1. Esperando
en el andén
Era el día de su
cumpleaños. El niño había abierto todos sus regalos menos uno, el de su abuelo.
Sabía que, como cada año, el regalo del abuelo iba a ser el más original. Lo
palpó, lo miró y remiró, arrancó despacio el papel que lo envolvía y descubrió
una cajita de la casa Faller, especialista en accesorios para trenes
eléctricos. La abrió y vio una figurita que se ponía en pie:
-Hola, feliz
cumpleaños. Soy Marta, una muñeca a escala 1/43 de ultimísima generación. Ni
siquiera tienes que preocuparte por programarme. Tengo libre albedrío.
El niño no sabe lo
que es el libre albedrío aunque, como ya no es tan niño, piensa en lo que haría
con la muñeca si en vez de ser a escala 1/43 fuera a escala 1/1: esa melena
rubia, esos ojos verdes... La coge con sumo cuidado por la cintura, se la pone entre
las manos y le acaricia el pelo. Luego, como se ha fijado en que lleva falda,
la coge por un pie con cada mano, la pone boca abajo y, al caerle la falda
hacia la cabeza, le mira las bragas. Por fin, la lleva a la esquina de su
habitación donde tiene la maqueta de tren eléctrico, la deja de pie en el andén
principal de una estación secundaria y se queda mirando a ver qué hace.
Marta, por su parte,
mira a su alrededor y, tras tomar conciencia de su situación, busca el banco
más cercano, se sienta y observa: hay un automotor de dos unidades en la vía 1
con origen en esa estación al que quedan ocho minutos para salir. Y un
cercanías de dos pisos entrando por la vía 3:
-Sé que he de coger
un tren y no es ninguno de ésos. Cuando llegue el que me ha de llevar a destino
lo sabré. Por un pálpito o por lo que sea.
2. Trayectos y destinos
Marta descansa ante
un café con leche en el vagón restaurante. Ha recorrido dos veces el tren de
punta a punta buscando.
-Sé que hay un lugar
para mí en este tren.
Marta, además de
libre albedrío, tiene recuerdos. Por eso decidió tomar ese tren. Al verlo tan
largo recordó los mercancías que pasaban junto al campo de su padre cuando de
pequeña, en verano y libre de la escuela, iba a llevarle la merienda. Le
gustaba contar los vagones.
Subió sin más al tren
y, al oír el pitido del jefe de estación, se dio cuenta de que el tren no sólo
la llevaría a su destino sino que dentro del tren estaba su verdadero destino.
Sin embargo, debía seguir buscándolo.
Acaba su café con
leche y vuelve a recorrer el tren. En dirección a la máquina y no ve nada que
la llame. Vuelve hacia la cola. Uno de los últimos vagones es de coches-cama
con pasillo a un lado y compartimentos cerrados al otro. Sobre la puerta de un
compartimento ve una luz violácea. Llama con los nudillos y entreabre
tímidamente la puerta corredera. El ruido de un aparato eléctrico se para y se
oye una voz:
-Pasa, te estaba
esperando.
Marta acaba de abrir
la puerta y nadie en el compartimento. La voz venía de un pequeño anexo, lo
justo para un cuartito de baño. El aparato era un secador y la voz, de una
chica de su edad, dieciséis o diecisiete, que, recién salida de la ducha y
envuelta en la toalla, se secaba el pelo frente al espejo:
-Me llamo Ester.
-Y yo Marta.
Ester sigue de
espaldas a Marta y se miran a través del espejo. Se miran y los ojos verdes de
Marta hablan con los ojos negros de Ester. Al fin Marta dice:
-Yo no lo he hecho
nunca.
Y Ester responde:
-Yo tampoco.
Marta, sin dejar de
mirar los ojos de Ester, le deshace el nudo de la toalla y la toalla cae
dejándola completamente desnuda. Marta empieza a acariciar a Ester. Ester
vuelve a darle al interruptor del aparato y sigue secándose el pelo.
3. La
primera vez
A Ester le han
gustado las caricias de Marta frente al espejo y a Marta le ha gustado
acariciarla. Luego Ester se ha vestido y ahora están las dos frente a frente en
una mesa del vagón restaurante. Ester unta una tostada con mantequilla y se la
acerca a Marta. Marta unta otra tostada y se la tiende a Ester. La mojan en el
café con leche y se la comen mirándose con dulzura. Va a ser su primera vez.
Cuando vuelvan a su vagón. Pero no tienen ninguna prisa.
Marta siente un deseo
tierno y piensa en cuánto placer será capaz de arrancar del cuerpo de Ester y
en cómo Ester exteriorizará ese placer. Ester, por su parte, siente emoción por
el cuerpo de Marta. Será su primera vez y no siente ningún temor. Será fácil,
mirarse, desnudarse, abrazarse y dejarse llevar.
Untan otra tostada con mermelada y
se la intercambian.
Al acabar su
desayuno, cruzan cogidas de la mano el vagón restaurante, saludan con su mejor
sonrisa a una señora y dos niños sentados en otra mesa y avanzan hacia su vagón
saludando a todos los viajeros con los que se cruzan. Y en las plataformas
vacías entre vagones se arrinconan la una a la otra, se achuchan, se besan, se
ríen…
4. El abuelo
Aprovechando que su
nieto está en el colegio, el abuelo entra en el cuarto del tren eléctrico, ve
todas las composiciones corriendo armónicamente y enciende el ordenador.
Vagones y locomotoras tienen multitud de cámaras y micrófonos para que, desde
el ordenador, se pueda saber qué hacen las figuritas de dentro.
A pesar de utilizar
el modo multipantalla, le ha costado más de diez minutos localizar a Marta, el
último regalo que hizo a su nieto. Está tumbada en un coche cama desnuda y con
la mejilla sobre el pecho de otra figurita femenina también desnuda. Si hubiera
encendido el ordenador un rato antes habría visto cómo las dos se amaban dulce,
lenta, intensamente…
Ahora ve que la otra
figurita se incorpora y busca algo en un neceser. Marta queda tumbada boca
arriba y el abuelo piensa que es preciosa. La otra figurita empieza a pintarle
las uñas de las manos y el abuelo decide apagar la cámara, dejarlas en su
intimidad y buscar su tren en la maqueta.
Ve cómo se desliza
por un extremo y sabe exactamente en qué vagón y en qué coche están. Ve,
además, que en ese lugar está nublado y nevando, piensa que las dos figuritas
merecen un día radiante y vuelve al ordenador para programar los cambios de
aguja necesarios para llevarlas hasta el sol.
Cuando llegan al sol Ester ha
acabado de pintar las uñas de las manos y los pies de Marta. Ha escrito cada
una de las letras de su nombre en cada uno de los dedos y, viendo las uñas de
los pies de Marta, se puede leer claramente E-s-t-e-r:
-Para que sepas que
eres mía. Al menos mientras estés en el tren.
-Pues no quiero
bajarme nunca.
5. Bajo las mantas
Ester y Marta corren
las cortinillas de la ventana para que al amanecer no les entre el sol, apagan
la luz, se cubren con las mantas, se dan un besito de buenas noches y se
abrazan. Unos minutos después Ester susurra algo en el oído de Marta y Marta
empieza a acariciarle el vientre y a besarla en los pechos bajo la manta. Ester
respira en la penumbra, sólo respira callada mientras la mano de Marta la va
recorriendo. Cuando la mano de Marta baja por el muslo de Ester, Ester flexiona
las piernas y las abre ofreciéndose. Marta encuentra a Ester húmeda y empieza a
recorrerla despacio y suavemente. Ester aparta la manta y propone encender la
luz:
-Porque mirarte a los
ojos también me produce placer. Y vernos a las dos desnudas.
Encienden la luz y Marta sigue acariciando a
Ester mientras se miran a los ojos.
-Bésame.
Y Marta la besa en un
beso largo y sin variarle el ritmo de las caricias. Al acabar el beso Marta
encuentra a Ester con los ojos cerrados. Y Ester dice:
-En cuanto abra los
ojos y te vea, llegaré.
Espera un momento,
abre los ojos y Marta nota en la yema del dedo todo el placer que está
sintiendo Ester. Y Ester sigue derritiéndose sin más aspaviento que una leve
sonrisa.
6. En la ventanilla
El compartimento en
que viajan Marta y Ester tiene tres asientos frente a otros tres; si se les
levantan los reposabrazos y se mueven los seis asientos hacia adelante, quedan
los tres de un lado contra los tres del otro convirtiéndose en una cama
perfecta.
Ester y Marta vuelven
de desayunar, corren la cortinilla de la ventana para ver el paisaje y el
cristal está entelado. Ester, con una toallita de papel, lo limpia y ven que
fuera vuelve a nevar.
Porque el niño, antes
de acostarse, se dio cuenta de que ese tren, con su cuña quitanieves en la
máquina, estaba corriendo por la zona cálida de la maqueta y, creyendo que
había un error y no sospechando que había sido el abuelo quien le había variado
el trayecto, lo reenvió a su espacio.
Ester y Marta se
desnudan. Ester pide a Marta que se arrodille con las piernas separadas de cara
a la ventanilla y que apoye las palmas de las manos contra el cristal. Luego
Ester divide en dos la melena rubia de Marta y deja caer cada una de las
mitades por el hombro hacia delante para que los pechos le queden cubiertos por
el cabello:
-Porque, si hay
alguien fuera, no quiero que te vea desnuda.
Luego Ester se tumba
boca arriba y se va desplazando hasta que la cabeza le queda entre las piernas
de Marta:
-Quiero que me
expliques lo que ves por la ventanilla.
-Árboles cubiertos de
nieve, montañas altísimas, nubes…
Mientras Ester
empieza a besarla en la cara interna de los muslos.
Marta cree que Ester
no es suficientemente expresiva cuando siente placer. Sabe que lo siente, sí, y
mucho, pero le gustaría que, además, gritara o, al menos, suspirara.
Marta siente frío en
las palmas de las manos y sigue explicando lo que ve por la ventanilla pero,
como se ha propuesto demostrarle plenamente a Ester lo que es sentir placer,
espera pacientemente a que deje de recorrerle los muslos con los labios y la
alcance plenamente con la lengua.
7. Hacer amigos.
Marta ha acabado
gritando el nombre de Ester, dando sacudidas y retorciéndose. Por fin se ha
dejado caer, se ha agarrado fuertemente al cuerpo de Ester, le ha llenado la
cara de besos nerviosos y le ha dicho al oído que la quiere. A ver si aprende cómo
se siente placer, piensa Marta.
Ahora Ester recoge
con la lengua las gotas de sudor que le corren a Marta por el canalillo.
También Ester tiene el nombre de Marta pintado en las uñas. Y Ester le aparta
el pelo de la cara y dice:
-He pensado que
podríamos salir a conocer a otros pasajeros del tren. Salimos a pasear y así
volveremos con más ganas.
Marta, que aún no se
ha recuperado, asiente. Luego Ester se tumba boca arriba y Marta, que la sabe
encendida de deseo, se hace esperar. Marta se ha propuesto volver efusiva a
Ester en el momento preciso y sabe que lo conseguirá hoy, mañana, pasado,
cuando sea. De momento, le pone un cojín junto a la ventanilla y le pide que se
tumbe boca abajo con la cabeza apoyada en el cojín.
Marta empieza a pasar
la yema del dedo por la columna vertebral de Ester. Una y otra vez. Luego, un
beso en cada vértebra. Hacia abajo y hacia arriba. Luego de nuevo con el dedo
hacia abajo y aún más despacio. Cuando se le acaba la columna vertebral Marta
sigue aún más despacio y piensa si sigue hasta tocarla ahí o no. Decide que sí
y la acaricia suavemente. En ese momento Ester mueve la cadera y dice entre dos
suspiros:
-Marta.
8. La rueda
El abuelo, antes de
ir a echar su partida de dominó al hogar del jubilado enciende el ordenador
porque quiere saber cómo le van las cosas a Marta. Busca el fichero de su
convoy pero luego, como sólo recuerda que estaba en un coche cama, tiene que ir
recorriendo todas las cámaras de los compartimentos hasta dar con ella. Y
cuando la encuentra…
-Sí, seguro. Es ella.
La reconoce por la
melena rubia y por la perfección del cuerpo. Porque le está viendo la espalda y
cómo hunde la cabeza entre las piernas de la otra figurita que, a su vez, asoma
la cabeza entre las piernas de Marta.
El abuelo vuelve a
decidir dejarlas solas, apaga el ordenador y se va a su partida pensando que
cómo puede ser que figuritas tan pequeñas tengan esos ardores.
Porque Marta no se
pudo contener. Al oír su nombre y los suspiros de Ester dijo:
-Me estoy muriendo de
ganas.
Se puso del revés sobre
el cuerpo de Ester y Ester entendió. Ahora están perfectamente compenetradas:
es como una rueda de placer que sale de la lengua de Ester, atraviesa todo el
cuerpo de Marta hasta su lengua y, desde la lengua de Marta, recorre luego el
cuerpo de Ester hasta dar con su lengua.
Y Marta está contenta
porque Ester está aprendiendo: de momento le ha clavado las uñas con fuerza; y
se le está tensando el cuerpo…
9. La manta
Están desayunando
como la primera vez, preparando cada una la tostada de la otra y Ester dice:
-¿Te acuerdas lo que
te dije ayer sobre lo de ir a conocer gente? Podríamos empezar hoy.
-Pues cuando subí al
tren y lo recorrí buscándote sin saber que te buscaba a ti vi, casi delante de
todo, en el vagón número 4, una anciana ciega que tejía.
-Iremos a visitarla.
Se cogen de la mano,
empiezan a recorrer el tren en dirección a la máquina y, al llegar dos vagones
más allá, ven al otro extremo al revisor que las está llamando. A Marta le
empiezan a temblar las piernas: subió sin billete y, si el revisor la echa del
tren y la separa de Ester, se le acaba el mundo. Ester lo nota y le dice:
-No te preocupes. El
revisor es amigo mío.
Llegan hasta él y las
lleva a la plataforma de unión entre ese vagón y el siguiente donde nadie les
puede ver ni oír:
-Señorita Ester, le
rogaría que usted y su amiga fueran menos escandalosas cuando están en sus
asuntos.
Marta respira
tranquila y promete que lo intentarán. Prosiguen su camino, llegan al vagón 4 y
ven, en medio de un montón de gente de pie, a la anciana ciega sentada en un
silla y tejiendo. Dicen las dos al unísono:
-Buenos días, señora.
-Buenos días.
Acercaos para que os toque la cara y vea cómo sois.
Se acercan, se dejan
palpar y la anciana dice:
-¿Vosotras dos sois…?
Deja interrumpida la
pregunta pero Marta responde que sí.
-Pues si venís más
veces a visitarme os tejeré una manta para que os cobijéis las dos.
Ester le pide
permiso, le coge la labor y se sienta en el suelo a continuarla.
10. Celos
Marta y Ester vuelven
de desayunar, entran en su compartimento y Ester cierra la puerta. Se tumba y,
cuando Marta se pone junto a ella, Ester, mirándola a los ojos, le dice:
-En el vagón
restaurante hay un chico que te mira mucho.
-Sí, ya me he fijado.
-Como eres tan guapa
y tienes un pelo tan bonito… Pero yo soy muy celosa y me entran ganas de
arrancarle los ojos.
-Si yo sólo te quiero
a ti.
-Bueno. Yo también te
quiero mucho. Imagínate si te quiero que, si ahora el tren se parara y nos
bajáramos, fuera también te querría.
Marta se ríe y la
besa. Luego, Ester sigue:
-Y si estuviéramos
fuera del tren me gustaría que lloviera para oler la tierra mojada y andar las
dos descalzas.
-O para tumbarnos en
la playa y querernos quietas y con los ojos cerrados.
-Pero no te dejaría
ponerte en top less.
Marta se vuelve a reír
y la vuelve a besar:
-¿Y si nos metiéramos
en el agua y nos alejáramos de la orilla?
-Entonces sería yo la
que te quitara las dos piezas del bañador.
Marta se vuelve a
reír y, antes de volverla a besar, dice:
-Pues eso.
Junta sus labios con
los de Ester y empieza a desabrocharle la blusa.
11. El calcetín
El abuelo ha llegado
a casa de mal humor. Porque su compañero de dominó le ha reñido. Y con razón:
no tenía que haberse doblado al cuatro
en aquel momento y facilitado el dómino a los contrarios. A partir de ese
momento todo ha transcurrido según la vieja creencia entre jugadores de dominó:
si uno de los dos compañeros que forman la pareja comete una quebrada, o sea un
error, a partir de ahí las fichas se les pondrán en contra a los dos. Así ha
sido: luego todo han sido dobles y fichas cruzadas.
Por eso intenta
relajarse. Se sirve un whisky en un vaso largo, entra en la habitación del
nieto y se sienta frente a la maqueta del tren eléctrico. Mira el discurrir de
los trenes pensando en Marta: duda si encender el ordenador para buscar la
cámara de su compartimento y comprobar lo que hace. No quiere interferir en su
intimidad si está enlazada con su compañera pero a la vez quiere saber que las
dos están bien y felices.
De momento se limita
a mirar la zona más alejada de la maqueta por donde discurre el tren de Marta.
Va contando los vagones para localizar su número, el 42, y se detiene ante algo
raro que ve unos vagones más adelante, algo que cubre el vagón. ¿Eso no es un
calcetín? Si será descuidado mi nieto… Va hacia esa zona de la maqueta, coge el
calcetín sin detener el tren y lo lleva al lavadero, a la cesta de la ropa
sucia.
Los viajeros del
vagón 39 se habían quejado al revisor de que, mientras a través de las
ventanillas de los otros vagones se veía el paisaje, desde las suyas todo
estaba negro. Ahora ya pueden apreciar cómo cae la nieve.
El abuelo vuelve a la
habitación del nieto y decide encender el ordenador. Busca el vagón y el
compartimento de Marta, lo encuentra y mira. Ahí están las dos figuritas tumbadas
de medio lado, desnudas, mirándose a los ojos y acariciándose las mejillas.
El abuelo apaga el
ordenador y bebe otro trago de whisky.
12. Misterios
Marta y Ester descansan
tumbadas tal como las acaba de ver el abuelo. Desnudas y mirándose a los ojos. Luego
se incorporan y, mientras Marta recoge las mantas, Ester separa hacia atrás los
asientos para reconvertir la cama en un compartimento de seis plazas. Marta se
sienta junto a la ventanilla de espaldas a la máquina esperando que Ester se
siente frente a ella, pero Ester se le sienta encima dándole la espalda y
enroscando las piernas con las suyas. Juntan las mejillas y contemplan el
paisaje calladas. Sigue nevando.
El tren traza una
curva de radio muy amplio y entonces Marta dice:
-¡Qué raro! Ayer me
fijé en que el último vagón era muy moderno y ahora veo que al final de todo
hay un furgón de cola antiguo. Y desde ayer no hemos parado.
Y Ester contesta:
-Porque en este tren
pasan cosas muy raras. Dicen que a veces unos vagones del tren entran en un túnel
y los otros no.
