna un algodoncito con alcohol y, sin avisar, empieza a pasarlo por la espalda de Ester:
-Ay, ay, ay…
-No exageres.
-No exagero. Pero me gusta mucho que me cuides.
Luego Marta aplica yodo por las heridas y rasguños de Ester. Cuando el yodo se seca, se tumban las dos boca arriba, se cubren con la manta, se cogen de la mano y contemplan el cielo a través de la ventanilla. Vuelve a nevar.

76: Experimentos psicológicos
El abuelo sigue sorbiendo whisky frente a la pantalla del ordenador y pensando si en reprogramar a Ester para moderarle la líbido y que ella y Marta se relajen en el juego de sus cuerpos. Vuelve a leer en el menú los rasgos biográficos de Ester y se detiene en el dato sobre su orfandad antes de cumplir un año. A lo mejor ahí está la clave –piensa el abuelo-: si se crió fuera del entorno familiar a lo mejor todo el cariño que necesitaba lo intenta recuperar ahora y no sabe otro modo que entregando constantemente su cuerpo.
De pronto el abuelo cae en que justo debajo del aviso parpadeante que le comunicaba que los niveles de líbido de Ester la situaban en la ninfomanía, había otro aviso. Por eso no lo había visto, porque el color rojo parpadeante de la alarma lo había dejado casi oculto. Clica encima y lee: “Aviso importante: Esta figurita, por sus especiales características biográficas, ha sido escogida para su estudio por el Departamento de Psicología Conductista de la Universidad de Heidelberg. Se le realizará un seguimiento mediante observaciones al azar y, como en última instancia, es propiedad de quien la adquirió en el mercado, en ningún caso se modificará ninguno de sus rasgos sin permiso previo del propietario. No obstante, si éste observase alguna conducta anómala, no dude en ponerse en contacto con nosotros”.

77: Los pelillos de Marta
Marta ha curado los rasguños en la espalda de Ester y están las dos cogidas de la mano bajo la manta. Cada vez nieva más y ven cómo se está cubriendo de hielo el tendido eléctrico que discurre paralelo a la vía. Marta dice:
-Fuera debe de hacer mucho frío.
Ester se acerca aún más a Marta y dice:
-Por eso estamos tan bien aquí las dos arrimaditas.
Están un rato calladas mirando caer la nieve y entonces Ester aparta la manta, deja al descubierto el cuerpo de Marta y se queda mirándole fijamente los pelillos:
-¿Se puede saber qué miras?
-Ahora verás. No te muevas.
Ester se incorpora, va al cuartito de aseo, llena de agua un vaso de plástico, abre su neceser, coge unas tijeritas y le pide a Marta que se esté quieta. Pone la mano sobre los pelillos rubios de Marta, le recorta unos cuantos con las tijeras, se los lleva a la boca y se los traga con el vaso de agua.
Después Ester vuelve a tumbarse junto a Marta y pone la manta sobre sus cuerpos. Y Marta dice:
-Se te ocurre cada cosa…
Entonces se pone de medio lado y se abraza con fuerza a Ester.

78: Indignación
El abuelo bebe de golpe lo que le queda de whisky. Acaba de leer en el ordenador que el Departamento de Psicología Conductista de la Universidad de Heidelberg tiene a Ester sometida a vigilancia por sus especiales características. Sí –piensa-, porque a algún bioingeniero se le fue la mano y le salió una muñequita ninfómana. Empieza a indignarse.
Si algo ha aprendido también el abuelo en sus cuarenta años dedicados a la enseñanza, es que el mejor lugar para psicólogos, pedagogos y demás gente de su ralea es la cárcel. Y si son alemanes –sigue pensando-, un campo de concentración copiando de sol a sol aquello de Arbeit macht frei.
No es sólo indignación. Son –así se lo confiesa- celos. No es Ester, es su Ester. Que cuatro degenerados alemanes la puedan ver en acción… Si es propiedad de su nieto como todas las demás figuras, todo el material rodante, todas las miniaturas paisajísticas de la maqueta del tren eléctrico… Piensa por un momento en escribir a la Universidad de Heidelberg protestando y exigiendo que quiten a Ester de su programa de seguimiento. Pero reflexiona y por fin decide que no, que puede ser peor el remedio que la enfermedad, ¡vete tú a saber de qué serán capaces esos psicólogos!
Cierra las ventanas que explicaban las características técnicas de Ester y en la pantalla le aparece sólo su compartimento en el vagón 42. Las dos duermen plácidamente. Marta abraza a Ester.
Y no voy a ser yo –decide el abuelo a modo de conclusión- quien ponga límite a sus jueguecitos. Como si lo que hacen cuando se sientan una sobre la otra junto a la ventanilla lo quieren hacer sentadas en la taza del váter.

79: En todo tiempo y lugar
Ester y Marta se despiertan al mismo tiempo. Se dan el beso de buenos días y se dicen que se quieren. Marta se levanta, entra en el cuartito de aseo y se sienta en la taza del váter a hacer sus cosas. Mientras, Ester corre la cortinilla para que entre la luz y ve que ha parado de nevar. Abre la ventanilla para airear el compartimento y, como entra aire helado, la vuelve a cerrar. Decide abrirla cuando vayan a desayunar. Recoge la manta, la sacude y la dobla cuidadosamente. Luego echa atrás los asientos reconvirtiendo la cama en la que han dormido en las seis plazas sentadas del compartimento. Al volver de desayunar ya decidirán si las mantienen así o las vuelven a reconvertir en cama.
Ester entra al cuartito de aseo y ve que Marta, sentada aún en la taza del váter, está colorada de hacer fuerza. Le dice:
-Estás monísima.
Y se arrodilla frente a ella buscándole los labios. Marta se deja hacer y, en seguida, siente jugando con la suya la lengua de Ester y que su mano le está bajando por el vientre. Ester pasa de largo por los pelillos de Marta y la alcanza con la yema del dedo. Marta aparta su boca de la de Ester y le dice:
-Venga, no seas cochina, ¿no ves que estoy con esto?
Ester contesta:
-A ver si te piensas que cuando estás haciendo tus cosas no te quiero.

80: El cabello de Ester
Hay días en que Marta y Ester programan, durante el desayuno, cómo van a empezar la mañana; otros días improvisan; otros días, por fin, llegan al compartimento con todo programado pero se entusiasman, se olvidan de lo programado y ni siquiera se dan cuenta de que improvisan.
Ester acaba de beber su café con leche y se limpia los morritos. Mira a Marta y, como está plenamente convencida de que cada una de ellas es propiedad de la otra, le pregunta:
-¿Me puedo dejar crecer el pelo? Es que quiero tenerlo muy, muy largo. Como tú.
Y Marta contesta:
-Pues pensaba recortártelo un poco un día de éstos. Para que lo vuelvas a tener como cuando nos conocimos.
Ester se conforma y dice:
-Bueno, pues me lo cortas como quieras.
Marta sabe que alguna idea corre por la cabeza de Ester para querer el pelo largo. Así que le pregunta y Ester contesta:
-Es que ya sabes que me gusta mucho tu pelo. Entonces… es que es un caprichito pero, claro, con el pelo corto no te lo puedo hacer.
Marta, que ya sabe cuánto le gusta a Ester sentirle el cabello en los pechos y en el vientre, cae al momento en su capricho pero la deja hablar:
-Tú imagínate que yo tuviera el pelo largo como tú. Pues entonces nos ponemos como si yo te fuera a dar besitos detrás. Entonces me cojo un mechón con las dos manos, te lo pongo ahí y lo voy moviendo adelante y atrás para recorrerte.
Marta cierra instintivamente las piernas como queriendo aprisionar entre ellas el cabello que Ester no tiene. Luego se imagina la escena pero al revés: es ella quien va recorriendo suavemente con un mechón de su pelo a Ester, que muerde el cojín.

81: Haciendo planes
Ester y Marta están hablando en su mesa del vagón restaurante. Es tentadora la propuesta de Ester de dejarse crecer el pelo para poder jugar con él entre sus piernas. Marta reflexiona: de un lado, no quiere negarle nada a Ester; del otro, la prefiere con el pelo corto. Acaba por coger a Ester de las dos manos y le dice:
-Yo te quiero igual con el pelo así, con media melenita, que con el pelo largo o corto. Pero me gusta más como lo tienes ahora o algo más corto porque empecé a quererte así.
-Pues bueno, ya me inventaré otra cosita rica.
-No, si yo quiero hacértelo y, en cuanto volvamos al compartimento, te pasaré el pelo por donde sea hasta dejarte temblando.
Ester se lleva las manos de Marta a la boca y se las besa:
-Es que tienes un pelo tan bonito…
-Tú también tienes algo muy bonito que me gusta mucho.
Marta se ha quedado callada y mirando a Ester. Espera que Ester adivine y, efectivamente, Ester piensa un momento y contesta entusiasmada:
-Sí. Ya sé cómo quiero que te pongas… porque el otro día, claro, cuando lo hicimos con los deditos de los pies, como me daba la risa no nos salió muy bien. Pero, mira, tú te tumbas boca arriba con las piernas separadas y yo me pongo frente a ti con un pie en el suelo y con la mano agarrada arriba donde las maletas para no caerme. Y con el otro pie te pongo el dedito gordo. Ah, y cuando quiera lo aparto y dejo caer salivita a ver si te acierto.
-Mira que te gustan las cochinadas.
Ester se ríe y ahora es Marta la que se lleva las manos de Ester a la boca para besárselas.

82: El cabello de Marta
Marta entrega a Ester la manta, le pide que se acomode en el asiento de la ventanilla de cara a la máquina y ella se sitúa en el suelo de mirando hacia Ester. Luego le separa las piernas y mete la cabeza en medio. Ester apoya los muslos en cada uno de sus hombros de Marta de modo que las piernas le caigan por la espalda y empieza a acariciársela con los talones. Pero Marta permanece quieta dejando que Ester se vaya encendiendo solita. Al cabo de un rato Ester no puede más, para y dice señalándose entre las piernas:
-Dame un besito ahí.
Marta se lo da. Y otro, y otro. Y la va recorriendo con la lengua mientras Ester, con los ojos cerrados, vuelve a acariciar la espalda de Marta con los talones pero haciendo presión para atraerla hacia sí. Marta, al sentir en la punta de la lengua el placer de Ester, también se enciende, levanta la cabeza y abre la manta con la que Ester se cubre:
-Me han entrado ganas de verte los pechos.
Se los mira y Ester abre los ojos, mira a Marta pero ve también, porque está junto a la ventanilla, que el tren está parado en medio de la nada. Vuelve a coger la manta y antes de cubrirse dice:
-Pues míramelos bien, que me los vuelvo a tapar porque hemos parado para cargar comida y agua. Pero de momento no pasa nada, podemos seguir.
Entonces Marta se coge un mechón del cabello, lo pasa entre las piernas de Ester y empieza a moverlo arriba y abajo. Ester calla y siente. Al cabo de un momento dice:
-Estoy pensando si nos podríamos poner de alguna manera para que yo te lo pudiera hacer con los pies mientras tú me lo haces con el pelo.
-Pues yo lo veo muy difícil.
-Es que te estoy sintiendo tanto -ay, ay, ay- que quiero que tú también me sientas a mí...
Marta no le hace caso y sigue. Al momento, Ester está pataleando y clavándole los talones en los riñones.

83: Salivita
-¿Te tumbas boca arriba mirando hacia la ventanilla?
Marta, obediente, se tumba flexionando y separando las piernas. Ester se sitúa frente a ella de pie entre sus piernas y empieza a acariciarle los pelillos con la planta del pie. Marta se incorpora un tanto apoyándose sobre los codos para poder contemplar el movimiento del pie de Ester:
-Me gustan tanto tus pies...
Ester apoya el talón en el suelo, y la busca con el dedo gordo mientras Marta sigue embobada mirándole el pie:
-¿Me miras un poco a los ojitos?
Marta la mira a los ojos. Ester, frotando a Marta, dice:
-Es que si te veo los ojos voy sabiendo cuánto te gusta.
-Mucho.
Al cabo de un ratito, Ester aparta el pie y dice:
-¿Te abres un poco tú misma para que te eche salivita?
Marta se abre la piel con dos dedos de la mano izquierda y dice:
-A ver si me aciertas.
Tres veces deja caer Ester saliva desde su boca y tres veces le acierta de pleno.
-¿Me acaricias también las tetitas con la planta del pie?
-¿Y después te echo también salivita a ver si te acierto en los pezoncitos?
Ahora descansan. Ester, tumbada boca arriba, tiene a Marta abrazada y Marta, con la mejilla sobre el pecho de Ester, le pasa las uñas suavemente por los pelillos como peinándoselos. Y Marta dice:
-Me ha gustado mucho llegar así, ha sido muy bonito: tú frotándome con el dedo gordo y yo acariciándote el pie.

84: Amor eterno
-Ester, estoy muy contenta de haberme subido al tren. Porque me haces muy feliz y porque todo lo que hacemos… por eso te quiero más cada día.
Y Ester contesta:
-¿Pues sabes lo que pensaba mientras te lo estaba haciendo y te miraba a los ojos para ver cuánto te gustaba? Pues pensaba lo mismo, que cada día nos queremos más. Entonces imagínate cuánto nos querremos cuando seamos viejecitas. Pero, ¿sabes qué pasará entonces? Pues que a lo mejor estamos achacosas con reuma o lo que sea y no podremos hacer algunos de nuestros inventitos.
Marta se queda pensando y dice:
-Pero con todas las cosas que nos llevamos inventadas en pocos días, seguro que entonces se nos ocurrirá algo.
Ester piensa que Marta tiene razón y se queda callada un rato. Luego dice:
-¿Nos levantamos y nos sentamos a mirar el paisaje?
Marta contesta:
-Sí, que me gusta mirar al mundo a tu lado.

85: Despertar de luz
Marta se ha despertado de la siesta y en lo primero que ha pensado ha sido en los pies de Ester y ha notado una sensación como de tenerlos aún jugando entre sus piernas. Mira a Ester y sabe que está a punto de despertar. Retira la manta, le recorre el cuerpo con los ojos y piensa en la doble suerte que tiene: por poder dar placer a un cuerpo tan precioso y por recibirlo de él. Luego le mira los pies y vuelve a pensar que los tiene muy bonitos.
Marta no le ha dicho a Ester cuánto le gusta el modo que tiene de mover los deditos de los pies cuando está en su momento de máximo placer. Teme que, si se lo dice, no los mueva o, al saberse observada, los mueva conscientemente. Seguro que Ester no sabe que los mueve. Sigue contemplándole los pies y se da cuenta, sin que se mueva, de que ya ha abierto los ojos. La mira y acude a besarla. Marta se ha propuesto que Ester mueva los deditos de los pies como a ella le gusta.
Ester abraza a Marta pidiendo otro beso y empiezan a rozarse los labios la una a la otra. Marta se sube sobre Ester, sigue rozándole los labios y luego se aparta. Marta dice:
-Mira.
Y se señala los pechos con los ojos. Ester mira y Marta está jugando a moverlos a derecha e izquierda de modo que sus pezones rocen los de Ester. Ester sonríe. Por fin Marta se deja caer, se tumba de lado junto a Ester y empieza a arañarle suavemente los pelillos. Luego dice:
-Quiero que te estés quieta y que te dejes hacer. Pero mientras te lo hago quiero que me expliques alguna historia de las tuyas, como la de tu novio.
-Pero si me interrumpías cada dos por tres.
-Pues hoy no te interrumpiré. Venga, empieza.
-Pues, pues… pues sabes lo que he pensado, que si un día nos hemos de bajar del tren, con el dinerito que tengo nos compraremos una casa muy bonita…

86: La casita
-…nos compraremos una casa muy bonita en un sitio que haga sol. O no, bueno, que haga sol y que en invierno nieve un poquito. Porque tendremos una chimenea y la encenderemos en invierno. Pondremos delante un montón de cojines y nos tumbaremos allí desnudas a mirar el fuego…
-¿A mirar el fuego?
Marta está acariciando a Ester porque quiere verla mover los deditos de los pies. Se lo está haciendo muy suavemente porque le encanta también no sólo lo que cuenta Ester sino cómo lo cuenta.
-…y llenaremos las ventanas de geranios, y delante de la casa habrá un jardín con flores bonitas. Y césped, pero el césped lo dejaremos crecer mucho porque así nos podremos tumbar encima y estará mullidito. Y lo haremos al aire libre. Si no llueve… Y si llueve también. Bueno, si llueve lo haremos si no hace frío…
Marta no tiene prisa porque siente que está disfrutando completamente a Ester: acariciándola, mirándola, escuchándola.
-…no te creas que porque sigo hablando no me gusta lo que me haces, que me está subiendo el gustito, un gustito muy suave. Ah, y llenaremos la casa de cosas bonitas. Bordaremos nuestras iniciales en las sábanas, pero no una al lado de la otra, no sino con una M y la E encima. Y ya te imaginas por qué, en plan simbolito… ¿Me lo haces un poquito con la lengua antes de que me venga el gustito grande?

87: Amores acuáticos
El abuelo acaba de encender el ordenador. Busca las pantallas del vagón 42 y, sin sentir ya el más mínimo rubor ni escándalo, se alegra de encontrárselas en acción y de ver a Marta sumergida entre las piernas de Ester. Desde que supo la historia de Ester, es su preferida, su criatura protegida, la niña de sus ojos...
El abuelo se queda escuchándola:
-Ah, y nos haremos comiditas ricas. Y el sábado nos despertaremos prontito, desayunaremos, jugaremos a lo nuestro y, después, nos pondremos el delantal y haremos la limpieza. Barrer, quitar el polvo, fregar…
Ester sigue hablando mientras Marta, manteniéndole la piel apartada con la mano, le está pasando la lengua. Mide el placer de Ester por las inflexiones de su voz y sabe que aún le queda un ratito para mover los deditos de los pies.
-¿Y sabes qué? Pues que un día, antes de que llegaras, leyendo una revista vi en un anuncio que había unas bañeras muy grandes que se llaman yacuzis con chorritos de agua que salen por todas partes. Pues pondremos una y nos pasaremos las horas allí metidas. ¿Me lo vuelves a hacer con el dedito, que quiero mirarte a los ojos?
Marta aparta la cabeza de las piernas de Ester, la mira a los ojos y ve que, si le pone el dedo, no tardará en llegar. Espera.
-Ah, y una piscina también. Y tumbonas para tomar el sol. Y como tú tienes la piel tan blanca, te pondré cremita… Y un colchón de playa… Venga, pero ponme ya el dedito.
Marta se lo pone.
-…Un colchón grande para que quepamos las dos. Y nos subiremos. Pero, si nos da por hacerlo en el colchón, habremos de ir con cuidado de movernos sin volcar… Aunque si volcamos, es igual, seguimos debajo del agua… Ay, ay, ay, ay… Marta…
Al instante Ester empieza a mover los deditos de los pies y a Marta, que la está mirando, se le cae literalmente la baba.

88: Placeres improvisados
Ester está fuertemente abrazada a Marta y temblando. Cuando se relaja, le pregunta:
-¿Qué tal lo he hecho?
-Muy bien, estabas muy mona cuando has levantado el culito y lo has empezado a mover en círculo.
-¿Eso he hecho? Pues no me he dado cuenta.
Marta no le dice que, para ella, lo mejor ha sido cómo movía los dedos de los pies. Pero le dice:
-¿Sabes lo que quiero que hagamos un día? Acostarnos puestecitas del revés. Así me dormiré abrazada a tus pies.
Y Ester contesta:
-Y yo a los tuyos, que también me gustan. Pero ahora vete pensando lo que quieres, que te toca.
Marta se pone a pensar y dice:
-Lo que quiero que hagamos… pero luego, antes de dormir, es lo que tú decías de hacerlo a lo bruto.
-¿Con besitos detrás?
-No… bueno, sí. Mira, nos empezamos a dar besitos y caricias normales y nos estamos un rato. Como nos emocionaremos mucho, nos dejamos llevar a ver qué nos sale y nos vamos poniendo según nos apetezca. Entonces seguro que nos salen solos los besitos y las caricias por todas partes. ¿Te parece bien?
-Claro, pero para ahora ¿qué quieres?

89: Las experiencias de Ester
Como a veces lo hacen a la carta y Marta se lo acaba de hacer a Ester, Ester insiste para ver cómo lo quiere exactamente Marta. Marta se frota un momento contra el cuerpo de Ester y contesta:
-¿Sabes que estoy muertecita de ganas? Y lo que quiero es que me enseñes a hacer una cosa que te vi hacer un día.
Ester la mira, piensa un momento y dice:
-¿Tú te crees que soy una maestra en esto? Yo no te enseño nada porque todo lo que sé lo aprendo contigo. Y por si no lo sabes: tú eres la primera personita con la que lo he hecho. Y, después de mis papás o del revisor que era como mi papá cuando era pequeñita, nunca nadie me había visto desnudita.
-Bueno, no te enfades.
-Si no me enfado, que contigo no me puedo enfadar.
-Pero sí que me enseñaste una cosita. A acariciarme yo sola y a ponerme dentro el dedito.
-Bueno, sí, pero eso no sirve para nada porque mientras estés conmigo, no te dejaré volver a acariciarte sola ni ponerte el dedito dentro. Y como siempre estarás conmigo…
-¿Y no podremos hacerlo un día para jugar?
-No.
Marta se conforma porque, de todas maneras, sabe que Ester siempre le producirá más placer del que se pueda producir ella misma.

90: Echar de menos
Marta está embobada pensando en las palabras de Ester. Ester le ha dicho que nunca antes lo había hecho con nadie; y que estará siempre junto a ella. Marta piensa en que, efectivamente, desde que se vieron por vez primera lo más lejos que han estado la una de la otra es cuando una de las dos estaba en el cuartito de aseo. La primera vez Marta dijo:
-Y no cierres la puerta, que a mí siempre me ha dado miedo quedarme encerrada.
-No, si yo nunca cierro. Como siempre he estado solita…
Marta se da cuenta de que se siente tan ligada que, cuando Ester se levanta para ir al cuartito de aseo, ya la está echando de menos. Por eso, porque la vuelve a sentir presente, le reconforta oírle el chorrito. Ester la saca de sus pensamientos:
-Bueno, ¿pero se puede saber qué es lo que quieres que te haga?
-Es que quiero ver si me sale lo que te vi hacer una de nuestras primeras veces. ¿Te acuerdas cuando yo te estaba acariciando y te di un beso largo; después del beso, estabas con los ojos cerrados y yo seguía. Esperaste un momento, abriste los ojos y llegaste.
-Sí que me acuerdo. Me acuerdo de que llegué porque te vi los ojos, que también los tienes muy bonitos, y esa carilla. Y porque me acariciabas muy bien, como siempre.
-Pues como tú tampoco me acaricias mal, quiero que me hagas eso a ver si yo sé llegar también al abrir los ojos.

91: Abre los ojos
Van por el segundo intento. El reto es que Ester acaricie a Marta, que se besen, que Marta mantenga luego los ojos cerrados y que, al abrirlos, llegue sin más. Ahora Ester lleva rato besando los pechos y acariciando suavemente a Marta. Marta está colorada y ha empezado a mover rítmicamente la cadera a derecha e izquierda. Marta se agarra fuertemente a Ester y le pide el beso. Ester la besa dulcemente sin dejar de acariciarla. Cuando acaba el beso Marta está aún más colorada y con los ojos cerrados. Marta se agarra fuerte a Ester, abre los ojos y le da la risa:
-Es que no me sale. Por más que me concentro no puedo.
Ester contesta haciéndose la enfadada:
-Porque no te lo tomas en serio. Házmelo a mí y verás qué fácil es. Mírame bien y aprende.
Marta obedece y se pone con el cuerpo de Ester. Repite toda la operación y cuando, momentos después del beso, Ester abre los ojos, Marta la ve irse entre sacudidas y jadeos. Cuando Ester recupera el aliento dice:
-¿Lo ves? Eso demuestra que yo te quiero a ti más que tú a mí:
Entonces es Marta la que se hace la enfadada y dice:
-Eso es mentira. Házmelo otra vez y te lo demuestro.
Ester decide darle otra oportunidad. Esta vez se esfuerza más y quiere preparar mejor el cuerpo de Marta para el momento en que abra los ojos. Por eso, tras los besos en los pechos, decide hacérselo con la lengua. Al sentirla ahí Marta da una sacudida y empieza a acariciar la espalda de Ester. Ester sigue y Marta empieza a suspirar. Ester para porque teme que Marta llegue así sin avisar y se incorpora. La mira y, al verle los ojos, comprende que sí, que esta vez Marta lo va a conseguir. Empieza a acariciarla con la mano y, en seguida, Marta le pide el beso. Se besan, Ester se aparta sin dejar de acariciar a Marta y, momentos después, Marta abre los ojos, pronuncia sonriendo el nombre de Ester y, mirándola, empieza a dar sacudidas y a gritar.
Al acabar dice:
-¿Lo he hecho bien? En el momento crítico me daba la impresión de que todo el placer me venía de tus ojos.
Ester se abraza a Marta y se tapan con la manta.

92: El catálogo de Faller
El abuelo ha pasado toda la tarde distraído en su partida de dominó del hogar del jubilado y  su compañero de partida no paraba de reñirle y con razón: que si salgo al tres y tienes el cuatro tres por qué me lo niegas cuando te pasa el cuatro, que si por qué cuadras a cincos si no tengo ni uno y por ahí no nos entrará nada...
Porque el abuelo pensaba en Ester, en todo lo que había ido contando a Marta mientras ésta la iba acariciando, en sus proyectos de tener una casa para las dos y vivir igual de felices que viven en el tren pero con más espacio para vivir su felicidad. Qué frase más tonta y más cursi esa de vivir su felicidad –piensa el abuelo- pero a lo mejor es así de sencillo.
El abuelo sigue distraído incluso cuando, al acabar la partida, los cuatro jugadores acuden a la barra a tomar sus chatos de vino. Cuatro jugadores, cuatro rondas. Ya se sabe. Al tercer chato al abuelo se le ocurre una idea y, nervioso, está ya deseando llegar a casa para empezar a ponerla en práctica.
-Ya hemos echado la tarde. Mañana, más de lo mismo.
Se despiden y el abuelo, camino de casa, da vueltas y vueltas a su idea. Al llegar, pone en marcha el ordenador, entra en la red y busca el catálogo de Faller, el fabricante de accesorios para trenes eléctricos. Tras una hora buscando y dudando de si esto o lo otro, se decide por el artículo de referencia 130280.

(retocará la casa)

93: Daños colaterales
Marta y Ester están en la ducha enjabonándose la una a la otra. Ester se pone gel en la mano y empieza a pasarla entre las piernas de Marta. Cada mañana lo hacen igual, entreteniéndose ahí algo más que  en el resto del cuerpo. Se frotan hacia delante y hacia atrás varias veces con el dedo haciendo presión para excitarse lo justo sin más. Entonces Marta dice:
-Me hace daño. Es que me duele por dentro y por fuera.
-Pues a mí también.
Ahora están desayunando y Marta dice:
-Es que ayer lo hicimos muchas veces.
Ester se pone a contar con los dedos y acaba por decir:
-Sí, muchas. Y al final nos pusimos muy salvajes. Como que me acuerdo de que me tenías de rodillas contra la ventanilla y, sin saber cómo, al momento estaba al revés, te sentía dentro el dedito y yo te estaba mordiendo los pelillos. Y luego te estabas frotando el puntito en mis labios.
-Eso lo aprendí de ti. Y con eso nos estuvimos más de una hora. Como que al final te quedaste traspuesta y casi te olvidas de darme el besito de buenas noches. Y si no me levanto a apagar la luz, se queda encendida toda la noche.
Ester se ríe y Marta dice:
-Pues hoy hemos de descansar.

94: Otra vez racionamiento
Ester estaba untando de mantequilla una tostada para Marta y se ha quedado quieta cuando le ha oído decir que han de descansar:
-¿Y eso qué significa?, ¿cómo cuando lo del racionamiento que lo hacíamos sólo una vez al día y vestiditas?
-Bueno, no. Bueno, sí, mientras nos duela lo haremos una vez al día y con cuidado. Sin meternos el dedito. Pero desnuditas, eso sí, aunque no nos desnudaremos hasta que nos pongamos. Y lo haremos con la lengua. Primero una y luego, otra. Porque si te lo estoy haciendo suave con el dedito y te mueves, te puedo apretar sin querer y hacerte daño. Ah, y nada de besitos ni caricias, ni decirnos bobaditas amorosas, que en seguida nos excitamos.
-¿Y podremos cogernos de la manita?
-Eso sí porque es de cariñito.
Ester no parece muy convencida pero sabe que, como cuando el racionamiento, Marta siempre piensa en lo mejor. Entonces dice:
-Bueno. Entonces, ¿qué haremos hoy?... Ya sé. ¿Quieres que te enseñe las muñequitas de cuando era pequeña?

95: El compartimento de las muñecas
En el mismo vagón y dos puertas más allá del suyo está el compartimento donde Ester guardaba sus muñecas y juguetes. Como hace mucho tiempo que no entraba ahí, han tenido que ir al lado, al compartimento de la lavadora, a buscar dos trapos del polvo. Ahora Marta y Ester están limpiando con cuidado todas las muñecas que estaban tranquilamente sentadas en los asientos. Al acabar, les arreglan los vestiditos y las peinan con la mano y las uñas. Y Marta pregunta:
-De todas, ¿cuál era tu preferida?
Ester coge una alta, de ojos claros y rubia, y dice:
-Ésta. Y ahora sé por qué. Porque es la que más se parece a ti.
Le levanta la blusa por detrás, aparece una ruedecita y, al girarla, le crece el pelo. Ester tiende la muñeca a Marta y dice:
-Mira, ahora tiene el pelo como tú.
Marta la mira y dice:
-Pues si quieres nos la llevamos al compartimento.
-Bueno.
Pero antes Marta mira el resto de muñecas, escoge otra morena de pelo largo, le levanta la blusa, gira la ruedecita para dejarle el pelo más corto y dice:
-Ésta también nos la llevaremos. Es la que más se parece a ti.
Antes de salir se quedan un rato balanceándose del columpio que, colgado del techo, se mueve desde la puerta hacia la ventanilla.

96: La biblioteca del tren
Marta y Ester caminan por el pasillo del tren con las dos muñecas que han escogido de entre las muchas que Ester guardaba. Marta sabe que ella misma es una muñeca que regalaron a un niño por su cumpleaños. Ester, en cambio, aunque también lo es, no tiene conciencia de ello porque su tecnología es anterior. Antes de llegar a su puerta, junto entre el compartimento de las muñecas y el suyo, Ester se para y dice:
-Vamos a entrar aquí, que es donde guardo los libros. Busco uno bonito y lo miramos.
Entran y Marta ve los asientos y la estantería para el equipaje llenos de libros ordenados. Escoge uno y es un libro de cuentos que, al abrirlo, despliega un hada entre dos páginas. Abre otro y ve figuritas coloreadas. Imagina a Ester de pequeña con lápices de colores sobre el libro y se enternece. Ester está de puntillas buscando un libro por arriba y a Marta le pasa un momento por la cabeza abrazarla desde atrás pero, como han decidido guardar castidad, se contiene. Ester encuentra el libro que estaba buscando y se lo enseña a Marta:
-Vamos a mirar este libro, que tiene muchas fotos y dibujitos.
Marta lo mira: Los secretos del universo.
Antes de salir Ester coge un estuche donde guardaba rotuladores de colores y Marta le pregunta que qué va a hacer con él. Ester contesta:
-Ya lo verás.

97: Los rotuladores
Ester y Marta están ya en su compartimento y se sientan de cara a la máquina dispuestas a hacer frente a un día de castidad para que se les pasen los dolores provocados por sus excesos. Llevan las dos muñecas que han cogido, el libro de Los secretos del universo y un estuche con rotuladores de colores. Ester le pregunta a Marta:
-¿A qué hora lo haremos?
-Si nos podemos aguantar, después de la siesta.
Ester mira el reloj y dice:
-Pues si que falta. Aún no son las diez.
Luego Ester abre el estuche, busca un rotulador marrón, coge la muñeca rubia, le levanta la falda y empieza a pintarle rayas entre las piernas. Marta no puede contener la risa y dice:
-¿No le estarás pintando los pelitos?
-Pues claro.
Al acabar, coge la muñeca morena, un rotulador negro y también la pinta. Luego le mueve las articulaciones hasta dejarla con las piernas flexionadas y separadas y los brazos abiertos hacia arriba como esperando un abrazo. La deposita tumbada y con la falda levantada en el asiento de enfrente. Marta no puede parar de reír pero Ester sigue a lo suyo. Coge la muñequita rubia y le mueve las articulaciones como para dejarla a cuatro patas. Luego la pone del revés sobre la figurita morena. Mueve un poco la articulación de la cabeza de la figurita morena hasta dejarle la cara pegada entre las piernas de la rubia y le cierra los brazos para que la abrace por la cintura. Por fin, coge la muñequita rubia, le divide en dos el pelo para que cada mechón caiga por cada una de las piernas de la morena y le baja la cabeza hasta dejarla bien enganchadita. Luego dice:
-Ya que no podemos hacerlo nosotras, que lo hagan ellas.
Después coge el libro, lo abre y dice:
-Ahora verás qué libro más bonito.

98: El universo
Marta y Ester están sentadas de cara a la máquina castamente cogidas de la mano y con el libro de Los secretos del universo sobre las piernas. En el asiento de enfrente las dos muñequitas parecen estarse chupando. Ester se mira el reloj y ve que aún son las diez y cuarto. Luego pasa una página del libro y dice:
-Aquí están todos los planetas que dan vueltas alrededor del sol. Mira qué grande es Saturno y qué pequeñita la Tierra. ¿Te imaginas estar en Saturno? Ah, y me sé todos los planetas.
Ester pone la mano encima, cierra los ojos para que Marta no crea que lo está leyendo y recita:
-Mercurio, Venus… Neptuno y Plutón.
Pasa a otra página y dice:
-Mira, todo esto son estrellitas.
De pronto se oye traquetear el tren sobre un cambio de agujas, Ester se queda callada mirando por la ventanilla y ve que entran en un tramo de doble vía. Marta pregunta:
-¿Pasa algo?
-Que seguramente nos vamos a cruzar con otro tren.

99: Laura
Las dos muñequitas siguen inmóviles una sobre la otra puestas del revés mientras Ester y Marta, que guardan castidad, siguen mirando las fotos y los dibujos del libro Los secretos del universo. Hace ya diez minutos que el tren ha entrado en un tramo de doble vía. De pronto la locomotora silba y Ester presta atención. Se oye el silbido más lejano de otra locomotora que responde. Ester dice:
-Es el convoy 102.
A Marta los dos silbidos le han parecido iguales pero Ester se ha levantado rápidamente, ha bajado la ventanilla, ha sacado la cabeza y está saludando con la mano. Marta se levanta también y oye aproximarse el otro tren. Cuando la otra locomotora está a punto de cruzarse con ellas, Ester grita:
-Adiós, adiós, señor maquinista.
Y el maquinista le responde haciendo silbar la locomotora. Ester saca aún más la cabeza mirando hacia los vagones que aún no se han cruzado con el suyo y se pone a agitar la mano y a gritar:
-¡Hola, Laura, hola!
Al momento Marta oye otro grito que se va acercando:
-¡Ester, Ester!, ¡Hola, Ester!
-¡Laura, hola, Laura, Laura, besitos y recuerdos a tus papás!
-¡Adiós, Ester, muchos besitos, adiós, adiós!
-¡Adiós, Laura, adiós!
Ester mira alejarse el convoy 102 y se queda en la ventanilla hasta que desaparece de su vista. Luego se vuelve a sentar y dice:
-Era Laura, una amiguita mía.
Y Marta, celosa, contesta:
-No, si ya me he enterado, ya, de que se llamaba Laura. Con los gritos que dabas… ¿Y sois muy, muy amiguitas?
Con retintín en la palabra amiguita.

100: Laura y Ester
El convoy 89 se acaba de cruzar con el convoy 102 y Marta está celosa de Laura, una amiga a la que Ester ha saludado mientras se cruzaban los trenes. Y Ester le explica:
-Pero si somos amigas desde que éramos pequeñitas. Porque resulta que una vez…
Marta se pone cómoda porque sabe que, tal como cuenta las historias Ester, hay para un rato.
-…el revisor que era mi papá mandó parar el tren en un pueblo grande para ir a comprarme ropita. Entonces llegamos y, en el mismo momento, llegaba otro tren que venía en sentido opuesto y también se paraba.
-¿El convoy 102?
-Sí. Y cuando me bajaba del tren de la mano de mi papá una niña se bajaba del otro tren también con sus papás y, mientras andábamos por el andén, ella y yo nos pusimos a hablar de cosas de niñas que si patatín que si patatán. Entonces mi papá me dijo que acabáramos de hablar porque habíamos de ir a comprar ropa y los papás de la otra niña…
-¿Laura?
-Sí, Laura. Pues los papás de Laura dijeron que qué casualidad, que ellos también iban a comprar ropa para Laura. Entonces fuimos todos juntos y, al llegar a la tienda Laura y yo… Ah, y el jefe de estación nos había dado unas piruletas. …entonces en la tienda nos pusimos a jugar al escondite y nuestros papás nos buscaban para probarnos la ropita y no nos encontraban. Y luego, al volver hacia la estación había unos caballitos y nos montamos. Y así nos hicimos muy amiguitas y luego ya, al despedirnos, nos dimos muchos besitos, pero besitos de niñas pequeñas. Entonces nos subimos al tren y nos dijimos adiós con la mano.

101: Celos de Laura
Marta estaba pidiendo a Ester celos de Laura, la amiga que ha saludado al cruzarse con el convoy 102, y Ester le ha contado cómo la conoció cuando era pequeña. Y Marta pregunta:
-¿Y si un día paramos en una estación y nos la encontramos?
-Pues le diré que tú y yo también somos amigas.
-¿Y ya está?
-Bueno, le diré que somos amigas de estarnos todo el día desnudas dándonos gustito.
-¿Y si quiere que también le des gustito a ella? Como sois tan amiguitas…
-Pues no, porque yo sólo te doy gustito a ti y sólo me desnudo contigo. Además, te voy a contar un secreto pero no se lo cuentes a nadie. ¿Me lo prometes? Pues resulta que hace dos años en el convoy 102 pusieron a un chico muy guapo de maquinista. Entonces, la penúltima vez que nos cruzamos… Laura siempre está en el vagón 17 pero ese día, ¿a que no sabes dónde estaba? Pues en la máquina. Y con una mano me saludaba mientras con la otra, ¿sabes lo que hacía? Pues se tapaba las tetitas. O sea que estaba desnuda. Y el maquinista estaba muy arrimadito detrás de ella, que seguramente la tendría enganchadita y estaría dándole gustito.
Marta se queda más tranquila.

102: Impaciencia
Marta le pregunta a Ester:
-¿Aún te duele?
Ester se toca y contesta que sí, que aún le duele. Marta dice que a ella también. Ester mira el reloj y Marta le dice que cuanto más lo mire más despacio se le pasará el tiempo. Porque han decidido esperar hasta después de la siesta para hacerlo y aún no son las doce. Ester vuelve a abrir el libro de Los secretos del universo:
-Mira, esto es un eclipse. La luna se pone en medio entre el sol y la tierra y se hace de noche como si la tierra entrara en un túnel.
 Pasa la hoja y dice:
-Uy, esta página es muy difícil. Son estrellas que explotan, supernovas o agujeros negros, no sé.
En el asiento frente a ellas siguen las dos muñecas tal como las había puesto Ester, como si se estuvieran chupando la una a la otra. Marta se reía mucho al ver cómo Ester les pintaba pelillos entre las piernas y las ponía en esa postura, pero ahora no puede parar de mirarlas una y otra vez. Y cada vez que las mira se va encendiendo más y más. Espera a que Ester vuelva a mirar el reloj y, entonces, le cierra el libro, lo deja en el asiento junto a las muñecas, se tumba a lo largo mirando a Ester y, mientras le desabrocha el botón superior de la blusa, le dice:
-Son las doce. Podemos estar dándonos besitos y caricias hasta las doce y media y luego, hasta la una, lo hacemos con mucho cuidadito y como te he dicho a la hora del desayuno, sólo con la lengua.

103: Olisqueando
Marta ha ido besando a Ester mientras le desabotonaba la blusa y le quitaba el sostén. Ha acabado dejándola desnuda de cintura para arriba y le está besando los pechos mientras Ester le acaricia el pelo. Ester dice:
-¡Qué ganas tengo de que ya no nos duela para poder hacerlo a lo bruto y ponernos el dedito dentro!
Marta contesta:
-Al menos hoy y mañana lo hemos de hacer así. Y en adelante, a ver si no lo hacemos tan a lo bruto que luego ya ves, nos duele.
Ester se conforma. Marta le ha desabrochado el cinturón y los botones de los pantalones. Se levanta, le quita los zapatos y tira de los pantalones desde abajo. Ester levanta el culito del asiento y Marta le quita los pantalones con cuidado de no arrastrar también las braguitas. Marta dice:
-Lo más bonito para después.
Porque ha dejado a Ester con las bragas y los calcetines puestos. Los lleva a juego: de color blanco con cachorros de gato amarillos estampados. Ester sigue sentada, Marta vuelve a tumbarse y empieza a pasarle la lengua por el ombligo. Ester aprovecha un momento en que Marta para, le coge un mechón de pelo y, apartándose la goma de las braguitas, lo deja caer dentro. Marta acude a las braguitas de Ester, le mantiene la goma apartada del cuerpo y se pone a olisquearla. Ester dice:
-Lo tengo limpito, ¿no?
-Y muy rico.
Ester dice:
-Pues a ti, cuanto más deseosa te pones, mejor te huele.

104: Antes de comer
Ester y Marta lo han hecho muy bien. Marta ha propuesto que, como tenían tantas ganas, lo hicieran todo muy despacio y que durase para, después, acabar intensamente. Así quizá podrían aguantar sin hacerlo toda la tarde y ya a la noche decidirían si repetir. Acto seguido han estirado los asientos para convertir todo el compartimento en una cama y se han puesto en la labor. Más de un cuarto de hora ha estado cada una de ellas con la lengua dando placer a la otra. Ester sólo ha parado un momento para decir:
-No sé si me gusta más que me lo hagas o hacértelo yo a ti.
-Eres una copiona porque eso te lo dije yo el día después del racionamiento.
Marta, en cambio, no ha despegado un solo instante su lengua de Ester. Y cuando Ester llegaba ha estado disfrutando del movimiento involuntario de los deditos de sus pies. Tanto le gusta que lo ha sentido muy adentro. Se confiesa que ha estado a punto de llegar ella también sin que siquiera Ester la tocara: sólo mirándole los pies al tiempo que la oía pronunciando su nombre entre suspiros.
Ahora ya han comido y vuelven al compartimento dispuestas a hacer la siesta.

105: Las muñecas
Marta y Ester vuelven de comer, abren la puerta del compartimento y Marta pregunta:
-¿Dónde están las muñecas?
Ester contesta:
-Al mover los asientos antes las he puesto justo debajo de la ventanilla tal como estaban.
-Pues alguien ha entrado aquí y se las ha llevado.
-No puede ser. Desde que estoy en este tren aquí sólo he entrado yo, el revisor y tú. Seguramente las muñecas se habrán ido a dar una vuelta.
-Claro, ellas solitas…
Ester no le da más importancia pero Marta las busca. Se sube a los estantes donde están las maletas, mueve los bultos de sitio, mira todos los rincones y nada.
-Anda, ven, túmbate conmigo a hacer la siesta.
-¿Y las muñecas?
Marta busca y rebusca sin encontrarlas. Sin esperanza ninguna de que estuvieran ahí, abre la puerta del cuartito de aseo y da un grito de sorpresa. Ester acude y a las muñecas. Están sobre la tapa del váter. La morena tumbada boca arriba y la rubia de medio lado abrazándola por la cintura. Y Marta dice:
-Así es como nos ponemos nosotras para dormir. Alguien nos ha visto durmiendo  y las ha puesto así para gastarnos una broma.
Y Ester contesta:
-Seguro que no, que se han puesto así ellas solitas. Ya te dije que en este tren pasan cosas raras.

106: Recuperadas
Ester y Marta han pasado dos días de semicastidad porque les dolía todo. Marta había propuesto que lo hicieran sólo una vez diaria y han acabado haciéndolo tres. Siempre muy suave y sin llevar la lengua más allá del bultito.
Marta ha acabado convencida de lo que decía Ester, de que las muñecas se mueven a su aire y aprovechan cuando nadie las mira para cambiar de sitio o de postura. Y son graciosillas: estaba la muñeca rubia en un rincón con la mano por debajo de la falda de la morena y Ester había empezado a pasarle la lengua a Marta. Al acabar, Ester dijo:
-Mira.
Y las dos muñequitas estaban sentadas una junto a la otra mirando hacia ellas y con los brazos con las palmas casi juntas como si aplaudieran.
Marta, después de reírse, dijo:
-Hasta ellas saben lo bien que me lo has hecho.
Ahora Marta y Ester se han despertado, se han dado el besito de buenos días y se han dicho que se quieren. Marta se pone la mano entre las piernas, hace un poco de presión y dice:
-Ya no me duele.
Ester comprueba que a ella tampoco le duele y Marta dice:
-Hemos de ponernos el dedito con cuidado para mirar si tampoco nos duele dentro. Y no hace falta que nos demos gustito.
Hasta en eso se complementan. Como Marta es zurda, tumbada de medio lado puede acariciar a Ester con la mano izquierda mientras Ester, diestra, se lo hace con la derecha. Ahora cada una de ellas mira cómo la otra le va introduciendo lentamente el dedito.

107: A la ducha
Marta y Ester están tumbadas de medio lado. Cada una de ellas tiene el dedito puesto dentro de la otra para comprobar si aún les duele. Marta dice:
-Ahora vamos a moverlo en círculo a ver qué. Despacito, que no hace falta que nos demos gustito.
Lo mueven, comprueban que no les duele y siguen moviéndolo. Ester dice:
-¡Qué ganas tenía! Ahora ya podremos hacer de todo a todas horas.
-No te aceleres, que algo de cuidadito hemos de llevar. Ya has visto lo que nos ha pasado por hacerlo a lo bruto como dices tú.
-Pues es verdad. Pero, ¿sabes qué?: que estoy muy contenta. ¿Y sabes por qué?: pues primero porque contigo siempre estoy muy contenta y segundo porque yo te quiero igual si lo hacemos sólo tres veces al día como si no paramos.
Marta acerca sus labios a los de Ester. Al acabar el beso Ester propone:
-¿Y si continuamos en la ducha? Tú me lo hiciste una vez pero yo aún no te lo he hecho nunca.
-Pues cuando me lo estés haciendo me agarras fuerte por la cintura por si resbalo. Y cuando esté llegando, aún más fuerte porque, seguramente, me temblarán las piernas.
Se sacan el dedo, se lo chupan y entran en el cuartito de aseo.

108: El mes
Ester y Marta lo acaban de hacer en la ducha como Marta se lo había hecho a Ester días atrás. Una apoyada con las manos contra la pared y con las piernas separadas mientras la otra, a su espalda, la iba recorriendo con la mano por entre las piernas entreteniéndose aquí o allá. Ahora se están secando con la toalla la una a la otra. Y Ester dice:
-Me parece que hoy me bajará el mes.
Y, como van tan sincronizadas, Marta contesta:
-Me parece que a mí también. Pero eso no impedirá…
-No. Y aún menos hoy.
Se acaban de peinar y Ester va donde los bultos, coge una bolsa, la abre y saca dos tampones. Le introduce uno a Marta y Marta le introduce el otro. Se visten, se cogen de la mano y se dirigen hacia el vagón restaurante.
En mitad del pasillo Ester dice:
-Estaremos muy monas con el hilillo ahí colgando entre las piernas.
-Monísimas.
Entran al vagón restaurante con su sonrisa de todos los días saludando a todo el mundo y, al verlas, Claire, la camarera, se mira el reloj y, envidiosilla, piensa:
-Por la hora en que aparecen estas dos ya se habrán dado un buen meneo.

109: Dulzuras
Mientras Marta y Ester estaban cogidas de la mano mirándose frente a frente como suelen hacer al acabar de desayunar, Claire se les ha acercado un momento:
-Ya me empiezan a salir los pelitos, pero me pica un poco.
 Y se ha rascado. Ester le ha dicho:
-No te preocupes. Ya verás cómo, en cuanto los tengas algo más creciditos, ya no te pican.
Por fin vuelven a su compartimento. Tras los dos días de semicastidad estaban ya deseando volver a su rutina de llegar del desayuno y desnudarse sin más. Se tumban, Ester se pone de medio lado apoyada en el codo y dice:
-Hoy estoy muy tierna y mimosina. Por eso quiero que me digas una cosa: ¿verdad que nos queremos mucho?
-Pues claro. Muchísimo. ¿No ves que estamos todo el día pegaditas la una a la otra.
-Pues es verdad.
Entonces Marta mira a los ojos de Ester y dice:
-¿Me dices al oído alguna de esas dulzuritas que tú sabes?
Ester se acerca al oído de Marta y dice:
-Me gustó mucho cuando me arañaste. Fue un desparrame muy bonito, el tuyo y el mío.
-¿Y eso es una dulzurita? Si te dejé la espalda destrozada…
-Pero me hiciste sentir muy tuya. Porque todo mi cuerpo es tuyo.
-Y el mío también. Desde los deditos de los pies hasta las raíces del pelo.
-¿El ombliguito también?
-Y los intestinitos.
-¡Tonta!
-¡Boba!
El tren entra en un túnel.

110: 130280
El abuelo acaba de salir de la oficina de correos con su paquete en la mano y camina impaciente por llegar a casa y abrirlo. Piensa ponerse a trabajar en seguida. Como a esas horas su nuera ya habrá acabado con la limpieza y andará con la compra, podrá meterse en el pequeño cuartito que utiliza de taller y nadie le molestará. Si Ester quiere su casa, tendrá su casa –piensa- con su piscina, su yacuzi y lo que haga falta; ya buscaré un espacio en la maqueta, pondré una plataforma plana de escayola y la casa, encima.
Ya en su tallercito el abuelo abre el paquete y se queda mirando la foto de la casa en miniatura: de tipo suizo, tejado a dos aguas con su chimenea y hasta un nido de cigüeñas. Planta baja, piso principal, buhardillas arriba...
Antes de abrir la caja dispone sobre la mesa todo lo necesario: la cola, el cúter, papel de lija... y apunta ya la hora en el cuaderno. Porque todos los aficionados a las maquetas miden el tiempo de trabajo para construirlas.
Y para la piscina –sigue pensando- habrá que poner un circuito cerrado de agua y ya ellas se las arreglarán con el cloro y los filtros. Ah, bueno, y habrá que poner la casa en algún lugar de verano cálido para que se bañen en la piscina y de invierno con algo de frío para que puedan encender la chimenea y jugar a lo suyo frente a ella. Y cámaras no, no le pondré cámaras dentro para ver cómo les va. Porque seguro que serán felices.

111: Caricias con los pies.
El tren sigue atravesando el túnel mientras Ester y Marta siguen tumbadas. Llevan más de una hora sin pasar a mayores, sólo mirándose y diciéndose palabras de amor. Han estado dos días esperando para hacerlo sin limitaciones y ahora, conscientes de que ya no las tienen, parece como si quisieran esperar y disfrutarse en la espera.
Llevan cinco minutos calladas, mirándose a los ojos y acariciándose los pies con los pies. Marta rompe el silencio y dice:
-También es muy bonito lo que nos decimos sin hablar.
Ester se para a pensar y contesta:
-Sí, yo veo que me quieres sólo mirándote a los ojos.
-Y yo veo que me quieres aunque estemos las dos con los ojos cerrados.
-Tú también sabes decir cosas muy bonitas.
-Pues a ver si sabes de quién las aprendo.
La muñeca rubia ha estado un buen rato tumbada boca arriba y abrazando a la morena, que estaba encima. Ahora están las dos sentadas con las manos juntas y parecen mirar a Marta y Ester.
El tren sigue en el túnel y Ester y Marta continúan mirándose y acariciándose los pies con los pies.

112: Antes de comer
Son las 11 y Marta y Ester siguen mirándose enamoradas. Ester no siente, como los días anteriores, el estorbo del reloj que parecía frenar el paso del tiempo sólo para retrasar sus placeres y acumularles el deseo hasta límites casi insostenibles. Ester no tiene prisa y Marta parece no tenerla tampoco. Se saben con el cuerpo libre y disponible para la otra pero, de momento, se disfrutan los ojos. Y Ester dice:
-¿Te imaginas que llegáramos así quietas y sólo con miraditas?
Marta contesta:
-¿Y lo bonito que es ver cómo mueves ese cuerpecito cuando te mueres de placer?, ¿y sentirte la lengua?
Ester se queda pensando que Marta, como siempre, tiene razón; Marta, por su parte, recuerda que hace dos días estuvo efectivamente a punto de llegar sólo con los ojos. Fue mientras miraba ese movimiento tan gracioso de los deditos de los pies de Ester.
Vuelven a callar y a mirarse y, al cabo de otro rato, Marta acaricia la mejilla de Ester y dice:
-Me parece que nos vamos a tener que poner ya. Si no, nos va a dar la hora de comer sin hacerlo. Imagínate que luego llegamos al vagón restaurante y, mientras estamos comiendo, nos entran los ardores.
Ester se ríe imaginando la escena y contesta:
-Es que estás en todo.
Y Marta le dice rodeándola con el brazo y atrayéndola:
-Pues empezamos dándonos besitos de los de rozarnos los labios y luego vamos improvisando.

113: Sueños
Ester y Marta se han cambiado el tampón la una a la otra, Ahora apagan la luz, se meten bajo la manta, se dan el besito de buenas noches y buscan la postura. Como siempre, Ester duerme boca arriba y Marta, de lado y abrazándola por la cintura.
Marta y Ester están dormidas y respiran acompasadamente. Las muñecas, aún en la oscuridad, van a lo suyo: la morena, arrodillada con las piernas separadas, apoya las manos contra la ventanilla; bajo su falda tiene la cabeza de la rubia.
 Ester, en medio de su sueño, separa instintivamente las piernas desplazando un poco a Marta. Marta, siempre dormida, vuelve a buscar la postura y lleva inconscientemente la mano entre las piernas de Ester. Ester, como sigue dormida, no se da cuenta de que Marta ha empezado a recorrerla mientras le besa los pechos. Marta, como sigue dormida, no se da cuenta de que a Ester se le va acelerando la respiración y le salen gemiditos pequeños de dentro de la garganta.
A la mañana siguiente se despiertan las dos al unísono, se dan el besito de buenos días y se dicen que se quieren. Ester se restriega los ojos y dice:
-¿A que no sabes lo que he soñado esta noche?
Marta se para a pensar y contesta:
-Que yo te acariciaba.
-¿Cómo lo sabes?
-Pues porque yo he soñado lo mismo.
Ahora es Ester la que piensa por un momento y luego pregunta:
-Si lo hacemos soñando, ¿también vale?

114: Sin tabúes
Mientras Marta y Ester, de vuelta del desayuno, se están desnudando, Ester dice:
-¡Qué bien nos salió todo ayer! Lo hicimos menos veces que otros días pero mucho más rato y más bonito.
Marta contesta:
-Y además, improvisando, sin decirnos ponte así o asá para hacer esto o aquello. Y acabamos haciendo de todo. Bueno, menos ponernos el dedito. Como estamos con el mes…
Se tumban. Marta ha decidido, sin decirle nada a Ester, que hoy va a ser diferente. Lleva días pensando en lo agradecida que le está por ser como es: espontánea, bondadosa, entregada, llena de inocencia… Es cierto que los placeres los van descubriendo juntas pero, si no fuera por esa espontaneidad de Ester y por su falta de tabúes…
-¿Por qué no te puedo dar un besito ahí si te quiero?
…si no fuera por eso para Marta seguiría cerrada esa puerta. Marta ve que Ester ha sabido hacer que dejara atrás sus remilgos iniciales y ahora no hay día en que no se besen en esas zonas que –¡cuánta razón tenía Ester!- no han de estar prohibidas.
Marta, mientras la mira, no puede evitar imaginar que está dándole ese beso a Ester y que Ester muerde el cojín y se retuerce de placer. Está a punto de cogerla con fuerza y sumergirse en su cuerpo pero se tranquiliza porque sabe que antes Ester necesita, y ella también, sus palabritas amorosas.
De todos modos, hoy tiene unos planes muy precisos para el cuerpo de Ester.

115: Música
Ester y Marta están tumbadas. Marta está de medio lado mirando a Ester a los ojos y Ester le dice:
-¿Sabes qué?: que te quiero. Que aunque se me note que te quiero en los ojitos o en las manos o en el ombligo, me gusta decírtelo: te quiero.
Marta no puede evitar besarla dulcemente. Ester sabe emocionarla. Y además, es divertida. Marta no para de encontrarle motivos para quererla. Y por si fuera poco, a Ester le gusta hablar y a Marta, escuchar.
-¿Te acuerdas de cuando te conté que nos compraríamos una casita llena de cosas bonitas? Pues me olvidé de una muy importante.
Ester levanta el dedito como para insistir:
-Importantísima. ¿Y sabes lo que es? Un aparatito para escuchar música. ¿Y sabes para qué? Para que bailemos las dos. Y bailaremos cogiditas y muy arrimaditas. Vestidas, eso sí, y muy decentes aunque estemos en nuestra casa. Y luego ya, si acaso nos ponemos tontas, pues ya nos iremos desnudando. Y mientras bailemos estaremos todo el rato dándonos besitos.
Marta pregunta:
-¿Y estaremos todo el rato arrimaditas y dándonos besitos? ¿Y nos desnudaremos la una a la otra?
Ester contesta:
-Porque claro, de tan arrimaditas como estaremos y dándonos besitos en los labios, pues nos entrarán ganas de desnudarnos. ¿No?
Y Marta vuelve a preguntar:
-Pues si tan arrimaditas estamos y, además, dándonos esos besitos, ¿me quieres explicar por dónde pasaré la mano para irte desabrochando los botones de la blusa y empezar a desnudarte?
Ester se queda pensando y acaba por contestar:
-Como eres tan lista ya se te ocurrirá algo.

116­: Saliva
Marta no se lo ha dicho, pero tiene preparado un experimento para hacerle a Ester y compensarla por lo mucho que ha aprendido con ella. De momento juegan inocentemente. Marta ha estado tumbada de espaldas mientras Ester la recorría con mordisquitos desde los talones hasta los hombros. Luego Ester se ha tumbado sobre su espalda y ha estado moviendo los pechos como para darle un masaje. Ahora han cambiado de posición y es Ester la que está tumbada boca arriba y Marta sobre ella moviendo el pecho a derecha e izquierda para jugar a rozarse los pezones. Marta dice:
-Abre la boca.
Ester abre la boca, Marta acumula saliva y la deja caer dentro de la boca de Ester. Luego dice:
-Sé que te gustan estas cochinaditas.
-Mucho.
Ester acaricia con sus manos la espalda de Marta y con los pies le acaricia las piernas. Marta sigue moviendo los pechos como si con sus pezones quisiera besar los de Ester. Y Ester dice:
-¿Sabes qué? Pues que hoy estoy romántica.