-Pues eso es
imposible.
-Tan imposible como
ese furgón de cola que aparece y desaparece. Y siempre está cerrado. Dicen que
dentro hay un niño que juega con su abuelo con una maqueta de tren eléctrico
que es una copia en miniatura de este mundo en que nos movemos nosotras.
-¡Qué raro es todo!
Y Ester dice:
-Pero nosotras vamos
a lo nuestro, ¿o no?
Entonces, desde
encima de Marta, tuerce el cuello y le busca los labios. Luego dice:
-¿Me tocas un
poquito?
-Bueno.
-Pero sólo un
poquito.
13. El
mundo dentro del mundo
Marta sigue sentada
junto a la ventanilla y Ester sigue sentada sobre ella. Marta está acariciando
a Ester mientras Ester se va a meciendo a un lado y al otro y rozando con la
espalda los pezones de Marta. Marta para un momento, se coge el cabello, se
separa en dos la melena y deja caer cada mitad por encima de los hombros de
Ester hasta cubrirle los pechos. Y Marta dice:
-Porque si hay
alguien fuera yo tampoco quiero que te vea desnuda.
Luego sigue
acariciando a Ester mientras Ester sigue moviéndose. De repente, entran en un
túnel y, al cabo de un momento, Marta se queda parada y dice:
-Pues si en el furgón
de cola hay una maqueta de tren eléctrico…
-Bueno, también dicen
otra cosa, que dentro hay gente jugando una partida de dominó que empezó el día
que salió este tren, pero no sé de nadie, ni siquiera el revisor, que sepa ni
cuándo ni de dónde salió. Ese vagón, el 89, es muy misterioso y me parece que
por eso este tren se llama el convoy 89.
Marta insiste:
-Pero si hay una maqueta
de tren eléctrico que es como este mundo en miniatura, si vamos y miramos habrá
un tren como éste y, en el vagón 42, dos figuritas como nosotras. Podríamos ir
a espiarlas para ver si lo hacen mejor que tú y yo.
Entonces Ester se
queda pensando y dice:
-Pero nadie tiene la
llave del vagón. Además, si fuéramos a mirar qué hacen las figuritas que son
como nosotras, como su mundo es igual que éste en pequeño, ellas estarían
haciendo lo mismo que tú y yo, mirando en su furgón de cola qué hacen otras
figuritas aún más pequeñas y también como nosotras.
Marta se queda
pensando un rato largo y acaba por decir:
-¿Sabes qué? Que lo
mejor es que sigamos por donde íbamos.
Ester vuelve a mover
la espalda para rozar los pezones de Marta y Marta sigue acariciando suavemente
y muy despacio a Ester. Al cabo de otro rato, como Ester ni suspira ni dice
esos ay, ay, ay que tanto le gustan a Marta, Marta le pregunta:
-¿Te gusta lo que te
hago?
14. Aún en la ventanilla
Ester sigue sentada
sobre Marta y meciéndose a derecha e izquierda para acariciarle con la espalda
los pezones. Y Marta sigue jugando con la mano entre las piernas de Ester.
Marta acaba de preguntarle a Ester si le gusta lo que le está haciendo:
-Mucho, muchísimo. Me
gusta todo lo que hacemos siempre. Antes de que llegaras, los días que tenía
ganas apagaba la luz, me escondía debajo de la manta, me ponía yo sola y en dos
o tres minutitos estaba lista. Pero ahora contigo me gusta estar mucho rato porque
me lo haces muy bien. Será por eso que tengo ganas siempre. O porque como eres
tan guapa y tienes un pelo tan bonito…
-Pues no parece que
te guste.
-¿Por qué, porque no
me pongo ruidosa? Espera y verás cómo viene a reñirnos el revisor.
Pero Marta no espera.
Ya conoce los resortes de Ester y sabe perfectamente cómo acelerarla. Por eso,
al momento le hace perder el ritmo de su vaivén y la tiene moviéndose en
desorden. Un poco más y ahí están todos los ay, ay, ay de Ester que, cuando recupera
por un momento el habla, dice:
-¡Marta!
15
Amores y placeres en el túnel
Ester acaba de
descargar todo su placer y, cuando recupera el aliento, pone su mejilla junto a
la de Marta y luego le dice al oído derecho:
-Cada día te quiero
más.
Luego se va al oído
izquierdo y le dice:
-Ahora te toca a ti.
Y, Marta, aunque arde
en deseo, contesta:
-Pero como te tenía
de espaldas y no te veía la cara, quiero que antes nos miremos un ratito a los
ojos.
Ester se levanta y se
pone de rodillas en el suelo frente a Marta, que sigue sentada junto a la
ventanilla. El tren sigue en el túnel. Ester tiende las dos manos a Marta,
Marta se las coge y se miran a los ojos. Calladas pero hablando con la mirada.
Tanto, que Ester lee el deseo en los ojos de Marta. Le gusta sentirse deseada.
Por eso dice:
-¿Cómo quieres que te
lo haga?
-Tú misma, a ver qué
te inventas.
-Es que me gustaba
mucho sentirte el cabello en los pechos.
Ester se vuelve a
sentar de espaldas sobre Marta, enrosca sus piernas alrededor de las de ella y
Marta deja caer otra vez su cabello sobre los pechos de Ester. Ester se chupa
el dedo y luego se inclina hacia delante para poder alcanzar el placer de
Marta. Cuando lo alcanza Marta dice:
-Yo también te quiero
más cada día.
16
Racionamiento
Marta y Ester llegan
al vagón restaurante a desayunar y lo ven vacío. La camarera les dice que no
puede servirles el desayuno porque hay un problema y se está acabando la
comida. Ellas no preguntan más porque algún rumor han oído entre los otros
pasajeros de que algo pasa y saben que el tren lleva muchos días sin parar y no
puede haberse abastecido.
Vuelven de la mano
hacia su vagón y Marta parece pensativa. Al entrar en su compartimento Ester,
como cada día, empieza a desabotonarse la blusa para desnudarse pero Marta le
pide que espere. Luego recogen la manta y entre las dos echan atrás los
asientos para reconvertir la cama en los seis asientos del compartimento. Ester
pregunta:
-¿Qué pasa?, ¿hoy no
toca?
Marta se sienta junto
a la ventanilla de espaldas a la máquina y pide a Ester que se siente frente a
ella. Entonces Marta dice:
-No sabemos cuánto va
a durar la falta de comida y tú y yo gastamos muchas calorías con lo nuestro.
Así que habrá que racionarlo.
-¿Racionarlo?, ¿cómo?
-Pues, mientras no
haya comida, haciéndolo una sola vez al día. Al mediodía es el mejor momento,
antes de la siesta.
17
Castidad
Ante la escasez de
comida, Marta y Ester han decidido racionar también la expansión de sus cuerpos
para ahorrar calorías y hacerlo sólo una vez al día antes de la siesta. Están
sentadas frente a frente, Ester apoya la cabeza en la ventanilla y, como aún es
primera hora de la mañana, pregunta:
-¿Y mientras tanto
qué hacemos?
-Pues de momento, quedarnos
vestiditas porque si nos desnudamos nos vendrán las ganas. Tampoco podemos
darnos besitos y caricias porque también nos vendrán las ganas. Entonces
podemos hablar; pero de cosas dulces, no de lo que nos gustaría hacer ahora.
Ester se queda
pensando y dice:
-Pero cuando el tren
pare y ya haya comida podemos estarnos un día entero haciéndolo, ¿o no?
-Si te acabo de decir
que no hablemos de lo que nos gustaría hacer, que me vienen las ganas y hemos
de aguantar hasta después del mediodía…
Ester vuelve a
quedarse pensando y dice:
-Si el tren no puede
parar y nos morimos de hambre, yo me quiero morir abrazada a ti.
-Tampoco hace falta
que te pongas trágica.
-Pero si es verdad. Y
quiero que me cierres los ojitos.
-¿Y a mí quien me los
cierra?
Ester vuelve a pensar
y acaba diciendo:
-Tú me los cierras a
mí, luego yo te los cierro a ti. Y después, nos abrazamos bien fuerte y ya nos podemos
morir tranquilas. Pero antes nos vestimos para estar decentitas cuando nos
encuentren.
A Marta le da la risa
y contesta:
-Ah, no. Si nos
morimos abrazadas quiero que estemos desnudas para sentirte el máximo de piel
en mi piel. Y que nos encuentren como nos encuentren.
18. Esperando la hora
Ester y Marta han
dejado pasar toda la mañana hablando. Les ha pasado también, en blanco, la hora
de comer y, por fin, Marta decide que ha llegado el momento de ponerse en lo
suyo:
-Ya nos toca.
Se levantan las dos y
juntan los asientos para convertir el compartimento en una cama. Entonces Marta
se queda sentada y dice:
-Lo vamos a hacer
como yo diga, sin emocionarnos mucho, sin gritar y sin movernos como locas.
Cuantas más calorías ahorremos, mejor. Ah, y tú te quitas sólo la falda y yo me
quito sólo el pantalón.
Ester se queda
mirándola como pensando que se ha vuelto loca:
-Pero si siempre lo
hemos hecho desnuditas del todo…
-Pues mientras dure
el racionamiento, no. Por lo que he dicho de no emocionarnos, que si te veo los
pelillos, los pezones, el ombligo o los pies me entra un no sé qué que empiezo
a morderte y se me van todas las energías.
-¿Si me ves los pies
también?
-Pues claro, que los
tienes muy bonitos. Ah, ¿y te acuerdas de una de las primeras veces que te lo
hice?: cuando te acariciaba, te di un beso y tú estabas con los ojos cerrados;
y luego, al abrirlos llegaste sin hacer ruido y sin moverte…
-Claro que me
acuerdo. Pero ese día también me dabas besos en las tetitas.
-Pues hoy no te los
daré. Y quiero que llegues como esa vez, tranquilita y sin expansiones. Y
primero te lo haré yo a ti y luego tú me lo haces a mí.
-Lo que tú digas.
19. Vestidas
Marta lleva rato
acariciando el vientre y los muslos de Ester. Ester siente la mano de Marta
mientras piensa en lo que le ha dicho de hacerlo casi completamente vestidas
para no emocionarse mucho. Entonces Ester pregunta:
-¿Y mañana por la
mañana para ducharnos, qué?, lista, que eres una lista. ¿También nos duchamos
vestidas?, ¿nos duchamos separadas para no vernos desnudas y así gastamos más agua?
-Bueno, haremos una
excepción mientras siga quedando agua. Nos ducharemos juntas como siempre pero
nos enjabonaremos la una a la otra sin entretenernos aquí o allá, que a ti te
gusta más enjabonarme en unos sitios que en otros. Y si racionan el agua nos lavaremos
sólo las manos, la cara y el asunto.
Ahora Marta acaricia
a Ester pasándole el dedo por encima de las braguitas. Y Ester dice:
-Me gusta.
-Pero estáte
calladita y no empieces con tus ay, ay, ay.
-¿Puedo mover el
culito?
-Tampoco.
-Bueno, pero acaríciame
por dentro, porfa, porfa.
Marta pasa la mano
bajo las braguitas de Ester, le recorre los pelillos y el eje y, al llegar al
umbral, se pone a darle vueltecitas con la yema del dedo. Ester sonríe y recuerda
que, cuando lo hacía sola, le gustaba ponerse dentro el dedito. Como no lo han
probado nunca, está a punto de pedirle a Marta que se lo ponga pero piensa en
todo lo que le ha dicho sobre hacerlo de manera tranquila y se limita a decir:
-¡Que cosita más
rica! ¡Qué gustito y qué mojadita estoy! Pero, ¿verdad que me quieres mucho?
20. Preocupación
El abuelo está
preocupado. Las dos últimas veces que ha encendido el ordenador para comprobar
por los monitores del vagón 42 cómo les va a Marta y a la otra figurita se las
ha encontrado formalitas: vestidas, sentadas y hablando. Nunca antes las había
visto así; es más, nunca antes las había visto vestidas.
El abuelo se queda
mirándolas y escuchando lo que dicen para ver si se entera de lo que les
ocurre. Pero están calladas. Deduce que no se han peleado porque están sentadas
una junto a la otra y cogidas de la mano pero se extraña de que no se besen ni
se acaricien.
El abuelo espera a
ver pero ellas siguen calladas. Y con la cara seria, que es lo que más le
preocupa. Si antes le preocupaba verlas siempre desnudas y jugando con sus
cuerpos, ahora le gustaría verlas así porque al menos sonreían y parecían
felices.
El abuelo piensa.
Sabe que Marta es una figurita de ultimísima generación y que su programa no se
puede alterar. Pero la otra figurita es más antigua y, si lleva el ratón sobre
ella y hace doble clic, puede variarle la programación, puede, por ejemplo,
aumentarle la dosis de líbido a ver si arrastra a Marta…
El abuelo está
dándole vueltas a esa idea cuando ve que Marta se mira el reloj, le dice a la
otra figurita que es el momento y, entre las dos, juntan los asientos para
convertir el compartimento en cama. Se tumban, Marta se quita la falda y la
otra figurita el pantalón.
El abuelo se queda
más tranquilo y, cuando va a apagar el ordenador para dejarlas en lo suyo, se
da cuenta de que algo no funciona: porque lo normal es empezar a desnudarse por
arriba y no por abajo. Se queda mirando y aún se extraña más cuando ve que la
otra figurita empieza a acariciar a Marta sin quitarle las bragas.
21. Sin fuerzas
Cuatro días llevan ya Ester y Marta racionándose los cuerpos
la una a la otra. Y Ester ha acabado convencida de cuánta razón tenía Marta al
hablar de las energías que se gastan cuando dos cuerpos se excitan el uno al
otro. Más de media hora ha estado intentando que Marta llegara y aún le
resuenan en los oídos las palabras que repetía una y otra vez:
-No puedo, no tengo
fuerzas. Te quiero mucho pero no puedo.
-Si me dejaras que te
quitara las bragas y te lo hiciera con la lengua.
Y sin esperar la
respuesta se ha puesto:
-Es inútil, no puedo,
déjalo. Pero no quiero que pienses que es porque no te quiero.
Ester ha hecho caso
omiso de las palabras de Marta y ha seguido. Con la boca abierta abarcándola
entera y moviendo la lengua desordenadamente. Y con la firme proposición de no
separarse de las piernas de Marta hasta conseguirlo. Por fin ha podido mirarla
a los ojos y le ha dicho:
-Yo tampoco te dejo
pensar que no te quiero lo suficiente. Y como te quiero tanto te he de saber
llevar hasta aquí.
-Gracias, Ester, gracias.
-Gracias a ti.
22. Galletas María
El revisor, que las aprecia, quiere ir a
verlas para saber cómo les va con el racionamiento. Como no quiere
interrumpirlas en plena faena se detiene un momento a escuchar desde detrás de
la puerta del compartimento, las oye hablar y deduce que están sentadas. Llama
con los nudillos, abre la puerta y se las encuentra efectivamente sentadas una
junto a la otra, cogidas de la mano y con Marta apoyando la cabeza en el hombro
de Ester:
-Buenos días,
señoritas.
Se incorporan y dicen
las dos al unísono:
-Buenos días, señor
revisor.
-Les traigo una
botella de agua mineral y una bolsa de galletas María.
Ester, aun sabiendo que
están en las últimas y que, según las ideas de Marta, apenas les quedan calorías,
dice:
-Preferimos que se
las dé a los niños, que gastan muchas calorías correteando por los pasillos del
tren, ¿verdad, Marta?
-Sí, señor revisor.
-A los niños ya les
he dado y aún quedan algunas cajas de galletas que hemos guardado como última
reserva. Así que éstas son para ustedes.
Las dos al unísono:
-Pues muchas gracias,
señor revisor.
Entonces Ester
pregunta:
-¿Es verdad lo que
hemos oído de que el tren no puede parar porque el maquinista está enfermo y
nadie sabe cómo funciona la locomotora?
-Sí, señorita.
-¿Quiere que vayamos
nosotras y empecemos a tocar botoncitos a ver si para?
-Ya hemos probado de
todas las maneras.
23. Nieve
Marta y Ester vuelven
a estar sentadas una junto a la otra, con las manos cogidas y mirando el
paisaje. Son las siete de la mañana y han recuperado algo de fuerzas con una
galleta que comieron cada una para cenar y otra de hace un momento. Aun así están
casi desfallecidas y Marta piensa que hoy no, hoy seguro que Ester no va a
conseguir llevarla al máximo de placer. Le parece por un instante que lo mejor
va a ser dejar pasar sin decir nada la hora de ponerse pero al momento desiste:
porque Ester sí que no va a dejarla pasar, que parece mentira las fuerzas que
tiene aún. Para Ester es como si nada y su manera de sentir y reaccionar es la
misma que la de los días normales cuando se ponen un ratito después del
desayuno.
Siguen mirando por la
ventanilla y el paso del paisaje hacia atrás se vuelve más lento. Cada una de
ellas para sí piensa lo mismo:
-¿Es el tren que está
parando o soy yo y se me está acabando el mundo?
Esperan y sí, es el
tren que ha parado en medio de un paisaje nevado. Ven bajar al revisor y lo ven
dirigirse sobre la nieve hacia una casa que no habían visto antes. Baja más
gente y ve que tumban al maquinista en el suelo y le ponen nieve sobre la
frente:
-Será para que le
baje la fiebre.
Al momento ven al
revisor pidiendo que alguien le acompañe. Dice que en la casa hay comida y que
hay que transportarla al tren: Ester dice:
-¿Vamos?
-Pero bien
abrigaditas, que hace frío.
24. Provisiones
Ester y Marta, y el
resto de pasajeros, parecen haber sacado fuerzas de la nada. Van y vienen sin
descanso de la casa al tren transportando comida: chocolate, leche, verdura
congelada, fruta... Cuando van hacia la casa Marta y Ester van cogidas de la
mano y, cuando vuelven, separadas y con una bolsa o paquete a cada lado. Y
Ester dice:
-Cuando no te toco te
echo de menos.
-Venga, no seas
exagerada, que estoy aquí contigo. ¿Y no te parece extraño que no viva nadie en
esa casa pero tenga tanta comida acumulada?
-Ya te dije que en
este tren pasan cosas muy raras. Estoy segura de que la comida estaba ahí para
nosotros.
En uno de los últimos
viajes de la casa al tren, Ester se fija en algo que parece moverse detrás de
un árbol y le dice a Marta:
-Mira.
Se quedan las dos
mirando y Marta dice:
-Es el chico que
decías que me miraba tanto con Claire, la camarera del vagón restaurante.
Él está debajo y
ella, encima con el pelo alborotado y dando saltitos. Ester dice:
-Vámonos que no nos
vean, que también tienen derecho.
25. Saltitos
Casi son las nueve de
la mañana cuando el tren vuelve a arrancar. Ester dice:
-¿Y si nos ponemos
los vestiditos blancos para ir a desayunar?
Marta y Ester salen
del compartimento cogidas de la mano y se ponen a dar saltitos por el pasillo
del tren hacia el vagón restaurante. Están contentas y ven que los demás
pasajeros también. Se sonríen los unos a los otros. Por fin comeremos todos,
piensa Ester. Y nos hincharemos las dos de calorías para poder dedicarnos a lo nuestro.
Se cruzan con el revisor y también le sonríen:
-Ya está todo
arreglado. Por fin logramos que el maquinista, a pesar de estar enfermo,
explicara cuál es la palanca precisa para detener el tren. Ahora ya casi no
tiene fiebre y dentro de poco volveremos a arrancar. Lo malo habría sido que
paráramos en medio de la nada y no hubiéramos encontrado nada para comer.
-Imposible. Porque
nosotras dos nos queremos tanto que no nos podemos morir nunca para poder
seguir queriéndonos.
El revisor se queda
intentando entender la frase de Ester mientras las dos siguen dando saltitos
por el pasillo del tren hacia el vagón restaurante. Al entrar ven que Claire
está sonriente y Marta dice:
-Mírala qué contenta.
-Pues nosotras, aún
más.
26. Otra tostadita
Hacía días que Marta
y Ester añoraban la rutina de sentarse frente a frente en el vagón restaurante
y prepararse las tostadas la una a la otra. Pero ahora ya ha acabado el
racionamiento y se han comido las dos sus tostadas, la una de mantequilla y la
otra de mermelada. Se están mirando las dos cogidas de la mano y, de repente,
Ester empieza a preparar otra tostada de mermelada. Entonces Marta dice:
-Pero si ya nos hemos
comido dos.
-Hoy necesitamos
comer muchas calorías porque, con los días que llevamos haciéndolo sólo una
vez… Bueno, que quiero que nos pasemos el día dándonos besitos y lo que no son
besitos.
Piden otro café con
leche para mojar las tostadas y, al acabar, se cogen de la mano para volver a
su compartimento pero, al llegar a la primera plataforma de separación entre
vagones, Marta mira alrededor y, al no ver a nadie, arrincona a Ester, la
abraza, se estrecha contra ella y le da un beso dulce y largo. Al acabar Ester
le dice en voz muy baja al oído:
-Te voy a dar una
chupadita que te voy a dejar turulata.
Marta se estremece y le
pregunta también en voz muy baja al oído:
-¿Ah, sí? ¿Y dónde?
Ester le pasa la mano
por debajo del vestido, la busca, le aparta las braguitas y, al encontrarla, le
da un suave pellizco:
-Te la voy a dar aquí
pero me vas a sentir aquí.
Saca la mano y le señala
con el dedo el corazón.
Marta coge la mano de
Ester y tira de ella para llevársela corriendo hacia el compartimento.
27 De vuelta a las andadas
El abuelo ya vuelve a
estar tranquilo. Aunque no ha llegado a enterarse de que Marta y Ester se
estaban conteniendo por la falta de alimentación, ahora acaba de encender el
ordenador y, al volver a encontrarlas desnudas, ha sentido que su mundo está en
orden. Ester está tumbada boca arriba mientras Marta, recostada a su lado, la
mira y le acaricia los pelillos con el dorso de la mano. El abuelo escucha. Y
Marta dice:
-Tienes un cuerpo
precioso.
-Pues tú más.
-No, tú más.
-Que no, que tú…
El abuelo sabe que,
con el camino que llevan, no van a tardar en enlazarse y, por pudor y
discreción, apaga el ordenador.
Sin embargo, Ester y
Marta callan y se miran la una a la otra el cuerpo desnudo. Se lo miran y se lo
recorren con los ojos. Y se lo acarician con las manos. O se acarician con los
ojos y se miran con las manos, no saben. Sólo saben que van a resarcirse de tantos
días de racionamiento en que hasta las palabras y las miradas se reprimían.
Marta se da la
vuelta, queda tumbada boca abajo y Ester le pasa la mano por la espalda. Luego
Marta se incorpora, se pone a los pies de Ester y se los acaricia.
Rato y rato. La
lengua, la mano, los ojos de Ester recorren el cuerpo de Marta y luego es Marta
la que disfruta del cuerpo de Ester. Una y otra sienten que ya no han barreras.
Ester mira a Marta fijamente a los ojos, Marta lee su actitud desafiante y los
ojos de cada una dicen que va a ser precisamente ella quien provoque más placer
en la otra.
Por fin Marta se sube
al cuerpo de Ester, Ester se aferra a ella con los brazos y las piernas y
empieza a moverse para frotar su cuerpo contra el de Marta. Marta le da un beso dulce y, al acabar, le dice en voz baja
al oído:
-¿Y esa chupadita que
me has prometido?
-Pues ya te estás
poniendo contra la ventanilla.
28 Otra vez en la
ventanilla
Marta se arrodilla
frente a la ventanilla con las piernas bien separadas, se pasa el pelo por
delante para cubrirse los pechos y que no se los vean desde el exterior del
tren, y apoya las manos contra el cristal. Ester se va deslizando hasta quedar
tumbada boca arriba con la cabeza entre las piernas de Marta. Marta, desde
encima, mira dulcemente a Ester y le dice:
-Te deseo mucho pero
aún te quiero muchísimo más.
Ester le busca el
puntito con la lengua y, al encontrárselo, se lo llena de besos sonoros. Marta
sonríe. Ester empieza a olisquearla y a soplarle entre las piernas y Marta
exclama:
-Uy, uy, uy, uy…
-Si aún no he
empezado…
-Pero te siento
muchísimo y sé que voy a formar un escándalo. Espera un momento.
Marta se incorpora,
acude al rincón donde Ester ha dejado bien doblada su ropa y coge las
braguitas. Vuelve a su posición y dice:
-Así nadie me oirá
gritar.
Y se mete las
braguitas de Ester en la boca. A Ester le da la risa viendo cómo sobresalen de
los labios de Marta y, cuando se le pasa la risa, empieza a subirle por la cara
interna de los muslos mordiéndoselos. Al llegar a las ingles le pasa la lengua
y oye un sonido que no consigue salir de la garganta de Marta:
-Mmmmmmmm.
Por fin Ester le
alcanza el centro con la lengua y le va subiendo y bajando despacio. Mira a
Marta a los ojos y la ve muertecita de placer. Ester sigue moviendo la lengua,
se la lleva hasta el puntito y empieza a dar vueltas. Marta empieza a moverse
nerviosamente y Ester la coge de la cadera para fijarla y que no se le escape
de la punta de la lengua. Se siguen mirando. Ester, al ver cómo Marta aprieta
los dientes mordiendo las braguitas, le siente los dientes acariciándole las
entrañas y se estremece. En ese momento Marta dobla el cuerpo hacia adelante y
alcanza a ver la lengua de Ester moviéndose. Luego se quita las bragas de la
boca y dice:
-¡Ester!... No quiero
llegar aún.
A Marta le pasan por
la cabeza un instante esas veces en que, por debilidad, tanto le costaba llegar
y sufría al no poder entregarse completamente. Por eso está contenta, porque
sabe que ahora no habrá duda y que será como siempre. Se emociona y siente que
sí, que, tal como había dicho Ester, la está sintiendo efectivamente en el
corazón. Se vuelve a quitar las bragas de la boca y grita:
-¡Ester!
Ester siente que una
lágrima le cae en la frente.
29 Recuperando el tiempo perdido
Ester y Marta están
descansando cubiertas con la manta y cogidas de la mano. Ester tiene los ojos
cerrados y aún no ha recuperado el aliento. Porque Marta ni siquiera ha
esperado a recuperarse y ha ido a por ella tal como estaba, tumbada boca arriba
a lo largo del compartimento, Se ha dejado caer boca abajo con la cara contra
los pelillos de Ester de modo que el cuerpo de la una fuera prolongación de la
otra, le ha separado las piernas y ha empezado a besarla. Ester veía el cabello
rubio de Marta flotándole sobre el vientre y cayéndole por las caderas y se ha
puesto a acariciarle el costado con los pies. Marta sólo ha parado una vez. Ha
levantado la cabeza, ha mirado a Ester y le ha dicho:
-No sé si me gusta
más hacértelo o que me lo hagas.
Y ha seguido hasta el
final. Ahora siente que Ester le aprieta la mano en un gesto de cariño y ve que
abre los ojos diciendo:
-Con esto del
racionamiento, teníamos las dos muchas ganas.
-Pues sí, a ver si no
nos pilla ningún racionamiento más. Antes de subirme yo al tren, ¿había pasado otra
vez lo de que no hubiera nada para comer?
-No, nunca. Pero una
vez estuvo la calefacción estropeada durante una semana y hacía mucho frío. Yo
dormía con tres mantas, envuelta en un abrigo, con calcetines de lana... pero
eso fue hace dos años o más.
En ese momento, Marta
estaba llevándose la mano de Ester, cogida de la suya, hacia el vientre, pero
para y dice:
-¿Dos años? Pues,
¿cuánto llevas en este tren?
Ester sabe lo que
quiere Marta. Por eso mantiene su mano cogida a la de ella y, con el dorso,
empieza a acariciarle el vientre y los pelillos mientras contesta:
-Bueno, yo estoy aquí
desde que era un bebé.
-¿Tanto tiempo?
30 La hija del tren
Marta se queda
sorprendida al saber el tiempo que Ester lleva en el tren:
-Pues sí. A mí me
crió un revisor, no éste ni otro que había antes, sino uno que se murió hace
años.
-¿Y cómo es eso?
-Pues cuando yo era
muy, muy pequeñita, se ve que una noche que nevaba iba en un coche con mis
papás por la carretera. Entonces no sé si mi papá se dormiría o qué pero en un
paso a nivel el tren chocó contra el coche y mis papás se murieron.
-¿Y tú?
-Pues el tren se paró
a ver qué había pasado, me oyeron llorar y vieron que estaba tirada encima de
la nieve. Entonces me cogieron, me envolvieron en una manta, me subieron al
tren y me pusieron junto a la calefacción. Eso fue lo que me contó aquel
revisor, que se convirtió en mi papá. Y si no me hubieran recogido, me habría
muerto congeladita.
-Me entra frío sólo
de pensarlo.
Marta se arrima aún
más a Ester y luego pregunta:
-¿Así que siempre has
estado en este tren?, ¿no has salido nunca?
-He salido muchas
veces. Cuando era pequeñita el revisor, que se había convertido en mi papá, me
preparaba biberones y papillitas, y por la noche me leía cuentos y se quedaba a
dormir aquí conmigo. Más tarde me enseñó a leer con un libro de cuentos y, a
veces, cuando llegábamos a algún pueblo grande, mandaba parar el tren toda la
tarde y salíamos a comprarme ropita y juguetes...
Marta, mientras
escucha con atención, flexiona lentamente las piernas debajo de la manta, las
separa e intercala la pierna izquierda entre las de Ester. Como Ester entiende
a Marta, separa su mano de la de ella y empieza a tocarla al tiempo que con sus
pies le acaricia el pie izquierdo. Marta dice:
-Es que después de
tantos días a pan y agua tengo unas ganas acumuladas... Pero sigue con lo que
me contabas, que te escucho.
-...Pues eso, que
parábamos a comprarme ropita y juguetes. Luego, cuando el revisor se hizo
viejecito y se murió, fuimos con el tren a su pueblo a enterrarlo. Y yo lloré
mucho. Ah, y como no tenía hijos, me dejó todos los dineritos que había ganado
durante toda su vida. Si algún día hemos de bajarnos del tren tenemos dinero
suficiente para comprarnos una casa para las dos. Y la compraremos con jardín
y... pero qué jugosita estás.
31 Los juguetes de Ester
Ester se ha excitado
al percibir la humedad de Marta, ha separado también las piernas, las ha
flexionado y ha pasado su pierna derecha sobre la izquierda de Marta. Ahora se
acarician lentamente la una a la otra bajo las mantas mientras siguen hablando:
-¿Y nunca has ido a
la escuela?
-No, pero sé muchas
cosas. Porque el revisor también me compraba libros con dibujitos y yo los
leía. Y sé el nombre de muchos países y de muchos ríos. Y sé que todos los
insectos tienen seis patitas. Y que los romanos construían puentes. Y más
cosas.
-¿Y aún tienes los
libros y los juguetes?
-Sí, claro. ¿No te
has fijado en que en este vagón estamos solas y no hay nadie en los otros
compartimentos? Es porque todo el vagón es para mí. En el compartimento de al
lado están los libros y en el otro los juguetes. Las muñecas están sentaditas
en los asientos y, colgado del techo, hay un columpio. Ah, y en otro
compartimento tengo una lavadora y una tabla de planchar. Mañana mismo podemos
hacer una colada.
-Pues sí que estás
preparada.
Quedan las dos en
silencio mientras se siguen acariciando. Frente a ellas, la ventanilla está
completamente entelada y se adivina la nieve cayendo sobre el paisaje. Al cabo
de un rato Ester dice:
-Debe de ser casi la
hora de comer. ¿Nos damos besos en las tetitas y luego acabamos?
-Vale.
32 El sueño de Marta
Marta y Ester se
cubren con la manta para dormir la siesta. Al momento, Ester ya está respirando
acompasadamente mientras Marta, abrazada a ella, ha cerrado los ojos y repasa
mentalmente las escenas de la mañana cuando, apoyada contra la ventanilla,
sentía los besos de Ester entre las piernas y la miraba a los ojos.
Ahora Marta se vuelve
a ver con las palmas de las manos contra la ventanilla y el pelo cubriéndole
los pechos. Sin embargo ahora no mira hacia los ojos de Ester sino hacia el
exterior. Ya no nieva. Ni hay nieve ni hielo cubriéndolo todo. Oye entre sus
piernas la voz de Ester:
-Mírame a los ojos.
Es la voz de Ester
pero no puede ser su voz. Porque mientras la oye siente que su lengua la está
recorriendo. Y Ester no puede hablar y chuparla al mismo tiempo. Siente la
lengua de Ester pero no siente placer. Y Ester vuelve a decir:
-Mírame a los ojos.
Pero Marta está
absorta mirando al exterior. Ni nieve, ni hielo, ni tierra, ni arena, ni
ceniza. Ni árboles, ni montañas, ni paisaje. Ni túnel. Nada.
Y Ester repite:
-Mírame a los ojos.
33 Los pies de Ester
Marta y Ester se han
despertado de la siesta y se han comido un par de galletas de las que les trajo
el revisor cuando el racionamiento. Luego Marta se ha puesto frente a la
ventanilla, ha quitado el vaho con la mano y ha estado un momento comprobando
que, efectivamente, en el exterior seguía estando el paisaje que había
desaparecido en su sueño. Nevaba. Ha visto a Ester sentada y se ha sentado
frente a ella. Se han cogido de la mano y se han estado mirando.
Tras mirarse, han
acabado enlazándose y construyendo con sus cuerpos una obra de arte armónica,
morosa, intensa. Ahora se están dando las gracias la una a la otra llenándose
la cara de besos nerviosos y sonoros. Luego se abrazan muy fuerte hasta casi
cortarse la respiración. Por fin, separan un poco sus cuerpos, Ester aparta el
pelo de la cara de Marta, le busca los labios para darle otro beso dulce y largo,
y acaban por tumbarse una junto a la otra de cara a la ventanilla. Se tapan con
la manta y se cogen de la mano.
Al cabo de un rato
Ester besa la mejilla de Marta, apoya la cabeza en su hombro y dice:
-¡Qué bien se queda
una después de estos sofocos!
Marta se ha fijado en
que Ester, en el momento álgido, movía de forma muy graciosa los deditos de los
pies.
34 Ester y sus placeres
solitarios
Están desayunando.
Marta unta de mantequilla una tostada y se la ofrece a Ester. Ester tiende a
Marta la mano que le queda libre y dice:
-Estoy muy contenta
porque te quiero mucho y porque me gusta todo lo que hacemos. ¿Y a que no sabes
por qué te subiste a este tren?
-No. Sé que me tenía
que subir a este tren pero no sé por qué.
-Te subiste porque yo
pedí un deseo y era que te subieras.
-¿Y eso cómo es?
-Pues ya te dije que
yo, antes de que llegaras, me lo hacía solita. Pero primero cerraba los ojos y
apretaba fuerte los puños pidiendo un deseo.
Marta, que se
enciende cada vez que imagina a Ester acariciándose sola, le pregunta:
-¿Y qué deseo era?
-Que se subiera una
chica como tú para hacerlo las dos juntitas. Y por eso apareciste.
Marta se queda
pensando y le pregunta a Ester:
-¿Y no preferías
hacerlo con un chico?
-No. Una vez tuve un
novio… bueno, eso ya te lo explicaré otro día. Ah, y la noche antes de que
llegaras lo hice y me salió muy bien. Y luego soñé contigo.
-¿Antes de conocerme?
-Sí, por eso supe que
llegarías a la mañana siguiente.
-¿Y qué hacíamos en
el sueño?
-Pues primero nos
estuvimos mucho rato mirándonos. Luego nos dijimos que nos queríamos, empezamos
con besitos y caricias, nos desnudamos la una a la otra y ya nos pusimos locas.
35 El capricho de
Marta
Marta acaba de saber
que si se subió al tren fue porque ése era el deseo de Ester cada vez que se
acariciaba. Marta se imagina a Ester cerrando los ojos para pedir el deseo y,
después, llevándose la mano entre las piernas. Y dice:
-¿Me enseñarás un día
cómo lo hacías? Porque yo no lo he hecho nunca sola.
-Es muy fácil. Te
pones el dedito y, en cuanto empiezas a moverlo, ya te viene el gustito. Luego
ya, tú misma. Como cuando nos acariciamos la una a la otra, pues igual.
-¿Pero lo harás un
día para que yo te vea?
-Si te tengo a ti
para que me lo hagas, que me gusta muchísimo más.
-Pero yo quiero verte
haciéndolo y así aprendo. Luego lo hago yo a ver si me sale.
-Pero si me tienes a
mí para que te lo haga.
-Es que es un
caprichito, porfi, porfi.
-Bueeeno. Si quieres
te lo enseño después. Primero ponemos la lavadora como decidimos ayer.
-Pero antes quiero
que hagamos lo de que nos sentamos las dos junto a la ventanilla contigo encima
de mí.
-Pues sí que estás
caprichosa.
-¿Hay asientos para
hacerlo en el compartimento donde está la lavadora?
-Sí, lo podemos hacer
allí mientras se lava la ropa. Luego tendemos y, al volver a nuestro
compartimento, te enseño cómo me acariciaba.
36 La colada
El tren está
atravesando un túnel mientras Marta y Ester recogen su ropa sucia y la meten en
una bolsa. Luego salen de su compartimento, recorren un tramo del pasillo y,
tres puertas más allá, entran en otro compartimento. Marta, que nunca había
entrado ahí, ve que han sido eliminados los asientos del lado que da la espalda
a la máquina y, en su lugar, hay una lavadora en un rincón. En la parte alta
varios hilos para tender recorren el compartimento de un extremo a otro. Ester
vacía la ropa sucia, pone el detergente y el suavizante, gira la ruedecita para
escoger el programa y pone en marcha la lavadora.