117: Romanticismos
Ester está debajo de Marta y Marta está quieta. Tiene las manos apoyadas en los hombros de Ester y el pecho lo suficientemente separado como para que los pezones de una y otra se estén rozando. Ester acaba de decir que está romántica y Marta le está prestando atención:
-¿Sabes de qué me estoy acordando? De cuando nos conocimos, que entraste en el compartimento cuando me estaba secando el pelo envuelta en la toalla, me la quitaste y me quedé desnuda.
-Pero eso no fue así. Primero nos miramos a los ojos, luego me dijiste que te llamabas Ester y yo te dije que me llamaba Marta. Y luego, ya…
-Y yo, al acabar de secarme el pelo, ya me quería poner a hacerlo, pero tú dijiste que primero fuéramos a desayunar.
-Porque me daba un poco de miedo. Además, ¿sabes una cosa? Que yo pensaba que dos chicas no lo podían hacer. O sea, no es eso, es que pensaba que si se desnudaban y se ponían a hacerlo no les vendría el gustito. Pero en cuanto te vi la primera vez, o sea, sólo de verte los ojitos, ya sabía que tú y yo nos volveríamos locas la una a la otra.
-Yo también. Mientras nos preparábamos las tostadas ese día y te miraba ya sabía que la primera vez que lo hiciéramos nos saldría muy bien.
-Yo te miraba y pensaba que quería volver a verte desnuda. Y también quería que tú me vieras desnuda a mí. Aunque me daba un poquito de vergüenza. Y ahora, ya ves, sólo quiero que estemos desnudas las dos.
-Y nos salió muy bien la primera vez, ¿verdad?
-Ya te digo que yo pensaba que dos chicas no podían darse gustito pero en cuanto te sentí la mano rodeándome por la espalda… Y aún me acuerdo de los gritos que daba la primera vez que te sentí la lengua. Ah, y tú los primeros días me tenías preocupada porque eras muy sosa: yo sabía que sentías placer pero a veces ni gritabas ni suspirabas. Luego ya aprendiste lo de ay, ay, ay y a gritar y a decir lo de ¡Marta!, ¡Marta! con esa vocecita tuya.
Ester se ríe, atrae a Marta hacia sí y la besa. Al acabar, mira a Marta y dice:
-¿Quieres ver cómo me sé poner escandalosa? 

118: Sorpresas
Ya van dos días seguidos que Ester y Marta se quedan encantadas entre sus cariños y sus palabras de amor y el reloj va avanzando. Marta se da cuenta de que, si no se ponen ya, llegarán muy tarde a comer. Y como le tiene preparada una sorpresita a Ester, la abraza, se besan y se van moviendo hasta que quedan situadas en la posición que quería Marta para sorprender a Ester. Ahora es Ester la que está sobre Marta. Marta mira a Ester y se fija en que detrás de ella, arriba, de los estantes donde tienen las bolsas y las maletas asoman, una junto a la otra, las cabezas de las dos muñequitas que parecen mirar hacia ellas. También las muñecas –piensa Marta- están pendientes de lo que hacemos. A lo mejor si no nos ven hacerlo no se ponen ellas.
Hace un momento, recordando su primer día, Marta le había dicho a Ester que las primeras veces era algo sosa porque lo hacía en silencio y Ester le había contestado:
-¿Quieres ver cómo me sé poner escandalosa?
Ahora Marta dice:
-Pues la verdad es que sí, que quiero que te pongas escandalosa.
Marta quiere a Ester bien encendida para el invento que le tiene preparado y, por más que corra el reloj, no piensa hacerle las cosas a toda prisa: si llegan tarde a comer, pues llegan tarde. Y tampoco importa si luego no da tiempo de que Ester se ponga con ella. Tiene toda la tarde, y toda la vida, por delante.

119: Preliminares
De momento Marta va encendiendo lentamente a Ester para tenerla bien preparada y que salga de la mejor manera lo que tiene pensado hacerle. La tiene encima, le acaricia la espalda y luego empieza a besarla rozándole sólo los labios. Ya sabe lo que a Ester le gustan los besitos intensos y con lengua pero se hace esperar. Hasta que Ester se aparta, se mete el dedo en la boca para mojárselo y empieza a pasarlo por el labio inferior de Marta. Marta juega a mordérselo mientras le recorre con un dedo la columna vertebral. Ester la mira y, como sabe lo que pasará cuando a Marta se le acaben las vértebras, espera quieta. Luego, al sentir que el dedito de Marta llega y empieza a dar vueltas, sonríe y, amorosa, pone la mejilla en el pecho de Marta. Marta siente cómo el corazón de Ester se va acelerando pero no para de dar vueltecitas con el dedo. Ester levanta la cabeza y ahora sí, busca el beso con lengua de Marta y Marta se lo da.
Marta también conoce a Ester por el olor y sabe cómo está. Además, se lo lee en los ojos. Del mismo modo que le lee una tranquilidad total, como si estuviera diciendo: sé que me voy a poner escandalosa, muy escandalosa, pero no tengo prisa; tú misma.
Marta empieza a flexionar lentamente el muslo derecho situándolo entre las piernas de Ester.

120: Más preliminares
Ester está encima de Marta y mirándola. Le sonríe y se muerde el labio inferior mientras Marta le va insertando el muslo entre las piernas. Ester, que le hizo lo mismo a Marta hace unos días, recuerda que a las dos les gustó mucho y espera hacerlo muy bien y estar a la altura. Mientras se mueve para quedar en posición, mira a los ojos a Marta e intuye, no sabe por qué, que le tiene algo preparado. Ahora está arrodillada con una pierna a cada lado del muslo de Marta. Deja caer su cuerpo hacia delante y le apoya las manos en los hombros. Luego hace fuerza hacia atrás y, presionando mucho, empieza a frotarse contra el muslo de Marta. Marta le dice:
-Hazlo más suavito. Si no, luego te dolerá.
Ester obedece y sonríe a Marta porque siente el mismo placer que hace un momento cuando lo hacía con fuerza. Se mueve rítmicamente y Marta piensa que no sólo tiene un cuerpo bonito sino que lo mueve muy bien. Con el torso arqueado hacia atrás y quieto, va moviendo sólo la cadera lentamente, adelante y atrás contra el muslo de Marta y sin variar de intensidad el ritmo.
A Marta le sorprende cómo está sintiendo Ester. Sigue con su vaivén, sigue con un ritmo uniforme pero como si fuera por una montaña rusa: ahora gime, luego gime más fuerte y parece que vaya a llegar, luego se mueve callada, vuelve a gemir, vuelve a callar… Marta abre la boca y mira a Ester. Ester sabe lo que ha de hacer: sin dejar de moverse, acumula saliva en el centro de los labios y la deja caer dentro de la boca de Marta. Al próximo movimiento Ester dice:
-¡Marta!
Pero sigue moviéndose tranquila.

121: Muslos y piernas
-¡Marta, ay, ay, ay!
Otro vaivén suave de Ester por el muslo de Marta. Marta sabe que le queda poco pero ve que Ester sigue moviéndose. Y sin variar el ritmo desde que ha empezado.
-¡Ay, ay, ay, Marta, Marta…!
Marta le tiene puestas las manos en las mejillas y Ester sigue. Marta le ve un brillo en los ojos y, al instante, Ester le acerca la cara buscando un beso. Antes de dárselo Marta se lleva la cabeza de Ester al hombro y le dice al oído:
-Cuando llegues, no pares, tú sigue moviéndote. ¿Me oyes?
Ester no puede hablar porque en este momento está mordiéndole el hombro pero dice que sí con la cabeza. Marta se deja morder y luego busca los labios y la lengua de Ester para disfrutarle el placer que está sintiendo. Ester le revuelve la lengua a lo loco dentro de la boca y, en seguida, se pone a mover nerviosamente la cabeza a derecha e izquierda arrastrando la de Marta. Marta la abraza por la espalda y nota que está temblando. Pero Ester le ha hecho caso y, aun en medio del placer máximo, ha seguido moviéndose sin parar.
Marta se pregunta si en esa posición casi de rodillas y con el empeine contra el suelo, Ester también habrá movido los deditos de los pies.
Ester vuelve a estar con las manos apoyadas en los hombros de Marta y sigue moviéndose con el muslo de Marta entre las piernas.

122: Doble placer
Ester está quieta encima de Marta con la mejilla apoyada en su hombro. Y dice:
-¿Verdad que nos ha gustado mucho?, ¿a que nos ha salido muy bien?
Marta contesta:
-¿Sabes que es verdad lo que decías de que es muy bonito hacerlo a lo bruto?
Ester sonríe y luego dice:
-Y nunca lo habíamos hecho así, sin parar siquiera un momentito a descansar.
Ésa era la idea que llevaba Marta en la cabeza, que Ester, frotándose contra su muslo, llegara dos veces seguidas. Y ha salido bien, mucho mejor de lo que esperaba; porque Marta pensaba limitarse a dar placer a Ester y, en cambio... Tras llegar la primera vez Ester ha seguido moviéndose dos o tres minutos sin que pareciera que estuviera sintiendo. Luego ha ido recorriendo el cuerpo de Marta con los ojos hasta llegar a los pelillos. Sin parar su ritmo, ha movido levemente la rodilla, se la ha puesto ahí y, bajando despacito, la ha alcanzado de pleno. Marta ha abierto los ojos con sorpresa, se ha aferrado con las manos a la espalda de Ester y ha empezado a mover la cintura en círculo para frotarse contra la rodilla de Ester, que seguía manteniendo su ritmo. Luego Marta ha levantado su torso para unir su pecho al de Ester, se ha dejado caer y Ester ha estado arrastrando despacio los pechos desde el vientre hasta los hombros de Marta. Se han besado en la boca y ahí han perdido las dos el control. Marta aún se pregunta cómo puede ser Ester tan flexible como para haberla besado en los pechos y en el ombligo, sin haberle movido la rodilla de entre las piernas.
Ahora Ester está acariciando con los dedos las marcas que, con su mordisco, ha dejado en el hombro de Marta junto al cuello. Y dice:
-Ahora, para ir a comer, te puedes poner una camisetita con el cuello cerrado para que no se te vean las marcas que te he dejado.
Y Marta contesta:
-Al revés. Me pondré una camiseta enseñando todo el hombro para presumir.
Ester se ríe y dice:
-Pues también tendremos que ducharnos, que estamos muy sudaditas. Y de paso nos cambiamos el tampón.
Ester se levanta y Marta, al no sentir ya el peso del cuerpo de Ester sobre el suyo, recuerda que una de las cosas que más le ha gustado ha sido la fuerza que con las manos contra sus hombros ejercía Ester al moverse.

123: Las uñas de Ester y Marta
Ester y Marta viven felices en su rutina. Hoy han aprovechado el rato largo que, al volver del desayuno, dedican cada día a decirse palabras de amor y, mientras se las decían, se han vuelto a pintar las uñas de las manos y los pies. Se las han dejado con el fondo blanco y, otra vez, con letras rojas en cada uno de los dedos. Así, en las manos y pies de Marta se puede leer E-s-t-e-r y en las de Ester, M-a-r-t-a. Marta ya se imagina lo bonito que será leer su propio nombre cuando Ester mueva los deditos de los pies.
Marta se sabe obsesionada por los pies de Ester pero eso no le preocupa: le gustan tanto… Para disfrutar viéndoselos y, sobre todo, viendo cómo mueve los deditos cuando no puede más, la ha acostumbrado a que se deje acariciar cada tarde cuando se despiertan de la siesta:
-Como ya sé lo que me vas a hacer, me despierto bien mojadita.
Luego ya se pondrá Ester creativa con el cuerpo de Marta pero, de momento, en cuanto abren los ojos tras la siesta, un beso largo y, mientras, Ester va poniendo todo su cuerpo en posición. Y las historias de Ester, que le ha tomado afición a hablar mientras Marta va haciendo. Ahora empieza al sentir las uñas de Marta arañándola entre los pelillos:
-Pues, ¿sabes cómo aprendí a andar? Con mi papá, con el revisor que se convirtió en mi papá. Me cogía de la manita y me llevaba por los pasillos arriba y abajo despacito. A veces me soltaba, yo me aguantaba un poquito sola y luego, si me iba a caer, me volvía a coger.

124: El silbato del tren
Marta está acariciando a Ester mientras Ester cuenta cómo aprendió a andar:
-Ah, y mi papá me llevaba vestidita muy mona, con sandalias, una faldita y una coleta. Y como yo era muy guapa los pasajeros, cuando me veían, me hacían muchas monerías.
Marta está encandilada no sólo por lo que cuenta Ester sino por cómo lo va contando:
-Y luego ya, cuando aprendí a andar, me pasaba el día yo solita arriba y abajo por el tren. Como no me podía perder, mi papá me dejaba. Y a veces, algún pasajero me daba una piruleta y me sentaba un ratito con él… Uy, uy, uy, qué bien que ya no tenemos el tampón y nos podemos poner dentro el dedito.
Marta había dejado caer saliva sobre los pezones de Ester y, mientras se la repartía por los pechos con la lengua, le había metido el dedo con mucho cuidado y lo estaba moviendo. Ester retoma el hilo de su historia:
-¿Y a que no sabes hasta dónde llegaba andando? Pues hasta la locomotora. Entonces el maquinista me cogía en brazos y me ponía delante de un botoncito. Yo lo tocaba, sonaba el silbato y con el ruido me asustaba. Luego me daba la risa, volvía a tocar el botón y, cuando volvía a sonar el silbato, me asustaba otra vez. ¿Qué tontita era, verdad? Era yo la que hacía el ruido y me asustaba con ese ruido. Y luego me daba la risa y lo volvía a hacer y me volvía a asustar.
Marta se imagina a Ester de pequeñita con su cara de susto y se enternece. Ahora está acariciándola sin más y decide pasarle la otra mano por la espalda. Ester, que sabe lo que va a hacer, levanta el cuerpo para que Marta pueda pasar la mano y fijarle el dedo. Al sentirse atrapada por delante y por detrás, Ester pierde el hilo de su historia y dice:
-¡Marta!
Marta mueve los dedos y ve que Ester se está tensando.
-¡Ay, ay, ay!, ¡Marta! ¡Dame un besito, porfa, porfa!
Marta sabe cómo quiere el beso Ester y que no podrá apartarle la lengua mientras le dure el placer. No importa si no puede mirarle los deditos de los pies. Ya se le ocurrirá algo antes de que llegue la hora de acostarse.

125: Dormir del revés
Ester y Marta están contentas porque han descubierto una postura nueva casi sin querer… Casi sin querer no, que, aunque Ester no se ha dado cuenta, Marta ha estado más de media hora dejándose acariciar y besar como Ester ha querido hasta que la ha llevado a la postura ideal para verle los deditos de los pies.
Ester le ha hecho de todo y Marta se iba conteniendo. Tumbada, sentada, de rodillas, cuando veía que el placer la empezaba a inundar, cambiaba de postura o se abrazaba fuertemente a Ester como para descansar. Hasta que Ester casi pronuncia la frase mágica:
-¿Te hago lo de la ventanilla, que te gusta mucho?
-Bueno.
Marta se pone con las palmas contra la ventanilla como siempre, cubriéndose los pechos con el pelo, y deja hacer a Ester entre sus piernas. Sin parar de mirarla, para que viera como le iba subiendo el placer e irla encendiendo. Cuando no puede aguantar más le dice a Ester que espere un momentito sin moverse. Se levanta y se pone de rodillas al revés de cómo estaba, de espaldas a la ventanilla y viendo todo el cuerpo de Ester desde sus pechos hasta los pies. Entonces dice:
-¿Me das besitos detrás?
Sólo sentir la lengua de Ester, alarga el brazo, la alcanza y empieza a acariciarla sin quitarle los ojos de los pies.
Ahora es ya la hora de dormir. Se dan el besito de buenas noches y Marta pregunta:
-¿Me dejas dormir del revés para abrazarte los pies?

126: Pesadilla
Pasan de las tres de la mañana. Marta duerme plácidamente cogida a los pies de Ester y, de pronto, se despierta porque Ester ha dado un salto gritando y se ha quedado sentada. Marta enciende la luz:
-¿Qué te pasa?
-Prométeme que no me abandonarás nunca.
-Te lo prometo.
-He tenido una pesadilla. He soñado que llegábamos de noche a una estación, que nos hacían bajar del tren, nos ponían en dos filas, tú en una y yo en otra, y nos separaban para siempre. Prométeme que no me abandonarás nunca.
-Te lo prometo.
Ester está sudando y Marta la besa en la frente y le acaricia las mejillas:
-No podrán separarnos nunca. Te lo prometo. ¿Estás más tranquila?
-No sé. Apaga la luz, ven a mi lado y abrázame fuerte.
Marta apaga la luz y se dispone a dormir como todos los días, abrazada a Ester. Sin embargo, siente que sigue nerviosa: no para de cambiar de postura, ahora a un lado, ahora al otro. Marta se le acerca al oído:
-¿Quieres que te lo haga?
-Sí. Pero las dos. Con la luz encendida, mirándonos a los ojos y diciéndonos que nos queremos. Necesito sentirme querida y deseada.

127: Programa diario
Están desayunando y Ester tiende la mano hacia Marta. Marta se la coge y se la acaricia. Se siente en parte responsable de la pesadilla que ha tenido Ester esa noche. Por empeñarse en dormir del revés abrazada a sus pies. Seguro que ha sido eso, seguro que la pesadilla ha sido porque, en algún momento, Ester no habrá sentido su brazo rodeándole el cuerpo, habrá creído que no estaba con ella y de ahí esa pesadilla en que las separaban. Ester interrumpe sus pensamientos:
-Vuélveme a prometer que no me abandonarás nunca.
-Te lo prometo una y mil veces.
-No me puedo quitar de la cabeza la pesadilla de ayer.
-Yo sé cómo quitártela.
Ester sonríe:
-Sí. Quiero que hoy lo hagamos muchas veces. Necesito sentirme querida y deseada.
-¿No te sientes querida y deseada todos los días?
-Sí, pero hoy lo necesito más.
Marta coge una servilleta de papel, saca un bolígrafo del bolso y se pone a escribir y dibujar. Al acabar le enseña la servilleta a Ester:
-Pues como no me lo expliques…
-El esquema del programa para hoy: la figurita E eres tú, la figurita M soy yo. Lo primero, conmigo sentada sobre ti; después, tú de rodillas sobre mí; luego, las dos puestecitas del revés; aquí, tumbadas de lado la una frente a la otra; esto otro, un besito fatal que te daré… Y esto son las maneras de empezar; nos ponemos en esas posturas y luego ya vamos improvisando.
Ester se levanta, coge de la mano a Marta y se la lleva corriendo a lo largo de todos los vagones hasta su compartimento.
Llegan, cierran la puerta, Ester se desnuda a toda prisa y dice:
-Saca el papelito a ver por dónde empezamos.

128: Saciadas
Ester y Marta vuelven de comer y se tumban a hacer la siesta. Vestidas. Están las dos saciadas de la cantidad de veces que lo han hecho esa mañana. Y contentas: Marta ha logrado ahuyentar los fantasmas que acechaban a Ester.
Ester se tumba boca arriba, Marta la abraza por la cintura y, al momento, duermen las dos.
Una hora después Ester empieza a desabotonar la blusa de Marta, que se hace la dormida. Ester acaricia el vientre de Marta, que sigue inmóvil y con los ojos cerrados. Le baja la cremallera de los pantalones, introduce la mano y empieza a rascarle los pelillos. Y Marta, por fin, dice:
-Creo que no voy a poder. Me tienes llena.
Y Ester dice:
-Es la única manera que sé de darte las gracias por lo feliz que me haces.
Y Marta contesta:
-Tú a mí también me haces muy feliz. Y no sólo cuando nos ponemos. También cuando desayunamos, cuando dormimos, cuando andamos por los pasillos del tren.
Ester se incorpora, empieza a desnudarse y dice:
-Si me dices eso, me pongo tierna y, si me pongo tierna…
Los labios de Marta acuden a los pechos de Ester sin poderlo impedir. Y Ester dice:
-Además, me tienes que hacer lo de todos los días.

129: De la mano
Las muñequitas siguen a su aire. Ahora están en el plato de la ducha sentadas la una frente a la otra como si hablaran.
Mientras tanto, Ester y Marta están tumbadas bajo la manta cogidas de la mano y de cara a la ventanilla. Ven caer la nieve calladas. Porque también saben disfrutarse la una a la otra quietas y en silencio. No sólo han aprendido a quererse y a darse placer sino a sentirse bien sin más. Como si se protegieran. Y Marta pregunta:
-¿Te imaginas si un día no lo hiciéramos?
-No, no me lo puedo imaginar.
Se ríen y, al cabo de un rato Marta pregunta:
-¿Puedo darte besitos en los pies?
Ester aparta la manta mientras Marta cambia de posición para ponerse a los pies de Ester, que propone:
-También podríamos jugar a ver cuánto tiempo aguantamos sin hacerlo.
Ester está en la gloria mientras Marta le besa y le muerde los deditos de los pies. Al cabo de un rato se levanta y se tumba boca arriba con la cabeza junto a la de Marta, que está tumbada boca abajo. Y Ester le dice en voz baja al oído:
-Pues yo sí necesito hacerlo cada día. Porque cada día me gusta más y porque cada día necesito verte sintiendo placer y que me veas sentir placer.
El cuerpo blanco de Marta se sube al cuerpo moreno de Ester y empiezan a restregarse una contra otra. Y Marta dice:
-Cuando empecemos a emocionarnos porque nos queda poquito para llegar nos daremos un beso hasta el final. Así no gritaremos y no nos reñirá el revisor.
Fuera sigue nevando.

130: Otra vez
Marta y Ester acaban de desayunar y Marta tiende la mano hacia Ester a lo largo de la mesa. Ester se la coge y Marta dice:
-Hoy podíamos hacer lo de que tú te acaricias mientras yo te miro.
-Pero si ya te he dicho que para eso te tengo a ti, que me lo haces mucho mejor.
-Es que tengo muchas ganas de verte acariciándote. Estás tan bonita... ¿Lo harás?
-Bueeeno. Si no te puedo negar nada. Pero con una condición, que primero me lo hagas tú para que te enteres bien de que esa zona de mi cuerpecito, como todas las demás, es responsabilidad tuya.
-Vale. Te lo hago ahora cuando volvamos al compartimento y mientras nos decimos los amores de cada mañana. Y luego ya, tú te pones mientras yo te miro.
-Pero acabaremos que tú también te pondrás para que te dé besitos y acabemos las dos juntas, ¿o no?
-Pues claro.
Marta coge a Ester, tira de ella, se levantan y cruzan el vagón restaurante cogidas de la mano y saludando y sonriendo a todo el mundo. Cuando llegan a la plataforma que da al siguiente vagón, Ester dice:
-Pues me has puesto deseosa. Bueno, muy deseosa, que deseosa estoy siempre.
-Como a mí me gusta llevarte. Siempre mojadita y bien preparada.
-Con lo que a mí me gusta demostrarte lo que te quiero y te deseo... Y si no fuera porque somos decentitas, me gustaría que me lo hicieras aquí mismo sin esperar a más.
Marta la arrincona, la pone de espaldas mirando hacia la pared del vagón y mientras le muerde suavemente el cuello, le desabrocha el botón del pantalón, le baja la cremallera y le introduce la mano. Ester la disfruta un momento y dice:
-Para, para ya que al final nos van a ver. Vamos al compartimento. ¿Y sabes de que tengo ganas también?
-¿De qué?
-De que hoy me desnudes tú.

131: Ester desnuda y Marta vestida
Marta ha desnudado a Ester de cintura para arriba y permanece vestida. Mira el vientre y los pechos de Ester y dice:
-Te quiero mucho.
Se miran a los ojos y Ester dice:
-Como además de estar deseosa estoy cursi, te diré que me haces muy feliz.
-¡Tonta!
-¡Guapa!
Marta está recostada junto al cuerpo de Ester. Avanza la cabeza y deja caer saliva primero sobre el pezón derecho y luego sobre el izquierdo de Ester. La mira a los ojos y empieza a acariciarla repartiéndole la saliva por los pechos.
El torso moreno de Ester, ahora humedecido, brilla y Marta, al verlo, se siente también llena de deseo. Ester se pone a jugar con los dedos entre el cabello de Marta y Marta baja la cabeza hasta alcanzar con los labios la piel de Ester. Y Ester dice:
-Nunca pensé que nada pudiera gustarme tanto.
Marta la besa en el vientre, en el ombligo, en los pechos, en los pezones. Luego pregunta:
-¿Y qué es lo que tanto te gusta?
-Pues todo lo que hacemos tú y yo. Sobre todo cuando nos proponemos darnos gustito.
Pero Marta anda ya besuqueándole los pezones.
-Ay, ay, ay.
-Venga, no exageres, que aún no te he tocado donde te tengo que tocar.
-Pero si ya te he dicho que estoy muy deseosa.
Marta se incorpora, va hasta los pies de Ester y le quita los calcetines.

132: Aromas
Marta está besando los pies de Ester y Ester dice:
-¿Sabes que la primera vez que me diste besitos en los pies me daba un gustito como de cosquillas y ahora el gustito es diferente y te siento aquí.
Ester se señala entre las piernas pero Marta no la ve porque ahora está llevándose uno detrás de otro los dedos dentro de la boca. Cuando acaba dice:
-A ver explícame bien dónde sientes los besitos de los pies.
Ester se vuelve a señalar entre las piernas y, como sigue con los pantalones puestos, Marta dice:
-Pues habrá que ver lo que tienes ahí.
Tira desde abajo los pantalones y, arrastrándole también las bragas, la deja completamente desnuda:
-Pues mira qué cosa más bonita tenías escondida.
-Si te la sabes de memoria...
-¡Qué va! Me faltan por saber muchas cosas. Por ejemplo, cuántos pelitos tienes. Igual un día me pongo a contarlos.
Pero de momento Marta se limita a olisquearla:
-Pues es verdad que estás muy deseosa. Hueles muy bien.
Por fin Marta se tumba junto a Ester. Ester se gira hacia ella, le rodea el cuello con los brazos y se abandona en un beso.

133: La mano de Marta
Marta está acariciando a Ester mientras Ester está apoyada en los codos y mira cómo se mueve la mano de Marta:
-Mira, ¿ves cómo es más bonito ver ahí tu mano que la mía?
-Sí, pero ¿cómo te lo tengo que decir? A mí también me gusta ver que te acaricias.
Ahora están las dos mirando el movimiento de la mano de Marta y Ester acaba por decir:
-Bueno, da lo mismo. A mí sólo me importa que seas feliz conmigo. Porque eres feliz conmigo, ¿o no?
Marta coge a Ester por la barbilla, le gira la cara para mirarla a los ojos y contesta:
-Mucho. Muy feliz.
Ester se emociona y dice:
-Me das un besito ahí. Sólo un besito con los labios. De cariñito.
Marta acude, escarba con los labios y, al encontrarte el punto del placer, se lo besa con ruido. Se lo vuelve a besar. Y otra vez. Hasta emocionarse y empezar a pasarle la lengua suavemente:
-Marta, yo también te veo muy deseosa. También hueles muy bien. ¿Quieres que nos pongamos las dos?
-Todavía no. Hemos quedado que primero te lo hacía yo y luego tú te pones y yo ya me sitúo para que me pases la lengua.
-Bueno. Pues sigue un poquito con la lengua pero luego, para acabar, me lo haces con la mano.
Marta vuelve con la lengua. Le pasa la mano por debajo entre las piernas hasta alcanzarla por detrás. Le fija el dedito y Ester grita. Mueve la lengua más deprisa y Ester, apoyándose en las palmas de las manos y los talones, eleva todo el cuerpo:
-Para, para, por favor, que me tienes a punto pero falta una cosita.
-¿Qué falta?
-Que te desnudes. Porque si no te veo desnuda, no puedo. Y quiero que me mires a los ojos cuando llegue.
-Pero si casi estabas.
De todas maneras Marta para, se desnuda, vuelve a situarse junto a Ester y vuelve a acariciarla con la mano. Ester la mira y Marta sabe que ya vuelve a estar a punto:
-Te quiero, Ester.
-Marta, Marta, Marta, ay, ay, ay.
Al acabar de gritar, Ester se aprieta contra el cuerpo de Marta.

134: Ocurrencias de Ester
Ahora le toca a Ester acariciarse pero antes echa atrás los asientos para poder estar de pie en el compartimento sin darse con la cabeza en el techo y le pide a Marta que se siente con la espalda contra la ventanilla. Marta se sienta y Ester se sitúa frente a ella de pie con las piernas separadas y cubriéndose los pechos con la manta para que no la puedan ver desde el exterior:
-¿Me dejas que haga un invento?
-Cualquier invento tuyo me gustará.
Ester coge un mechón de pelo de Marta con la mano derecha, se lo pasa entre las piernas y lo recoge por detrás con la mano izquierda. Luego empieza a moverlo hacia delante y hacia atrás y dice:
-Me lo hago yo pero, como lo hago con tu cabello es con si lo hiciéramos las dos. Y para hacerte esto quería dejarme crecer el pelo.
-¿Y te gusta?
-Mucho. Porque ya sabes cómo me gusta tu pelo. Imagínate sentirlo recorriéndome por delante y por detrás.
-Pero luego lo harás como a mí me gusta, ¿no?
-Claro. Pero ¿sabes lo que me gustaría hacer después, luego ya cuando acabemos o esta tarde?... porque, claro, luego querrás acariciarte tú.
-Pues sí, para que veas cómo lo hago, aunque ya sé que no te gusta mucho. Y ¿qué es lo que quieres hacer?
-Ir a visitar otra vez a la ancianita ciega.
-Me da mucha vergüenza. Porque, como es medio adivina, seguro que sabe lo que estamos haciendo ahora.
-¡Y qué más da! Si sabe lo principal, que nos queremos.
-Pues también es verdad.
Ester sigue jugando con el cabello de Marta entre sus piernas y Marta le está acariciando cada pecho con una mano:
-Es como si te estuviera sintiendo las manos y el cabello en el corazón.