Acto seguido, se
desnudan. Marta se sienta junto a la ventanilla y Ester se sienta sobre ella
dándole la espalda. Marta se divide el cabello en dos y, pasando cada mitad por
cada uno de los hombros de Ester, lo deja caer para cubrirle los pechos. Ester
enrosca sus piernas en las de Marta para mantener el equilibrio y, dejándose caer
hacia adelante, le busca el eje y empieza a acariciarla mientras dice:
-¿Sabes lo que estoy
pensando? Que al lado de la lavadora pondremos una nevera. Compraremos una
cuando lleguemos a un pueblo grande y la llenaremos de comidita. Y también
compraremos muchas latas y muchas galletas maría, y colacao, y verdurita
congelada… Por si vuelve a pasar lo del racionamiento. Compraremos muchas cosas
para que haya para todos.
Marta la escucha y
piensa preguntarle cómo van a subir la nevera al tren; se da cuenta de que la
pueden subir igual que subieron la lavadora y acaba diciendo que lo de la
nevera es una buena idea. Luego empieza a acariciar los pechos de Ester y dice:
-Tienes unos pechos
muy bonitos.
-Pues tú lo tienes
todo bonito.
Ester hace fuerza con
las piernas para abrir aún más las de Marta y sigue y sigue acariciándola.
Marta suspira y Ester empieza a pasarle el dedo de arriba abajo. Marta suspira
aún más y Ester dice:
-Desde que te quiero
tanto no sé si me pongo romántica o tonta. Imagínate que ahora me gusta todo
mucho más. Me gusta incluso que estemos en un túnel haciéndolo mientras
esperamos que acabe la lavadora.
37 Placeres
tranquilos.
Mientras avanza el
lavado siguen junto a la ventanilla con Ester sentada sobre Marta y dándole la
espalda. Ester, sosteniéndose con las piernas enroscadas en las de Marta, está
curvada hacia delante para poder recorrerla con el dedo. Marta le sigue
acariciando los pechos. Y Ester venga a hablar:
-También había
pensado comprar una secadora. Porque, claro, al tender, por más que abras la
ventana y corra el aire, si hace mucho frío la ropa no se seca. Además, con la
ventanilla abierta, en los túneles puede entrar hollín...
Marta casi no
escucha. Ha cerrado los ojos y sólo sigue el recorrido de la yema del dedo de
Ester. Sigue acariciándole los pechos y también da vueltecitas con el dedo por
sus pezones. Pero Ester sigue con sus cosas:
-¿Sabes otra cosa que
también me gusta mucho? Pues el contraste de tu piel blanca con la mía morena.
Marta, con los ojos
cerrados, está en el séptimo cielo y, mientras Ester no pare de acariciarla, la
deja que siga hablando:
-También me gustaría
mucho que tuviéramos un jardín para cuidarlo entre las dos. O empezar a andar
las dos de la mano por un camino sin saber a dónde nos lleva.
El tren ha salido del
túnel y ahora avanza entre la bruma y la nieve pero, en ese momento, para Marta
no hay más mundo que Ester y, para Ester, más mundo que Marta.
38 Placeres nerviosos
Ester sigue sentada
sobre Marta con las piernas enlazadas a las suyas e, inclinada hacia adelante
para poder alcanzarla, la está acariciando muy suavemente, sólo rozándola. La
ruedecita que marca el progreso del programa de lavado sigue avanzando. Marta,
con los ojos cerrados, siente cómo el placer que le viene del dedo de Ester le
sube por el vientre. Arrima sus pechos hasta aplastarlos contra la espalda de
Ester y le rodea la cintura con el brazo derecho mientras con la mano izquierda
sigue acariciándole los pezones. Empieza a jadear:
-¡Ester!
Ester, como quiere
que Marta no llegue aún para prolongarle el placer, le aparta la mano y Marta
abre los ojos suspirando al notar el vacío entre sus piernas. Se tranquiliza al
ver que Ester sólo quiere meterle el dedo en la boca. Se lo chupa, vuelve a
cerrar los ojos y espera que le vuelva a poner la mano. Está sintiendo un deseo
intenso y sólo quiere entregarse a Ester de una vez.
Al momento, vuelve a
abrir los ojos porque la mano de Ester no llega. La echa de menos, está cada
vez más nerviosa de deseo y abre y cierra las piernas llamando a Ester. Y Ester
dice:
-Mira.
Marta mira por encima
del hombro de Ester y ve que tiene la palma de la mano sobre sus propios
pelillos. Sigue mirando y Ester empieza a bajar el dedo hasta recorrerse a sí
misma. La regaña:
-¿Se puede saber qué
haces?
-¿Pues tú no querías
que me acariciara?
-Pero luego, en
nuestro compartimento y que yo te pueda ver bien. Porque así sentaditas una
encima de la otra... Además, que me tienes nerviosa perdida y se me salen las
ganas hasta por las orejas. ¡Tócame ya, porfa!
39 El centrifugado
Ester sigue bajándose
el dedo por los pelillos mientras Marta, sentada debajo, está impaciente y
preguntándose qué pretende Ester y cuándo va a volver a sentir su dedo.
-¡Ay, ay, ay! Que me
haces daño.
Marta no ha podido
contenerse y ha mordido a Ester en el hombro derecho.
-Pero ¿se puede saber
qué haces?
Ester sigue avanzando
lentamente su dedo y, al acabar de recorrerse a sí misma, se inclina un poco
hacia delante y vuelve a encontrar a Marta que, por fin, se relaja, vuelve a
cerrar los ojos y siente cómo el dedo de Ester le avanza desde el botoncito
hasta el umbral. Ester también ha cerrado los ojos y ninguna de las dos se da
cuenta de que la lavadora ha empezado a centrifugar.
Una y otra vez arriba
y abajo. Porque, tal como están sentadas una sobre la otra, la humedad de Marta
es prolongación de la de Ester. Y viceversa. Por eso, el dedo de Ester recorre
el camino que va desde su propio bultito hasta el umbral de Marta. Y vuelve
atrás. Una y otra vez;
-¡Ester!, ¡Ester!
-No llegues aún,
porfa, que a mí aún me falta un poquito y podemos llegar las dos juntas.
Marta es consciente
de que no puede contenerse y esperarla pero no le preocupa. Sabe que van
siempre tan compenetradas que Ester llegará en cuanto la vea derramarse.
Así es. Cuando Ester
vuelve a oír su nombre de labios de Marta empieza a suspirar rítmicamente. Y
Marta se fija en que Ester suspira no cuando se toca a sí misma sino cuando la
toca a ella:
-¡Ay, ay, ay! ¡Marta!
Ester varía y en
lugar de recorrerse a sí misma y a Marta recorre sólo a Marta. Marta también
suspira. Tiene a Ester cogida por la cintura con el brazo derecho y ahora le
aparta la mano izquierda de los pezones, le busca el bultito y empieza a
frotárselo. Ester grita y le dice que la quiere. Marta también le dice a Ester que
la quiere. Ester grita el nombre de Marta y Marta el de Ester. Una y otra vez.
Marta empieza a respirar entrecortadamente y a intentar moverse debajo de
Ester. Hasta que Ester da un grito desgarrador que arrastra a Marta. Marta
tampoco puede más y también grita. Las dos juntas, como Marta esperaba. Han
llegado juntas pero en el orden inverso a como lo esperaba. No ha sido ella la
que ha arrastrado a Ester sino al revés.
Se quedan temblando
una encima de la otra y, cuando se tranquilizan, Ester dice:
-¡Qué bien! La
lavadora está centrifugando. Así no habrán oído las voces que hemos dado.
Marta sonríe, le pide
un beso a Ester y acaban con las mejillas juntas mirando el paisaje. Al cabo de
un rato, como la lavadora ya ha acabado, se incorporan, Ester saca un cestito
con pinzas y se ponen a tender.
40: Un prado para las
dos
Marta y Ester acaban
de hacer la colada y han vuelto a su compartimento. Están tumbadas encima de la
manta desnudas. Ester se pone de medio lado apoyada en el codo y dice:
-¿Nos miramos un
ratito?
Y Marta contesta:
-Bueno. Y dime más
cosas de esas bonitas que sabes decir.
Ester se pone a
pensar y dice:
-Pues… pues que me
gustaría que estuviéramos sentadas en un prado…
-¿Vestidas o
desnudas?
-Vestidas... O no: yo
vestida y tú desnuda.
Marta se ríe de las
ocurrencias de Ester y Ester sigue:
-…en un prado en una
montaña muy alta por encima de las nubes. Y nos dedicaríamos a mirar los valles
y los ríos de abajo.
-Pero si estuviéramos
por encima de las nubes y miráramos abajo sólo veríamos nubes.
-Pues es verdad.
Marta sonríe, tiende
el brazo para rodear a Ester por la espalda y dice:
-Anda, ven.
41: El dedo de Ester
Ester está tumbada encima de Marta y
Marta la tiene abrazada con las piernas y los brazos. Están calladas y quietas
sólo sintiéndose la una a la otra. Entonces Marta le dice a Ester en voz baja
al oído:
-¿Puedes hacer lo que te he pedido
antes, lo de acariciarte tú sola?
Ester se baja, se tumba boca arriba,
abre las piernas, las flexiona y dice:
-Me da un poquito de vergüenza. Pero
como sólo me ves tú y me quieres mucho…
Mira a Marta, sonríe, se pone
directamente el dedo en el bultito y empieza a moverlo a toda velocidad.
Entonces Marta dice:
-¿Y hay que hacerlo
así de rápido? Tú y yo siempre nos lo hacemos despacito.
-Bueno, cuando estaba
sola lo hacía así porque sólo quería quitarme las ganas. En cambio tú y yo lo
hacemos despacito porque nos gusta mucho. ¿O no?
-Claro. ¿Y si ahora
lo haces despacito también llegarás?
-Si quieres, sí.
-Pues hazlo
despacito.
Ester cambia el ritmo
mientras Marta, cada vez más encendida, la mira. Entonces Ester dice:
-¡Ah! Y ahora que me
acuerdo, ¿sabes lo que hacía también? Una cosita muy, muy rica.
--¿El qué?
-Ponerme el dedito
dentro. Tú y yo nunca lo hemos hecho pero da mucho gustito. Mira.
Se introduce el dedo
y empieza a moverlo. Marta la mira con curiosidad:
-Pues yo nunca me lo
he puesto dentro. ¿Me dejas que te lo ponga?
-Bueno.
Ester se saca el dedo
y Marta pregunta:
-¿Puedo chupártelo?
Coge el dedo de
Ester, lo chupa y lo muerde suavemente. Luego, con mucho cuidado, le va introduciendo el dedo y empieza a
moverlo despacio. Luego dice:
-¿Te gusta?
-Claro. ¿Quieres que
te lo ponga yo?
-Si acaso luego,
cuando me toque a mí.
-Pues ya verás qué cosa
más bonita.
Marta saca el dedo,
se lo mete en la boca y, al sacarlo dice:
-Estás muy sabrosa.
¿Y sabes que estaba pensando al ver la carita de placer que pones?: que si me
pongo encima de ti del revés…
-Pues claro.
Ester vuelve a acariciarse
mientras Marta se sitúa con las piernas separadas sobre la cabeza de Ester.
Cuando le siente la lengua pregunta:
-¿Sabrás hacerlo para
llegar las dos juntitas?
-Pues claro.
Al momento Marta ya
está suspirando y pendiente de los pies de Ester. Sabe que en cuanto la vea que
empieza a mover los deditos no podrá contenerse y gritará.
42: El dedo de Marta
Ester se acariciaba
mientras Marta, desde encima, la contemplaba y se dejaba chupar. Ahora
descansan. Ester está tumbada boca arriba y Marta, recostada sobre ella con la
cabeza en su pecho. Ester, mientras le acaricia el cabello, le pregunta:
-¿Te ha gustado?
-¿Es que no me has
oído gritar? Seguro que el revisor también me ha oído y viene a reñirnos. Y es
que me haces unas cositas con la lengua…
-Bueno, ya sé que eso
te gusta siempre. Y a mí me gusta hacértelo. Te preguntaba si te ha gustado lo
que me has pedido que hiciera, que me acariciara.
-Mucho, ahora me
pongo yo a ver si me sale.
-Pero te lo dejo
hacer sólo una vez para que lo pruebes. Ya te dije que yo era muy celosa y ahí
sólo te toco yo, que lo sepas.
-Bueno, eso, lo
pruebo y luego ya nos seguiremos acariciando la una a la otra como siempre.
Marta se tumba boca
arriba, abre las piernas, se pone el dedito y, antes de moverlo, mira a Ester:
-¿Empiezo ya?
-Claro.
Marta empieza a
frotarse despacito y Ester le pregunta:
-¿Te gusta?
-Bueno, sí, pero es
mucho más rico cuando me lo haces tú, ¡dónde va a parar!
Marta sigue y Ester
se pone a besarle los pechos. Entonces Marta dice:
-Lo que no me atrevo
a hacer es meterme el dedito.
Ester se incorpora,
se sienta al lado y le dice:
-Tú sigue.
Mientras con mucho
cuidado le va introduciendo el dedo. Y entonces Marta exclama:
-Uy, uy, uy.
Ester saca el dedo,
se lo chupa y le dice:
-Ahora inténtalo tú.
Marta se decide y se
muerde el labio inferior mientras lo hace. Entonces le dice a Ester:
-¿Te pones encima
como he hecho yo antes y nos vamos las dos juntitas?
Ester se sitúa y, al
sentir la lengua de Marta, dice:
-¡Marta!
El tren entra en otro
túnel.
43: Bien guapas y bien planchadas
Como siempre, Marta y Ester han
llegado juntas. Marta acariciándose ella misma por vez primera y Ester
sintiéndole la lengua. Ester ha acabado dejándose caer sobre Marta y
abrazándole las piernas. A su vez, Marta abraza las piernas de Ester. Están la
una sobre la otra del revés mientras se recuperan. Al final, Ester se acuerda
de que tienen la ropa tendida y dice:
-Cuando se seque la ropa, vamos y
planchamos.
Y Marta contesta:
-Pero, ¿para qué queremos planchar
si nos pasamos la mayor parte del día desnudas?
Y Ester le dice:
-Para ir al vagón restaurante.
Porque quiero llevarte bien guapa y bien planchada. Si no, ¿qué pensará de
nosotras la gente?
Marta se pone a besar los pies de
Ester.
44: Depilación
Ester y Marta están
en el vagón restaurante sentadas frente a frente. Se han comido ya sus tostadas
y están con las manos cogidas y mirándose a los ojos. Entonces Ester dice:
-¿Sabes lo que
podríamos hacer hoy? Depilarnos, que tengo una maquinilla eléctrica que va muy
bien. ¿Se vale?
-Se vale. Y, de paso,
nos podemos dejar el asunto bien recortadito y bien mono.
-Pues un día, antes
de que llegaras, estaba aquí yo sola desayunando y me puse a escuchar lo que
decían dos chicas que estaban desayunando detrás de mí. ¿Y sabes lo que decían?
Que a ellas les gustaba llevarlo todo afeitado sin pelos.
-Serían unas
modernas. Con lo que a mí me gusta acariciarte los pelillos.
-Y a mí, y
mordértelos y estirarlos con los dientes.
Y Marta sigue:
-Imagínate si me
gustan tus pelillos que sólo vértelos me entran las ganas. Bueno, no, que tengo
ganas siempre. Pero si no tuviera me entrarían con sólo verte los pelillos. O
el ombligo, o los piececitos…
Ester se ríe y dice:
-Pues vamos a
depilarnos.
Entonces Marta
contesta.
-Pero antes haremos
otra cosita, que hoy tengo otro caprichito.
-¿Qué caprichito?
-Ya lo verás. Es una
sorpresa.
-Venga, dímelo,
porfi, porfi.
45: Los pies de Marta y Ester
Mientras desayunaban
Marta y Ester han decidido que se van a depilar pero antes van a probar un
capricho que se le ha ocurrido a Marta. Van andando por el pasillo mientras
fuera ha parado de nevar y luce un sol radiante. Al llegar a la última
plataforma antes de su compartimento, Ester arrincona a Marta, le da un beso
largo en la boca y luego le pregunta al oído:
-¿Y tu caprichito es
muy diver?
-Ya lo verás.
Entran a su compartimento,
Ester se desnuda a toda prisa y pregunta:
-¿Cómo quieres que me
ponga para tu caprichito?
-Bueno, antes nos
podemos estar un ratito mirándonos, dándonos besos y todas esas cosas amorosas.
-Vale.
Se tumban una junto a
la otra, se sonríen, se besan, Ester se sube encima de Marta, se dan la vuelta
y Marta acaba encima de Ester. Y Ester se impacienta:
-Venga, dime el
inventito.
-Espera, que quiero
más besos.
Siguen rozándose los
labios. Marta, aún encima de Ester, deja caer saliva dentro de su boca mientras
Ester va pasando el dedo por la columna vertebral de Marta que, al final, se
levanta y dice:
-Ponte como yo
enfrente de mí.
Marta se tumba boca
arriba recostada y apoyándose sobre los codos. Luego flexiona las piernas y las
separa. Ester la imita y está frente a ella en la misma posición. Entonces
Marta se va desplazando hacia delante de forma que su pierna derecha queda en
medio de las piernas de Ester cuya pierna derecha, a su vez, queda entre las de
Marta.
A Marta le encantan
los pies de Ester y aún más cuando la ve mover los deditos al llegar al máximo
placer. Por eso le coge el pie derecho, empieza a acariciarlo y dice:
-Hemos de volver a
pintarnos las uñas con nuestros nombres.
Por fin se lleva el
pie de Ester entre las piernas y busca la manera de que el dedo gordo le quede
en el lugar preciso. Entonces dice:
-Pues ya está el
caprichito: que lo hagamos con los deditos de los pies.
A Ester le da la risa
46: Cosquillas y risas
Les ha costado
hacerlo con los deditos de los pies pero al final lo han conseguido. Todo
porque Ester no paraba de reír y de decirle a Marta que le estaba haciendo
cosquillas. Marta, si no fuera porque quiere profundamente a Ester, se habría
enfadado. Pero ha preferido convencerla con la mirada y cortarle la risa a base
de hacerle mucha presión con el dedo gordo del pie. Por fin Ester se lo ha
tomado en serio y ha empezado a sentir placer y a hacérselo sentir a Marta. La
una por la otra, entre las caricias con los pies y la mirada, han conseguido
llegar susurrando cada una el nombre de la otra entre suspiros y diciéndose con
los ojos que se querían.
Ahora llevan rato descansando
tumbadas una junto a la otra y cogidas de la mano. Hasta que Ester se levanta,
se sube a la estantería para los equipajes, abre una bolsa, saca la maquinilla
de depilar y se pone junto a Marta:
-Cuando quieras.
47: Encendidas
Marta y Ester se
acaban de depilar y están tumbadas de medio lado acariciándose los pelillos la
una a la otra. Y Marta dice:
-Te ha quedado muy bien.
-Pues a ti también.
Después se tapan con
la manta, se cogen de la mano y miran hacia la ventanilla. Fuera sigue luciendo
el sol. Están calladas hasta que, al cabo de un rato Marta se vuelve a poner de
medio lado, mira a Ester y le dice:
-Yo no sé decir esas
cosas tan bonitas que dices tú a veces. Pero sí sé que no me quiero separar
nunca de ti.
Ester sonríe y la
besa. Después Marta sigue hablando:
-Y otra cosa que ya
te he dicho. Que, desde que nos encontramos, me llevas todo el día
completamente encendida.
Ester la vuelve a
besar. Luego le dice:
-Tú a mí también. Ya
te dije que contigo tengo ganas siempre. Como que si quieres lo volvemos a
hacer.
-Es casi la hora de
comer. Podemos esperar hasta después de la siesta.
-Y cuando nos
despertemos podemos darnos una chupadita dulce.
-O improvisamos a ver
qué nos sale.
-Bueno.
-Pues yo ya tengo
ganas de comer, de ponernos a hacer la siesta y de despertarnos. O… ¿sabes qué?
Ester sabe leer en
los ojos y en el cuerpo de Marta. Por eso, sin esperar a más, aparta la manta,
se incorpora y se pone del revés sobre ella. Marta flexiona las piernas y las
separa para recibir a Ester. Ester empieza dándole palmaditas sonoras. Y Marta
pregunta:
-¿Y después de la
siesta?
Ester contesta:
-Pues lo hacemos otra
vez.
48: Tras la siesta
Marta se ha
despertado de la siesta agarrada a la cintura de Ester, que sigue durmiendo
tumbada boca arriba. Han estado haciéndolo antes de comer y han decidido que,
tras la siesta, volverían a hacerlo. Por eso Marta se siente completamente
húmeda. Mira a Ester, la ve respirando acompasadamente y piensa que, además de
desearla, la quiere de todo corazón. Sigue mirándola y le extraña que no
despierte aún. Porque van siempre tan sincronizadas que se duermen y se
despiertan casi al mismo tiempo. Por fin, Marta besa a Ester en los párpados.
Ester abre los ojos y Marta le dice:
-Además de todo lo
que hacemos, también me gusta mucho dormir y despertarme contigo.
Y Ester contesta:
-¿Ves cómo tú también
sabes decir cosas bonitas? ¿Y sabes qué? Que ya me tienes mojadita.
-Pues entonces vamos
a ponernos mimosinas.
Marta aparta la
manta, recorre con los ojos el cuerpo de Ester y se sube encima. Juntan los
labios y Ester, como es más nerviosa y le gusta tener encima a Marta y que su
melena le acaricie las mejillas, abraza fuerte con sus piernas las de ella y
empieza a mover nerviosamente la lengua dentro de la boca de Marta. Marta para
y dice:
-A ver, no te
alborotes. Vamos a besarnos despacito y bien. Tú déjate llevar.
Marta abre la boca y
se limita a rozar los labios de Ester con los suyos. A Ester le gusta y, al
momento, ya está moviéndose y restregándose desde debajo contra el cuerpo de
Marta. Marta pasa la lengua por el labio inferior de Ester y Ester cada vez se
aprieta más contra el cuerpo de Marta. Entonces Marta para, apoya las manos en
los hombros de Ester, separa un poco su cuerpo del de ella y dice:
-Mira.
49: Contrastes de
piel
Marta está encima de
Ester, con el pecho algo separado de ella, y le pide que mire el espacio que
queda entre sus dos cuerpos
-Mira. ¿A que
quedamos muy monas?
Se separa un poco más
y deja ver el espacio donde los pelillos de la una se juntan con los pelillos
de la otra. Y Ester dice:
-Lo que te decía de
lo que me gusta el contraste de tu piel con la mía.
Marta y Ester se
miran a los ojos y cada una de ellas piensa en cuánto quiere a la otra.
Entonces Ester va flexionando lentamente la pierna derecha y la va intercalando
entre las piernas de Marta. Marta se muerde el labio inferior, abre los ojos
con sorpresa, hace fuerza contra el muslo de Ester y empieza a moverse. Ester
contempla cómo los pelillos rubios de Marta le suben y bajan por el muslo y
luego le aparta el pelo de la cara para mirarla bien a los ojos. Y Marta dice:
-¡Qué cosita más
rica! ¿Me dejas llegar hasta el final?
Y sin esperar
respuesta sigue moviéndose despacio y frotándose contra el muslo de Ester
mientras empieza a jadear.
Unos momentos después
Marta para, mira a Ester y dice:
-Pero si fueras rubia
también te querría.
Ester sonríe, aprieta
aún más su muslo entre las piernas de Marta y Marta sigue y sigue. Al cabo de
otro momento Marta vuelve a parar y dice:
-Me da mucho gustito.
Si ves que grito mucho me das un beso en la boca para que no venga el revisor a
reñirnos, ¿se vale?
50: Planchado
Ester y Marta están tumbadas mirando
a la ventanilla, tapadas con la manta y cogidas de la mano. De repente, a Marta
le da un pronto, da un beso sonoro en la mejilla de Ester y le dice:
-Me ha gustado mucho,
muchísimo.
Ester sonríe, le
contesta que a ella también le ha gustado mucho besarla mientras llegaba y
luego añade:
-Con lo
revolucionaditas que andamos hoy, ¿a qué no sabes de qué nos hemos olvidado? De
recoger la ropa tendida y planchar.
Marta se levanta y
Ester detrás de ella. Se visten y van desde su compartimento al de la ropa.
Mientras Marta recoge la ropa tendida, Ester abre la tabla de planchar y
enchufa la plancha.
Ester ha planchado un
rato y Marta, otro. Ahora tienen la ropa clasificada y amontonada sobre los
asientos: las blusas, los pantalones, las faldas, los calcetines, las bragas,
los sostenes… Porque las dos tienen tallas parecidas y comparten la mayor parte
de la ropa. Marta es un par de centímetros más alta que Ester y algún pantalón
quizá le queda corto. Y Ester tiene un poco más de pecho que Marta.
51: La ducha
Marta y Ester se han
dado el besito de buenas noches. Están las dos bien arropadas y abrazadas para
dormir y Ester pregunta:
-¿Por qué nunca lo
hemos hecho en la ducha?
-Porque podemos
resbalar y hacernos daño. Además, siempre lo hacemos después de coger fuerzas
desayunando. Así, el orden perfecto es: ducha, desayuno y nosotras.
-¿Hay un orden
establecido para eso? Es que a mí me gustaría hacerlo en la ducha.
A la mañana siguiente
en la ducha, después de haberse enjabonado y aclarado la una a la otra, Marta abraza
a Ester, la besa y deja que sus cuerpos mojados se froten el uno contra el
otro. Luego le pide que se gire de espaldas con las manos apoyadas contra la
pared y las piernas separadas.
Como es cierto que
Marta teme que una de las dos resbale, rodea con un brazo la cintura de Ester
para tenerla bien fija y, con la otra mano, le pone el dedo en la rabadilla.
Empieza a recorrerla hacia abajo dando vueltecitas con la yema del dedo y sin
perdonar ningún espacio:
-¿Ahí también se vale
tocar?
-Claro, ya te toqué
un poquito hace días.
-Pues luego quiero
darte un besito ahí.
-Ya veremos.
Marta sigue avanzando
despacio el dedo, le da vueltas en el umbral con la yema y luego se lo
introduce con cuidado; lo mueve en círculo, lo vuelve a sacar lentamente y
sigue hasta el botoncito:
-¡Qué cosa más
completita me estás haciendo!
Marta empieza a
recorrer el eje de Ester en sentido inverso y dice:
-Supongo que no te
importará que lleguemos tarde a desayunar.
52: El beso
Marta le ha dado su
caprichito a Ester y se lo ha hecho en la ducha. Ahora están desayunando y
Marta está hecha un lío. Porque Ester le ha prometido darle un besito donde
nadie la ha tocado ni acariciado. Bueno, Ester sí la ha tocado, pero sólo
enjabonándola. Otra cosa es dejarse acariciar. Y más aún dejarse besar. Marta
no siente las más mínimas ganas de dejarse besar ahí y, en cambio, no le
importaría besar así a Ester y pasarle la lengua cuanto quisiera. Si a ella le
gusta… De hecho, piensa, Ester ha llegado no cuando le he puesto el dedito
dentro ni con el botoncito sino mientras le estaba dando vueltas con la yema
del dedo justamente ahí. Aunque seguro que hubiera llegado igual si le hubiera
estado acariciando el ombligo. Bueno, también puede ser que si Ester me lo hace
bien y con cuidado… Además, si la quiero tanto y ella a mí también, no sé por
qué tengo esos pudores.
De todas maneras, al
acabar el desayuno, Marta intenta evadirse de la situación proponiendo volver a
visitar a la ancianita ciega del vagón 4 que les iba a regalar una manta:
-Ni hablar. Primero
vamos a nuestro sitio para que te dé ese besito. Y luego, lo que quieras.
Llegan al
compartimento y Marta que no quiere desnudarse. Ester, ya desnuda, se enfada:
-Será la primera vez
que me rechazas.
-No te rechazo.
Hacemos lo que quieras menos eso, que me da reparo.
-Además, ¿no te
acuerdas de que tú eres mía y yo soy tuya? Pues eso, que en tu cuerpo no hay
nada prohibido.
Ester, que no quiere
gastar más palabras, se acerca, la acaricia, la besa, la abraza y empieza a
desnudarla. Marta se deja hacer y, aún no convencida del todo, acaba tumbándose
boca abajo cara a la ventanilla con la cabeza apoyada en un cojín.
Ester empieza a
morderle suavemente la cara posterior de los muslos y va subiendo. Coge a Marta
por la cadera, la alza y, sin moverle la cabeza del cojín, la deja de rodillas:
-Estás muy
graciosilla vista desde aquí.
-¿Y si hoy sólo me
acaricias con el dedito y si acaso ya otro día me das un beso?
Pero Ester, por toda
contestación, le pone los labios y empieza a darle vueltecitas con la lengua.
Marta, hasta entonces en tensión, espera un momento y parece relajarse. Luego
empieza a mover nerviosamente la cabeza en el cojín. Para un momento y dice:
-Pues sí que me
gusta. Mucho. Perdona que me haya puesto tonta. Y tengo muchas ganas de
hacértelo yo.
Entonces Ester pasa
la mano por el costado de Marta y se la pone en los pelillos. Le sigue pasando
la lengua por detrás mientras, simultáneamente, la acaricia por delante.
En el momento de
sentir el dedo de Ester, a Marta le ha llegado un ramalazo de placer. No puede
más. Le empiezan a temblar las piernas, Ester la agarra fuerte con el otro
brazo y sigue.
Cuando Ester oye que
Marta grita su nombre, se entusiasma y la muerde con fuerza a un lado y al
otro. Luego dice:
-Para que te enteres.
53: La ancianita ciega
Ester dice:
-Ahora ya, si
quieres, podemos ir a visitar a la ancianita ciega.
Se visten, se cogen
de la mano y empiezan a recorrer el tren hacia la máquina. Al cruzar por el
vagón restaurante ven a Claire, la camarera, sentada en una mesa. Frente a ella
está el chico con el que la habían visto el día que habían salido del tren a
aprovisionarse. Parece que están discutiendo y Marta y Ester saludan:
-Hola.
-Hola.
Siguen andando y
Ester dice:
-Es una suerte que se
hayan hecho novios, porque ahora ese chico ya no te mira tanto.
Llegan al vagón 4, el
de la anciana. Como la vez anterior, todo el mundo está de pie excepto la
anciana ciega, que está sentada en una silla tejiendo una manta de colores:
-Hola, ¡cómo estáis!
-Muy bien, señora.
Ester le pide permiso
para sentarse en el suelo y hacer un ratito de labor. Mientras, la anciana coge
de la mano a Marta y le dice:
-Ester te quiere
mucho. Así que no te niegues nunca a lo que te pida.
Ester, que lo oye,
sonríe mientras Marta se queda pensativa.
54: Claire
Marta y Ester van cogidas
de la mano por el pasillo del tren de regreso a su compartimento. Marta le da
vueltas a lo que le acaba de decir la anciana ciega, que no se niegue a los
caprichos de Ester. Entonces Marta dice:
-Esa señora sabe todo
lo que hacemos. ¡Qué vergüenza!, estoy segura de que sabe que nos hemos estado
tocando el culito.
-¿Y qué? También sabe
que yo te quiero mucho. Lo ha dicho. Además, a mí no me da vergüenza que nadie
sepa que te toco y te doy besos en el culito o donde yo quiera.
En ese momento llegan
al vagón restaurante y ven a Clara que está preparando las mesas para la
comida. La miran y se dan cuenta de que está a punto de llorar. Ester le
pregunta:
-¿Te pasa algo?
-No, nada.
-Bueno, pues como
casi es la hora de comer, nos quedamos aquí a hacerte compañía.
Ester y Marta se
sientan en su mesa una frente a otra y se cogen de las manos. Al cabo de un
momento Claire acaba con su tarea y se acerca a ellas:
-¿Puedo pasar luego
por vuestro compartimento a preguntaros una cosita?
-¿Y por qué no nos la
preguntas ahora?
Claire vuelve la
cabeza a un lado y al otro. Empiezan a llegar los pasajeros para comer:
-Es que es una cosa
un poco delicada.
-Bueno, pues te
esperamos después de comer.
-En cuanto tenga todo
recogido paso a veros.
55: Esperando a Claire
Ester y Marta están
sentadas en su compartimento de cara a la máquina y contemplan el paisaje
cogidas de la mano. Esperan la visita de Clara. Ester dice:
-¿Y qué nos querrá
preguntar?
Marta contesta:
-Pues a mí me
preocupa mucho más lo de la anciana. ¿Cómo sabrá si nos queremos o no? ¿Y cómo
sabrá lo que hacemos nosotras solitas aquí dentro si no nos puede ver?
-Porque los
cieguecitos son muy listos. Como no pueden ver las cosas que ve la gente ven lo
que es más difícil de ver.
-¿Y nos ve cuando nos
ponemos...
-No, pero nota que
nos queremos y deduce que, si nos queremos, pues eso.
-De todas maneras, no
lo entiendo mucho.
-Pues yo una vez,
cuando era pequeña, leí un libro de un guerrero muy antiguo y muy valiente que
tenía que volver de la guerra a su casa en un barco. Y, como se había pasado
muchos años en la guerra, su mujer no sabía si estaba vivo o muerto. Por eso a
su mujer, como era muy guapa, le salieron muchos novios que querían casarse con
ella...
-¿Y se puede saber
qué tiene que ver eso con que la señora ciega sepa lo que hacemos nosotras?
-Pues que ese libro
lo escribió un señor que también era ciego pero, como era ciego, era muy listo
y se sabía los nombres de todos los soldados, de los dioses, porque los dioses
protegían a los soldados, y sabía muchas historias de amor de los dioses con
las diosas...
-¿Y cómo lo escribió
si era ciego?
Ester se queda
pensando y contesta:
-A lo mejor él lo iba
dictando y un amigo suyo lo escribía.
-¿Y es muy largo el
libro?
En ese momento llaman
a la puerta del compartimento.
56: El dilema de Claire
-¿Puedo pasar?
-Pasa, Claire, pasa.
Marta y Ester
permanecen sentadas cogidas de la mano y Claire se sienta frente a ellas:
-¡Qué envidia me
dais!, ¡cómo se nota que os queréis mucho!
Ester mira a Marta
como diciéndole: te das cuenta, si Claire lo ve, aún más la señora ciega. Luego
contesta a Claire:
-Pues sí que nos
queremos, sí. Pero estamos intrigadas, ¿qué es eso que nos querías preguntar?
-Pues es que
resulta... bueno, que me he puesto de novia con un chico, con ese que me habéis
visto hablando esta mañana en el vagón restaurante. Y entonces, por las noches
se viene a mi compartimento y... pues eso.
-Pero entonces, si el
chico te quiere...
-No es eso, es que la
primera vez que lo hicimos nos fue muy bien, y la segunda, y la tercera... pero
luego... es que resulta que yo tengo lo de aquí –y se señala entre las piernas-
afeitado. Porque mi mamá es francesa, que por eso me llamo Claire, y cuando me
salieron los pelillos por primera vez me los afeitó y me dijo que había que llevarlos
siempre afeitados porque es más limpio... Bueno, pues a él no le gusta así.
-Pues te los dejas
crecer.
-Es que no sé, que mi
mamá decía que hay que llevarlo afeitado y estoy hecha un lío. Porque yo al
chico lo quiero pero no sé qué hacer. Por eso os quería preguntar cómo lo
lleváis vosotras y qué haríais si estuvierais en mi situación.
Ester contesta
rápido:
-Precisamente ayer
nos estuvimos depilando y aprovechamos para recortarnos los pelillos. Y nos
quedó muy mono. ¿Verdad, Marta?
-¡Monísssimo!
Marta contesta con
retintín. No se sabía tan celosa y ahora se la llevan los demonios sólo de
pensar que Claire pueda imaginarse los pelillos de Ester que sólo ella puede
mirar.
-¿Y no os pica y os
rascáis?
-Pues no.
-Entonces no sé. Me
parece que me los dejaré crecer y vendré a enseñároslo a ver qué os parece.
Marta contesta
bruscamente:
-Es a tu novio a
quien has de enseñárselo, no a nosotras.
Pero Ester, para
quitar hierro a la situación, añade:
-Sí, tú te los dejas
crecer y, cuanto más creciditos los tengas, más cariñoso se irá poniendo tu
novio. Luego, cuando veas que ya no se puede poner más cariñoso será que es así
como le gusta y entonces ya te los puedes ir recortando un poquito.
57: Celos y cariños
Una vez sale Claire,
Marta dice:
-Ya te vale decirle que
tenemos el asunto monísimo, ya. Sólo te ha faltado decir que si quería, se lo
enseñabas. Se lo llegas a decir y te estampo ahí mismo para que sepa cuánto nos
queremos.
Ester se ríe, rodea
con su brazo la cintura de Marta y dice:
-Que no, tonta. Que
ya sé que a mí sólo me lo ves tú.
Marta acaricia el
cabello de Ester y Ester dice:
-Ya sé lo que te
pasa, que quieres que te lo enseñe.
-Pues sí, que entre
la ancianita y Claire hace mucho rato que no te lo veo. Y luego nos ponemos ya
a hacer la siesta.
Ester se quita los
pantalones y las braguitas y se queda en pie frente a Marta, que sigue sentada.
Marta rodea con los brazos a Ester mientras le besa los pelillos y se los
estira con los dientes. Ester se deja hacer:
-Y los piececitos,
¿no me los quieres ver?
-Pues claro.
Ester se quita los
zapatos y los calcetines, Marta le mira los pies y dice:
-Si es que verte los
pies me excita. ¿Te pones contra la ventanilla y...
Antes de que acabe la
frase Ester ya está de rodillas frente a la ventanilla desabotonándose la blusa
para acabar de desnudarse. Marta, en cambio, se sumerge entre sus piernas aún
vestida:
-Y no me has acabado
de explicar lo del guerrero que volvía a casa en barco.