135: La mano de Ester
Han vuelto a unir los asientos y Ester, tumbada encima, está ya acariciándose del modo que le gusta a Marta, que está sentada en el espacio que queda entre las piernas separadas de Ester. Ester se toca rato y rato mientras Marta mira cómo va moviendo la mano y, por momentos, se mete el dedito. Y Ester dice:
-Venga, ponte ya...
-No me dirás que ya vas a llegar.
-No, aún puedo aguantar un ratito y, de todas maneras, hasta que no ponga los labios y te sienta en la puntita de la lengua, no me vendrá el gustito grande. Pero es que ya tengo ganas, muchísimas ganas de chuparte.
Marta se mueve de manera que parece que vaya a tumbarse sobre Ester y acaba poniéndole los pechos frente a la cara para que se los bese:
-Pues ahora me ha venido más gustito de golpe. Con esas tetitas tan bonitas y tan dulces...
Marta vuelve a moverse y se yergue poniendo un pie a cada lado de la cabeza de Ester, que dice:
-¡Qué bien te lo veo todo desde aquí!
Y se hunde el dedo mientras dice:
-Venga, ponte ya, que casi no puedo aguantar. ¿Y sabes qué? Pues que aunque te visto muchas más veces desnuda que vestida, cuando te veo las tetitas o los pelillos, me acelero.

136: Ester y Marta
Marta se hace la remolona. Se pone al lado de Ester, le coge la mano con la que se está acariciando y se lleva el dedo a la boca para chupárselo. Por fin se sitúa de rodillas sobre la cabeza de Ester y espera a que Ester encuentre la postura para poder chuparla cómodamente. Ester la abarca con los labios, la alcanza con la lengua y se vuelve a llevar la mano entre las piernas. En ese momento Marta dice:
-Tengo que darte las gracias. Primero por hacerlo y, además, por dejármelo hacer después a mí.
Ester, concentrada entre las piernas de Marta, no contesta. Y Marta, para excitarla aún más, se inclina hacia delante de modo que su cabello rubio cae entre los muslos de Ester. En esa posición Marta puede contemplar bien la mano de Ester moviéndose y también sus pies. Se concentra, le siente la lengua y se da cuenta de que Ester no sólo le está produciendo placer con ella sino también transmitiendo el placer que ella misma siente. Y Marta dice:
-Yo tampoco pensé que algo pudiera gustarme tanto.
Ester da una sacudida inesperada, empieza a girar el dedo a toda velocidad y a mover los deditos de los pies. Marta, al verla, tampoco puede resistir más y empieza a suspirar:
-Ay, ay, Ester, ay, ay, ay...., te quiero, me gusta, me gusta, me gusta.
Marta acaba dejándose caer y llevándose los pies de Ester a la boca.
.
137: Descanso
Marta y Ester descansan abrazadas y mirando hacia la ventanilla. Es cierto que Ester está cursi, porque aparta el pelo de la cara de Marta, la mira a los ojos y se lo repite:
-Me haces muy feliz.
-Tú a mi también. Mucho.
Se besan, Marta se sube sobre Ester, se frota contra ella y se deja caer del otro lado:
-¿Te has enterado de lo que te he dicho antes de que llegáramos:
-Sí, has dicho ay, ay. Ester, ay, ay, ay, te quiero, me gusta...
-No, eso ha sido cuando estaba llegando.
-Ah, pues antes de eso has dicho que nada te gustaba tanto. Lo mismo que he dicho yo antes de empezar, cuando me has llenado las tetitas de saliva. Porque eres un copiona, más que copiona.
-¿Y antes de eso qué he dicho?
-Que si iba a dejar que te acariciaras tú sola.
-¿Y me dejas?
Marta ya se ha puesto la mano entre las piernas pero Ester se la aparta:
-No corras tanto.
-Si ya sé que no te gusta mucho, pero como a mí me gusta tanto verte a ti haciéndolo...
-No me gusta porque ya te dije que era muy celosa y ahí sólo te quiero tocar yo.
-Pero como yo soy toda tuya, si me toco yo es como si...
-No, si te quiero tanto que no te voy a negar ningún caprichito. Si quieres acariciarte, te acaricias, pero de aquí un ratito, después de comer. Y lo haremos como conmigo, primero te lo hago yo y luego ya te puedes poner. ¿Te parece bien?
-Pues claro.
-Y ahora nos estamos un ratito tumbadas una junto a la otra descansando.

138: Piel contra piel
Ester y Marta llevan rato quietas, abrazadas y calladas. Y Marta dice:
-No sabes lo bonita que estás cuando te acaricias. Como tienes los pies bonitos, las manos, que siempre van a juego con los pies, también las tienes bonitas y, entonces, cuando te pasas la mano por encima de los pelillos... con la mano tan morena y los pelillos tan negros... pues que me pongo loca al verte.
-Claro. Imagínate que fuera morena y tuviera el asunto pelirrojo.
-Si te lo digo en serio.
-Pero, ¿no ves que aún es más bonito ver tu mano ahí, tu mano blanca contrastando con mi piel o mi mano contrastando con la tuya? Cuando antes de ponerme yo sola me has acariciado tú, ¿te acuerdas de que nos hemos estado las dos un momento mirando hacia tu mano?
-Sí, y tienes razón, era muy bonito.
-Tan bonito que por eso me han entrado ganas de sentirte los labios y te he pedido que me dieras un besito ahí. Y tú me has dado muchos.
-Y una chupadita rica... Y tienes razón en eso de que tu piel contra la mía es lo más bonito del mundo, pero como me enciendo tanto al verte acariciándote, quiero ponerte loca al acariciarme yo.
-Pues ya veremos como me pones. Después de comer.

139: Esperando para comer
Marta y Ester están descansando tumbadas una junto a la otra y hablando de sus cosas. Y Ester dice:
-Bueno, tú no tienes que hacer nada extraordinario para ponerme loca. Ya sabes que me llevas todo el día encendida. Aunque, ahora que caigo...
Ester se queda interrumpida, Marta le pregunta y Ester sigue:
-Pues que ahora que caigo, antes me has puesto muy, pero que muy loca.
-¿Cuándo?
-Durante la chupadita. Cuando me has pasado la mano y me has puesto el dedito detrás. ¿Sabes que he estado a punto?
-Sí que lo sé, que has levantado el culito.
Marta se gira y se tumba boca abajo junto a Ester. Se miran y Ester se pone de medio lado para besar a Marta. Se rozan los labios, se rozan la lengua y Ester acaricia la espalda de Marta. Cuando Ester da por acabado el beso y va a separar sus labios, Marta le pide más y Ester vuelve a la boca de Marta. Marta le busca la lengua y mueve la suya nerviosamente mientras Ester sigue deslizando la mano por la espalda de Marta. Marta suplica sin palabras y Ester, que sabe leerle el pensamiento, desliza el dedo bajando por la columna vertebral hasta alcanzarla. Marta se relaja, aparta la boca, sonríe y dice:
-¡Qué rico! Y qué tonta era que me daba vergüenza la primera vez que me tocaste ahí.
Ester contesta:
-Ya sabía yo que era muy rico. Porque un día me rozaste un poquito y me gustó. Y luego, la primera vez que me lo hiciste en la ducha, me acariciaste mucho ahí. Y como me gustó tanto... Por eso te lo quise hacer.
-Pues ahora podemos estarnos un ratito así, dándonos esas caricias hasta la hora de comer. Y, además, besitos.
-Bueno, pero no quiero llegar tarde a comer, que ya sabes lo que toca después antes de la siesta.
-Sí, ya lo sé. Y será la primera vez que hacemos algo entre la comida y la siesta, que siempre nos quedamos dormiditas.
-Pues a ver si te me vas a quedar dormida mientras te acaricias.
-No creo.
Ester sigue trazando circulitos con el dedo en el cuerpo de Marta. Y Marta dice:
-¿Te pones para que te dé besitos?

140: Los postres
Ester se ha puesto un vestido floreado y Marta, una blusa y una faldita. Ahora están en los postres. Ester está pelando una manzana y Marta, una naranja. Cuando acaban, cada una divide la fruta por la mitad y se la tiende a la otra. Al final, Marta estira la mano hacia Ester y le pregunta:
-¿Me quieres mucho?
Ester se lleva la mano de Marta a la boca, se la besa y le contesta:
-Mucho. Cada día más. Me gusta que pasemos los días mirándonos, besándonos y dándonos placer.
-Es que ahora soy yo la que se ha puesto romántica. Pero con lo que dices también me pongo deseosa. ¿Se puede estar romántica y deseosa a la vez?
-Pues claro.
Marta se levanta sin soltar la mano de Ester y, despidiéndose con su sonrisa de los demás comensales, marchan hacia su compartimento. Al salir del vagón restaurante Marta dice:
-Me parece que estoy aún más deseosa que tú esta mañana.
Ester entiende, la coge de la cintura, le da la vuelta, la arrincona y le separa las piernas.
-Para, para ya, porfa.
Ester había pasado la mano bajo la falda de Marta, le había hecho a un lado las braguitas y, palpándola, le había metido el dedo sin ningún miramiento y lo estaba moviendo.
-Vamos al compartimento.

141: Marta desnuda y Ester vestida
Ester ha dejado a Marta casi desnuda, con sólo sus braguitas blancas de seda, y la tiene tumbada. Se tumba también ella boca abajo, se sitúa perpendicularmente sobre Marta y le va besando el vientre, el ombligo... Marta cierra los ojos y acaricia la nuca de Ester que sube pasándole la lengua por el canalillo y las paredes internas de los pechos. Mordisquitos en los pezones, besos y vuelta abajo a buscar el ombligo y más allá, pasándole la lengua por encima de las braguitas.
No tienen prisa. A Ester le gusta encender despacio a Marta y a Marta, que Ester la vaya encendiendo al ritmo que quiera:
-¿Te gusta?
.-Todo lo que hagas me gusta.
Ahora Ester está recostada de medio lado a la derecha de Marta y le recorre los pechos con la mano mirándola a los ojos. Otra vez esa mirada de Marta mientras Ester le lleva la mano hasta los muslos. Sin alcanzar aún los espacios que Marta le pide, sólo la cara interna de los muslos hasta la ingle. Y Ester dice:
-¿Te acuerdas cuando el racionamiento, que lo hacíamos con las braguitas puestas?
-Claro que me acuerdo. Creo que me acuerdo de todo lo que hemos hecho.
-Pues qué memoria tienes, con la de cosas que hemos hecho.
Y así como sin querer, en medio de la conversación, Ester ha movido la mano y ahora está subiendo y bajando el dedito por encima de la seda. Marta tiene la boca abierta y Ester, que no se puede contener, pone su boca sobre la de ella y deja caer saliva. Marta se la traga y luego mira la mano de Ester, que ahora busca entre la tela y los pelillos. Marta espera y, cuando Ester la encuentra, dice:
-¿Me quitas las braguitas para poder verte la mano?

142: Ojos verdes y ojos negros
Ahora Marta está completamente desnuda y Ester, completamente vestida. Marta está tumbada boca arriba y Ester recostada a su derecha. Ester está dando placer a Marta con la mano mientras las dos se miran: los ojos verdes de Marta están en los ojos negros de Ester. Y Marta dice:
-Me gustaría sentirte así todo el día y toda la noche.
-Pero tendrías que parar para comer porque si no...
Marta sonríe. Y Ester, señalándose la mano con los ojos, dice:
-Mira, ¿a que es bonito?
-Mucho. Tenías razón. Tu mano queda mucho mejor que la mía ahí. Porque la tienes muy bonita. Si parece que no la muevas y te estoy sintiendo el dedito...
Marta se retuerce un momento, esconde la cabeza en el pecho de Ester y vuelve a mirar. Están las dos mirando fijamente la mano de Ester. Y Marta dice:
-Es tan bonito que quiero llegar así, con las dos mirando. Quería pedirte una chupadita pero no, sólo así, llévame así hasta el final.
Ester sigue. Despacio, muy despacio. Alternan miradas dulces a los ojos con miradas hacia la mano de Ester. Rato después Marta dice:
-Sigue un poquito y luego para. Me pasa como a ti. No puedo llegar hasta el final si no te veo desnuda.
Ester sonríe y le atrapa la boca.

143: La mano de la muñeca rubia
-Me has puesto tan tierna...
-Pues como tienes que estar.
-Me ha gustado mucho. Tanto rato de placer,,, Me he emocionado mucho. Su hubieras estado desnuda habría llegado. Pero con unos gritos…
-Pues también por eso querría tener una casita para las dos. Para gritar lo que nos apeteciera y que no nos oyera nadie. Porque a mí me gusta que grites.
-Y a mí que grites tú, que al principio eras muy sosa, ni suspirabas ni gritabas y yo casi pensaba que no te gustaba.
-Claro que me gustaba. Pero como en este tren me conoce tanta gente y pensaban que era una chica seria... Pero luego ya me empezó a dar lo mismo.
Marta se acurruca con la cabeza en el pecho de Ester y en ese momento Ester se fija en las muñequitas. Si casi las había olvidado... Están bajo la ventanilla. La morena permanece sentada entre las piernas abiertas de la rubia y de cara a ella, y la rubia, tumbada, mantiene la mano izquierda sobre los pelillos que le pintó Ester con el rotulador marrón. Es como si también ellas estuvieran intentando salvar esas reticencias de Ester a que Marta se acaricie sola. Aunque Ester ya lo ha aceptado: si a Marta le gusta y quiere hacerlo... Además, acaba de admitir que la mano que mejor queda entre sus pelillos rubios es la suya morena.

144: La trenza de Marta
Marta pregunta:
-¿Me pongo ya?
-Espera un momentito. Ponte de espaldas.
Marta de tumba de espaldas, Ester le coge un mechón y se pone a hacerle una trenza bien larga. Al acabar dice:
-No te muevas.
Se levanta, revuelve un neceser, saca una tijera y dos gomitas, y rodea con una el extremo de la trenza. Luego corta la trenza y rodea el otro extremo con  la otra gomita. Luego dice:
-Vamos a apartar los asientos.
Marta adivina al instante lo que pretende Ester:
-Quieres que haga lo mismo que tú esta mañana, ¿a que sí?
-Ya verás cosita rica.
Ester se sienta con la espalda contra la ventana y tiende la trenza a Marta que ya está en pie frente a ella. Marta coge la trenza, se la sitúa y empieza a moverla despacio adelante y atrás. Al instante sonríe:
-Pues sí, da mucho gustito.
Ester, aún vestida, está acariciándole los pezones.

145: Marta y Ester desnudas
Han puesto ya los asientos en posición y Ester dice:
-Cuando quieras.
Marta se tumba boca arriba, separa las piernas y Ester, que sigue vestida, se sienta entre las piernas de Marta tal y como había visto sentada a la muñequita morena. Marta se abre con los dedos de la mano derecha y dice:
-¿Se me ve bien todo?
-Se te ve... se te ve...
Ester no puede contenerse, acude, la abarca con la boca y le pasa la lengua arriba y abajo. Luego recupera la posición anterior mientras Marta empieza a tocarse:
-Dime si lo hago bien.
-¿Pero tú te piensas que yo soy una experta?
-Lo has hecho más veces que yo.
-Pero era porque tú no estabas.
Marta sigue y al cabo de un rato dice:
-¿Pero te gusta como lo hago?
Ester, por toda contestación, se pone de rodillas y se quita por la cabeza el vestido. Luego se sitúa con una rodilla a cada lado de la cabeza de Marta y estira la goma de las braguitas. Marta, sin dejar de tocarse, se recuesta sobre el codo derecho, levanta la cabeza para olisquear los pelillos de Ester y se acelera:
-Ay, ay, ay. Venga, desnúdate ya, porfa, y ponte para que te dé la chupadita.
Y Ester se va desnudando con toda su parsimonia mientras Marta se acelera más y más al ver cómo le aparecen los pechos bajo el sujetador y los pelillos al bajarse las bragas. Tanto se acelera que tiene que parar cuando Ester empieza a quitarse el calcetín derecho:
-Es que si sigo y te veo el piececito llego sin querer.

146: Gritos de Ester
Momentos antes de llegar Ester ha pedido a Marta que parara un momentito. Marta ha parado y Ester ha dicho:
-Pues sí, me gusta mucho cómo lo haces. Ya puedes seguir.
Al instante, Ester gritaba y Marta se retorcía. Ahora descansan y Ester esconde la cabeza en el pecho de Marta que le va acariciando el pelo. Y Marta dice:
-Hoy has estado especialmente expresiva.
Ester, al cabo de un momento, le contesta:
-Si tuviéramos una casita nuestra y gritáramos así, ¿tú crees que los pajaritos que nos oyeran sabrían por qué gritamos?
A Marta le da la risa y luego sigue acariciando a Ester. Como es la hora de la siesta, al cabo de un momento duermen las dos con la respiración acompasada.

147: De visita
Ester se despierta de la siesta, besa a Marta y dice:
-Hemos de ir a ver a la ancianita ciega.
-Me da tanta vergüenza... pero bueno, iremos después de...
Ester la vuelve a besar sin dejarle acabar la frase y, al acabar el beso, ya separa las piernas:
-¿Por qué no empiezas dándome besitos?
Marta empieza a besar a Ester y Ester dice:
-¿Querrás que luego te ponga el dedito dentro con cuidado?
Pero Marta sigue llenando de placer todo el cuerpo de Ester y no para hasta que Ester le regala su movimiento con los deditos de los pies. Ahora empiezan a vestirse.
Ester se pone las braguitas y luego recoge la trenza de Marta, que había quedado a un lado de sus cuerpos. La dobla en dos y se la inserta dentro de las braguitas hundiéndosela bien entre la juntura de las piernas. A Marta le da la risa y dice:
-Se te ocurre cada cosa...
Al acabar de vestirse salen las dos del compartimento cogidas de la mano.

148: Claire otra vez
Marta y Ester van caminando por el pasillo del tren en dirección al vagón de la ancianita ciega. Marta parece pensativa y, al llegar a la plataforma anterior al vagón restaurante, se para y le pregunta a Ester:
-¿Te da gustito llevar mi trenza por dentro de las braguitas?
-Bueno, un poquito sí. Pero no la llevo para que me dé gustito. La llevo porque así también te tengo ahí cuando estoy vestida.
Marta mira a Ester de frente, le acaricia el pelo y dice:
-Es que me da un poquito de envidia. ¿Sabes qué? Que te podrías dejar crecer una coleta, sólo una coletilla aquí a la izquierda y, cuando esté larga, me lo haces y, ya después, te hago una trenza, te la corto y me la puedo poner también dentro de las braguitas.
Y Ester contesta:
-Pues vale, lo que tú digas.
Siguen andando, llegan al vagón restaurante y ven a Claire sentada en una mesa mirando el paisaje. Al oírlas, Clara se gira y, sonriente, le dice a Ester:
-Ya tengo los pelillos más creciditos y no me pican. Y es verdad lo que decías, mi novio está más cariñoso. Cada día se está un ratito acariciándomelos y me dice que los tengo muy suavitos.
-¿Lo ves? Eso es que cada día te quiere más.
-Ah, y me ha prometido que cuando me crezcan un poquito más, me dará besitos ahí.
Entonces Marta dice con retintín:
-Pues qué bien.
Y Ester, para quitar hierro a la situación, añade:
-Ya verás qué ricos son esos besitos.
Marta aprieta la mano de Ester, tira de ella y le dice a Claire:
-Ya nos veremos.

149: El castigo
Marta y Ester se han despedido de Claire que, en el vagón restaurante, les ha contado cómo le va con su novio. Entonces Marta le dice a Ester:
-Sólo ha faltado que le contaras todo lo que hacemos.
-Si yo sólo le he dicho que los besitos ahí son muy ricos...
-¿Y quién se imaginará que te da besitos ahí?
-Pues tú, claro.
-Pues eso, que a ella qué le importa.
-Si ya sabe que nos queremos... Además, ¿sabes qué?, que si te enfadas, mejor. Cuanto más te enfades, mejor te lo haré después.
Marta no puede resistirse. Acaban de cruzar el vagón por el que caminan saludando con una sonrisa a todos los pasajeros y, al llegar a la plataforma, Marta para, arrincona a Ester, le empieza a dar besos en las mejillas y, aprovechando que lleva el vestido floreado, le pasa la mano por debajo, se la introduce entre las braguitas y le hunde aún más la trenza:
-Así me llevarás aún más dentro.
-Pues parece como si tu trenza me rodeara el corazón con un lacito.
Se frotan después la una contra la otra, se vuelven a coger de la mano y entran en el siguiente vagón. Al fondo ven al revisor que viene hacia ellas y, cuando se cruzan, saludan y Ester le pregunta:
-¿Señor revisor, cuándo pararemos en un pueblo grande? Es para ir de compras.
-Hasta el año que viene, nada. Porque estamos castigados a parar sólo en pueblos pequeños o en medio de la nada.
-¿Y qué hemos hecho para que nos castiguen?
-Pues que el maquinista cruzó a cuarenta por hora un puente metálico que tenía que haber cruzado a treinta.
Y Ester dice:
-Bueno, pues esperaremos hasta el año que viene.

150: La manta de colores
Ester y Marta llegan por fin al vagón 4 y, apenas entran, la anciana ciega, que sigue sentada en una silla, deja su labor sobre el regazo y les dice:
-Hola, niñas.
Y las dos contestan al unísono:
-Buenas tardes, señora.
Entonces la anciana abre las manos, se las tiende y dice:
-Dadme una mano cada una.
Y cuando tiene a Ester cogida con la mano derecha y a Marta con la izquierda les dice:
-Sé que os queréis mucho las dos.
Ester y Marta se miran embobadas y, por respeto a la anciana y al resto de pasajeros del vagón, se abstienen de besarse. Entonces la anciana saca de debajo de su silla una manta confeccionada con lanas de todos los colores y les dice:
-¿Os acordáis de que la primera vez os dije que si seguíais viniendo os regalaría una manta? Pues aquí la tenéis. Pero no os la regalo porque hayáis venido a visitarme sino por lo mucho que os queréis.
Las dos contestan al unísono:
-Muchas gracias, señora.
Ester, como siempre, se sienta un rato a ayudar a la anciana en su labor. Y la anciana dice:
-Habéis de dormir todas las noches bajo esa manta. Y ya veréis que, cuando soñéis, sólo soñaréis cosas dulces. También aprenderéis con ella. Y, si no fuera porque ya os queréis mucho, os diría que durmiendo con ella os querríais más. Ah, y no hace falta lavarla.

151: Estrenando la manta
Marta y Ester ya están de nuevo en su compartimento. Mientras Marta empieza a desnudarse, Ester dobla la manta vieja, la guarda arriba, en el espacio para el equipaje, extiende la nueva y dice:
-¡Qué bonita es y cuantos coloritos tiene!
Marta, ya desnuda, se tumba sobre la manta boca arriba, mira cómo se va desnudando Ester y le dice:
-¿Ves cómo la cieguecita sabe lo que hacemos? Seguro que sabía lo de tu pesadilla y por eso nos ha dicho lo de los sueños dulces.
Y Ester contesta:
-Bueno, pero ya no he tenido ninguna pesadilla más. Y si ahora tenemos sueños dulces como el de aquel día en que las dos soñamos que lo hacíamos...
Ester acaba de desnudarse. Marta, con las piernas separadas, extiende los brazos para recibirla, Ester se le tumba encima y empiezan a besarse. Al acabar el primer beso, Marta dice:
-¿Pero no me ibas a poner el dedito dentro?
-Sí, pero esto es de propina.
Y se vuelven a besar.

152: El masaje
Ester está encima de Marta dándole mordisquitos suaves en la barbilla y el cuello. Luego empieza a desplazarse hacia abajo y, al llegarle con la cabeza a la altura de los pechos, empieza a dejar caer saliva y a repartírsela con la lengua. Entonces dice:
-Me gusta ver cómo te brillan las tetitas con mis babas.
Marta mira y, efectivamente, tiene los dos pechos brillando. En seguida Ester extiende los brazos y con cada mano busca los pies de Marta, se los coge y, al abrir los brazos en cruz, Marta queda con las piernas aún más separadas. Ester se desplaza un poco y los pechos le quedan en el eje de Marta. Empieza a desplazarlos despacio a derecha e izquierda y Marta dice:
-¿Esto también es de propina?
-Claro.
-Pues me estoy muriendo de gustito al sentirte las tetitas, tan calentitas, frotándome ahí.
-Es sólo un masajito.
-Pues no pares, porfa.
-¿Quieres que te lo haga hasta el final?
-Sí, sí, porfa, no pares, que me gusta mucho, mucho.
Marta empieza a suspirar. Al momento, extiende el brazo, coge las braguitas de Ester y dice:
-Te quiero mucho y estoy a puntito.
Se mete las bragas en la boca y en seguida está ahogando gritos al tiempo que mueve nerviosamente la cabeza a derecha e izquierda.

153: Triple placer de Marta
Ester se ha tumbado de medio lado apoyando la mejilla en el muslo derecho de Marta, que sigue con las piernas separadas y está descansando del masaje de Ester. Ester está mirando entre los repliegues de la piel de Marta y le dice:
-Se te ve todo muy sonrosadito y muy bonito.
Y Ester empieza a pasarle los dedos arriba y abajo y a soplar. Por momentos aparta un repliegue de un lado, pasa la lengua por el espacio que ha descubierto, sigue por otro lugar y vuelve a pasarle la lengua. Entonces le dice a Marta:
-Te estoy estudiando.
-¿Y has descubierto algo?
-Eso, que todo lo tienes bonito y que sabe muy dulce. Pero ya lo sabía.
Ahora Marta está otra vez descansando. Las dos están bajo la manta cogidas de la mano y Marta acaricia con su pie izquierdo el pie derecho de Ester. Miran hacia la ventanilla. Hace rato que es de noche y cae la nieve. Marta dice:
-¿Me he puesto muy exagerada? Es que sentía gustito por tres sitios diferentes.
Ester dice que sí, que se ha puesto exagerada y está contenta porque le da la impresión de que es la vez que más placer le ha proporcionado. Cuando por fin se ha decidido a meterle el dedito, Marta se ha recostado apoyada sobre el codo a mirar y Ester ha empezado a moverle el dedo dentro al tiempo que, con la lengua, le daba vueltas al bultito. Marta se ha vuelto a tumbar, ha vuelto a ponerse las bragas de Ester entre los dientes y ha empezado a retorcerse y a tensarse. Ester seguía y seguía hasta que Marta, haciendo fuerza con las plantas de los pies, ha elevado el culo del suelo y ha empezado a moverlo en círculo. Ester le ha plantado detrás el dedo de la mano izquierda y Marta no ha podido más.
Marta dice:
-Es que me haces unas cosas...

154: Triple placer de Ester
Marta y Ester siguen tumbadas bajo la manta cogidas de la mano y mirando caer la nieve a través de la ventanilla. Y Marta dice:
-Pero, ¿tan exagerada me he puesto?
-Toca y verás lo mojadita que me has dejado con tus exageraciones.
Marta suelta la mano de Ester, que abre ligeramente las piernas. Marta le lleva la mano entre las piernas y dice:
-Uy, sí, qué mojadita estás.
Marta empieza a acariciarla y Ester dice:
-Házmelo despacito y suave, mientras seguimos hablando.
Sin embargo, cinco minutos después Ester se incorpora, se pone de rodillas con la cabeza de Marta en medio y, con la mano derecha, se separa los repliegues. Marta le pone la mano izquierda detrás y empieza a pasarle la lengua. Ester dice:
-Es que estoy más deseosa de lo que me pensaba.
Ahora vuelven a estar tumbadas cogidas de la mano y mirando hacia la ventanilla. Y Marta dice:
-¿Te ha gustado?
-Aún te siento la lengua dando vueltecitas, un dedito dentro y el otro detrás.

155: La bicicleta
Va a ser su primera noche bajo la manta de colores. Apagan la luz, se tumban en la postura de siempre, con Ester tumbada boca arriba y Marta de lado abrazada a ella, y se tapan con la manta. Se dan el beso de buenas noches y, al momento, están dormidas las dos.
Despiertan también al mismo tiempo, se dan el beso de buenos días, se dicen que se quieren y se abrazan frotándose los cuerpos. Después Marta dice:
-¿Sabes lo que he soñado? Pues que íbamos por un camino y encontrábamos un riachuelo que formaba como un remanso de agua. Entonces nos bañábamos las dos. Ah, y había sauces con ramas que se metían dentro del agua. Luego salíamos del agua y nos tumbábamos en un prado con hierba muy verde y oíamos el canto de los pajaritos y el rumor del agua. Porque después del remanso había una cascada...
-¿Y nos poníamos a hacerlo?, ¿y nos miraban los pajaritos?
-Bueno, sí, pero cuando empezábamos a hacerlo me he despertado.
-Yo también he soñado otra cosa. Y también íbamos por un camino cogidas de la mano. Pero montadas en bicicleta una al lado de la otra, que guiábamos la bicicleta con la otra mano. Y nos íbamos diciendo palabritas tiernas.
-¿Y adónde íbamos?
-Pues no sé. Ah, ¿y sabes lo más divertido? Que yo no sé ir en bicicleta. Cuando era pequeña, el revisor que era mi papá me compró un triciclo y corría arriba y abajo por los pasillos del tren, pero en bicicleta de dos ruedas no he ido nunca.

156: La plataforma de escayola
Marta acude a la ventanilla para abrirla y airear el compartimento y, al correr la cortina, le dice a Ester:
-Ven y verás qué sitio más raro.
Se quedan mirando las dos. Están atravesando un bosque en el que no ha nevado y ven un camino que lleva a un claro completamente plano y blanco.
-Pues sí, qué sitio más raro. Parece como si alguien se hubiera dedicado a pintar el suelo del bosque. Pero ese camino se parece al que te he dicho de cuando las dos íbamos en bicicleta.
Se meten en la ducha y Ester empieza a enjabonar a Marta.
El abuelo ha visto pasar el convoy 89 cerca de la plataforma de escayola que ha preparado para que sirva de base a la casita que está construyendo para Marta y Ester. Coloca el nivel encima, lo mueve en todas direcciones y comprueba satisfecho que la plataforma es completamente plana. Antes de volver a su taller decide encender el ordenador para ver qué andan haciendo Ester y Marta. Mira el reloj de la maqueta y, como marca las ocho de la mañana, piensa que andarán en la ducha o ya desayunando. Las busca primero en su compartimento y las ve en el cuartito estrecho que sirve de aseo. Están las dos enjabonadas y les brillan los cuerpos. Se abrazan, se frotan la una contra la otra mientras el agua les cae por la cabeza y Ester le dice a Marta al oído:
-Nos estamos poniendo muy mimosas, ¿verdad?
El abuelo, al oírla, piensa:
-Pues ya verás cuando os metáis en el yacuzi que os estoy construyendo.
Apaga el ordenador y se mete en el taller a continuar trabajando en la casita en miniatura.

157: Claire y su beso
Ester y Marta entran cogidas de la mano y sonriendo en el vagón restaurante y, antes de sentarse en su mesa, Marta le dice a Ester al oído:
-¿Me lo harás después con los deditos de los pies?
Ester se ríe y le dice que sí.
Claire, que las ve entrar tan contentas mientras anda recogiendo las mesas, piensa:
-Vuelven a llegar tarde. Y si están tan alegres seguro que es porque se han estado dando esos besitos ricos que decía Ester.
Por eso se va decidida a la mesa en que está desayunando su novio, se le sienta enfrente y, señalándose entre las piernas, le dice:
-¿Cuándo me darás ahí abajo los besitos que me has prometido?
Mientras tanto Ester, como si tuviera telepatía, le dice a Marta mientras están las dos mojando la tostada en el café con leche:
-Además de hacértelo con los deditos de los pies hoy podríamos darnos una chupadita larga y rica.

158: Las dos con la trenza
Si Marta y Ester han llegado algo retrasadas al desayuno no ha sido porque se hayan estado besando al modo que imaginaba Claire sino por el invento que se le ha ocurrido a Ester sobre la marcha. Estaban las dos empezándose a vestir al salir de la ducha, tenían ya las braguitas puestas y, cuando Ester ha cogido la tranza de Marta para insertársela entre las piernas, ha dicho:
-Uy, lo que se me acaba de ocurrir. Quítate otra vez las braguitas, porfa, y ponte de pie aquí en medio y con las piernas un poco separadas.
Ester se ha quitado también las bragas y ha puesto su espalda contra la de Marta. Cuando estaban las dos bien juntas tocándose por los talones, el omóplato y el culo, Ester ha pasado la trenza entre sus piernas y las de Marta y ha dicho:
-Cógela por tu lado.
Al instante Marta ha entendido, ha estirado la trenza de modo que se le insertara bien por el eje y ha parado para que Ester estirara por su lado. Y Marta ha dicho:
-¡Qué gustito! Lo hacemos despacito, ¿se vale?
Y han estado estirando de la trenza alternadamente ahora hacia Marta, luego hacia Ester. Primero ha sido como Marta pedía y la trenza las recorría lentamente. Luego no han podido contenerse, han subido el ritmo y han acabado a toda velocidad.

159: La trenza de Ester
Están aún en la mesa del vagón restaurante y Marta coge la mano de Ester, se la besa y dice:
-Me ha gustado mucho lo de antes. Me gusta que te inventes cosas.
-Lo malo es que en esa postura no puedo ver la carita de placer que pones.
Marta se queda pensando seriamente y dice:
-Pues hoy te recortaré un poco el pelo para ir dejándote un mechón detrás a la izquierda. Cuando te crezca, te haré una trenza, la cortaré y así podremos hacerlo de pie frente a frente y con las dos trenzas.
Ester se pone a pensar y dice:
-¿Cómo?
-Pues bien compenetraditas. De pie como hoy pero cara a cara. Tú coges mi trenza por detrás y yo te la recojo por delante; luego la vamos moviendo entre las dos para darte gustito. Y yo cojo tu trenza por detrás y tú por delante y también la movemos. Así nos damos gustito las dos mientras nos miramos, nos damos besitos o lo que queramos.
Ester se queda pensando imaginando la escena, coge la mano de Marta, se la besa y dice:
-Pues a mí también me gusta que te inventes cuadritos.

160: Bajo la manta
Ester y Marta salen del vagón restaurante y Marta insiste en el oído de Ester:
-¿Me lo harás con los deditos de los pies?
-Pues claro. Andaba pensando que podríamos hacer la colada. Entonces te lo hago en el compartimento de la lavadora.
-Vale. Y luego, mientras esperamos a que acabe, nos sentamos junto a la ventanilla de esa manera que nos gusta. Y yo me pongo encima. ¿Me dejarás?
-Claro.
Llegan a su compartimento con la idea de recoger la ropa sucia y, al abrirlo, ven un bulto debajo de la manta. Marta dice:
-Son las muñequitas. A saber lo que estarán haciendo.
Ester levanta despacio la manta y, al aparecer las dos muñequitas, se quedan las dos mirando como bobas. Al cabo de un momento Ester dice:
-Pues con todas las cosas que nos inventamos aún no se nos había ocurrido eso que es tan fácil.
La muñeca morena está tumbada boca arriba y con las piernas bien separadas. La muñeca rubia está tumbada del revés, de lado y con las piernas también separadas e intercaladas entre las de la morena. La humedad de la una está enganchada a la humedad de la otra. Marta dice:
-Tápalas para que sigan. Y antes de comer hemos de probar esa postura.
Ester las tapa con la manta, se queda pensando y dice:
-¿Te acuerdas de que la cieguecita dijo que aprenderíamos cosas con la manta? Pues ahí tienes.

161: Las bragas
Marta y Ester están en el compartimento de la lavadora. Mientras Marta se desnuda Ester va sacando la ropa sucia de una bolsa y la va metiendo en la lavadora. Y Ester dice:
-Mira.
Y le enseña a Marta unas bragas completamente desgarradas.
Marta, que sabe que fue ella, se ríe y dice:
-Para que veas cómo me pones. No hace falta que las laves, las tiramos y ya está.
-Ni hablar. Cuando paremos en una ciudad grande el año que viene, compraremos un marco como los que sirven para fotos y las meteremos dentro.
A Marta le da la risa.
Ester acaba de meter la ropa en el tambor, pone el detergente y el suavizante, busca el programa y la lavadora se pone en marcha. Luego se vuelve hacia Marta, que está tumbada boca arriba a lo largo del compartimento y con las piernas separadas. Marta dice:
-Ya sabes lo que quiero.
Y Ester se quita los zapatos y el calcetín del pie derecho. Luego se apoya con una mano arriba, en el estante para el equipaje, y con el dedo gordo del pie derecho busca el bultito de Marta. Cuando lo encuentre, empieza a frotar y dice:
-Hoy aún no nos hemos dicho palabritas de amor.
Marta acaricia con las dos manos el pie de Ester y dice:
-Tienes los pies más bonitos que... que... que el cielo y las estrellas.
-Pues tú tienes el bultito más tierno y más dulcecito que... que... que...
-Pero eso no son palabritas de amor sino de gustito.
-Pues entonces, ¿sabes qué?: que me gustaría hacerme pequeñita y meterme por tu ombliguito para llenarte de besos por dentro.


162: El deseo de Marta
Ester está dando placer a Marta con el dedo gordo del pie mientras las dos se van diciendo palabras de amor. Y Marta, que no para de acariciar el pie de Ester, dice:
-¿Te acuerdas cuando me dijiste que, cuando te ponías tú sola, pedías antes un deseo y era que yo viniera para hacerlo las dos juntas? Pues ahora yo, cada noche pido un deseo antes de dormir.
-¿Ah, sí?, ¿y qué deseo es?
-Pues lo que a ti te gusta, que podamos tener una casita para las dos.
Ester se enternece y, si no fuera porque está de pie y Marta tumbada, se abrazaría a ella y le llenaría la cara de besos. Se conforma con avanzar la cabeza, acumular saliva y dejársela caer en el ombligo. Luego dice:
-¿Qué pasa?, ¿no te gusta lo que te hago? Porque llevamos más de diez minutos y...
-Pues claro que me gusta. Pero te acuerdas de aquel día en que yo te lo hacía vestida y me dijiste que si no me desnudaba no llegarías. Pues lo mismo.
Ester, sin parar de frotar a Marta, se desabrocha despacio la blusa y luego se quita los sostenes. En el momento en que Marta le ve los pechos, le presiona el pie y empieza a mover la cintura en círculo mientras dice:
-Ay, ay, ay. ¿Lo ves? En cuanto empiezas a desnudarte me viene el gustito fuerte.
-No exageres.
Ester ha de apartar el pie de entre las piernas de Marta para poder quitarse los pantalones y las braguitas. Se los quita despacio mirando a Marta a los ojos y viéndole todo el deseo contenido. Ester se quita por fin el calcetín izquierdo y vuelve a poner el pie derecho entre las piernas de Marta, que da una sacudida y dice:
-¡Ay, Ester! No pares, no pares, que no puedo más.

163: Los pezones de Marta y Ester
Mientras la lavadora avanza, Ester, de pie, sigue moviendo el dedo gordo del pie entre las piernas de Marta, que empieza a estremecerse de placer. Ester la mira y Marta le devuelve la mirada mientras se va retorciendo. Al acabar, Ester se tumba junto a ella y, recordando lo que Marta acaba de decir, que cada noche pide como deseo una casa para las dos, le llena la cara de besos. Marta se le abraza fuerte y le dice:
-Me gusta tanto cuando me lo haces con el pie...
-¿Y las otras veces?
-Las otras veces también.
Se quedan un rato abrazadas y calladas. Luego Marta pregunta:
-¿Le queda mucho a la lavadora?
-Sí, aún queda un ratito.
-Es que me lo has hecho tan bien que he perdido la noción del tiempo.
-¿Pues ves cómo tú también sabes decir cosas bonitas?
-Pero tú más.
Deciden incorporarse y sentarse las dos en el asiento junto a la ventanilla. Ester se sienta debajo y Marta, encima. Juntan las mejillas y ven que fuera hay niebla. Ester dice:
-Eso es que estamos cerca de un río. Y por eso debemos de estar castigados, porque habría niebla y el maquinista no vería la señal de reducir la velocidad para cruzar el puente.
Mientras tanto, Ester ha dividido en dos el cabello de Marta y le ha cubierto los pechos con cada mitad. Ahora le está acariciando los pezones mientras Marta se balancea para acariciar también los pezones de Ester con su espalda. Y Ester dice:
-¡Qué duros se nos ponen los pezoncitos!
-Pues sí. Y si quieres empiezo ya.

164: Líquidos
La lavadora ha acabado y ahora Marta y Ester están tendiendo. Y Marta dice:
-La otra vez que lo hicimos sentaditas ahí también llegamos mientras la lavadora centrifugaba.
-Sí. A lo mejor es que nos aceleramos al ritmo de la lavadora.
Marta ríe y dice:
-¿Sabes lo que me gusta mucho de hacerlo así, pasando el dedito primero por una y a continuación por la otra? Pues que como con el dedito te recorría a ti y después a mí y estábamos tan mojaditas, al pasarte el dedito recogía tus líquidos y, como después me pasaba el dedo yo, me mojaba con ellos. Y luego al revés, que te mojaba a ti con mis líquidos.
-Casi es como cuando yo te echo babitas dentro de la boca y te las tragas.
-Ah, y luego hemos de hacer lo que hacían las muñequitas. Y, como estaremos las dos muy mojaditas y juntadas por ahí abajo, también se nos mezclarán los líquidos.
-Pues sí. Y me parece que será muy bonito, ¿Sabes por qué? Pues porque como donde más gusto nos da es en el puntito...
-Sí, que me da gustito tanto si me lo tocas tú como si te lo toco yo. Porque cuando te pongo la lengua o el dedito, me va entrando un no sé qué por dentro.
-Es lo que me ha pasado antes cuando te lo hacía con el dedito del pie. Como desde que me das besitos en los pies los tengo más sensibles, cuando te estaba acariciando me iba subiendo por las piernas un gustito que se me metía bien dentro.
-Pues imagínate lo que nos gustará hacerlo juntando los dos puntitos y frotándonos.
-Sí, seguro que nos ponemos locas. Será mejor que las dos nos pongamos las braguitas en la boca para no organizar un escándalo.
-Sí, será mejor. Lo que no entiendo es por qué no se nos había ocurrido antes hacerlo de esa manera, con lo fácil que es.
Acaban de tender, se visten y salen cogidas de la mano del compartimento de la lavadora en dirección al suyo. Ya en el pasillo ven venir hacia ellas un niño que, al verlas, se queda parado y dice:
-Sois muy guapas las dos.

165: La novia del niño
Ester y Marta se han parado en el pasillo frente a un niño que, al verlas, les ha dicho que eran muy guapas. Ester le contesta:
-Gracias, niño. Tú también eres muy guapo.
-Cuando sea mayor quiero tener una novia como vosotras.
-¿Como cuál de nosotras?
El niño las mira a las dos, se queda pensando y dice:
-Como las dos, que las dos sois muy guapas. Eso es, quiero tener dos novias, una morena como tú y otra rubia como tú.
Marta y Ester se ríen y el niño se despide de ellas, que entran en su compartimento y se vuelven a desnudar. Marta dice:
-A ver cómo nos ponemos para hacerlo igual que las muñequitas.
Ester, que ya está tumbada de medio lado mirando hacia la puerta, dice:
-Túmbate aquí boca arriba mirando hacia la ventanilla y separa las piernas.
Marta obedece y Ester se va acercando:
-Levanta un poquito la espalda.
Marta levanta la espalda y Ester le va pasando una pierna, flexionada, por debajo, y la otra por el vientre. Marta dice:
-Acércate bien despacito.
Ester sigue moviéndose hasta quedar con la humedad enganchada a la de Marta. Se miran la una a la otra, quietas, hasta que Marta dice:
-Te siento muchísimo.
-Yo también.
Ester se mueve sólo un poco y Marta abre los ojos y la boca con expresión de sorpresa. Luego dice:
-Si no lo hacemos despacio duraremos muy poquito.
-Pues lo hacemos despacio.
A los cinco minutos ya tiene cada una en la boca las bragas de la otra, están sudando y Ester araña el muslo de Marta mientras Marta da golpes con la planta del pie en la espalda de Ester.

166: El tubo de PVC
Al abuelo lo que verdaderamente le hace ilusión, más que la casa, es el yacuzi para Marta y Ester. A diferencia de la casa formada por piezas que hay que ensamblar, el yacuzi ha tenido que construirlo artesanalmente con yeso, tela asfáltica y otros materiales. También ha trabajado en las conducciones de agua: la casita se surtirá con un tubo de pvc que, como una acequia, recogerá agua de uno de los ríos de la maqueta, precisamente el que pasa bajo el puente donde el maquinista del convoy 89 no respetó la limitación de velocidad, y, mediante una suave inclinación, pasará bajo el bastidor de la maqueta hasta debajo de la plataforma de escayola. Allí instalará una bomba que elevará el agua hasta un cuartito en la buhardilla de la casa donde se repartirá en dos depósitos, uno para el agua caliente y otro para el agua fría. Pero lo de los depósitos vendrá después.
De momento tiene todas las piezas del tubo de pvc que, a base de tramos rectos, codos y flexos, llegará con precisión, si no se ha equivocado en las repetidas mediciones, desde el río hasta la plataforma de escayola. Pero será el nieto quien habrá de meterse bajo la maqueta porque su esqueleto no está para esos trotes y si le da el lumbago...

167: Sobremesa
 El tren sigue envuelto en la niebla y Ester y Marta están acabando de comer. Como suelen hacer cada día, Ester pela una naranja y Marta una manzana. Luego las dividen en dos mitades y se las reparten. Ester dice:
-¿A que ha sido muy bonito? Con tus pelitos rubios mezclados con los míos, con tu bultito sonrosado bien pegadito al mío... y, cuando te movías, se te movían las tetitas que parecía que temblaran.
-Sí, que a veces también te sentía el pie en las tetitas.
-Y te he arañado un poquito en la pierna pero no te he hecho sangre.
-Y yo te daba pataditas en la espalda.
-Pero lo más bonito era estar enganchaditas por ahí y tener juntos los puntitos.
-¿Sabes qué? Que me estás poniendo mimosa. Ya me siento mojada y así no sé si podré echar la siesta.
Y Ester dice:
-Bueno, no pasa nada. Al llegar al compartimento te desnudas y te doy un repasito. Te lleno el culito de besos y verás qué siesta más rica.
Marta, al oír lo que ha dicho Ester, se mueve instintivamente en el asiento. Luego se queda pensando y dice:
-Bueno, pero las dos juntas. ¿Te acuerdas de que esta mañana, en el desayuno, has dicho que hoy nos podíamos dar una chupadita rica.
-Sí, pero entre una cosa y otra nos hemos olvidado.
-Pues nos la damos ahora antes de la siesta.

168: Cariño y deseo
Marta y Ester se han puesto artísticas la una con la otra. Marta encima y Ester debajo. Se han dado palmaditas la una a la otra, se han soplado, se han llenado de babas, se han hurgado con los dedos, se los han puesto dentro y, por fin, se han pasado la lengua ávidamente. Y han acabado tan rendidas que Marta se ha dejado caer tal como estaba y ha quedado con la cabeza a los pies de Ester. Y los pies de Marta junto a la cabeza de Ester. Marta se ha quedado dormida y Ester poco después tras cubrir los cuerpos de ambas con la manta.
Ahora Marta se despierta y toma conciencia despacio. Recuerda por qué está en esa posición y no agarrada como siempre a la cintura de Ester y se preocupa porque piensa:
-Fue así, durmiendo del revés, como Ester tuvo la pesadilla.
Reacciona besando los pies de Ester y, al instante, siente que Ester está besando los suyos. Se tranquiliza: Ester no ha tenido ninguna pesadilla. Quizá será porque la manta las protege. Visto cómo ocurren las cosas en el tren, seguro que es por eso.
Marta se incorpora para poner su cuerpo en paralelo al de Ester y sonríe cuando ella, como cada día después de la siesta, se prepara para las caricias: ha separado las piernas y la mira con una mezcla de cariño y deseo.

169: Azucenas y rosas
Ester y Marta han echado atrás los asientos del compartimento y ahora están sentadas una junto a la otra de cara a la máquina. En el exterior del tren sigue la niebla. Ester tiene un libro sobre los muslos y va pasando las hojas:
-Mira qué flores más bonitas. Son azucenas. Mira qué pétalos tan blancos.
A Marta le gusta que Ester hable y le cuente cosas. Porque todo lo que sale de la boca de Ester le parece dulce. Y Ester ha vuelto a hablar de su casita:
-Y si tenemos una casita la llenaremos de flores. En los balcones, en las ventanas, en el jardín... Y cada día tendremos un ramo bien bonito en la habitación. ¿Y sabes qué?: que tendremos rosales. Y te pondré encima de la cama desnudita y te llenaré el cuerpo de pétalos de rosa. Y luego te daré besitos.
-¿A los pétalos o a mí?
-A ti, tonta. Y también plantaremos arbolitos. Como nos gustan tanto las manzanas y las naranjas, pues plantaremos manzanos y naranjos y, cuando tengamos hambre, pues eso. Y tengo otro libro de flores y plantas que dice que las flores del naranjo huelen muy bien en primavera...
Marta cierra los ojos y se imagina envuelta en aroma de azahar mientras oye a Ester suspirando y la ve mover los deditos de los pies. Luego mira el libro de Ester, que dice:
-Qué bonito, eso es una buganvilla. Si ponemos una en el jardín junto a la casa, subirá por la pared hasta el tejado.

170: Fontanería
Aprovechando que es sábado y el nieto no tiene colegio, el abuelo le ha convencido, con un billete que da para un quilo de chuches, para que deje de ver los dibujos animados y se meta bajo la maqueta a hacer los empalmes necesarios con el tubito de pvc desde el río hasta la plataforma de escayola que, previamente, ha perforado con una broca de diámetro mínimo.  Y también ha sabido instalar la bomba que ha de impulsar el agua hasta los depósitos que habrá que instalar en la parte alta de la casa.
Tras hacer las pruebas necesarias y comprobar que, efectivamente, el agua discurre hasta la plataforma de escayola sin pérdidas por las junturas de los tubitos de pvc, el abuelo se siente satisfecho y orgulloso de su nieto. Y si se da prisa, piensa, aún puede llegar a la hora de los chatos en la barra del hogar del jubilado.
Al tercer chato y mientras sus amigos andan preocupados por si el gobierno subirá o no las pensiones, el abuelo cae:
-¿Y la piscina? Tanto darle vueltas al yacuzi me he olvidado de la piscina.
De vuelta a casa le da vueltas a la piscina:
-Tampoco es tan complicado. En un rincón de la plataforma de escayola agujereo con la sierra del Black and Decker y luego más tubitos de pvc que vengan desde el depósito de agua fría. Ah, y con el escalímetro calcularé una piscina cuyos lados guarden la proporción áurea.
Al abrir la puerta de casa vuelve a la realidad y cae en que no va a poder evitar que su hija le riña cuando se dé cuenta de la cantidad de chatos que se ha bebido.

171: Luna llena
La niebla se ha ido disipando mientras Marta y Ester seguían mirando el libro de flores y plantas. Ahora vuelven de cenar y, al llegar al compartimento, se encuentran a las muñequitas sentadas en el sitio que ellas ocupaban antes de cara a la máquina, y formalitas y cogidas de la mano. Se sientan enfrente, Ester coge el libro y lo abre por la marca que habían dejado antes de cenar, una página con fotos de helechos. Dos páginas más allá dice:
-Mira, hiedra. Cada vez tengo más ganas de tener una casita. Porque si la tuviéramos podríamos poner hiedra subiendo por la pared.
-¿Pero no querías poner una buganvilla?
-Bueno, en una pared una buganvilla y en otra, hiedra.
Siguen pasando páginas hasta acabar el libro y Ester lo cierra sobre sus piernas. En la contraportada hay una foto con un campo de amapolas. Lo miran y Ester apoya la cabeza en el hombro de Marta y dice:
-Me gustaría estar tumbada contigo en un campo de amapolas.
-Pero si estuviéramos tumbadas encima las chafaríamos con nuestro peso.
Ester se queda pensando y dice:
-Bueno, podríamos poner la manta encima de las amapolas y tumbarnos nosotras encima de la manta. Como con la manta no puede pasar nada malo, cuando nos levantáramos y quitáramos la manta, las amapolas volverían a estar bien lozanas.
-Claro.
-¿Nos acostamos ya?
Empujan los asientos hacia delante para que se unan los de un lado y el otro formando la cama y se desnudan. Marta va a apagar la luz mientras Ester va a la ventanilla a correr la cortina para que a la mañana no les entre el sol y, antes de correrla, dice:
-Apaga la luz y ven. Verás qué bonito.
Marta acude junto a Ester, mira por la ventanilla y dice:
-Sí, la luna llena. ¡Qué bonita está!

172: De rodillas
Ester y Marta están desnudas, arrodilladas frente a la ventanilla, cogidas por la cintura y mirando embobadas la luna llena en el cielo. Al cabo de un rato Marta dice:
-¿Estás pensando lo mismo que yo?
-¿Que no lo hemos hecho nunca con luna llena? Pues claro.
Entonces Marta cambia de posición, se sitúa de rodillas con las piernas separadas y mirando hacia la cola del tren, y le pide a Ester que se coloque frente a ella y con las rodillas pegadas a las suyas. Ester lo hace y Marta empieza a acariciarle la cara. Y Marta dice:
-¡Qué bonito se te ve el cuerpo, que te brilla con la luna!
Y Ester contesta:
-Pues el tuyo aún más. Como lo tienes tan blanco y la luz de la luna también es blanca...
Ester acaricia los hombros de Marta y, cuando Marta se cubre los pechos con el cabello como siempre que están junto a la ventanilla, Ester le aparta el cabello, vuelve a dejarle los pechos al descubierto y dice:
-A esta hora no nos puede ver nadie. Y las  tetitas se te ven aún más bonitas con la luna.
Se quedan las dos mirándose la una a la otra y, al cabo de un rato, Marta se pasa el dedo y, humedecido, se pone a recorrer con él el labio inferior de Ester. Luego Ester se lo introduce en la boca, lo chupa, lo muerde suavemente, repite cuanto había hecho Marta y dice:
-Cuando queremos ponernos bien loquitas lo hacemos muy bien.
Marta sonríe y Ester le dice:
-Me voy a beber tu sonrisa.
Acerca sus labios a los de Marta y juega a rozárselos, sólo rozárselos. Hasta que Marta empieza a bajar despacio la mano por el vientre de Ester y Ester por el de Marta. Se buscan. Cuando se encuentran Ester mete la lengua en la boca de Marta y empieza a moverla nerviosamente. Marta la sigue y, al cabo de un momento, se aparta y dice:
-No te pongas ansiosa. Vamos a hacerlo despacito, que es mucho más rico.
Quedan las dos a la luz de la luna amándose con los labios y con las manos. Y sintiéndose en el corazón.12

173: La cabaña y el prado
Marta despierta y, al acabar de tomar conciencia, se sorprende. No se ha despertado en la postura de todos los días, tumbada de lado y abrazada a la cintura de Ester sino tumbada boca arriba y cogida a ella de la mano. Al momento recuerda: es la misma postura –piensa- en que acababa lo que he soñado.
Ester también despierta y, antes de abrir los ojos, se gira hacia Marta, la rodea con los brazos, le dice al oído que la quiere, le da el beso de buenos días y frota su cuerpo contra el de ella. Luego, ya abiertos los ojos, le dice al otro oído:
-¡Que bonito fue lo de anoche!
Marta también le dice que la quiere, también se frota contra ella y luego dice:
-Hoy también he soñado. Pero parecido a lo que tú soñaste ayer, que íbamos las dos por un camino en bici cogidas de la mano. Pero de repente se ha puesto a llover y nosotras corríamos porque cada vez llovía más. Hasta que hemos encontrado una cabaña, que sería de leñadores, y nos hemos metido dentro para resguardarnos. Y la cabaña era muy grande y también hemos metido las bicis. Luego nos hemos desnudado y hemos puesto la ropa encima de unas piedras a ver si se secaba un poco y nos hemos tumbado una junto a la otra cogidas de la mano mirando hacia la puerta. Y era bonito ver caer la lluvia. Y olía muy bien, a hierba y a tierra mojadas.
-Pues seguro que eso es la continuación de lo que yo soñé ayer. Porque yo también he soñado algo parecido a lo que tú soñaste. Estábamos las dos desnudas tumbadas en el prado... ¿Te acuerdas del prado que soñaste?
-Sí, que me desperté cuando estábamos a punto de hacerlo. ¿Lo hemos hecho en tu sueño?
-Bueno, no. Porque estábamos tumbaditas tomando el sol y, entonces, te has levantado, me has cogido de la mano, me has llevado corriendo hasta el agua, hemos saltado las dos cogidas y luego hemos ido nadando hasta una roca que había en medio, nos hemos subido y hemos estado un ratito sentadas encima diciéndonos bobaditas. Luego nos hemos vuelto a meter en el agua, nos dábamos besitos y nos abrazábamos y, cuando yo te he empezado a tocar por abajo, me has pedido que me estuviera quieta porque era muy hondo y nos podíamos ahogar. Entonces hemos ido nadando hasta la orilla y hemos salido del agua junto a los sauces que decías ayer. Y nos hemos tumbado sobre la hierba. Y así estábamos, tumbaditas mirando al cielo, cuando me he despertado.
-Pues entonces, en el próximo sueño ya nos pondremos a hacerlo.
-Seguro que sí. Ah, y ¿sabes qué? Que no sé nadar. O sea que cuando sueño sí sé. Sé ir en bicicleta y nadar.

174: La parada
Al acabar de hablar y levantarse Ester y Marta caen en la cuenta de que el tren está parado. Ester corre la cortina de la ventanilla y ve que están en un tramo de doble vía en medio de un bosque de abetos. Y Marta pregunta:
-¿Pasa algo?
-No. Me parece que ya sé dónde estamos, en un tramo corto de doble vía que sirve para apartar trenes.
-¿Y para qué los apartan?
-Pues nos han apartado para que nos adelante otro tren más rápido que viene detrás o para cruzarnos con otro que viene de cara. Si ellos hubieran llegado antes serían ellos los que estarían aquí parados.
-¿Y sabes si estaremos mucho tiempo?
-No sé. A lo mejor un ratito o a lo mejor hasta mañana.
Al ir a desayunar se cruzan con el revisor:
-Buenos días, señor revisor.
-Buenos días, señoritas.
-¿Sabe si estaremos mucho rato parados?
-No sé. Pero si queréis ir a dar un paseo ya sabéis que no hay ningún problema. Antes de salir, el tren pita varias veces y, después, espera diez minutos para que vuelva todo el mundo. Hay gente que ha salido con cestas a buscar setas y dice Claire que, cuando acabe con los desayunos, ella también saldrá.
-Gracias, señor revisor.

175: El bosque
Al acabar de desayunar Marta le pregunta a Ester:
-¿Saldremos fuera a dar un paseo, verdad?
-Sí, que con esos sueños que hemos tenido me dan ganas de estar contigo en medio del campo.
Se levantan, se cogen de la mano y, al llegar a la primera plataforma entre vagones, Marta se queda parada mientras Ester sigue andando. Ester, al tirar de ella la mano de Marta, para y Marta le pregunta señalando la portezuela del tren:
-¿Pero no íbamos a salir fuera?
-Sí, pero vamos a hacerlo bien. Primero vamos al compartimento a buscar la manta.
Marta se ríe y dice:
-Es que estás en todo.
Como el tren está parado en un tramo en curva el revisor, desde cinco vagones por delante del de Ester y Marta, las ve saltar afuera con la manta y piensa:
-Pues no parece que esas dos vayan a buscar setas.
Luego se queda mirando cómo se adentran en el bosque.