58: Ester desnuda y Marta vestida
Marta sigue vestida y
tumbada boca arriba con la lengua jugando entre las piernas de Ester que,
completamente desnuda, explica el final de la historia del guerrero que volvía
a casa por mar alternándola con sus ay, ay, ay, con suspiros y con te quieros
mirando a Marta a los ojos:
-Pues entonces a la
mujer del guerrero le salieron muchos novios diciendo que, como su marido
estaba muerto, querían casarse con ella y ella, que no, que no estaba muerto. Y
como además tenía un hijo, el hijo se cansó de tener todo el día en casa a los
novios de su madre y cogió un barco y fue a buscar a su padre. Mientras tanto,
a su padre le van pasando aventuras en el mar, que se encuentra monstruos que
se comen a sus compañeros, y unas sirenitas que eran malas. Hasta que al final
naufraga y llega a una isla donde había un rey bueno y allí le encuentra su
hijo. Vuelven juntos a su isla, matan a los novios de la madre y todos felices.
Marta ha prestado
atención sin dejar de atender al placer de Ester que, al acabar de contar,
parece estar al límite. Y, según Marta nota en su lengua, lo está
efectivamente. Además, no para de jadear y moverse nerviosamente. Más aún
cuando Marta empieza a acariciarla por detrás con el dedo. Pero como no llega,
Marta, extrañada, acaba por preguntar:
-¿Se puede saber qué
te pasa?
-Si me gusta mucho,
muchísimo, pero como estás vestidita, no puedo llegar.
-Pero si cuando las
restricciones yo estaba vestida, te lo hacía y llegabas.
-Era diferente.
-Además, tal como
estás de cara a la ventanilla no ves si estoy vestida o no.
-Pero lo sé.
Marta se sale de debajo
de Ester, se desnuda, se vuelve a tumbar, abarca a Ester con los labios y le
aplica la lengua:
-Ay, ay, ay, no pares
que ahora, sí.
59: El antiguo maquinista.
Ester y Marta se
acaban de despertar de la siesta. Como Ester quería compensar a Marta, se han
tumbado al contrario de como suelen, Marta boca arriba y Ester abrazada a ella.
En esa postura, Ester ha acariciado a Marta y, al acabar, se han quedado las
dos plácidamente dormidas. Ahora, ya despiertas, están sentadas de cara a la
máquina mirando el atardecer. Desnudas pero con el pecho cubierto para que no
se lo puedan ver desde fuera; Marta con su propio cabello y Ester con la manta,
que le cae desde los hombros. Están cogidas de la mano y Marta apoya su cabeza
en el hombro de Ester. ¡Qué rico ha sido el beso que me ha dado esta mañana
–piensa Marta- y qué tonta era yo, que no dejaba que me lo diera!: aunque lo
sepa la señora ciega; y nos daremos muchos de esos, si puede ser uno cada día.
Ester, por su parte, anda pensando en el novio de Claire y, por eso, dice:
-¿Te cuento lo de que
una vez tuve un novio?
-¿Aquí en el tren?
-Sí, el año pasado.
Pero me duró unos quince minutitos.
Como para Marta Ester
es toda una caja de sorpresas, le pregunta:
-¿Y como fue?
Ester se pone a
explicar:
-Pues un día estaba
yo aquí sentadita leyendo… Ah, bueno, porque antes había un maquinista muy
buenecito, amigo mío, que, si le pedías que parara el tren, lo paraba.
Marta pregunta:
-¿Es el mismo
maquinista que se puso enfermo?
-No, éste es nuevo. A
aquel lo quitaron por eso, porque paraba cuando se lo pedían y porque, como era
tan buenecito, tenía muchos amigos. Entonces, a veces llevaba el tren a un
pueblo, lo paraba y se estaba toda la tarde en el bar con los amigos. Por eso
lo quitaron y lo pusieron en unos trenes muy aburridos que se ve que hay y que
dicen que van todos los días al mismo sitio a la misma hora. ¿Te imaginas?
-¿Y entonces qué
paso?
Pues que el día
anterior al de mi novio, como quería comprarme ropita, fui a ver al maquinista.
Llegué andando hasta la máquina, saludé al fogonero, que estaba con el carbón,
y luego al maquinista…:
-Hola, señor
maquinista.
-Hola, Ester.
¿Quieres una cervecita?
60: El guardagujas.
Ester tiene el día
hablador. Ha empezado a explicar que una vez tuvo un novio y luego ha derivado a
cuando fue a pedir al maquinista que parara el tren para bajar a comprar ropa.
Fuera es casi noche oscura.
-…entonces el
maquinista me dio una cervecita y me preguntó que qué quería. Le pedí que si
podíamos parar al llegar a un pueblo grande y sacó un mapa, lo desplegó, me lo
enseñó y me dijo:
-¡Qué suerte! Podemos
parar dentro de dos horas. Quería parar mañana porque sólo me quedan dos cajas
de cervezas, pero si cambiamos la aguja en la próxima bifurcación y vamos a la
derecha en vez de a la izquierda podemos parar de aquí un rato.
-…porque el
maquinista siempre estaba bebiendo cerveza y tenía llena una nevera muy grande.
Y entonces le pregunté que cómo íbamos a cambiar la aguja.
-Ya verás lo fácil
que es.
-A los cinco minutos
llegamos a la bifurcación y paró la locomotora junto a la caseta del
guardagujas. Pitó y luego cogió una caja de cervezas y me pidió que lo
acompañara. Bajamos del tren y, junto a la caseta del guardagujas, estaba su
casa, muy mona y con un huertecito delante. Llamamos, salió, le dio la caja de
cervezas, le pidió que cambiara la aguja y la cambió.
Entonces Marta, que
todavía no ha visto aparecer al novio de Ester, dice:
-Y te hiciste novia
del guardagujas.
-No, qué va, si ya
estaba casado. Como que también salió su señora, muy amable, y nos pidió que
nos quedáramos un ratito. Fuimos al huerto, nos sentamos en una mesa debajo de
un emparrado y, cervecita va y cervecita viene, nos sacó berberechos, patatitas
fritas, tomates del huerto que nos comimos allí mismo… Y así estuvimos un rato
la mar de ricamente, que hasta nos pusimos a jugar al dominó.
Marta ya se
impacienta e insiste:
-Bueno, pero tu
novio, ¿cuándo aparece?
61: El libro de Ester
Ester y Marta siguen sentadas y Ester continúa
explicando la historia del maquinista y el guardagujas que, según Marta espera,
ha de ir a parar a la del novio que Ester dice que tuvo. Marta escucha
atentamente a Ester y se confiesa que siente celos del maquinista, del
guardagujas y de todos cuantos conocieron a Ester antes que ella. Y, desde
luego, si alguien hubiera pretendido ser novio de Ester delante de mí –piensa
Marta- también habría querido arrancarle los ojos como dijo Ester que quería
hacer con el chico que me miraba y que ahora se ha hecho novio de Claire.
Pero Ester sigue con
su historia:
-Total, que volvimos
al tren y, al cabo de un ratito, llegamos a un pueblo grande. El maquinista se
bajó a comprar más cerveza y yo fui a una tienda de ropa.
-¿Y en ese pueblo
conociste a tu novio?
-No, qué va, ya te he
dicho que fue en el tren. Todo esto te lo cuento porque el día en que lo conocí
estaba leyendo un libro que compré allí. Primero me estuve probando muchas
blusas y pantalones y, después de comprarlas, al pasar por delante de una
librería, vi un libro que me gustó y que se llamaba Diálogos de Platón; y también lo compré. Ah, y antes de volver al
tren le compré otra caja de cervezas al maquinista para darle las gracias por
haber parado.
-Bueno, pues todavía
estamos al principio de lo que me contabas, que estabas leyendo un libro.
-Sí, pero me gusta
contarte las cosas despacito.
62: El novio de
Ester
Parece que Ester por
fin va a contarle a Marta la historia de su novio:
-Pues eso, que yo
estaba sentadita aquí mismo donde estoy ahora y leía embelesada los Diálogos de Platón que había comprado en
aquel pueblo. Es un libro que habla de unos señores griegos muy antiguos. Y muy
listos, que discutían de cosas muy difíciles…
Como Ester ve que
Marta vuelve a impacientarse con la historia, decide ir al grano:
-…y entonces llaman a
la puerta y es un chico que me pregunta si puede pasar. Y yo le contesto que
bueno.
-¿Ëse es tu novio?
-Sí… bueno, no. Mejor
te lo explico despacito para que lo entiendas: entonces el chico me pregunta
que si quiero que nos hagamos novios y yo le contesto que bueno, vale. Se sienta
aquí delante mirándome callado y, al cabo de diez minutos, me pide que le
enseñe las tetas.
-¿Y tú qué le
contestaste?
-Que no. Él me dijo
que todas las novias enseñan las tetas a sus novios. Yo le contesté que sí,
pero no el primer día; y que las novias que enseñan las tetas el primer día es
porque son unas cochinas y unas marranas.
A Marta le da la risa
y Ester sigue contando:
-Entonces el chico me
pide que le enseñe sólo una teta y yo le contesto que ni una ni media. Él me
dice que tampoco me enseñará una cosita que tiene y le digo que me es igual.
Luego me dice que ya no quiere que sea su novia, le contesto que también me es
igual, se va y yo sigo leyendo mi libro.
Marta se queda
pensando y dice:
-Pero a mí me
enseñaste las tetitas el primer día.
-Contigo era
diferente. Porque cuando te vi ya sabía que nos íbamos a querer muchísimo.
Además, yo también quería verte las tetitas a ti.
Marta cambia de
postura. Ester sigue sentada de cara a la máquina y Marta mueve su cuerpo hasta
quedarse tumbada de medio lado a lo largo de los asientos, aparta la manta que
cubre el pecho de Ester y empieza a besarle los pezones. Ester le acaricia el
pelo. Al cabo de un rato Marta dice:
-¿Me tocas un poquito
y luego te hago yo algo antes de acostarnos?
63: El espejito
Marta y Ester se han
despertado, se han duchado y ahora salen del cuartito de aseo y, como cada
mañana, van a vestirse. Entonces Ester ve que Marta está contorsionándose e
intentando verse por detrás con un espejito. A Ester le da la risa:
-¿Se puede saber qué
haces?
-Estoy intentando ver
las marcas que me dejaste con los mordiscos de ayer por la mañana.
-De tanto que te
quiero me dio el nervio y, claro… Además, ¿no habíamos quedado en que eras mía?
Pues son como marcas de posesión.
Y Marta dice
-Pues me gusta ser
tuya.
Fuera vuelve a nevar.
Ester y Marta acaban de vestirse, se cogen de la mano y salen del compartimento
hacia el vagón restaurante. Ester va pensando en que también ella quiere llevar
en su cuerpo alguna marca que le deje Marta. Mientras desayunan, Ester mira a
Marta discurriendo en cómo conseguir que le dé un arrebato y acabe mordiéndola
o arañándola.
64: El mordisco
Ester y Marta vuelven
de desayunar andando de la mano por el pasillo y Ester sigue cavilando en la
manera de conseguir que Marta le muerda o la arañe para tener una marca suya en
el cuerpo como la que ella grabó con los dientes en el cuerpo de Marta. La
tengo que poner muy loca –piensa Ester- y como más loca se pone es cuando la
tengo de rodillas contra la ventanilla y le doy una chupadita: como además nos
miramos a los ojos…; pero así, como tiene las manos en la ventanilla para
apoyarse, no puede arañarme y aún menos morderme. Ester acaba deduciendo que lo
mejor será una chupadita mutua y que habrá de poner más arte que otras veces. Se
lo propone a Marta
-Hace días que no nos
ponemos del revés y nos damos besitos.
Marta contesta:
-Exactamente desde
anteayer. No sé si te acuerdas de que lo hicimos a mediodía y por eso llegamos
tarde a comer.
-Pues es verdad… pero
podríamos repetir hoy. ¿Se vale?
-Se vale. Pero antes
te quiero dar un besito detrás como el que me diste tú ayer por la mañana.
¿Quieres?
-Pues claro. Si lo
estaba deseando. ¿También me morderás en el culito?
-Pero mordisquitos de
cariño, no como tú.
-Lo mío fue un
arrebato de mucho amor.
Llegan al
compartimento y empiezan a besarse mientras cada una de ellas trata de desnudar
a la otra.
65: Amores totales
Marta y Ester han
decidido, mientras venían de desayunar por el pasillo, parte de su programa
para el día. Pero antes Ester se tumba y propone:
-¿Y si empezamos
mirándonos y dándonos besitos dulces de los de rozarnos los labios?
-Bueno, pero también
quiero que me digas cositas amorosas.
Mientras Marta se
tumba a su lado, Ester le dice:
-Pues que te tengo
metidita muy adentro.
Marta se pone de
medio lado, mira a Ester a los ojos y le dice:
-Yo también, muy
adentro.
-Y que te quiero con
esto y con esto –mientras se señala al corazón y entre las piernas- …y con
esto, y con esto, y con esto –se va señalando la nariz, la boca, las orejas…-
…y con los diez deditos de los pies.
Y Marta dice:
-Anda, ven, que
cuando te pones así te me comería enterita.
Ester se sube encima
de Marta.
66: El doble placer de Ester
Ester y Marta llevan
rato alternando la una encima de la otra y limitándose a besarse, a mirarse y a
decirse dulzuras. Ahora Marta está debajo y se miran a los ojos, sólo se miran.
Entonces Marta pone la mano en la nuca de Ester la atrae hacia sí y le pregunta
al oído:
-¿Quieres que te dé
ya el besito detrás?
Ester salta como si tuviera
un resorte y se sitúa como había puesto ella a Marta: de espaldas a cuatro
patas y con la cabeza apoyada en los brazos sobre el cojín. Entonces dice:
-Pero muérdeme,
porfi, porfi.
Marta la mira y
primero le pasa el dedo despacio y con curiosidad.
-Ay, ay, ay.
-Venga, no exageres.
-Que sí, que me
gusta.
Luego muerde
suavemente como había pedido Ester pero sin dejarle marcas; besa el mismo
espacio que había mordido y empieza a acercarse con la lengua.
-Ay, ay, ay.
Marta para, vuelve a
mirar y piensa que le gusta, que tiene a su merced los puntos de máximo placer
de Ester. Le lleva el dedo al umbral, le da vueltecitas y ella misma está
muerta de deseo. Mientras tanto va moviendo la lengua y acercándola al lugar
donde nunca ha besado a Ester. Al llegar, como Ester ha separado aún más las
piernas y está completamente abierta, le da un par de besos sonoros, la
acaricia con los labios y por fin le aplica la lengua. Ester se ha quedado
quieta y callada, como expectante, y Marta, al tiempo que empieza a pasarle la
lengua por detrás, le va introduciendo por delante el dedito y, una vez dentro,
lo mueve en círculo.
Ester está mordiendo
el cojín.
67: El doble placer de Marta
-Ven, ven, ven,
abrázame, dame besitos.
Ester ha acabado
clavando los dientes en el cojín, apretándolo con los puños, pataleando… Marta
acude a su lado, la abraza fuerte y le recorre las mejillas a besos mientras
Ester sigue temblando. Luego Ester refugia la cabeza entre los pechos de Marta
e intenta recuperar el aliento. Tal como está siente subir el olor a deseo
contenido de entre las piernas de Marta que, mientras le acaricia el pelo, le
dice:
-Lo has hecho muy
bien.
-La que lo ha hecho
muy bien has sido tú moviendo el dedito y pasándome la lengua. No sabes cómo me
has puesto.
-Como me pusiste tú
ayer.
Marta busca la manera
de situar el muslo izquierdo de Ester entre sus piernas y empieza a frotarse
despacito. Ester le dice:
-Espera un minutito
que coja fuerzas y nos ponemos ya con la chupadita.
-¿Y si antes…
Ester le lee el
pensamiento y dice:
-Mírala qué lista,
con los remilgos que tenías ayer.
-Es que ayer no sabía
que era tan rico. Y ahora me ha gustado mucho cómo has llegado y quiero ver si
sé hacerlo tan bien.
Ester se incorpora y,
mientras Marta se sitúa, le dice:
-Pues creo que si lo
hiciéramos cada día después de cenar, luego dormiríamos como angelitos.
-Ya dormimos como
angelitos.
-Es verdad. Pero lo
podemos hacer igualmente antes de dormir.
-O a cualquier otra
hora. Cuando nos apetezca.
Ester ya está pasando
el dedito por las marcas que le dejó con los dientes a Marta.
68: Placer en bruto
Ahora es Marta la que
descansa abrazada a Ester mientras Ester le acaricia el pelo. Y Marta dice:
-Me parece que es la
vez que más placer he sentido. Bueno, siempre me gusta, claro, pero ahora…
-Porque unas veces lo
hacemos para darnos gustito suave, como cuando nos acariciamos, y otras veces
lo hacemos más a lo bruto, como si no tuviéramos piedad la una de la otra.
Marta se ríe de la
manera de expresarse de Ester pero piensa que es así, como ella dice. Y Ester
sigue:
-Y a mí cada día me
gusta más. Pero no sé si es porque cada día te quiero más o al revés, que cada
día te quiero más porque me haces sentir más.
Marta, que tiene el
cerebro lento porque todavía siente la lengua y los dedos de Ester moviéndose
en su cuerpo, ha de repetirse interiormente la frase dos veces antes de
entenderla.
69: Escándalo
El abuelo vuelve a
estar preocupado. Una cosa es que se quieran y que estén enamoradas la una de
la otra, que eso se les nota hasta cuando duermen, y otra cosa es lo que les ha
visto hacer dos de las cuatro últimas veces que las ha mirado. Se considera un
hombre tolerante, moderno pero… pero a lo mejor es eso, que el tiempo pesa
aunque uno no quiera y por más moderno y tolerante que uno se considere…
Porque si se quieren
y se desean, como son jóvenes y están en la flor de la edad, es natural que den
salida a sus instintos cuantas veces les pida el cuerpo pero de ahí a lo que ha
visto… Eso de que una se esté acariciando ella sola mientras la otra la contempla,
o los besos que se dan, que no son los besos que se dan sino dónde se los dan…
El abuelo piensa.
Sabe que a Marta, que es una figurita de últimísima generación, no se le puede
variar la programación, pero a la otra quizá sí, y seguramente se le podrá variar
el nivel de líbido a ver si así se calman un poco las dos. Antes no sabía su
nombre pero ahora ya sabe que se llama Ester: se lo oyó decir a Marta mientras
culminaba. Otra de las razones por las que les cogió tanto cariño, porque cada
una pronuncia el nombre de la otra en el momento preciso. Como hacía con él una
novia que tuvo de joven.
El abuelo enciende el
ordenador, entra en el programa del tren, busca las cámaras del compartimento
de Marta y Ester en el vagón 42, las ve tranquilas y abrazadas y hace doble
clic sobre la figurita de Ester.
70: Lenguas que buscan
Por más placer que se
hayan entregado ya la una a la otra en lo que va de mañana, Ester no olvida que
su objetivo era acabar el día con las uñas o los dientes de Marta marcados en
su cuerpo. Y como ha decidido que el mejor camino para conseguirlo es mediante
una chupadita mutua, le recuerda a Marta que la tienen pendiente:
-Y yo me pido encima.
Marta, agradecida
también por todo lo que le ha entregado Ester, no se hace de rogar y se tumba boca
arriba con las piernas abiertas y flexionadas. Ester se pone del revés sobre
ella e insiste diciéndose a sí misma: Voy a darle tanto placer que conseguiré
que me arañe. Y Marta piensa: Tal como me lleva hoy, no me extrañaría que se me
escapara algún arañazo o algún mordisco como ella quiere.
Sin embargo, como
saben medirse la intensidad del deseo, empiezan con suavidad, dándose besos
dulces en los muslos, acariciándose los pelillos con la lengua, soplándose,
encendiéndose lentamente. Hasta que Ester roza sin querer la parte más sensible
de Marta y Marta siente una dosis de placer que le llega desde los pies hasta
el cerebro. Busca a Ester y al instante la encuentra. Ester está apoyada con
las manos en el suelo pero, al sentir la lengua de Marta, siente que los brazos
le tiemblan y está a punto de dejarse caer.
71: Lenguas que encuentran
Marta y Ester están
enganchadas del revés. Han estado jugando, trasteando la una con el deseo de la
otra, y por fin cada lengua ha encontrado, casi sin querer, su destino. Se han
emocionado al sentirse, han vacilado, pero ahora ya están plenamente
concentradas.
Han logrado crear esa
corriente por la que ninguna de las dos sabe de dónde les viene más placer, si
de la lengua de la otra moviéndose o de la propia al sentir en la punta el
placer de la otra. Pero las dos saben que el placer les pasa por el corazón.
Por eso, porque cada
una de ellas no sólo siente la lengua sino también el corazón de la otra, van
entrando en un espacio en el que se quedan encantadas sintiendo que deseo y
placer es sólo una parte mínima de lo que las envuelve. De ahí que Marta pare
de repente y diga entre las piernas de Ester:
-Ester, te quiero.
Ester siente entre
los muslos el aliento y la vibración de la voz de Marta y que sus palabras le
han entrado y le recorren las entrañas. Le tiemblan los brazos y las piernas y
también se para:
-Marta, te quiero.
El cuerpo de Marta se
tensa debajo de Ester: hace fuerza con la planta de los pies e intenta
levantarse del suelo arrastrando el cuerpo de Ester como queriendo alcanzar el
cielo. Al mismo tiempo, intenta pasar los brazos por la espalda de Ester para
cogerla por los hombros. En ese preciso momento Ester quiere volver con la
lengua entre las piernas de Marta pero, como no se está quieta, le toca con la
lengua alguna terminación nerviosa desconocida que la hace perder el control
retorciéndose y recorriendo con las uñas la espalda de Ester de arriba abajo
mientras grita:
-Ester, Ester…
Ester siente que no
puede más pero sigue moviendo la lengua. Y cuando Marta calla, abre más las
piernas, se deja caer sobre sus labios y empieza a frotarse contra ellos de un
lado al otro mientras grita:
-Marta, Marta…
72: Ninfomanía y frigidez
El abuelo andaba
preocupado por cierta deriva a la que habían llegado los jueguecitos de Ester y
Marta y había considerado la posibilidad de reprogramar a Ester bajándole el
nivel de líbido. Ahora tiene a las dos en la pantalla de su ordenador
tranquilas y abrazadas, ha hecho doble clic sobre la figurita de Ester y se le
ha abierto una ventana en la que están todas sus características. Bastará con
buscar el nivel de líbido y reducirlo. El abuelo lee:
Nombre: Ester
Edad: 16 años.
Titulación académica:
ninguna. Es autodidacta.
Experiencia laboral:
ninguna. (Tiene patrimonio suficiente como para no necesitarla).
Rasgos biográficos:
huérfana desde antes de cumplir 1 año; se ha criado y ha vivido siempre en el
tren; no tiene parientes.
Rasgos psicológicos
(susceptibles de variación clicando sobre las magnitudes):
Bondad: 90%.
Humildad: 95%
Irascibilidad: 0%.
Sentido del humor: 80%.
Generosidad: 80%.
Extroversión: 70%.
Líbido: 95%.
.Y el abuelo ve que
el último ítem parpadea en rojo como si de una alerta se tratara. Lleva el
ratón hasta ahí y se le abre otra ventana con el siguiente aviso: “Un nivel
superior al 90% es considerado ninfomanía; por debajo del 10%, frigidez”.
El abuelo decide
servirse un whisky y reflexionar antes de tomar una decisión.
73: Las uñas de Marta
Ester ha conseguido
por fin que Marta la arañe y, como se sabe con sangre en la espalda, se aparta
de encima de Marta y se queda tumbada boca abajo para no manchar la manta.
Marta se incorpora y mira la espalda de Ester. Le ve ocho rasguños, uno por
cada una de sus uñas, con algún puntito de sangre y dice:
-¿Te he hecho mucho
daño? Perdona, ha sido sin querer, sin darme cuenta.
Ester contesta:
-Si me ha gustado
mucho... Me ha gustado que me lo hicieras mientras estabas llegando y gritabas
mi nombre. Como que yo también estaba a puntito pero me he concentrado para
oírte gritar y sentirte las uñas. Después, ya no he podido más.
-Sí, a mí también me
ha gustado mucho cómo lo has hecho, frotándote en mis labios. Y como estabas
tan abierta te sentía todo. Ah, y también has gritado mucho.
-Cada día lo hacemos
mejor, ¿verdad?
-Sí, pero ahora hay
que curarte los rasguños. Me voy a vestir y voy a buscar al revisor para que me
deje un botiquín.
-De eso nada. Tú no
me dejas aquí sola ni necesito que me cures. Además, que me gusta que me hayas
marcado el cuerpo como te lo marqué yo el otro día.
-Pero si tienes un
poquito de sangre y los arañazos se te pueden infectar…
-Pues me limpias la
sangre y luego ya veremos.
Marta empieza a pasar
la lengua por la espalda de Ester recogiéndole la sangre y Ester dice:
-¿Te has vuelto
vampirita?
74: Duda racional
El abuelo bebe whisky
a pequeños sorbos mientras sigue pensando en rebajar el nivel de líbido de
Ester. Le ha producido un cierto escándalo verlas besarse donde se besaban y
sabe que ha sido ella, Ester, la que ha incitado a Marta a hacerlo; y también
la que le ha enseñado a acariciarse. Otra cosa es que a Marta le gustara, pero
ha sido Ester quien provocaba. Aún así, cuanto más mira en la pantalla del
ordenador el menú que explica las características de Ester, más la admira.
Según algunas de esas características –generosidad, humildad, bondad, …- Ester
es la criatura perfecta. Pero ese nivel de líbido dentro de la ninfomanía… El
abuelo piensa si bajarlo desde el 95% al 70%. Total, ¿qué puede pasar?: que se
relajen y no vuelvan a esos extremos. Claro que a Marta no se la puede
reprogramar y, si también es ninfómana y no tiene suficiente con lo que le
ofrezca Ester con su 70%... Si Ester pasa a conformarse con una vez diaria y
cuando Marta le pida más no le apetece… Sí, puede aparecer un conflicto y Marta
salir con que Ester no la quiere lo suficiente. Bueno, pero en ese caso, se
vuelve a adjudicar a Ester su 95% de líbido y asunto concluido.
De otro lado, el
abuelo, que no oyó la historia de su vida que Ester le contó a Marta, se
sorprende de algunos de sus datos: claro, como se crió en el tren no tiene ni
siquiera la primaria y, sin embargo, conocimientos sí que parece tener. El
abuelo ha dedicado toda su vida laboral a la enseñanza y, tras cuarenta años,
llegó a la conclusión de que si a un alumno le impartes sólo conocimientos y no
le imbuyes de las modas ideológicas del momento es mejor ciudadano. Y Ester, si
ha logrado evitar el circuito escolar, es una joya.
75: El botiquín
Ester está tumbada de
espaldas y Marta le está pasando la lengua para quitarle la sangre que le ha
salido al arañarla. Pero cuando chupa la sangre de un lado ve que vuelve a
salir por otro. Se aparta, le mira la espalda, ve los ocho rasguños y acaba por
decir:
-Eso hay que curarlo.
Voy a buscar al revisor y pedirle un botiquín.
Y se levanta para
vestirse. Ester insiste en que ella no se queda sola y empieza a vestirse
también. Marta le dice:
-Ponte una blusa que
te venga holgada para que la tela no te toque la espalda y se manche de sangre.
Empiezan a recorrer el tren hacia delante y,
diez vagones después, encuentran al revisor. Le preguntan con sus mejores
sonrisas si tiene un botiquín y se lo puede dejar, y el revisor les pregunta si
se han hecho daño. Y Ester dice:
-Me he hecho un
rasguño al resbalar en la ducha.
El revisor piensa en
qué andarían haciendo en la ducha para resbalar pero, como les ha cogido
aprecio, no pregunta más y les pide que le acompañen al próximo vagón donde
tiene su propio compartimento y un par de botiquines de viaje. Les entrega uno
y les dice que no hace falta que vuelvan para devolvérselo, que ya mañana por
la mañana lo pueden dejar en el vagón restaurante y él lo recogerá. Otra vez
las mejores sonrisas de las dos para darle las gracias y vuelven hacia su
compartimento:
-Y encima no nos ha
reñido. Y mira que le hemos dado motivos.
Se desnudan, Ester se
tumba boca abajo y se deja hacer. Marta impregna un algodoncito con alcohol y,
sin avisar, empieza a pasarlo por la espalda de Ester:
-Ay, ay, ay…
-No exageres.
-No exagero. Pero me
gusta mucho que me cuides.
Luego Marta aplica
yodo por las heridas y rasguños de Ester. Cuando el yodo se seca, se tumban las
dos boca arriba, se cubren con la manta, se cogen de la mano y contemplan el
cielo a través de la ventanilla. Vuelve a nevar.
76: Experimentos psicológicos
El abuelo sigue
sorbiendo whisky frente a la pantalla del ordenador y pensando si en
reprogramar a Ester para moderarle la líbido y que ella y Marta se relajen en
el juego de sus cuerpos. Vuelve a leer en el menú los rasgos biográficos de
Ester y se detiene en el dato sobre su orfandad antes de cumplir un año. A lo
mejor ahí está la clave –piensa el abuelo-: si se crió fuera del entorno
familiar a lo mejor todo el cariño que necesitaba lo intenta recuperar ahora y
no sabe otro modo que entregando constantemente su cuerpo.
De pronto el abuelo
cae en que justo debajo del aviso parpadeante que le comunicaba que los niveles
de líbido de Ester la situaban en la ninfomanía, había otro aviso. Por eso no
lo había visto, porque el color rojo parpadeante de la alarma lo había dejado
casi oculto. Clica encima y lee: “Aviso importante: Esta figurita, por sus
especiales características biográficas, ha sido escogida para su estudio por el
Departamento de Psicología Conductista de la Universidad de Heidelberg. Se le
realizará un seguimiento mediante observaciones al azar y, como en última
instancia, es propiedad de quien la adquirió en el mercado, en ningún caso se
modificará ninguno de sus rasgos sin permiso previo del propietario. No
obstante, si éste observase alguna conducta anómala, no dude en ponerse en
contacto con nosotros”.
77: Los pelillos de Marta
Marta ha curado los
rasguños en la espalda de Ester y están las dos cogidas de la mano bajo la
manta. Cada vez nieva más y ven cómo se está cubriendo de hielo el tendido
eléctrico que discurre paralelo a la vía. Marta dice:
-Fuera debe de hacer
mucho frío.
Ester se acerca aún
más a Marta y dice:
-Por eso estamos tan
bien aquí las dos arrimaditas.
Están un rato
calladas mirando caer la nieve y entonces Ester aparta la manta, deja al
descubierto el cuerpo de Marta y se queda mirándole fijamente los pelillos:
-¿Se puede saber qué
miras?
-Ahora verás. No te
muevas.
Ester se incorpora,
va al cuartito de aseo, llena de agua un vaso de plástico, abre su neceser,
coge unas tijeritas y le pide a Marta que se esté quieta. Pone la mano sobre
los pelillos rubios de Marta, le recorta unos cuantos con las tijeras, se los
lleva a la boca y se los traga con el vaso de agua.
Después Ester vuelve
a tumbarse junto a Marta y pone la manta sobre sus cuerpos. Y Marta dice:
-Se te ocurre cada
cosa…
Entonces se pone de
medio lado y se abraza con fuerza a Ester.
78: Indignación
El abuelo bebe de
golpe lo que le queda de whisky. Acaba de leer en el ordenador que el
Departamento de Psicología Conductista de la Universidad de Heidelberg tiene a
Ester sometida a vigilancia por sus especiales características. Sí –piensa-,
porque a algún bioingeniero se le fue la mano y le salió una muñequita
ninfómana. Empieza a indignarse.
Si algo ha aprendido también
el abuelo en sus cuarenta años dedicados a la enseñanza, es que el mejor lugar
para psicólogos, pedagogos y demás gente de su ralea es la cárcel. Y si son
alemanes –sigue pensando-, un campo de concentración copiando de sol a sol
aquello de Arbeit macht frei.
No es sólo
indignación. Son –así se lo confiesa- celos. No es Ester, es su Ester. Que
cuatro degenerados alemanes la puedan ver en acción… Si es propiedad de su
nieto como todas las demás figuras, todo el material rodante, todas las
miniaturas paisajísticas de la maqueta del tren eléctrico… Piensa por un
momento en escribir a la Universidad de Heidelberg protestando y exigiendo que
quiten a Ester de su programa de seguimiento. Pero reflexiona y por fin decide
que no, que puede ser peor el remedio que la enfermedad, ¡vete tú a saber de
qué serán capaces esos psicólogos!
Cierra las ventanas
que explicaban las características técnicas de Ester y en la pantalla le
aparece sólo su compartimento en el vagón 42. Las dos duermen plácidamente.
Marta abraza a Ester.
Y no voy a ser yo
–decide el abuelo a modo de conclusión- quien ponga límite a sus jueguecitos.
Como si lo que hacen cuando se sientan una sobre la otra junto a la ventanilla
lo quieren hacer sentadas en la taza del váter.
79: En todo tiempo y lugar
Ester y Marta se
despiertan al mismo tiempo. Se dan el beso de buenos días y se dicen que se
quieren. Marta se levanta, entra en el cuartito de aseo y se sienta en la taza
del váter a hacer sus cosas. Mientras, Ester corre la cortinilla para que entre
la luz y ve que ha parado de nevar. Abre la ventanilla para airear el
compartimento y, como entra aire helado, la vuelve a cerrar. Decide abrirla
cuando vayan a desayunar. Recoge la manta, la sacude y la dobla cuidadosamente.
Luego echa atrás los asientos reconvirtiendo la cama en la que han dormido en
las seis plazas sentadas del compartimento. Al volver de desayunar ya decidirán
si las mantienen así o las vuelven a reconvertir en cama.
Ester entra al
cuartito de aseo y ve que Marta, sentada aún en la taza del váter, está
colorada de hacer fuerza. Le dice:
-Estás monísima.
Y se arrodilla frente
a ella buscándole los labios. Marta se deja hacer y, en seguida, siente jugando
con la suya la lengua de Ester y que su mano le está bajando por el vientre.
Ester pasa de largo por los pelillos de Marta y la alcanza con la yema del
dedo. Marta aparta su boca de la de Ester y le dice:
-Venga, no seas
cochina, ¿no ves que estoy con esto?
Ester contesta:
-A ver si te piensas
que cuando estás haciendo tus cosas no te quiero.
80: El cabello de Ester
Hay días en que Marta
y Ester programan, durante el desayuno, cómo van a empezar la mañana; otros
días improvisan; otros días, por fin, llegan al compartimento con todo
programado pero se entusiasman, se olvidan de lo programado y ni siquiera se
dan cuenta de que improvisan.
Ester acaba de beber
su café con leche y se limpia los morritos. Mira a Marta y, como está
plenamente convencida de que cada una de ellas es propiedad de la otra, le
pregunta:
-¿Me puedo dejar
crecer el pelo? Es que quiero tenerlo muy, muy largo. Como tú.
Y Marta contesta:
-Pues pensaba
recortártelo un poco un día de éstos. Para que lo vuelvas a tener como cuando
nos conocimos.
Ester se conforma y
dice:
-Bueno, pues me lo
cortas como quieras.
Marta sabe que alguna
idea corre por la cabeza de Ester para querer el pelo largo. Así que le
pregunta y Ester contesta:
-Es que ya sabes que
me gusta mucho tu pelo. Entonces… es que es un caprichito pero, claro, con el
pelo corto no te lo puedo hacer.
Marta, que ya sabe
cuánto le gusta a Ester sentirle el cabello en los pechos y en el vientre, cae
al momento en su capricho pero la deja hablar:
-Tú imagínate que yo
tuviera el pelo largo como tú. Pues entonces nos ponemos como si yo te fuera a
dar besitos detrás. Entonces me cojo un mechón con las dos manos, te lo pongo
ahí y lo voy moviendo adelante y atrás para recorrerte.
Marta cierra
instintivamente las piernas como queriendo aprisionar entre ellas el cabello
que Ester no tiene. Luego se imagina la escena pero al revés: es ella quien va
recorriendo suavemente con un mechón de su pelo a Ester, que muerde el cojín.
81: Haciendo planes
Ester y Marta están
hablando en su mesa del vagón restaurante. Es tentadora la propuesta de Ester
de dejarse crecer el pelo para poder jugar con él entre sus piernas. Marta
reflexiona: de un lado, no quiere negarle nada a Ester; del otro, la prefiere
con el pelo corto. Acaba por coger a Ester de las dos manos y le dice:
-Yo te quiero igual
con el pelo así, con media melenita, que con el pelo largo o corto. Pero me
gusta más como lo tienes ahora o algo más corto porque empecé a quererte así.
-Pues bueno, ya me
inventaré otra cosita rica.
-No, si yo quiero
hacértelo y, en cuanto volvamos al compartimento, te pasaré el pelo por donde
sea hasta dejarte temblando.
Ester se lleva las
manos de Marta a la boca y se las besa:
-Es que tienes un
pelo tan bonito…
-Tú también tienes
algo muy bonito que me gusta mucho.
Marta se ha quedado
callada y mirando a Ester. Espera que Ester adivine y, efectivamente, Ester
piensa un momento y contesta entusiasmada:
-Sí. Ya sé cómo
quiero que te pongas… porque el otro día, claro, cuando lo hicimos con los
deditos de los pies, como me daba la risa no nos salió muy bien. Pero, mira, tú
te tumbas boca arriba con las piernas separadas y yo me pongo frente a ti con
un pie en el suelo y con la mano agarrada arriba donde las maletas para no
caerme. Y con el otro pie te pongo el dedito gordo. Ah, y cuando quiera lo
aparto y dejo caer salivita a ver si te acierto.
-Mira que te gustan
las cochinadas.