176: Al aire libre
Ester y Marta, cogidas de la mano, vuelven del bosque hacia el tren porque se acerca la hora de comer. A lo largo de toda la mañana, el tren ha ido silbando esporádicamente para que se orientaran y no se perdieran quienes habían salido al bosque a buscar setas o, simplemente, a pasear. Pero Marta y Ester, al salir del tren, habían intentado, siempre que los árboles se lo permitían, caminar en línea recta hasta encontrar el lugar idóneo. Y luego, al desnudarse, habían dejado los zapatos con la punta orientada hacia la vía.
Al llegar a un claro Ester dice:
-Ha sido tan bonito... Porque ha sido muy bonito hacerlo al aire libre, ¿verdad?
Marta se para, se gira hacia Ester, le coge la otra mano, la mira a los ojos y le dice:
-Sí, ya te lo he dicho. Lo más bonito ha sido hacerlo sintiendo el aire en la piel. Y cuando estabas encima de mí. Tú te movías y yo te miraba la cara y el cuerpo porque lo mueves muy bien, ¿sabes?; pero después, cuando, a puntito de llegar, te has dejado caer y has empezado a darme mordisquitos suaves en el hombro y a decirme al oído: Marta, Marta, no puedo más, te quiero mucho... pues entonces yo miraba al cielo y a las copas de los árboles y era muy bonito.
-Sí, y me has puesto el dedito detrás.
-Y te acariciaba la espalda con la otra mano. Y tú movías todo el cuerpo encima del mío. Y yo notaba en las manos y el cuerpo todo el placer que sentías y miraba al cielo. Ah, y movías los pies acariciándome las piernas porque sabes que con los pies me pones loca.
Ester se ríe y dice:
-Lo he hecho sin querer. Me ha salido así porque me gustaba todo tanto...
-Te pones tan dulce y cariñosa cuando llegas...

177: El claro del bosque
Marta y Ester están frente a frente cogidas de las dos manos hablando de lo mucho que les ha gustado hacerlo al aire libre. Y Ester dice:
-Pues cuando estábamos dándonos la chupadita y yo estaba debajo... porque si estamos en nuestro compartimento y yo estoy debajo, si miro te veo el culito y el techo del compartimento, pero hoy te veía el culito y también el cielo y las copas de los árboles, que las movía el viento. Ah, y había un pajarito posado en una rama.
-¿Y nos miraba?
-Me parece que sí.
-Pues qué vergüenza.
Lo que Ester no le dice, porque sabe que no le haría ninguna gracia, es que también las han visto Claire y su novio. Estaban las dos tumbadas de medio lado frente a frente y hablando, y Ester los ha visto escondidos detrás de un árbol y espiándolas. Ha sentido unos celos instintivos porque, desde allí, veían desnuda a Marta de espaldas y, en un gesto espontáneo de posesión, le ha pasado el brazo por el hombro y ha empezado a besarla. Al acabar el beso, Claire y su novio aún estaban allí, y Marta, sin saberlo, se ha tumbado boca arriba, ha abierto los brazos en cruz, ha separado las piernas y ha sido cuando ha dicho que le gustaba sentir el aire:
-¿Me tocas un poquito? Se está tan bien así con el aire acariciándome la piel. Y si tú también me acaricias, pues perfecto.
-¿Y te acaricio sólo un poquito?
-Bueno, lo que tú quieras y donde tú quieras.
Entonces Ester se ha dado cuenta de que, al estar Marta tumbada boca arriba, Claire y su novio también la veían desnuda de frente. Por eso en seguida le ha tapado los pelillos con la mano mientras la empezaba a acariciar con el dedo y ha ido con los labios a su pecho izquierdo mientras cubría con su cuerpo el derecho. Y ha pensado:
-Vosotros seguid mirando y veréis lo que le sé hacer.
Y como Claire y su novio ya se habían ido cuando Marta ha acabado, no se ha enterado de que habían estado allí mirándolas.

178: Destinos unidos
Ester y Marta reemprenden la marcha hacia el tren y Ester dice:
-También por eso quiero que tengamos una casita. Que lo queremos hacer dentro en la cama, pues lo hacemos. Que lo queremos hacer al aire libre, pues salimos al jardín o nos vamos al bosque. Ah, y si nos ponemos románticas como con la luna llena, nos tumbamos cogiditas de la mano mirando la puesta de sol y a ver qué pasa.
Y Marta contesta:
-¿Te acuerdas de que el otro día te dije que cada noche pedía nuestra casita como deseo? Pues ahora la pido también cuando lo hacemos. Justito antes de llegar: tanto si lo hacemos las dos juntas como si me lo haces; y si te lo hago yo, cuando tú estás a puntito.
-Entonces seguro que tendremos nuestra casita.
Siguen caminando y, cuando ya tienen el tren a la vista, Marta dice:
-¿Y no podríamos marcharnos del tren por nuestra cuenta y buscar una casita?
-No podemos. Sólo nos podemos bajar cuando lo diga el revisor. Si nos bajamos sin decírselo seguro que nos castigan y nos quedamos sin casita.
Marta se queda pensando y dice:
-Entonces, ¿la gente sólo se puede bajar cuando lo dice el revisor?
-Sí.
-¿Y si te dice a ti que te bajes y a mí no?
-Eso no puede ser. Nadie se baja solo. Imagínate los niños o sus papás. Si se bajara un niño sin su papá o un papá sin su niño... Y a nosotras nos mandará bajar juntitas porque sabe que estamos juntitas. ¿Te digo un secreto?: pues que me gustó mucho cuando nos riñó porque éramos unas escandalosas. Porque si nos riñó fue porque sabía lo que hacíamos...
-Pues qué vergüenza que todo el mundo sepa lo que hacemos: la viejecita ciega, los pajaritos y ahora el revisor.
-Pero todos saben que lo hacemos porque nos queremos. ¿Te acuerdas de lo que le dije al revisor el día en que se acabó el racionamiento? Pues que tú y yo nos queremos tanto que no nos podemos morir nunca para poder seguir queriéndonos. Y eso era por si no se había enterado. Por eso, cuando mande bajar a una del tren mandará bajar también a la otra.
-¿Y eso cuándo será?
-Pues no sé. A lo mejor mañana o a lo mejor dentro de diez años.
Marta se queda pensando y dice:
-Pero en el tren también estamos bien, ¿o no?
-Pues claro.

179: La sucesión de Fibonacci
El abuelo no necesita oír las conversaciones de Marta y Ester para seguir con la construcción de su casita. Ya tiene la piscina en una esquina de la plataforma de escayola y  siguiendo las proporciones de la regla áurea. Primero construyó una sucesión de Fibonacci en un hoja de cálculo y, cuando vio que entre 10.946 y 6.765 se daba la proporción precisa, intentó, con el escalímetro, que esas fueran las unidades teóricas que midieran los lados de la piscina. Luego perforó la escayola, construyó el suelo de la piscina de modo que por un lado el agua les llegara hasta apenas la cintura y por el otro las cubriera completamente, puso tela asfáltica, volvió a cubrir con escayola, lo pintó todo de azul y preparó una conducción que recibiera el agua del depósito que iría en la planta superior de la casa.
Ahora está en su tallercito ensamblando las piezas prefabricadas de la planta inferior. Otro problema tiene que resolver, la chimenea: cómo meter en el salón de esa planta inferior una chimenea y hacer pasar el tiro por las otras dos plantas. Minucias.
-Ah, y otra cosa –piensa el abuelo-. Habrá que poner también un apeadero junto a la casa para que sepan dónde se tienen que bajar.

180: Culpabilidad
Ester y Marta se han subido ya al tren, han ido al compartimento a dejar la manta y, desde allí, han ido al vagón restaurante. Claire les ha servido un plato de setas a la brasa a cada una diciendo:
-Ya veréis qué ricas están. Son de las que han cogido los pasajeros esta mañana en el bosque. Mi novio y yo también hemos salido a coger.
Ester las prueba y dice:
-Pues es verdad. Están muy ricas.
Marta espera que Claire se marche. Luego se queda mirando el plato y contesta:
-Pues yo me siento un poco culpable. La gente recogiendo setas para que nos las comamos mientras nosotras estábamos dándole al asunto.
Ester piensa durante un momento y dice:
-Bueno, pues esta tarde lo que podemos hacer es, en vez de dormir la siesta, ir a buscar setas.
Marta asiente, se queda más tranquila y lleva el tenedor al plato:
-Sí, están muy ricas.
Al acabar de comer, le piden un cesto a Claire y Marta dice:
-Pasamos primero por el compartimento a buscar la manta. Porque una cosa es que no echemos la siesta y otra muy diferente que nos saltemos lo que te hago siempre al despertar.
Ester sonríe.

181: La puesta de sol
Hasta que no han llenado la cesta de setas, Marta y Ester no han parado a descansar. Entonces han extendido la manta, se han desnudado y Ester se ha puesto en posición. Marta ha dicho:
-Mira, casi es como tú decías, hacerlo a la puesta de sol. Aún queda un poquito, pero el sol se irá escondiendo detrás de los árboles mientras te lo haga. Y luego ya hemos de volver al tren antes de que oscurezca más.
-Bueno, pues al volver te hago yo algo.
Ahora ya vuelven a estar en su compartimento después de haber entregado las setas a Claire para que se las diera al cocinero. Se desnudan, se tumban, se cubren con la manta, se cogen de la mano y miran al cielo a través de la ventanilla. Al cabo de un rato Marta dice:
-¿No decías que me ibas a hacer algo?
Ester intercala su pie izquierdo entre los pies de Marta y empieza a acariciarle el derecho. En seguida Marta dice:
-Ya sabes que con tus pies en seguida me pongo tierna y deseosa.
-Pues claro. Así es como te quiero tener.
-¿Sabes lo que podemos hacer? Nos podemos tocar un poquito así mismo, suavecito y mirando por la ventanilla. Pero sobre todo, no dejes de acariciarme con el pie. Y podemos seguir hablando tal como estamos, dándonos gustito suave. Si luego nos vienen más ganas, pues ya nos ponemos y lo hacemos a lo bruto, como tú dices.
Ester se ríe, levanta un poco la manta, recoge la larga melena de Marta y se la lleva a los pechos diciendo:
-Pues si a ti te gusta sentir mis pies a mí me gusta sentirte el pelo.
Se están acariciando y hablando de sus cosas cuando Marta dice:
-A ver si esta noche seguimos soñando lo mismo que las noches anteriores. Si seguimos, ya sabes lo que va a pasar.
-Pues sí, será inevitable.

182: Bajo la lluvia
Ester y Marta duermen en la misma posición de siempre. Ester se sabe abrazada por Marta y está soñando con ellas dos tumbadas en la cabaña. Cada vez llueve más y oyen la lluvia golpear el techo. De pronto, Marta dice:
-Como al fondo está oscuro, no hemos mirado lo que hay en la cabaña. A lo mejor hay leña y podemos encender un fuego para secarnos los vestidos.
Se incorporan y, efectivamente, palpando y palpando encuentran en un rincón un montón de leña, una caja de cerillas y hojas secas. Ponen tres leños en forma de trípode y debajo un montón de hojas. Marta las prende y, en seguida, tienen su hoguera. Acercan las ropas y vuelven a tumbarse como antes, mirando la lluvia del exterior. Y Ester dice:
-¿A que es bonito tener lluvia a un lado y fuego al otro.
-Mucho. Y claro, para eso también quieres la casita. Para tumbarnos, cuando llueva fuera, delante de nuestra chimenea.
Ester sonríe y dice:
-¿Y a qué no sabes qué haríamos?
Marta no tarda en subirse encima de Ester y juntar sus labios con los de ella.

183: Bajo el cielo azul
Marta duerme abrazada a Ester y sueña con las dos desnudas y tumbadas en el prado y mirando el cielo azul. Ester señala una nube solitaria y dice:
-¿Sabes si hay dos nubes iguales, completamente iguales, en el cielo?
-Me parece que no.
De pronto oyen balidos de ovejas detrás de ellas. Marta se sobresalta y, con un gesto instintivo, se tapa los pelillos con la mano derecha y los pechos con el brazo izquierdo.
Ester, tan tranquila, se ríe, le dice que sólo son ovejas y que pastan sin más vigilancia que un perro.
-Pero si vienen los pastores...
-No van a venir. Las ovejitas saben el camino y, al atardecer, el perro las acompañará al establo. Además, es bonito oír los balidos de las ovejas con el murmullo del río y el canto de los pájaros. Y ¿sabes qué?  Que no sé si todo es bonito o lo veo yo bonito porque estoy contigo. Si es que me inspiras...
Y se sube encima de Marta y empieza a besarla. Marta le pide que se esté quieta, que le da vergüenza con las ovejas mirando pero Ester le besa los ojos y luego los oídos. Por fin dice:
-Sólo tienes que tener los sentidos para mí.
Y vuelve a besarla en la boca.

184: Despertares dulces
Ester y Marta están soñando. Ester sueña que está en la cabaña con Marta encima, que oye la lluvia caer y que siente la lengua de Marta dentro de su boca. Marta sueña que está en el prado, que oye los balidos de las ovejas y el canto de los pájaros y que Ester, al meterle la lengua en la boca, la ha liberado de todos sus pudores.
Entra una rendija de luz por la ventanilla del compartimento y Marta y Ester empiezan a despertar. Marta va tomando conciencia sin dejar de mover la lengua y, antes de abrir los ojos, siente que no es como estaba soñando y que no es la lengua de Ester la que siente en la punta de la suya. También Ester siente que la lengua de Marta no está donde la estaba soñando.  Los cerebros de una y otra se van abriendo despacio, al ritmo de sus lenguas, al nuevo día y, sin necesidad de abrir los ojos, cada una de ellas va sabiendo cómo tiene situado el cuerpo de la otra. Y saben que han de seguir moviendo la lengua porque para eso la tienen, para darse placer y para decirse palabras de amor.
Ya luego, mientras se están untando las tostadas con mermelada en el vagón restaurante, Ester dirá:
-¡Que despertar más rico hemos tenido! Seguro que significa que hoy estaremos más cariñosas que otros días.
Y Marta contesta:
-Todos los días estamos muy cariñosas.

185: Otra vez
Marta y Ester vuelven de desayunar y, tras entrar en su compartimento, Ester sacude la manta y la extiende en el suelo. Luego se desnudan las dos, Ester se tumba en el centro de la manta con las piernas separadas y le dice a Marta:
-Siéntate aquí delante, entre mis piernas.
Marta se sienta frente a Ester con las piernas cruzadas. Entonces Ester se separa los repliegues con la mano izquierda y pregunta a Marta:
-¿Se me ve bien el puntito?
-Tan bien que está para comérselo.
Y Ester empieza a acariciarse con la mano derecha. Entonces Marta dice:
-¿Y eso?
-Pues que como tú de vez en cuando me pides que lo haga porque te gusta, hoy ya me pongo yo sin que me lo pidas.
-Lo has adivinado. Mientras me desnudaba he pensado en pedirte que hoy lo hiciéramos. Aunque... ¿antes no tocan palabritas de amor?
-Pues claro que tocan. Y hoy te lo voy a poner fácil para que me entiendas a la primera: te quiero.
-¿Y ya está?
-¿Te parece poco? Si son las palabras de amor más claritas que te sé decir...
-Pues tienes razón. Y, ¿sabes qué? Que yo también te quiero.
Ester se mete el dedo, lo saca húmedo, se incorpora y lo pasa dándole vueltas por el pecho izquierdo de Marta como queriéndole acariciar el corazón. Marta se lo coge, se lo besa y le dice al oído:
-¿Me lo pones dentro un momentito y luego sigues?

186: Secándose las uñas
Ester y Marta están tumbadas boca arriba mirando a través de la ventanilla y cubiertas con la manta de modo que por debajo les sobresalen los pies. Tienen también los brazos por fuera de la manta y ni están cogidas de la mano ni se acarician los pies. Porque acaban de pintarse las uñas de las manos y los pies y están esperando que se sequen. Ha sido idea de Marta mientras estaba arrodillada y sintiendo entre las piernas la lengua de Ester. Marta miraba alternativamente la mano con la que Ester se acariciaba y sus pies, pendiente de que moviera los deditos para desbocarse con ella. Y se ha dado cuenta de que aún sería todo más bonito si pudiera leer su propio nombre en la mano y los pies de Ester.
Poco después, cuando le ha tocado a ella acariciarse, lo ha propuesto:
-¿Y si volvemos a pintarnos las uñas como la otra vez, cada una con el nombre de la otra?
-Vale. Así, si te acaricias y leo mi nombre en tu mano es como si yo también te estuviera acariciando.
-Pues claro.
Siguen mirando a través de la ventanilla y hace un día soleado.

187: Figuras geométricas
Marta y Ester vuelven de comer, se desnudan y se meten bajo la manta dispuestas a hacer la siesta. Pero Ester, antes de que Marta la abrace como suele siempre que se preparan para dormir, se le sube encima y le dice al oído:
-Te quiero sin remedio.
Marta se queda pensando y, como no sabe qué contestar, le dice:
-Pues yo te quiero aunque esté dormida.
-Ya lo sé. Porque me tienes abrazada para que no me escape. Pero ya sabes que no me escaparé nunca.
Luego Ester se baja y se quedan dormidas en la posición de siempre. Ester se duerme pensando en lo que Marta le va a hacer al despertar y Marta pensando en lo que le va a hacer a Ester.
Al despertar, efectivamente, Marta empieza a bajar la palma de la mano por el vientre de Ester. Ester mira y, cuando Marta le tiene completamente tapados los pelillos dice:
-¿Y si la próxima vez que nos depiláramos nos recortáramos los pelitos en forma de rectángulo hacia arriba?
-Claro. O de rombo, o trapecio, o hexágono... Pero no, a mí me gustas así, con ese triangulito negro tan bonito.
-Pues bueno. Era sólo una idea.

188: Los ojos brillantes de Marta
Ester, tras descansar de su placer, dice:
-Hace días que no te lo hago en la ventanilla.
Marta, por toda contestación, se pone en posición con las palmas contra el cristal, de rodillas con las piernas bien separadas y con el cabello cubriéndole los pechos. Y Ester dice:
-Pero quiero que me mires todo el rato a los ojos.
-Pues te miraré.
Ester se tumba, intercala la cabeza entre las piernas de Ester y, antes de empezar, dice:
-Porque si te miro a los ojos veré el gustito y el placer que sientes.
-¿Y el gustito y el placer son diferentes?
-Claro. El placer es como el gustito pero mucho más intenso. Cuando te cambia la cara y empiezas a decir Ester, ay, ay, ay, Ester...
-¿Ah, sí?, ¿y qué cara pongo?
-Cara de que te gusta mucho, mucho.
-Pues quiero ponerla.
Ester empieza a besar la cara interna de los muslos de Marta. Luego le pone los dedos para buscarla y, cuando la encuentra, le aplica la lengua. A Marta le empiezan a brillar los ojos.

189: La chimenea
El abuelo ha solventado el problema de la chimenea. Ya tiene acabada la planta inferior de la casa y, separadamente, ha probado la chimenea con ramitas secas que ha traído del parque. Funciona perfectamente y absorbe el humo sin permitir que salga hacia afuera; en caso contrario, iría hacia su salón y Ester y Marta no pararían de toser.
También tiene decidido el resto de lo que tiene que añadir a la maqueta alrededor de la casa. Aparte del apeadero para que las dos se bajen del tren, un caminillo de tierra que, serpeando, las lleve desde ahí hasta la puerta de la casa. Y otro caminillo por el lado contrario que saldrá junto a la piscina y enlazará con el camino que lleva al pueblo más cercano.
Pero de momento quiere terminar la casa y a ello se aplica. Lo más difícil, las conducciones de agua, ya está solventado. Ahora se trata de ensamblar las piezas de la casa siguiendo el plano y llevando cuidado de poder adosar la chimenea y el tiro.
Ya queda poco para que se cumpla el sueño de Ester, piensa el abuelo. Y de Marta, claro, que las dos son tal para cual.

190: Placer
Marta y Ester, ajenas a las intenciones del abuelo, siguen a lo suyo y ahora es Ester la que, a cuatro patas y dándole la espalda, está a merced de Marta. Marta ha estado besándola por detrás, ahora le tiene el dedo dentro y, mientras lo va moviendo, pregunta:
-Y si el placer es un gustito intenso, ¿cómo se llama un placer tan intenso como el que me has hecho sentir?
Pero Ester no puede contestar porque está mordiendo el cojín. Y, cuando puede, sólo dice:
-Sigue, sigue, no pares. Dame más besitos.
Luego, ya a la hora de acostarse y después de apagar la luz y cubrirse con la manta, se dan un beso largo y dulce de buenas noches. Al acabar, Ester rasca suavemente con las uñas los pelillos de Marta y le dice:
-¡Qué bien nos ha salido todo!
-Pues igual de bien que siempre.
-Tienes razón. Y lo hemos hecho muy a lo bruto.
-Eso tú, que eres muy exagerada. Yo he estado más tranquila.
-Es que me pones...
Mientras hablan y sin que se den cuenta, las muñequitas se abren paso bajo la manta y se tumban abrazadas a los pies de Ester y Marta.

191: Apetito
Marta y Ester están en el vagón restaurante mojando las tostadas en el café con leche y Ester dice:
-¿Te has fijado en que estos últimos días Claire está más contenta y sonriente? Seguro que es porque, como ya debe de tener los pelillos bastante crecidos, su novio se los llena de besos.
Marta contesta:
-A mí sólo me importan los besos que nos damos nosotras. Además, estoy segura de que, cada vez que llegamos tarde a desayunar, sabe lo que hemos estado haciendo.
-Pues que lo sepa, me es igual. Pero seguro que no sabe cómo lo hacemos.
Porque al salir de la ducha Ester, al coger la trenza de Marta para metérsela dentro de las braguitas, le ha propuesto a Marta volver a hacerlo como días atrás, frotándose entre las piernas con la trenza. Por eso han llegado tarde. Y Marta dice:
-¿Sabes qué? Que a mí también me es igual que lo sepa. Porque los días que lo hacemos antes de desayunar tengo más apetito.
-Pues yo también.

192: Amores intensos
Al volver del desayuno y mientras se están desnudando, Marta pregunta a Ester:
-¿Me tienes preparado algo para ahora o improvisamos?
Ester recoge la manta, la dobla con cuidado y luego abre los asientos. Se sienta junto a la ventanilla de cara a la máquina y le pide a Marta que se tumbe a lo largo de los tres asientos con la cabeza sobre sus piernas:
-Y mientras te miro te digo palabritas de amor.
Marta obedece, Ester le pone la mano sobre el vientre y dice:
-Te quiero tanto, tanto, que no me hace falta que lo hagamos para sentirte muy adentro.
-Bueno, pero mejor si, además, lo hacemos.
-Claro. Pero lo que quiero decir es que ahora mismo, sólo tocarte en la barriguita, o antes, mirándonos mientras desayunábamos, ya te siento en el corazón.
-Pues cuando tú me miras a los ojos siento como si me miraras por dentro y me vieras en el corazón cuánto te quiero.
-Pues cada día dices cosas más bonitas.
-Tú que me has enseñado.

193: Marta encima de Ester
Ester y Marta siguen en lo asientos de cara a la máquina, Ester sentada junto a la ventanilla y Marta tumbada a lo largo y con la cabeza sobre las piernas de Ester. Ester la mira a los ojos y dice:
-Son bonitos nuestros ojos mirándose.
-Claro, porque los tuyos son negros y los míos verdes. Es como cuando juntamos tu piel morena con la mía blanca o mis pelillos rubios con los tuyos de ese negro azabache que tanto me pone.
-Pues ¿sabes de qué me están entrando ganas?
-Más o menos me lo imagino.
-Pues de eso, de juntar nuestros pelillos y nuestros cuerpecitos. Nos ponemos una encima de la otra, los juntamos y nos miramos. ¿Quieres?
-Bueno.
Se incorporan, desplazan hacia adelante los asientos de ambos lados para unirlos y formar la cama y Marta pregunta:
-¿Te pones tú debajo?
-Bueno.
Ester se tumba y extiende los brazos para recibir a Marta, que se va situando encima. Y Ester, mientras Marta va dejándose caer, dice:
-Si miro cómo tu piel y tus pelillos se van juntando con míos no te puedo mirar a los ojos.
Marta apoya los brazos a ambos lados de la cabeza de Ester, se queda quieta y mira hacia el espacio donde se unen los pelillos de una y otra:
-Bueno, pues primero nos miramos un ratito ahí y luego ya nos miramos a los ojos y a ver qué nos sale.

194: La pierna de Ester entre las piernas de Marta
Los ojos verdes de Marta y los ojos negros de Ester se están mirando mientras ellas callan. Marta está encima y ahora apoya sus manos sobre los hombros de Ester, que le rodea el cuello con los brazos. Y Ester dice:
-¿A que es bonito estar así?
-Mucho.
Entonces Ester flexiona la pierna derecha intercalándola entre las de Marta y haciendo presión. Y Marta dice:
-¿Pero no estábamos en plan de ponernos sólo cariñosas mirándonos a los ojos? Porque esto que me haces es de gustito.
-Bueno, pero como a ti te gusta moverte arriba y abajo cuando te pongo ahí la pierna, cuando te muevas hacia abajo veré tus ojos acercándose y será como si te metieras dentro de mí.
Marta empieza por mover el cabello y desplazarlo entre los pechos de Ester: Y Ester dice:
-Pues eso también es bonito. Ver tu pelo rubio rozando mis pezoncitos negros.
Luego Marta empieza a desplazarse rítmicamente frotándose contra el muslo de Ester, que le va acariciando  la espalda. Al cabo de un momento, Marta dice:
-Ahora ya no es de gustito. Ahora es de placer para morirse.
-Pues hazlo despacito y mirándome a los ojos.
-Bueno, pues entonces no me pongas el dedo en el culito, que me acelero. 

195: La explosión de Marta
Marta estaba moviéndose acompasadamente sobre Ester, como bailando, y, a pesar de querer hacerlo con toda la tranquilidad, se ha ido acelerando y no sabe si es porque, al moverse hacia abajo mirando a los ojos de Ester, sentía como si esos ojos le entraran por todos los poros del cuerpo buscándole el corazón. Está que casi no puede más y dice:
-Me parece que me queda poquito.
Ester sonríe y la atrae hacia sí. Marta apoya la cabeza en el hombro de Ester y empieza a pasarle la lengua por la oreja. Y Ester dice:
-¿Sabes qué quiero que me hagas luego? Pues que me des besitos desde arriba hasta abajo, que me llenes de babas el cuello, las tetitas, las piernas, los deditos de los pies, toda enterita. Y después, cuando ya esté bien loca, te estiras boca abajo y me das una chupadita mientras te acaricio el pelo con las manos y la espalda con los pies.
Marta llega sin saber si el detonante ha sido el leve movimiento del muslo de Ester para aumentarle la presión entre las piernas o todo lo que ha dicho y que la ha llevado a imaginarse con sus pies, sus pezones, sus pelillos... en la boca sin caer en si la postura última que le proponía es posible o no.

196: Siempre juntas
A Marta le gusta que Ester le pida las cosas a la carta. Como le gusta introducir variantes de su propia cosecha. Y suerte que ha tenido la precaución de coger sus braguitas y metérselas en la boca. En ese momento Ester ha dicho:
-A ver si las desgarro como hiciste tú con las mías y las podemos poner también en un marco.
Al acabar y descansar, Ester se ha vestido y le ha dicho a Marta:
-Espérame un momentito que ahora vuelvo. Voy al compartimento de al lado a buscar una cosa.
-Ah, no. Si tú vas, yo voy contigo.
-Pero si vuelvo en un momento.
-Acuérdate de que nunca nos hemos separado. Si te echo de menos cuando te metes en el cuartito de aseo...
Al final Marta se ha vestido y ha acompañado a Ester al compartimento vecino donde guarda los libros. Ester ha cogido un cuaderno de hojas grandes, para dibujar, un lapicero y un estuche de lápices de colores.

197: El hogar
Ester y Marta están vestidas y sentadas de cara a la máquina. En los asientos de enfrente están las dos muñequitas cogidas de la mano y en actitud de mirar a Ester y Marta. Ester ha cogido el cuaderno y, con el lapicero, se ha puesto a dibujar. Marta observa y piensa que quiere a Ester en todos sus matices: hace un momento estaba desnuda, sofocada, mordiendo las bragas y diciendo mmm...; ahora está vestida y formalita. Y dibuja lo que parece un salón: un sofá en primer plano, otro a la derecha en ángulo recto, una mesita frente a los sofás y una chimenea al fondo. Lo colorea con los rotuladores y luego dice:
-Ah, y frente a la chimenea, una alfombra con muchos cojines encima. Y una pantallita entre el fuego y la alfombra para que no caigan las brasas y se queme.
Ester dibuja un montón de cojines y luego dice:
-Ya te imaginarás para qué son.
-Pues claro.
Ester entrega el cuaderno y el lápiz a Marta y dice:
-¿Te acuerdas aquel día en que hiciste un esquema de cómo habíamos de poner nuestros cuerpecitos? Pues ahora nos dibujas a las dos encima de los cojines.
Marta dibuja una figurita tumbada boca arriba y con las piernas flexionadas y en el aire; con las manos parece cogerse de las plantas de los pies para mantener las piernas aún más separadas. Encima de la figura escribe una E. La otra figurita está tumbada boca abajo de modo que la boca le cae entre las piernas de la anterior. Encima escribe una M.
Al acabar, Ester se ríe y dice:
-¿Es así como estaba yo hace un momento?
-Exactamente.
-Pero también he estado con las piernas abajo acariciándote el costado con las plantas de los pies.
-Sí, y me ha gustado muchísimo, claro, como todo lo que me haces con los pies. Pero si te hubiera dibujado así, me habría acordado aún más y, a medida que fuera dibujando, me habrían ido entrando más y más ganas. Y es la hora de comer.
Ester mira el reloj y dice:
-Bueno, pero si quieres te hago algo facilito aunque lleguemos un poco tarde a comer.
-Si acaso ya luego, antes de la siesta.

198: Impaciencia
Marta y Ester van de la mano por el pasillo hacia el vagón restaurante y Ester dice:
-¿Sabes qué? Pues que a partir de hoy seré yo la que te lo haga a ti después de la siesta. Porque llevas muchos días haciéndomelo tú a mí.
Marta le dice que está de acuerdo pero sigue sin confesarle que si se lo hace es para ver cómo mueve los deditos de los pies. Luego decide que ya se inventará algo para poder hacérselo de forma que puede excitarse viéndole ese movimiento. Pero sólo de imaginárselo, le viene un pronto y, al llegar a la primera plataforma entre vagones arrincona a Ester y empieza a acariciarle los pechos sobre la blusa mientras la mira a los ojos. Ester le pasa el dorso de la mano entre las piernas y le pregunta:
-¿Seguro que no quieres un meneíllo antes de comer?
Por toda respuesta Marta coge otra vez a Ester de la mano y tira de ella de vuelta al compartimento.

199: El niño impertinente
Ester y Marta van de la mano por el pasillo hacia su compartimento. Ríen y Ester cuchichea en el oído de Marta lo que le va a hacer. De pronto ven venir al niño que quería dos novias, una morena como Ester y otra rubia como Marta. El niño se para frente a ellas y pregunta:
-¿Vais siempre cogidas de la mano porque sois muy amiguitas?
Ester le contesta:
-Sí, porque somos muy amiguitas.
-Y, cuando dormís, también estáis cogidas de la mano.
Ester vuelve a contestar:
-No, dormimos abrazadas.
Marta, como no gusta de que los demás sepan sus cosas, pellizca la mano de Ester. El niño se ha quedado pensando y dice:
-Bueno, pero seguro que no tenéis un pijama tan bonito como el mío.
Ester, sin pensar, le contesta:
-Seguro que no. Porque dormimos desnuditas.
Marta vuelve a pellizcarle la mano mientras el niño dice:
-Jo, cómo me gustaría dormir con vosotras.
Entonces es Marta la que empieza a contestar:
-Mira, niño...
Pero Ester, que ve que Marta le va a reñir, la interrumpe y dice:
-Si dormimos abrazadas y desnuditas es porque nos queremos mucho.
Entonces el niño decide seguir su camino mientras dice:
-Si yo durmiera con vosotras también os querría mucho.

200: Recuerdos de Marta
Mientras Marta y Ester se están desnudando, Marta dice:
-Ya sabes que no me gusta que andes contando por ahí nuestras cosas.
-Pero si era un niño inocente. Y seguro que no sabe lo que te voy a hacer ahora.
-Sólo faltaría.
 Marta, según le había propuesto Ester al oído mientras venían hacia el compartimento, se sitúa de rodillas y con las palmas de las manos apoyadas contra la ventanilla. Le gusta esa postura porque así fue una de sus primeras veces: aún recuerda cómo miraba hacia los árboles cubiertos de nieve mientras Ester le iba pasando la lengua. Recuerda también cómo aquel día exageró un poco, sólo un poco. Pero fue para motivar a Ester porque al principio le daba la impresión de que no se expresaba lo suficiente cuando sentía placer. En cambio ahora...
Ester ya se ha tumbado boca arriba colando la cabeza entre las piernas de Marta y de momento se miran, sólo se miran. Dulcemente. Hasta que Ester aparta el cabello que Marta se ha pasado por encima de los pechos como siempre que lo hacen así y para que no la vean desde fuera del tren. Y Ester dice:
-¡Qué tetitas más bonitas tienes vistas desde aquí!
Luego se lleva saliva a la punta de los dedos, empieza a acariciar los pechos de Marta y, volviendo a mirarla a los ojos, dice:
-¡Y qué pezoncitos tan duros se te ponen!

201: Las entrañas de Marta
Ester y Marta se están mirando a los ojos. Parece que se hayan quedado encantadas cuando la postura que han escogido es para que Ester vaya besando entre las piernas a Marta, que está de rodillas frente a la ventanilla. Ester le acaricia los pechos.
Marta flexiona las piernas dejando caer su cuerpo hacia la cabeza de Ester que, sin dejarla de mirar a los ojos ni de acariciarle los pechos, la besa entre las piernas. Luego Marta vuelve atrás y ve cómo los ojos de Ester se alejan. Vuelve a dejarse caer y dice:
-Cuando me acerco, veo venir tus ojos como si me entraran en el cuerpo. Como cuando me pones dentro el dedito, pero con los ojos, como si me miraras las entrañas.
Y Ester contesta:
-Pues las entrañas seguro que también las tienes bonitas.
Y le pone dentro el dedo. Marta dice:
-Uy, uy, uy.
Y aparta la mano izquierda del cristal de la ventanilla para apoyarse sólo con la derecha. Luego, con esa mano izquierda, a medida que se vuelve a dejar caer, se separa la piel entre las piernas sacando a la luz ese espacio que Ester quiere recibir con la punta de la lengua. Y Marta dice:
-Tú no dejes de mirarme, que quiero llegar con tu lengua y con tus ojos.

202: Balance
Marta y Ester empiezan a comer y Ester dice:
-¿A que ha sido muy bonito?
-Como siempre. Pero me has emocionado mucho. No podía dejar de mirarte. Era como si tus ojos no sólo se me metieran por las entrañas sino que, además, me rozaran el puntito, los pezoncitos, todos los sitios donde tengo el gustito y, además, el resto del cuerpo por dentro y por fuera.
-¡Qué cosas más bonitas dices!
-Es que cuando te miro me inspiras. ¿Y sabes qué?: pues que si me pongo a hablar de eso me vuelven las ganas. Si ya vuelvo a estar mojadita…
-Yo voy mojadita todo el día.
-Y yo también, pero ahora más. Y ¿sabes por qué me gustaría a mí también tener una casita para nosotras? Pues porque, si estuviéramos comiendo y nos vinieran las ganas, podríamos ponernos al momento.
-De eso nada, que se nos enfriaría la comida.
Marta se ríe y, mientras tanto, coge la mano izquierda de Ester y, con los dedos, le acaricia las uñas, que conservan su nombre, Marta, pintado. Entonces dice:
-Aún no hemos hecho lo de acariciarnos con las uñas pintadas.
-Pues si quieres lo hacemos esta tarde.
-Es que, entre una cosa y otra, tengo tantas ganas...

203: Proyectos para la tarde
Ester y Marta están comiéndose el postre y Ester dice:
-Podríamos hacer otra visita a la anciana ciega para darle las gracias otra vez por la manta.
-Pero rapidita, que quiero que nos pongamos antes de la siesta.
-Bueno. Es que nos va todo tan bien desde que tenemos la manta...
-Y antes también.
-Bueno, pero no he vuelto  tener ninguna pesadilla como aquella en que nos separaban. En cambio, soñamos las dos aquello tan dulce de que lo hacíamos en el campo y luego nos despertamos haciéndolo de verdad. Seguro que fue por la manta.
-Y también aprendimos lo de hacerlo enganchaditas por debajo. Bueno, nos lo enseñaron las muñequitas pero ellas seguro que lo aprendieron con la manta.
-Pues podríamos repetirlo luego. Y seguro que podríamos variar la postura y hacerlo sentadas para poder darnos besitos.
-Uy, pues cuántos deberes tenemos para esta tarde. Porque además, después de la siesta ya sabes que me toca hacértelo.
-Tenemos toda la tarde.
-Y todo el tiempo del mundo.
Después se levantan, se cogen de la mano y se dirigen hacia el vagón de la anciana ciega.

204: Nueva visita a la anciana
-Buenas tardes, niñas.
-Buenas tardes, señora.
La anciana ciega saluda a Marta y Ester al sentirlas llegar. Y Ester dice:
-Venimos a darle otra vez las gracias por la manta.
-¿A que todo os va bien y tenéis sueños bonitos?
-Pues sí, señora, muy bonitos.
Marta sigue convencida de que la anciana ciega sabe al detalle todo lo que hacen. Y la anciana añade:
-Yo también pido un deseo para vosotras cada noche.
-Muchas gracias, señora.
-Y cuando os vayáis del tren, no os olvidéis de llevaros la manta.
Ester y Marta se despiden de la anciana ciega y, al salir de su vagón, Ester dice:
-¿Te has fijado en que ha dicho “cuando os vayáis del tren” y no “si os vais del tren”? Seguro que sabe que nos iremos pronto. A nuestra casita.
-Y también sabe lo que soñamos. Me da tanta vergüenza... Y cada vez que pienso que sabe que nos tocamos el culito me muero de vergüenza.
-¿Y no te da vergüenza que sepa que también nos tocamos y nos chupamos lo otro?
Marta se queda pensando y dice:
-Bueno, sí, también. Pero me da más vergüenza que sepa lo del culito.
-Pues si quieres no nos lo tocamos más.
-Eso sí que no, con el gustito que da...
Y siguen caminando por el pasillo del tren en dirección a su compartimento.

205: Paradojas de placer
Ester y Marta llegan a su compartimento y empiezan a desnudarse. Y Ester dice:
-¿Te acuerdas de que tenemos un montón de cosas para hacer esta tarde? Podríamos adelantar algo antes de la siesta.
-Pues, ¿Sabes qué? Que con lo que veníamos hablando por el pasillo me han entrado ganas de eso.
Y se sitúa a cuatro patas dando la espalda a Ester, que empieza a reírse. Luego Ester se sitúa detrás de Marta y, mientras le pasa el dedo, pregunta:
-¿Así te da vergüenza?
Antes de que Marta responda, le pasa la lengua y luego vuelve a preguntar:
-¿Y así, también te da vergüenza?
Por fin Ester, mientras besa por detrás a Marta, le introduce el dedito y empieza a moverlo. Y por fin Marta responde:
-Placer, mucho placer es lo que me da. ¿Y sabes qué? Que yo te quiero porque para eso vine a este mundo pero, si no te quisiera por eso te querría porque me enseñaste que ahí también tengo gustito.
Ester le aparta la lengua y le dice:
-Pues yo, si no te quisiera tanto, nunca te habría tocado ni besado aquí.
Y vuelve a besarla. Marta se queda pensando y dice:
-Pues yo tampoco me habría dejado tocar ni besar si no te quisiera tanto.
Entonces Ester se vuelve a apartar y dice:
-¿En qué quedamos? Si no me quisieras no me dejarías besarte ahí pero si te hubiera besado ahí y te hubiera enseñado cuánto gustito da me habrías empezado a querer.
Marta se queda pensando y dice:
-¿Lo ves? Yo no sé decir cosas bonitas porque en seguida me lío.
Ester se ríe y dice:
-Bueno, vamos a estarnos calladitas, que voy a ver si consigo convertir tu cuerpecito en un terremoto.

206: El apeadero
Mientras Marta y Ester han estado con sus cosas el abuelo ha ido completando la casa, la ha colocado en la maqueta y ha hecho las pruebas de agua y electricidad para comprobar que todo funcionara correctamente. Ya le queda poco. Ahora está completando el apeadero en el que parará el tren para que bajen las dos. Ya tiene el andén con sus dos bancos y sólo le falta añadir el muro del que salga la marquesina que lo cubra. Y pintar el nombre del apeadero:
-Ester y Marta se llamará. No creo que Marta se enfade porque su nombre vaya detrás.
Quedarán también los caminillos, por supuesto, pero es poco trabajo, no más de una hora. Primero el que lleve del apeadero hasta la casa y, luego, el que salga de la casa y las lleve al pueblo más cercano para que vayan a hacer sus compras.
-¡Qué pronto van a bajar del tren! Aunque, con lo pequeñitas que son y lo lejos que se bajarán del borde de la maqueta, no podré apreciar la cara que pongan al ver su nombre escrito en el apeadero y luego la casa.

207: Haciendo planes
Ester y Marta se despiertan de la siesta en el momento en que el abuelo, con un pincelito muy fino, ha acabado de escribir sus nombres en el letrero del apeadero. Ellas ni lo sospechan y, como siguen a lo suyo, Ester dice:
-Ya sabes que te vuelve a tocar.
Mientras Marta se sitúa, Ester, tumbada de lado junto a ella, le va bajando la mano por el vientre y añade:
-Y quiero que hagas como hacía yo, que me cuentes cosas mientras te acaricio.
Marta cierra los ojos sintiendo la mano de Ester y, cuando la yema de su dedo la alcanza, los vuelve a abrir, sonríe y dice:
-Ya sé que a ti te gusta que te diga cosas más románticas, pero estaba pensando que, cuando tengamos nuestra casita, me gustará que vayamos cogidas de la mano a comprar de todo para hacernos comiditas ricas.
-Pues si eso es muy romántico. Porque luego prepararemos las comiditas entre las dos.
-Y, mientras tanto, nos podremos dar achuchones en la cocina.
-Bueno, depende: si estamos preparando una ensaladita, sí, pero si tenemos algo al fuego, no porque se nos quemaría.
Marta, que mientras hablaba miraba la mano de Ester entre sus piernas con las uñas pintadas, ahora la está mirando a los ojos. Le lleva una mano a la mejilla para acariciársela y dice:
-¡Me pones tan tierna que...
Ester la interrumpe y acaba ella la frase:
-...que quieres que te pase un poquito la lengua.
Y Marta dice:
-Bueno, sí, eso también.

208: Sesión de placer
Marta y Ester se despiertan, se abrazan y se dan el besito de buenos días. Luego Ester se frota los ojos y dice:
-Ayer por la tarde nos olvidamos de hacer lo que habíamos quedado, lo de acariciarnos cada una mirando como le queda el nombre de la otra pintado en las uñas.
-Y también lo de hacerlo enganchaditas por abajo.
-Pues bueno, lo podemos hacer hoy. Además, que hicimos cosas muy ricas y me tuviste mucho rato gritando.
-Yo también grité.
En realidad, a Marta no se le había olvidado. Sólo que, a medida que Ester la iba acariciando, le iban viniendo más y más deseos de verla moviendo los deditos de los pies. En el momento cumbre llegó a mirar los pies de Ester mientras gritaba su nombre y le decía que la quería pero los deditos de Ester no se movían. Por eso, tras descansar, dijo:
-Prepárate, que allá voy.
-Uy, qué miedo.
Y empezó precisamente por los pies, mordiéndoselos suavemente, pasándole la lengua por entre los dedos, besándoselos:
-Ya te dije que eso me da mucho gustito, que el gustito me sube por las piernas y se me mete ya te imaginas por dónde.
Pero Marta quería encenderla bien encendida y se estuvo rato y rato acariciándole el cuerpo, besándoselo, pasándole la lengua sin detenerse en ninguno de los puntos más sensibles. Aun así, hasta cuatro veces oyó que Ester decía:  
-Me siento tan a puntito...
Pero Marta, sin hacer caso, seguía y seguía. Hubo un momento, mientras le iba pasando la mano entre los muslos, en que todo el cuerpo de Ester se tensó. Marta le miró los pies, también se habían tensado y ella misma sintió un temblor entre las piernas. Ester dijo:
-Porfa, porfa...
Y ella contestó:
-Un poquito más.
Y valió la pena. Porque cuando acabó ese poquito más Marta, sin que Ester se lo esperara, le llevó con toda la suavidad la yema del dedo al puntito. Sólo rozarla Ester empezó a gritar y a mover, más que nunca, los deditos de los pies. Marta no pudo sino decir:
-Tócame, tócame, porfa.
Y la acompañó en el placer sin dejar de mirarle los pies.

209: Ternuras
Ester y Marta, al final de su desayuno y antes de volver a su compartimento, se han cogido de la mano y, mirándose a los ojos, se han estado programando sus placeres. Como muchas mañanas. Y también como muchas mañanas, al llegar a su compartimento, se dejan llevar, improvisan y olvidan lo que tenían programado. Así, al acabar de desnudarse, se han abrazado aún de pie, se han frotado los cuerpos, se han besado apasionadamente y, por fin, Marta se ha dejado caer arrastrando a Ester, que ha quedado sobre ella.
Sin embargo, lo que Ester no olvida ninguna mañana es su sesión de palabras de amor para regalar los oídos de Marta, que suele decir:
-¡Qué cosas más bonitas sabes decir!
En este momento Ester dice:
-¿Verdad que si dos personitas se quieren hacen planes para el futuro?
-Claro.
-Pues yo tengo unos planes muy fáciles para nosotras: querernos como ahora o más y estar siempre bien juntitas.
Marta se emociona con la sencillez de las ideas de Ester y, acercando su mejilla a la de ella, le dice al oído:
-Te quiero muchíííííísimo.
Ester permanece quieta y con los ojos cerrados. Luego, va en busca de la mejilla contraria de Marta y dice:
-A ver, dímelo también en el otro oído, porfa.
Y Marta se lo repite:
-Te quiero muchíííííísimo.
Ester se queda un momento con los ojos cerrados y luego dice:
-He notado cómo me bajaban tus palabras desde los oídos hasta el corazoncito.
Y luego acude al oído de Marta para decírselo ella:
-Te quiero muchíííííísimo.
Y Marta dice:
-Pues a mí también me han llegado al corazoncito. Repítemelo en el otro oído a ver.
Ester lo repite:
-Te quiero muchíííííísimo
Y Marta dice:
-Ahora tu te quiero me ha llegado más abajo del corazoncito y me estoy poniendo muy tierna.
Y empieza a acariciar con los pies los pies de Ester. 

210: Contrastes
Marta sigue debajo de Ester y acaba de decirle que se está poniendo muy tierna. Ester separa un poco su cuerpo del de Marta para poder mirarla a los ojos y Marta le dice:
-¿Hacemos eso que tanto nos gusta de mirar el contraste de nuestra piel y nuestros pelitos?
Ester se separa un poco más y se quedan las dos mirando el espacio donde el vello negro de Ester se superpone al rubio de Marta. Al cabo de un rato Marta dice:
-¿Juntamos los pezoncitos?
Y Ester se va dejando caer de modo que sus pezones caigan sobre los de Marta y queden rozándolos. Entonces dice:
-Después te pones tú encima para sentir tu cabello cayéndome por los pechos y las mejillas.
Y Ester piensa para sus adentros que aprovechará ese momento para intercalar su pierna entre las de Marta y darle placer. Y Marta contesta:
-Sí, luego te pones tú debajo.
Y Marta piensa que antes quiere sentir encima a Ester derritiéndose de placer. Es tan bonito ver cómo tensa y contornea su cuerpo cuando le coloca la pierna en medio... En ese momento flexiona lentamente su pierna izquierda, que empieza a presionar el lugar donde se unen las piernas de Ester. Ester la mira con unos ojos que empiezan a brillar, dice uy, uy, uy y empieza a mover el cuerpo. Cuando lleva ya tres movimientos sobre el muslo de Marta, pone el cuerpo vertical y dice:
-¿Verdad que me dejas que me mueva un poquito?
-Todo lo que quieras.
Marta aprovecha la posición del cuerpo de Ester para acariciarle los pechos y Ester, en una postura imposible, arquea el tronco hacia atrás sin dejar de moverse en el muslo de Marta. Por fin Ester vuelve hacia delante y, cuando Marta le aparta las manos de los pechos, se deja caer apoyando las manos en los hombros de Marta. Entonces dice:
-¿Me dejas que pruebe a hacerlo dos veces como aquel día?
-Y todas las veces que quieras.

211: El fin de la tarea
Por fin. El abuelo ha acabado el apeadero con su andén, su marquesina, sus bancos... Y un sendero que se dirige hacia la casa; luego, detrás, ha trazado un camino más amplio que desemboca en la red general de caminos y carreteras de la maqueta: cuando lo tomen hacia la derecha y superen una pequeña colina, saldrán al valle donde se asienta el pueblo más cercano. Acercarse a él será para ellas será un paseo bonito: prados, bosques, dos puentes sobre otros tantos arroyos...
El abuelo está satisfecho. Ahora sólo le queda decidir en qué momento se detendrá el tren en el apeadero para que Ester y Marta se bajen. Tendrá que calcular para encontrar una hora que les convenga a ellas y a la vez a él: para ellas, mejor a primera hora de la mañana, después del desayuno, para que tengan tiempo de despedirse de quien quieran, de recoger todas sus cosas, de llegar a su casa y de bajar después hasta el pueblo para abastecerse de lo necesario para empezar a vivir ahí. Y a él le conviene una hora en la que pueda verlas tranquilamente y sin que nadie le moleste. Cuando su nieto esté en el colegio, su yerno en la oficina y su hija en la compra o con las faenas de la casa. Con decirle que no entre en el cuartito de la maqueta... Y si un día no va a jugar al dominó, no pasa nada. Ya inventará una justificación.

212: Bajo la mirada del abuelo
El abuelo ha hecho los cálculos necesarios para que el convoy 89 se detenga en el apeadero a la hora precisa y ha programado su velocidad y la ruta que ha de seguir para estar allí en ese momento. Ahora sólo queda esperar. Y quiere también mirarlas por última vez. Cuando Marta y Ester ocupen su casa, como ha decidido no instalar cámaras, sólo podrá verlas cuando salgan al exterior. Aunque no habrá ninguna necesidad: está seguro de que serán completamente felices.
El abuelo arranca el ordenador, abre el programa y busca el tren, el vagón y el compartimento de Ester y Marta. Se las encuentra, como suponía, desnudas y a lo suyo. Marta está tumbada boca arriba acariciándose y Ester tumbada de lado mirándola. Decide escucharlas y oye a Marta preguntando:
-Cada vez lo hago mejor, ¿verdad?
-Lo haces bien desde la primera vez. Además, hoy es más bonito porque llevas mi nombre pintado en las uñas y es como si también lo hiciera yo.
-Sí, pero ¿sabes qué? Que el gustito grande sólo me vendrá cuando te pongas encima y se nos pongan los puntitos sincronizados.
Ester se incorpora mientras dice:
-¡Qué palabras más difíciles sabes!
El abuelo se queda mirando. Piensa en lo compenetradas que van las dos. Porque Ester se arrodilla con las piernas separadas abarcando la parte superior del cuerpo de Marta y, al dejarse caer, ninguna de las dos ha de rectificar su postura para que Marta, al sacar la lengua, alcance de pleno a Ester. El abuelo sonríe: ya no se escandaliza al verlas pero recuerda que Ester es objeto de observación por parte del Departamento de Psicología Conductista de la Universidad de Heidelberg; imagina entonces que desde Heidelberg una matrona alemana calvinista y puritana, quizá jefa de ese departamento, está también mirando a Marta y Ester. Por eso sonríe, porque imagina la cara de la matrona.

213: Más romanticismos
Ester y Marta están abrazadas descansando y Ester dice:
-Cada día me pongo más romántica. ¿Sabes qué pensaba mientras lo estábamos haciendo? Que me gustaría que nos fundiéramos las dos. Tú te fundirías conmigo y yo contigo hasta que fuéramos una sola.
Y Marta contesta:
-Pues si fuéramos una sola, ¿cómo podríamos ponernos las manos o la lengua donde nos las ponemos la una a la otra para darnos placer?
Ester se queda pensando y acaba por decir:
-Pues es verdad. Siempre tienes razón.
Luego se pone a acariciar con sus pies los pies de Marta y, en seguida, Marta dice:
-¡Ay, ay, ay!  Ya sabes que si me acaricias con los pies en seguida me pongo tonta.
-Pues ya sabes que tengo un remedio para quitarte la tontería.
Marta se ríe y dice:
-¿Es que sabes lo que me pasa? Que cuando me acaricias un pie empieza a subirme el gustito por la pierna; si luego me acaricias el otro, me sube por la otra pierna. Y acaba por juntárseme ya sabes dónde.
Ester, antes de que Marta acabara la frase, ha cambiado su postura y, sin dejar de acariciarla con los pies, le pone la mano y dice:
-¿A que es aquí donde se te concentra el gustito?
-Pareces adivina.
Después, Marta cierra los ojos y se concentra en los pies y la mano de Ester. Luego los abre y dice:
-Me parece que falta poco para que nos llegue el mes. Podríamos aprovechar para hacerlo metiéndonos el dedito la una a la otra.
-Es que estás en todo.

214: Los nombres de Marta y Ester
Ester y Marta se miran mientras cada una de ellas juega moviendo el dedito dentro de la otra. Al cabo de un momento, Ester dice:
-¿Nos damos la lengua?
Marta acerca sus labios a los de Ester y se dan un beso largo. Al acabar, Marta dice:
-Enséñame el dedito, que te quiero decir una cosa.
Ester lo saca y se lo muestra a Marta. Marta, a su vez, saca también su dedo y lo enlaza con el de Ester. Entonces dice:
-Mira, el dedito que tenías dentro de mí tiene una erre pintada en la uña. Y el que yo tenía dentro de ti tiene una te.
-¿Y?
-Pues que la erre y la te son las dos únicas letras que están a la vez en nuestros dos nombres.
-Es que te fijas en unas cosas...
Más tarde, antes de acostarse, Marta coge el cuaderno que Ester utilizó para dibujar el esquema de cómo sería el salón de su casita y escribe a lápiz los nombres de las dos distribuyendo las letras así:
         M
         A
ESTER
         T
         A

       E
       S
MARTA
       E
       R
Al acabar, Marta se lo enseña a Ester y dice:
-Cuando tengamos nuestra casita, pondremos en la fachada nuestros nombres escritos así a un lado y al otro de la puerta. ¿Te gusta?
-Mucho. Así quien venga a vernos sabrá que nos queremos mucho porque nuestros nombres tan juntitos representan nuestros cuerpecitos también muy arrimados. ¿A que sí?
-Tampoco hace falta que quien venga a vernos se imagine tanto.

215: El desayuno y el niño impertinente.
Ester y Marta vuelven a llegar tarde al desayuno porque Ester, mientras Marta la estaba enjabonando en la ducha, se ha colocado de espaldas apoyada contra la pared y ha separado las piernas para que Marta entendiera. Luego Marta, como se ha ido excitando al ver a Ester, también ha querido. Ahora se sientan en la mesa del vagón restaurante mientras Claire mira el reloj, deduce por qué han llegado tarde y sonríe pensando que ella también recibió lo suyo al acostarse.
Mientras Ester y Marta están untándose las tostadas se acerca a su mesa el niño impertinente y les dice:
-Buenos días. ¿Sabéis qué? Que esta noche he soñado con vosotras. ¿Queréis saber lo que he soñado?
Ester contesta que sí pero Marta dice rápidamente:
-Niño, ¿tú no tienes mamá?
Y el niño le contesta:
-Todos los niños tenemos mamá. ¿Y sabes qué? Que eres una antipática, que ya no quiero tener una novia como tú y que ya no soñaré más contigo.
El niño se va pero, tras dar dos pasos, vuelve y, mirando a Ester, le dice:
-Pero tú no, ¿eh? Sigo queriendo una novia como tú y volver a soñar contigo.

216: La llegada a destino
Marta y Ester están cogidas de la mano en la mesa del vagón restaurante y, mientras comentan cuánto les ha gustado lo que han hecho en la ducha, el tren se va parando. Ester dice:
-Es que si tienes el cuerpecito enjabonado la mano se me desliza sin querer hacia donde tiene que ir.
-Pero sigo teniendo miedo de que una de las dos resbale. Lo que haremos cuando tengamos nuestra casita será poner en el suelo de la ducha algo para poder tener los pies bien fijos.
-Bueno, pero ya te dije que lo que quiero es un yacuzi para estar allí metiditas toda la mañana.
-¿Ah, sí?, ¿toda la mañana? No sé si te das cuenta de que si tenemos nuestra casita tendremos que barrer, fregar, ir a la compra, preparar la comida... y no tendremos tanto tiempo para lo nuestro.
-Pues nos despertamos una o dos horas antes y ya está.
-Sí, es la mejor solución.
En ese momento el revisor se para junto a su mesa y les dice:
-Señoritas, tienen que bajarse del tren.
Y Ester pregunta:
-¿Por qué?, ¿hemos hecho algo malo?
-Asómense a la ventanilla del otro lado y lo verán.

217: Alegría
El tren está parado. Marta y Ester acababan de desayunar cuando el revisor les ha dicho que tenían que bajarse del tren y que se asomaran a la ventanilla del lado contrario para entender por qué. Acuden las dos, miran y ven un pequeño apeadero con un andén sencillo y el muro lleno de macetas con geranios. Y entre las macetas, escrito el nombre de las dos -Ester y Marta- como si fuera el del pueblo al que corresponde la parada.
Marta y Ester se miran sorprendidas y sin entender. Hay otros pasajeros, y entre ellos el niño impertinente, asomados también a las ventanillas del vagón restaurante mirando al exterior. Entonces Marta se abraza de repente a Ester y, al soltarla luego, dice:
-¿No lo entiendes? Si el apeadero tiene nuestro nombre, seguro que es porque al lado estará nuestra casita.
Ester se queda pensando un momento. Luego se abraza a Marta también muy fuerte y dice:
-Pues claro. ¿Lo ves?: cuando se pide un deseo muchas veces acaba por cumplirse.
Después, las dos se cogen de la mano y el revisor del dice:
-Podéis bajaros cuando queráis, que el tren esperará.
-Muchas gracias, señor revisor, que tenemos que preparar todas nuestras cosas.

218: Despedida del niño impertinente
Ester y Marta están muy contentas porque por fin han llegado a su destino. Están tan contentas que, de camino desde el vagón restaurante hacia su compartimento, se van parando en todas las plataformas y, sin que las vea nadie, se arrinconan, se abrazan, se besan largamente, y la mano de la una busca el cuerpo de la otra bajo el vestido. Al llegar a la tercera plataforma es Marta la que está arrinconada y Ester la está besando en la boca. Marta, con los ojos cerrados, siente cómo Ester le mueve la lengua dentro de la boca y la mano debajo de las braguitas. Al acabar el beso y sintiendo ya el dedo de Ester acariciándole el bulto, Marta abre los ojos y, por encima del hombro de Ester, ve al niño impertinente que está de pie frente a ella quieto y mirándolas. Y el niño dice:
-¿Lo que estáis haciendo, también es porque sois muy amiguitas?
Ester, aún abrazada a Marta, está de espaldas al niño pero, al oírlo, ha quitado disimuladamente la mano del cuerpo de Marta, se ha girado y ahora mira de frente al niño. Y Marta le contesta:
-Sí, lo hacemos porque somos muy amiguitas y nos queremos mucho. Y perdona por lo de antes, que sí que he sido un poco antipática.
-Bueno, te perdono.
-¿Y sigues queriendo tener una novia como yo?
-Sí, también como tú. Quiero dos novias como vosotras. ¿Queréis ser novias mías las dos? Así podremos hacer entre los tres lo que estabais haciendo vosotras dos ahora. Y eso es lo que he soñado esta noche, que estábamos los tres...
Entonces es Ester la que interrumpe al niño:
-Pues no podemos ser novias tuyas porque nos vamos a bajar del tren.
-¡Qué pena! Con lo guapas que sois. Y seguro que desnudas aún sois más guapas.
Marta y Ester le besan cada una en una mejilla, se despiden del niño y siguen hacia su compartimento. El niño se queda atrás pensativo y cabizbajo.