Ester se ríe y ahora
es Marta la que se lleva las manos de Ester a la boca para besárselas.
82: El cabello de Marta
Marta entrega a Ester
la manta, le pide que se acomode en el asiento de la ventanilla de cara a la
máquina y ella se sitúa en el suelo de mirando hacia Ester. Luego le separa las
piernas y mete la cabeza en medio. Ester apoya los muslos en cada uno de sus
hombros de Marta de modo que las piernas le caigan por la espalda y empieza a
acariciársela con los talones. Pero Marta permanece quieta dejando que Ester se
vaya encendiendo solita. Al cabo de un rato Ester no puede más, para y dice
señalándose entre las piernas:
-Dame un besito ahí.
Marta se lo da. Y
otro, y otro. Y la va recorriendo con la lengua mientras Ester, con los ojos
cerrados, vuelve a acariciar la espalda de Marta con los talones pero haciendo presión
para atraerla hacia sí. Marta, al sentir en la punta de la lengua el placer de
Ester, también se enciende, levanta la cabeza y abre la manta con la que Ester
se cubre:
-Me han entrado ganas
de verte los pechos.
Se los mira y Ester
abre los ojos, mira a Marta pero ve también, porque está junto a la ventanilla,
que el tren está parado en medio de la nada. Vuelve a coger la manta y antes de
cubrirse dice:
-Pues míramelos bien,
que me los vuelvo a tapar porque hemos parado para cargar comida y agua. Pero de
momento no pasa nada, podemos seguir.
Entonces Marta se
coge un mechón del cabello, lo pasa entre las piernas de Ester y empieza a
moverlo arriba y abajo. Ester calla y siente. Al cabo de un momento dice:
-Estoy pensando si nos
podríamos poner de alguna manera para que yo te lo pudiera hacer con los pies
mientras tú me lo haces con el pelo.
-Pues yo lo veo muy
difícil.
-Es que te estoy
sintiendo tanto -ay, ay, ay- que quiero que tú también me sientas a mí...
Marta no le hace caso
y sigue. Al momento, Ester está pataleando y clavándole los talones en los
riñones.
83: Salivita
-¿Te tumbas boca
arriba mirando hacia la ventanilla?
Marta, obediente, se
tumba flexionando y separando las piernas. Ester se sitúa frente a ella de pie
entre sus piernas y empieza a acariciarle los pelillos con la planta del pie.
Marta se incorpora un tanto apoyándose sobre los codos para poder contemplar el
movimiento del pie de Ester:
-Me gustan tanto tus
pies...
Ester apoya el talón
en el suelo, y la busca con el dedo gordo mientras Marta sigue embobada mirándole
el pie:
-¿Me miras un poco a
los ojitos?
Marta la mira a los
ojos. Ester, frotando a Marta, dice:
-Es que si te veo los
ojos voy sabiendo cuánto te gusta.
-Mucho.
Al cabo de un ratito,
Ester aparta el pie y dice:
-¿Te abres un poco tú
misma para que te eche salivita?
Marta se abre la piel
con dos dedos de la mano izquierda y dice:
-A ver si me
aciertas.
Tres veces deja caer
Ester saliva desde su boca y tres veces le acierta de pleno.
-¿Me acaricias
también las tetitas con la planta del pie?
-¿Y después te echo
también salivita a ver si te acierto en los pezoncitos?
Ahora descansan.
Ester, tumbada boca arriba, tiene a Marta abrazada y Marta, con la mejilla
sobre el pecho de Ester, le pasa las uñas suavemente por los pelillos como
peinándoselos. Y Marta dice:
-Me ha gustado mucho
llegar así, ha sido muy bonito: tú frotándome con el dedo gordo y yo
acariciándote el pie.
84: Amor eterno
-Ester, estoy muy
contenta de haberme subido al tren. Porque me haces muy feliz y porque todo lo
que hacemos… por eso te quiero más cada día.
Y Ester contesta:
-¿Pues sabes lo que
pensaba mientras te lo estaba haciendo y te miraba a los ojos para ver cuánto
te gustaba? Pues pensaba lo mismo, que cada día nos queremos más. Entonces
imagínate cuánto nos querremos cuando seamos viejecitas. Pero, ¿sabes qué
pasará entonces? Pues que a lo mejor estamos achacosas con reuma o lo que sea y
no podremos hacer algunos de nuestros inventitos.
Marta se queda
pensando y dice:
-Pero con todas las
cosas que nos llevamos inventadas en pocos días, seguro que entonces se nos
ocurrirá algo.
Ester piensa que
Marta tiene razón y se queda callada un rato. Luego dice:
-¿Nos levantamos y
nos sentamos a mirar el paisaje?
Marta contesta:
-Sí, que me gusta
mirar al mundo a tu lado.
85: Despertar de luz
Marta se ha
despertado de la siesta y en lo primero que ha pensado ha sido en los pies de
Ester y ha notado una sensación como de tenerlos aún jugando entre sus piernas.
Mira a Ester y sabe que está a punto de despertar. Retira la manta, le recorre
el cuerpo con los ojos y piensa en la doble suerte que tiene: por poder dar
placer a un cuerpo tan precioso y por recibirlo de él. Luego le mira los pies y
vuelve a pensar que los tiene muy bonitos.
Marta no le ha dicho
a Ester cuánto le gusta el modo que tiene de mover los deditos de los pies
cuando está en su momento de máximo placer. Teme que, si se lo dice, no los
mueva o, al saberse observada, los mueva conscientemente. Seguro que Ester no
sabe que los mueve. Sigue contemplándole los pies y se da cuenta, sin que se
mueva, de que ya ha abierto los ojos. La mira y acude a besarla. Marta se ha
propuesto que Ester mueva los deditos de los pies como a ella le gusta.
Ester abraza a Marta
pidiendo otro beso y empiezan a rozarse los labios la una a la otra. Marta se
sube sobre Ester, sigue rozándole los labios y luego se aparta. Marta dice:
-Mira.
Y se señala los
pechos con los ojos. Ester mira y Marta está jugando a moverlos a derecha e
izquierda de modo que sus pezones rocen los de Ester. Ester sonríe. Por fin
Marta se deja caer, se tumba de lado junto a Ester y empieza a arañarle
suavemente los pelillos. Luego dice:
-Quiero que te estés
quieta y que te dejes hacer. Pero mientras te lo hago quiero que me expliques
alguna historia de las tuyas, como la de tu novio.
-Pero si me
interrumpías cada dos por tres.
-Pues hoy no te
interrumpiré. Venga, empieza.
-Pues, pues… pues
sabes lo que he pensado, que si un día nos hemos de bajar del tren, con el
dinerito que tengo nos compraremos una casa muy bonita…
86: La casita
-…nos compraremos una
casa muy bonita en un sitio que haga sol. O no, bueno, que haga sol y que en
invierno nieve un poquito. Porque tendremos una chimenea y la encenderemos en
invierno. Pondremos delante un montón de cojines y nos tumbaremos allí desnudas
a mirar el fuego…
-¿A mirar el fuego?
Marta está
acariciando a Ester porque quiere verla mover los deditos de los pies. Se lo
está haciendo muy suavemente porque le encanta también no sólo lo que cuenta
Ester sino cómo lo cuenta.
-…y llenaremos las
ventanas de geranios, y delante de la casa habrá un jardín con flores bonitas.
Y césped, pero el césped lo dejaremos crecer mucho porque así nos podremos
tumbar encima y estará mullidito. Y lo haremos al aire libre. Si no llueve… Y
si llueve también. Bueno, si llueve lo haremos si no hace frío…
Marta no tiene prisa
porque siente que está disfrutando completamente a Ester: acariciándola,
mirándola, escuchándola.
-…no te creas que
porque sigo hablando no me gusta lo que me haces, que me está subiendo el
gustito, un gustito muy suave. Ah, y llenaremos la casa de cosas bonitas.
Bordaremos nuestras iniciales en las sábanas, pero no una al lado de la otra,
no sino con una M y la E encima. Y ya te imaginas por qué, en plan simbolito…
¿Me lo haces un poquito con la lengua antes de que me venga el gustito grande?
87: Amores acuáticos
El abuelo acaba de
encender el ordenador. Busca las pantallas del vagón 42 y, sin sentir ya el más
mínimo rubor ni escándalo, se alegra de encontrárselas en acción y de ver a
Marta sumergida entre las piernas de Ester. Desde que supo la historia de
Ester, es su preferida, su criatura protegida, la niña de sus ojos...
El abuelo se queda
escuchándola:
-Ah, y nos haremos
comiditas ricas. Y el sábado nos despertaremos prontito, desayunaremos,
jugaremos a lo nuestro y, después, nos pondremos el delantal y haremos la
limpieza. Barrer, quitar el polvo, fregar…
Ester sigue hablando
mientras Marta, manteniéndole la piel apartada con la mano, le está pasando la
lengua. Mide el placer de Ester por las inflexiones de su voz y sabe que aún le
queda un ratito para mover los deditos de los pies.
-¿Y sabes qué? Pues
que un día, antes de que llegaras, leyendo una revista vi en un anuncio que
había unas bañeras muy grandes que se llaman yacuzis con chorritos de agua que
salen por todas partes. Pues pondremos una y nos pasaremos las horas allí
metidas. ¿Me lo vuelves a hacer con el dedito, que quiero mirarte a los ojos?
Marta aparta la
cabeza de las piernas de Ester, la mira a los ojos y ve que, si le pone el
dedo, no tardará en llegar. Espera.
-Ah, y una piscina
también. Y tumbonas para tomar el sol. Y como tú tienes la piel tan blanca, te
pondré cremita… Y un colchón de playa… Venga, pero ponme ya el dedito.
Marta se lo pone.
-…Un colchón grande
para que quepamos las dos. Y nos subiremos. Pero, si nos da por hacerlo en el
colchón, habremos de ir con cuidado de movernos sin volcar… Aunque si volcamos,
es igual, seguimos debajo del agua… Ay, ay, ay, ay… Marta…
Al instante Ester
empieza a mover los deditos de los pies y a Marta, que la está mirando, se le
cae literalmente la baba.
88: Placeres improvisados
Ester está
fuertemente abrazada a Marta y temblando. Cuando se relaja, le pregunta:
-¿Qué tal lo he
hecho?
-Muy bien, estabas
muy mona cuando has levantado el culito y lo has empezado a mover en círculo.
-¿Eso he hecho? Pues
no me he dado cuenta.
Marta no le dice que,
para ella, lo mejor ha sido cómo movía los dedos de los pies. Pero le dice:
-¿Sabes lo que quiero
que hagamos un día? Acostarnos puestecitas del revés. Así me dormiré abrazada a
tus pies.
Y Ester contesta:
-Y yo a los tuyos,
que también me gustan. Pero ahora vete pensando lo que quieres, que te toca.
Marta se pone a
pensar y dice:
-Lo que quiero que
hagamos… pero luego, antes de dormir, es lo que tú decías de hacerlo a lo
bruto.
-¿Con besitos detrás?
-No… bueno, sí. Mira,
nos empezamos a dar besitos y caricias normales y nos estamos un rato. Como nos
emocionaremos mucho, nos dejamos llevar a ver qué nos sale y nos vamos poniendo
según nos apetezca. Entonces seguro que nos salen solos los besitos y las
caricias por todas partes. ¿Te parece bien?
-Claro, pero para
ahora ¿qué quieres?
89: Las experiencias de Ester
Como a veces lo hacen
a la carta y Marta se lo acaba de hacer a Ester, Ester insiste para ver cómo lo
quiere exactamente Marta. Marta se frota un momento contra el cuerpo de Ester y
contesta:
-¿Sabes que estoy
muertecita de ganas? Y lo que quiero es que me enseñes a hacer una cosa que te
vi hacer un día.
Ester la mira, piensa
un momento y dice:
-¿Tú te crees que soy
una maestra en esto? Yo no te enseño nada porque todo lo que sé lo aprendo
contigo. Y por si no lo sabes: tú eres la primera personita con la que lo he
hecho. Y, después de mis papás o del revisor que era como mi papá cuando era
pequeñita, nunca nadie me había visto desnudita.
-Bueno, no te
enfades.
-Si no me enfado, que
contigo no me puedo enfadar.
-Pero sí que me
enseñaste una cosita. A acariciarme yo sola y a ponerme dentro el dedito.
-Bueno, sí, pero eso
no sirve para nada porque mientras estés conmigo, no te dejaré volver a
acariciarte sola ni ponerte el dedito dentro. Y como siempre estarás conmigo…
-¿Y no podremos
hacerlo un día para jugar?
-No.
Marta se conforma
porque, de todas maneras, sabe que Ester siempre le producirá más placer del
que se pueda producir ella misma.
90: Echar de menos
Marta está embobada
pensando en las palabras de Ester. Ester le ha dicho que nunca antes lo había
hecho con nadie; y que estará siempre junto a ella. Marta piensa en que,
efectivamente, desde que se vieron por vez primera lo más lejos que han estado
la una de la otra es cuando una de las dos estaba en el cuartito de aseo. La
primera vez Marta dijo:
-Y no cierres la
puerta, que a mí siempre me ha dado miedo quedarme encerrada.
-No, si yo nunca
cierro. Como siempre he estado solita…
Marta se da cuenta de
que se siente tan ligada que, cuando Ester se levanta para ir al cuartito de
aseo, ya la está echando de menos. Por eso, porque la vuelve a sentir presente,
le reconforta oírle el chorrito. Ester la saca de sus pensamientos:
-Bueno, ¿pero se
puede saber qué es lo que quieres que te haga?
-Es que quiero ver si
me sale lo que te vi hacer una de nuestras primeras veces. ¿Te acuerdas cuando
yo te estaba acariciando y te di un beso largo; después del beso, estabas con
los ojos cerrados y yo seguía. Esperaste un momento, abriste los ojos y
llegaste.
-Sí que me acuerdo.
Me acuerdo de que llegué porque te vi los ojos, que también los tienes muy
bonitos, y esa carilla. Y porque me acariciabas muy bien, como siempre.
-Pues como tú tampoco
me acaricias mal, quiero que me hagas eso a ver si yo sé llegar también al
abrir los ojos.
91: Abre los ojos
Van por el segundo
intento. El reto es que Ester acaricie a Marta, que se besen, que Marta
mantenga luego los ojos cerrados y que, al abrirlos, llegue sin más. Ahora
Ester lleva rato besando los pechos y acariciando suavemente a Marta. Marta
está colorada y ha empezado a mover rítmicamente la cadera a derecha e
izquierda. Marta se agarra fuertemente a Ester y le pide el beso. Ester la besa
dulcemente sin dejar de acariciarla. Cuando acaba el beso Marta está aún más
colorada y con los ojos cerrados. Marta se agarra fuerte a Ester, abre los ojos
y le da la risa:
-Es que no me sale.
Por más que me concentro no puedo.
Ester contesta
haciéndose la enfadada:
-Porque no te lo
tomas en serio. Házmelo a mí y verás qué fácil es. Mírame bien y aprende.
Marta obedece y se
pone con el cuerpo de Ester. Repite toda la operación y cuando, momentos
después del beso, Ester abre los ojos, Marta la ve irse entre sacudidas y
jadeos. Cuando Ester recupera el aliento dice:
-¿Lo ves? Eso
demuestra que yo te quiero a ti más que tú a mí:
Entonces es Marta la
que se hace la enfadada y dice:
-Eso es mentira.
Házmelo otra vez y te lo demuestro.
Ester decide darle
otra oportunidad. Esta vez se esfuerza más y quiere preparar mejor el cuerpo de
Marta para el momento en que abra los ojos. Por eso, tras los besos en los
pechos, decide hacérselo con la lengua. Al sentirla ahí Marta da una sacudida y
empieza a acariciar la espalda de Ester. Ester sigue y Marta empieza a
suspirar. Ester para porque teme que Marta llegue así sin avisar y se
incorpora. La mira y, al verle los ojos, comprende que sí, que esta vez Marta
lo va a conseguir. Empieza a acariciarla con la mano y, en seguida, Marta le
pide el beso. Se besan, Ester se aparta sin dejar de acariciar a Marta y,
momentos después, Marta abre los ojos, pronuncia sonriendo el nombre de Ester
y, mirándola, empieza a dar sacudidas y a gritar.
Al acabar dice:
-¿Lo he hecho bien?
En el momento crítico me daba la impresión de que todo el placer me venía de
tus ojos.
Ester se abraza a
Marta y se tapan con la manta.
92: El catálogo de Faller
El abuelo ha pasado
toda la tarde distraído en su partida de dominó del hogar del jubilado y su compañero de partida no paraba de reñirle
y con razón: que si salgo al tres y tienes el cuatro tres por qué me lo niegas cuando
te pasa el cuatro, que si por qué cuadras a cincos si no tengo ni uno y por ahí
no nos entrará nada...
Porque el abuelo
pensaba en Ester, en todo lo que había ido contando a Marta mientras ésta la
iba acariciando, en sus proyectos de tener una casa para las dos y vivir igual
de felices que viven en el tren pero con más espacio para vivir su felicidad.
Qué frase más tonta y más cursi esa de vivir su felicidad –piensa el abuelo-
pero a lo mejor es así de sencillo.
El abuelo sigue
distraído incluso cuando, al acabar la partida, los cuatro jugadores acuden a
la barra a tomar sus chatos de vino. Cuatro jugadores, cuatro rondas. Ya se
sabe. Al tercer chato al abuelo se le ocurre una idea y, nervioso, está ya
deseando llegar a casa para empezar a ponerla en práctica.
-Ya hemos echado la
tarde. Mañana, más de lo mismo.
Se despiden y el
abuelo, camino de casa, da vueltas y vueltas a su idea. Al llegar, pone en
marcha el ordenador, entra en la red y busca el catálogo de Faller, el
fabricante de accesorios para trenes eléctricos. Tras una hora buscando y
dudando de si esto o lo otro, se decide por el artículo de referencia 130280.
(retocará la casa)
93: Daños colaterales
Marta y Ester están
en la ducha enjabonándose la una a la otra. Ester se pone gel en la mano y empieza
a pasarla entre las piernas de Marta. Cada mañana lo hacen igual,
entreteniéndose ahí algo más que en el
resto del cuerpo. Se frotan hacia delante y hacia atrás varias veces con el
dedo haciendo presión para excitarse lo justo sin más. Entonces Marta dice:
-Me hace daño. Es que
me duele por dentro y por fuera.
-Pues a mí también.
Ahora están
desayunando y Marta dice:
-Es que ayer lo
hicimos muchas veces.
Ester se pone a
contar con los dedos y acaba por decir:
-Sí, muchas. Y al
final nos pusimos muy salvajes. Como que me acuerdo de que me tenías de
rodillas contra la ventanilla y, sin saber cómo, al momento estaba al revés, te
sentía dentro el dedito y yo te estaba mordiendo los pelillos. Y luego te
estabas frotando el puntito en mis labios.
-Eso lo aprendí de
ti. Y con eso nos estuvimos más de una hora. Como que al final te quedaste
traspuesta y casi te olvidas de darme