219: Haciendo las maletas
Ester y Marta entran en su compartimento. Ester se pone de pie sobre el asiento, coge una maleta del estante para el equipaje y, al bajarla, se da cuenta de que Marta se ha quitado la blusa y el sujetador:
-¿Qué haces? Si hemos de preparar las maletas y bajarnos.
-¿No te acuerdas de lo que me estabas haciendo cuando el niño nos ha interrumpido? Pues me he quedado con las ganas y quiero que me lo hagas hasta el final.
-Bueno, es verdad. Lo hemos de hacer en el tren por última vez para despedirnos.
-Y también quiero palabritas de amor.
Se desnuda también Ester y se tumban de lado las dos una frente a la otra. Se miran sin tocarse y Ester dice:
-Estoy muy, muy contenta porque ¿sabes qué? Que si por fin tendremos nuestra casita es porque es como un premio por lo mucho que nos queremos. Y estoy muy contenta por la casita pero mucho más contenta porque te quiero. ¿Y sabes qué más? Que en nuestra casita también te querré.
Marta, por toda contestación, dice:
-Me pones tan tierna que no sé qué decirte. Sólo que quiero sentir tu mano acariciándome.
Ester acerca su mano a Marta, Marta la acerca a Ester y empiezan a acariciarse la una a la otra mientras se miran calladas. Al cabo de un rato Ester, sin variar el ritmo de sus caricias, se pone a llorar. Marta le pregunta:
-¿Se puede saber qué te pasa?
-Pues no sé. Que me haces sentir mucho placer, que me da penita marcharme del tren después de tantos años aquí, que también me da penita que sea ésta la última vez que lo hacemos en el tren... Pero también lloro de emoción porque...
Marta ha decidido acelerar el ritmo de sus caricias.
-...por fin tendremos nuestra casita. Ay, ay, ay, Marta, Marta...

220: La vergüenza de Marta
Cuando Ester y Marta acaban de meter todas sus cosas en las maletas, Marta dice:
-¿Dónde están las muñequitas?
Y Ester contesta:
-Con lo listas que son seguro que ya se han bajado del tren y están en nuestra casita dándose besos. ¿Y sabes qué?: que le voy a decir al revisor que regalo las demás muñecas a las niñas del tren. Y también los libros, que podemos comprar más y leerlos juntitas en la cama, en el sofá o junto al fuego. Y la lavadora también. Sólo nos llevaremos la ropa. Ah, y el dinerito que me dejó el revisor que era como mi papá. Para comprarnos cosas bonitas. No nos llevaremos nada más. ¿Quieres?
-Pues claro, lo que tú digas. ¿Y sabes qué? Que podríamos ir a despedirnos de la viejecita ciega.
-Sí, vamos. Pero, ¿no te daba tanta vergüenza ir a verla porque sabe que nos tocamos el culito?
-Ahora ya no me da vergüenza que lo sepa. Como estoy tan contenta no me da vergüenza nada. Ni me la ha dado que el niño nos viera besándonos. Además, estoy segura de que la viejecita ha tenido algo que ver en nuestra casita.
Ester se queda pensando y dice:
-Pues sí. Casi seguro que sí.
Dejan las maletas para volver después a buscarlas y salen de su compartimento cogidas de la mano en dirección al vagón de la anciana ciega.

221: La despedida de Claire
Marta y Ester, cogidas de la mano, avanzan hacia la cabeza del tren y, al llegar al vagón restaurante, ven a Claire que está acabando de limpiar las mesas. Al verlas, Claire se dirige a Ester y dice:
-¡Cuánta razón tenías! Desde que tengo pelillos ahí, mi novio está muchísimo más cariñoso. Y me coge por la noche y me da unos besos...
Y Marta contesta:
-Pues nosotras también nos llenamos de besos ahí. A veces ella a mí, a veces yo a ella y a veces las dos al mismo tiempo.
Ester no da crédito a sus oídos. Una cosa es que Marta haya perdido la vergüenza y otra que ande contándolo todo. Y Claire, que la escucha atentamente, contesta:
-¿A que son muy ricos esos besos? Es que mi novio me sabe poner la lengua en el sitio que más placer da y me vuelve loca.
Y Marta sigue:
-¿Y detrás te da besitos?
-Sí, en la espalda. Pero no son tan ricos.
-No te digo en la espalda, te digo en el culito.
Ahora es Ester la que empieza a pasar vergüenza y tira de la mano de Marta para que prosigan su camino. La misma Claire está extrañada de la actitud de Marta, antes tan callada. Y le pregunta:
-¿En el culito?
-Pues sí, en todo el culito. A mí me daba reparo pero Ester me convenció y me gustó muchísimo. Dile a tu novio que te pase la lengua por ahí y verás. Y si mientras tanto te mete dentro el dedito, mejor. ¿Verdad, Ester? Cuéntale cómo nos ponemos cuando lo hacemos.
Ester, que hasta ahora no había abierto la boca, intenta evadirse de la cuestión y dice:
-...Bueno, sí. Tú con tu novio ve probando cosas... Y es que tenemos que decirte algo, que nos bajamos del tren. Y que nos alegramos las dos de que te vaya bien con tu novio y te quiera tanto, ¿verdad, Marta?
-Sí, pero dile que te haga de todo.
-Bueno, pues vosotras también. Quereos mucho, sed muy felices y daos muchos besitos de esos que os gustan.
Claire se despide de Ester y Marta con besos en las mejillas y ellas siguen su camino hacia el vagón de la ancianita ciega.

222. La despedida de la anciana ciega
Marta y Ester prosiguen su camino hacia el vagón de la ancianita ciega y Ester dice:
-¿No te has vuelto muy descarada? Mira que ir contando que nos damos besos en el culito.
-Es que ahora ya me es igual que lo sepa todo el mundo. Como estoy tan contenta por lo de nuestra casita...
-Pues sí. Y lo bueno es que podremos gritar mientras nos damos placer sin miedo a que nadie nos riña.
Llegan al vagón de la anciana y ésta les saluda:
-Buenos días, niñas.
-Buenos días, señora.
Ellas se dan cuenta de que el vagón, a diferencia de otras veces en que había mucha gente de pie, está completamente vacío y le preguntan por qué:
-Ya sé que os vais. Sé que queríais una casita para ser felices y sé que la habéis conseguido. Y le he pedido a todo el mundo que salga del vagón para poder despedirme de vosotras con tranquilidad.
Y Marta contesta:
-Pues sí, ya tenemos nuestra casita. Aquí éramos muy felices y allí lo seremos aún más.
-Antes de que os vayáis quiero contaros un secreto. ¿Cuántos años pensáis que tengo?
-Muchísimos.
-Sí. Sigo teniendo muchísimos pero ahora tengo muchos menos de los que tenía cuando tú, Marta, te subiste al tren.
-¿Y eso cómo puede ser?
-Pues porque voy rejuveneciendo un poco cada vez que lo hacéis. Y voy recuperando algo de vista. Cuando Ester estaba sola no veía nada y ahora os veo como dos puntos de luz. Cuando sigáis haciéndolo iré rejuveneciendo y recuperando la vista hasta ver completamente y tener vuestra edad.
-Pues lo haremos muchas veces, ¿verdad, Ester?
-Sí señora, más veces de las que lo hacemos ahora.
Y Marta, ya puesta, dice:
-Señora, ¿quiere que lo hagamos ahora aquí?
Ester se la queda mirando extrañada. Y la anciana dice:
-Hacedlo si os apetece. Yo lo noto cada vez que os ponéis.

223. El deseo de la anciana
Marta ha propuesto que ella y Ester pueden darse placer delante de la anciana ciega. Ester duda y pregunta:
-¿Pero usted no nos verá, verdad? Es que me da un poco de vergüenza.
-Veré sólo dos puntos de luz moviéndose.
Mientras tanto, Marta ya se ha desnudado y está tumbada con las piernas separadas esperando a Ester. Ester acaba por decidirse, se desnuda también y, como sabe lo que quiere Marta en esa postura, se pone del revés sobre su cuerpo para enlazarse las dos con la lengua de cada una en el bulto de la otra. Empiezan alternando besos, palmaditas ruidosas y paseos con la lengua. Al cabo de un rato Marta separa su lengua de Ester y empieza a jugar con los dedos mientras le dice a la anciana:
-Y ahora, mientras lo hacemos, ¿usted está rejuveneciendo y recuperando la vista?
-Sí, muy despacio pero sí. Y quiero que pidáis un deseo cuando estéis a punto. El mismo que pedía Ester cuando estaba sola y se acariciaba.
Y Ester, que le ha metido el dedo a Marta y se lo está moviendo, dice:
-Ya sé. Quiere una amiga para cuando sea más jovencita y hacer lo mismo que nosotras.
-Pues sí, exactamente.
-Entonces lo pediremos, ¿verdad, Marta?
-Pues claro.
-Y ¿sabe qué? Que como nosotras nos vamos de nuestro compartimento, puede ocuparlo usted, que estará mejor que aquí. Y luego, cuando llegue su amiguita, podrán quererse en el mismo sitio que nos queríamos nosotras.
-Eso haré. Hablaré con el revisor para que me dé vuestro compartimento. Bueno, pero seguid y no os desconcentréis.
Marta y Ester vuelven a jugar cada una con la lengua en el bulto de la otra.

224. La amiga de la anciana
A Ester y a Marta no les ha dado ninguna vergüenza hacerlo frente a la anciana ciega. Y no han ahorrado ni suspiros, ni jadeos, ni gritos en el momento de máximo placer. Cuando acaban de vestirse, miran a la anciana y se dan cuenta de que le caen lágrimas de los ojos. Ester le pregunta:
-¿Está llorando?
-Sí. Me ha dado un poco de pena porque al oír cómo os gustaba me he acordado de mi amiga. Porque yo tenía una amiga como vosotras, hacíamos lo mismo y también gritábamos de placer.
-¿Y qué pasó con su amiga?
-Se puso enferma y, aunque yo la cuidaba mucho, se murió.
A Ester empieza a asomarle una lágrima y Marta pregunta:
-¿Y hace mucho?
-Muchísimo. Más de cien años. Y por eso me quedé ciega, porque, al morirse mi amiga, no quise ver nada del mundo. En cambio puedo sentir cosas que otros no sienten. Siento cuánto os queréis y sé que siempre seréis felices. Y ahora mismo siento que Ester está llorando y no quiero que llore.
-Es que me ha dado penita.
-Pero también me he puesto alegre. Porque lo habéis hecho tan bien que incluso yo he sentido un cierto cosquilleo entre las piernas y como si me acariciaran el corazón. Y creo que es porque rejuvenezco más rápido y porque mi amiga muerta, como le he guardado luto y ausencia más de cien años, quiere que me busque otra amiga para ser feliz.
-Pues como nosotras lo pediremos muchas veces cada día seguro que la encuentra.
-Sí, dentro de poco creo que ya tendré fuerzas para acariciarme y pedirlo yo también. Como hacías tú, Ester.
Entonces Marta dice:
-¿Sabe qué? Que yo no sabía acariciarme y Ester me enseñó. Dice que lo hago muy bien. Y a veces se pone una de nosotras a acariciarse mientras la otra la mira pero después, para acabar, si soy yo la que me estoy acariciando, Ester se pone encima para que le ponga la lengua y acabamos las dos juntitas. Y lo pasamos muy bien, ¿verdad, Ester?
Y Ester, que ya no se sorprende de Marta, le sigue la corriente:
-Pues sí. Y luego se pone la otra y lo hacemos al revés. Y nos ponemos locas de placer, pero que muy locas. Bueno, como siempre. Y ¿sabe qué?: que cuando venga su amiga, le pueden pedir permiso al revisor para bajarse aquí y venir a visitarnos. O, mejor, piden las dos una casita cerca de la nuestra y seremos vecinas.

225. Predestinación
Marta y Ester están despidiéndose de la anciana, que les ha contado cómo ella también tuvo una amiga. Ahora la anciana les dice:
-Marta, ¿tú sabes por qué te subiste al tren?
-Pues cuando me subí no lo sabía, señora. Vi el tren y supe que lo tenía que coger. Luego ya me di cuenta de que era porque Ester estaba esperándome.
-Y tú, Ester, ¿sabes por qué te acariciabas cuando estabas sola?
-No sé, señora. Es que se me ponían las ganas entre las piernas y la mano se me iba sola debajo del camisón. Pero sí, pedía el deseo de que viniera otra chica como yo para quererla mucho y que yo también la quisiera mucho. Así podríamos hacerlo las dos.
Marta se gira mirando a Ester y le dice:
-Pues no te imagino con camisón.
-Bueno, antes dormía con camisón pero desde que estamos juntas prefiero que durmamos desnuditas.
Entonces la anciana les explica:
-Vosotras dos os queréis antes de conoceros. Me di cuenta la primera vez que vinisteis a visitarme. Tú, Ester, desde la primera vez que te acariciaste estabas llamando a Marta y por eso Marta se subió al tren.
-Pero pasó mucho tiempo desde la primera vez que me acaricié hasta que Marta llegó.
-Porque durante ese tiempo os estabais preparando las dos para quereros.
Y Ester dice:
-Pues claro, porque yo estoy en este mundo para querer a Marta.
Y Marta responde:
-Y yo, para quererte a ti.

226. Los consejos de la anciana
El tren sigue detenido esperando a que Ester y Marta se bajen pero ellas han ido a despedirse de la anciana ciega y llevan rato hablando con ella. Y la anciana dice:
-Un consejo. Como os he dicho, tú, Ester, al acariciarte llamabas a Marta. Entonces, si por lo que sea un día os perdéis, una de vosotras, la primera a la que se le ocurra, que empiece a acariciarse y verá qué pronto acude la otra y la encuentra. Y no hace falta que os desnudéis ni nada. Si os perdéis en un bosque, una de vosotras que se siente con la espalda apoyada en un árbol, se desabroche  la cremallera del pantalón, se pase la mano por debajo de las braguitas y empiece a frotarse despacito, muy despacito para dar tiempo a la otra para encontrarla. La otra acudirá y ya podréis acabar las dos juntas.
Y Ester contesta. :
-Bueno, nosotras no nos perderemos nunca porque siempre vamos cogiditas de la mano. Pero por si acaso es bueno saberlo.
-Y otro consejo: dormid siempre con la manta que os regalé y hacedlo siempre que podáis encima o debajo de la manta. Incluso si lo queréis hacer al aire libre y está nevando, poneos encima de la manta y no tendréis frío. Y no la lavéis nunca, que se mantiene siempre limpia. Así os irá todo bien y os iréis queriendo más y más.
Y Marta contesta:
-Así lo haremos, señora. Aunque me parece que no puedo querer a Ester más de lo que la quiero.
-Ya verás como sí. Y ahora os quiero pedir un favor. ¿Lo podríais hacer otra vez aquí delante de mí?
Y Ester contesta:
-Por supuesto, señora.
Luego se dirige a Marta y le dice:
-¿Nos desnudamos la una a la otra?
-Vale.
Se quitan la blusa y el sujetador la una a la otra y se empiezan a acariciar los pechos. Y Ester dice:
-¿Sabes de qué tengo ganas? De que me des besitos en los pies.

227. Otra vez delante de la anciana.
El abuelo se está impacientando delante de la maqueta con su vaso de whisky. Hace mucho rato que el tren está parado pero Marta y Ester no salen. Calculó la hora de la parada para que le dejaran tranquilo. Su hija ya ha arreglado la cocina y está en el salón mirando el serial. Falta menos de una hora para que el nieto vuelva del colegio y le gustaría que para ese momento Ester y Marta hubieran salido ya del tren y estuvieran en la casa. Pero ni señal de ellas. Tiene el ordenador encendido, ha mirado en su compartimento y ha visto las maletas preparadas pero ellas no estaban. Tampoco en el vagón restaurante porque ya se ha pasado la hora del desayuno. ¿De quién se estarán despidiendo?
El abuelo decide ir recorriendo todas las cámaras del tren a ver si da con ellas. Por fin las encuentra en el vagón 4 y no da crédito a lo que ve: lo están haciendo delante de una señora anciana sentada en una silla. Ester está tumbada boca arriba y, prolongando su cuerpo, está el de Marta que, tumbada boca abajo, le va mordiendo sucesivamente los dedos de los pies. Presta atención y ve que, además, Ester, con los ojos cerrados, está hablando tranquilamente con la señora anciana:
-¿Sabe qué, señora? Que ahora nos gusta más hacerlo porque tenemos más motivos. Hasta aquí lo hacíamos porque nos queríamos y a partir de ahora lo haremos también para que usted recupere la vista y la juventud.
El abuelo se fija en la cara de la anciana y ve que tiene el iris de los ojos casi transparente. Es, efectivamente, ciega.
La anciana contesta:
-Gracias, niñas. No sabéis lo feliz que me hacéis.
-¿Y sabe qué más? Que compraré lana para hacer una manta como la que usted nos regaló. Así, cuando tenga ya su amiguita y vengan las dos a visitarnos, se la regalaré.
En ese momento, Marta se detiene y dice:
-Pues no sé cuando tendrás tiempo de hacer la manta. Porque acuérdate de que ahora lo hemos de hacer más veces para que esta señora recupere la vista y la juventud.

228. El tiempo y la muerte
El abuelo sigue sin creer lo que ve. A lo mejor con lo de la casa que les ha construido y les está esperando Ester y Marta se han vuelto locas. De ellas se lo podía imaginar todo excepto lo de que lo hicieran tranquilamente en público. Aunque la señora ante la que están sea ciega. Tampoco entiende que, mientras están en lo suyo, mantengan tranquilamente una conversación con la anciana. Porque ahora Marta está a cuatro patas y Ester detrás de ella pasándole la lengua. Y Marta dice:
-Pero, señora, si lo hacemos muchas, muchísimas veces y usted se va volviendo cada vez más joven a lo mejor se convierte en un bebé.
La anciana ríe y contesta:
-No. Estoy segura de que entre que lo hacéis tan bien y que dentro de poco ya podré acariciarme conseguiré a mi amiga en menos tiempo del que creía. Mucho antes de convertirme en una niña. Y otra cosa que seguro no sabéis. Decidme cuántos años tenéis.
Marta contesta:
-Yo, diecisiete.
Ester para un momento  de chupar a Marta y dice:
-Pues yo dieciséis o diecisiete, no sé. Porque los únicos que sabían el día en que nací eran mis papás y se murieron.
-Desde que os encontrasteis no habéis envejecido y mientras estéis juntas tendréis siempre la edad de ahora.
Marta y Ester han cambiado la posición y ahora es Marta la que chupa por detrás a Ester. Y Ester pregunta:
-¿Siempre tendremos los mismos años que ahora?
-Sí. Para que os podáis querer con todas vuestras fuerzas. Sería una lástima que con lo que os queréis os volvierais viejas como yo y no pudierais daros placer con tanta intensidad.
Marta para y dice:
-Un día lo hablábamos. Aunque fuéramos viejecitas nos querríamos igual y, si tuviéramos reuma o algo, ya nos inventaríamos la manera de hacer las cosas.
Y la anciana dice:
-Pero si una de las dos se pone enferma o le pasa algo y se muere a la otra le puede pasar lo mismo que a mí, que se quede ciega y envejezca como todas.
Y Ester contesta:
-Ah, no. Si Marta se pone enferma y se muere, yo me agarro muy fuerte a ella para morirnos juntitas.
-No. La muerte no depende de vosotras.

229. Placer con la trenza
El abuelo asiste impávido a la escena en la que Ester y Marta están en lo suyo mientras hablan del tiempo y la muerte con la anciana ciega. Y no acaba de entender de qué hablan. O sea –piensa-: o en ese tren rigen otras leyes sobre el tiempo o en realidad la relación entre Marta y Ester va más allá de la mera ninfomanía y tiene poderes especiales.
En efecto, al poco el abuelo mira a la anciana y le parece que los cabellos canos y andrajosos de hace cinco minutos están tomando color por momentos y oscureciéndose; y que tiene menos arrugas; y que el iris de los ojos, antes transparente, se está volviendo negro. De repente ve que la anciana cierra los ojos mientras Marta y Ester han cambiado la postura y están tumbadas de medio lado abrazadas y besándose apasionadamente. Al acabar el beso Ester dice:
-Se me acaba de ocurrir una idea.
Y busca entre sus ropas hasta encontrar la trenza de Marta que seguía llevando en el interior de las bragas. Se pone de pie, Marta entiende lo que pretende Ester, se sitúan las dos espalda contra espalda y, cogiendo la trenza cada una con una mano, se la pasan entre las piernas y empiezan a moverla. Y Ester le dice a la anciana:
-Pues usted lo que tendría que hacer es acariciarse mucho para que llegue pronto su amiguita.
-Me acariciaré cuando sienta que lo estáis haciendo.
-¿Usted sabe cuándo lo hacemos?
-Aquí en el tren sí, porque os tenía cerca. La primera vez que vinisteis vi cómo fue vuestro primer momento cuando Marta te quitó la toalla y te dejó desnuda el primer día en que os visteis. Pero no me digáis que lo estáis haciendo de pie...
-Pues sí, señora, estamos de pie. Practicamos un inventito que hicimos y que da mucho gustito. ¿Verdad que sí, Marta?
-Sí señora, mucho gustito. Como que yo ya estoy a punto.
-Y yo.

230. La trenza en el escote
Ester y Marta han acabado y, al recuperarse, miran a la anciana. Marta dice:
-Pues ahora tiene menos arrugas y el pelo con menos canas. Pero, ¿por qué tiene los ojos cerrados?
-Porque he recuperado bastante vista y los he cerrado para no veros. Como sé que ninguna de las dos quiere que nadie vea desnuda a la otra... Y ha sido porque, como os tenía tan cerca, entre antes y ahora, os he sentido mucho más y por eso estoy más joven. Además, he vuelto a sentir ese cosquilleo entre las piernas que hacía tiempo que no sentía y estoy seguro de que si seguís haciéndolo, dentro de tres días ya empezaré a acariciarme.
Y Ester, mientras se va vistiendo, dice:
-Pues si quiere lo hacemos otra vez y otra y, antes de marcharnos la dejamos hecha una chiquilla.
-No. Habéis de seguir vuestro destino y yo, el mío. Habéis de ir a vuestra casita y seguir siendo felices. Además, el tren está parado esperando que bajéis y a lo mejor estorba porque hay otro tren detrás.
Marta y Ester acaban de vestirse y Marta dice:
-Ya puede abrir los ojos.
La anciana, que ya no lo es tanto, los abre y dice:
-Sois tan guapas como imaginaba.
Y Ester, que no se ha metido entre las bragas la trenza de Marta con la que acaban de frotarse, se la tiende a la anciana y dice:
-Mire, le regalamos esto. ¿Te parece bien, Marta?
-Sí. Es una trenza mía que me cortó Ester y nos la pasábamos entre las piernas para darnos gustito.
-Muchas gracias, niñas.
La anciana se abre la blusa y se la mete entre los pechos. Luego dice:
-La tendré aquí bien guardada. Y ahora os tenéis que ir ya. Dadme un beso y marchaos.
Marta y Ester besan a la anciana en la mejilla y se despiden definitivamente.
-Y venga a visitarnos con su amiguita.

231. Despedida del revisor
El abuelo, al que ya nada sorprende, aprovecha el momento en que Ester y Marta caminan por el tren hacia su compartimento para recoger las maletas y se sirve otro whisky. Es bueno para la dilatación de los vasos sanguíneos, piensa.
Marta y Ester llegan al vagón restaurante y ven a Clara sentada con una bolsa. Clara les dice:
-Tened. Os he preparado una tortilla de patatas y empanada para que comáis.
Marta contesta:
-Pues muchas gracias, Clara. Nos hará falta para recuperar fuerzas. Lo acabamos de hacer dos veces.
Y Ester añade:
-Sí, muchas gracias. Y no te olvides de pedirle a tu novio que te dé besos en el culito.
-Esta misma noche se lo diré. Y si me los da le haré una cosita rica que le gusta mucho.
-Y si no te los da, te cambias de novio.
Se despiden también las dos de Clara con besos en las mejillas y prosiguen el camino hacia su compartimento. Al pasar al vagón siguiente, Marta le dice a Ester en la plataforma:
-¿Sabes que ya vuelvo a tener ganas y te arrinconaría aquí mismo?
Ester se ríe y en ese momento llega el revisor. Marta le dice:
-Queremos despedirnos de usted, señor revisor, que se ha portado muy bien con nosotras.
-Sí. Y quería decirle que regalo todos los juguetes que tengo en el compartimento junto al nuestro a los niños del tren. Y los libros también. Ah, y la señora cieguecita del vagón 4 a lo mejor se cambia a nuestro compartimento.
-Muchas gracias por los juguetes y los libros. Y perdonad si un día os reñí porque formasteis un pequeño escándalo. Luego ya vi que eran demostraciones de amor.
-Sí, señor revisor, es que somos muy fogosas.
-Os echaremos de menos.
Besan también en la mejilla al revisor y siguen hasta su compartimento.

232. Fuera del tren
El abuelo está con su vaso de whisky en la mano cuando las ve salir del tren en el apeadero. Primero baja Ester y deja una maleta en el andén, luego Marta y deja otra; vuelven a subir y salen de nuevo con una maleta cada una. Y se quedan de pie cogidas de la mano mirando hacia el tren. El abuelo, como decidió no instalar equipos de sonido ni de vídeo en la zona de la maqueta que transformó no puede oírlas y sólo las ve mover las manos que les quedan libres en señal de despedida hacia el tren. Ve pasajeros asomados a la ventanilla y se imagina la escena:
-Adiós Marta, adiós Ester, que seáis muy felices.
-Gracias, vosotros también. Que sigáis teniendo buen viaje.
El tren arranca despacio y se quedan las dos mirando cómo se aleja y despidiéndose con las manos. El abuelo no aparta la mirada de ellas. Quiere ver cuál va a ser su reacción cuando vean la casita y de momento ve que cogen una maleta con cada mano cada una y se dirigen hacia el sendero que construyó para llegar del apeadero a la casa.

233. En el apeadero
Ester y Marta dan apenas dos pasos cuando Ester deja otra vez las maletas en el suelo y, señalando hacia el único banco del apeadero dice:
-Mira.
Marta dirige la mirada hacia donde señala Ester y dice:
-Pues tenías razón. Las muñequitas han bajado del tren antes que nosotras y nos estaban esperando. Y fíjate si son listas que no han perdido el tiempo.
El abuelo no sabe exactamente por qué se han detenido. Sólo ve que se están fijando en un pequeño bulto que hay sobre el banco del apeadero pero la vista no le da para distinguir lo que es. Tampoco oye lo que dice Ester:
-Por cierto, ¿a que no sabes lo primero que haremos al llegar a nuestra casita?
-Pues recorrerla toda para ver cómo es.
-Tienes razón. Bueno, pues lo segundo.
-Pues claro. Para estrenarla. ¿Quieres que lo hagamos como están las muñequitas, enganchadas por el puntito?
-Sí, que es muy bonito. Y buscaremos un sitio junto a una ventana desde la que se vea un paisaje bonito.
-Aquí todos los paisajes son bonitos. Pero es igual porque yo no miraré más paisaje que tus ojitos.
-Ves cómo sí sabes decir cosas bonitas.
-Pues que sepas que hoy, entre las despedidas y las dos veces que lo hemos hecho delante de la ancianita ciega, aún no me has dicho las palabritas amorosas de todos los días.
-Pues en cuanto nos pongamos te las digo.

234. Frente a la casa
Marta y Ester siguen por el sendero caminando con las maletas y, al girar un recodo, las vuelven a dejar caer. Ven la casa a pocos pasos frente a ellas y se han quedado calladas. El abuelo apura el whisky y las mira. Están paradas mirando la casa. De repente ve que Ester se gira hacia Marta, da un salto y se abraza a ella. No puede oír lo que dicen pero Ester no para de gritar:
-¡Qué casa más bonita!, ¡qué casa más bonita! Como yo la había imaginado.
Marta la abraza, junta su mejilla a la de Ester y nota que le han saltado las lágrimas. Aparta su cara y le recoge las lágrimas con la lengua. Luego, la vuelve a abrazar. El abuelo está satisfecho: ve que están contentas y está seguro de que aún serán más felices en la casa que les ha construido. Además, estarán fuera del alcance de las miradas pervertidas del departamento ese de Psicología Conductista o como lo quieran llamar. Si Marta y Ester son ninfómanas, que lo sean y que se pasen el resto de su vida dándose placer en el espacio que él les ha preparado. Si hubiera podido... si hubiera tenido conocimientos de tecnología... les habría fabricado una criada para que les cocinara y les hiciera las faenas de la casa mientras ellas iban a lo suyo en la cama, en el jardín, en el yacuzi, en la piscina...
Ahora Marta y Ester han llegado frente a la casa y se han vuelto a parar delante de la puerta. Marta dice:
-Dame un beso.
Y Ester contesta:
-Todos los que quieras.
Vuelven a fundirse en un abrazo largo mientras la lengua de la una juega con la lengua de la otra.
El niño entra corriendo al salón donde su madre continúa viendo el serial:
-Mamá, mamá, he entrado en el cuartito a ver al abuelo. Está quieto con los ojos abiertos y no me contesta.
Marta y Ester siguen abrazadas y con las lenguas y los labios enganchados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario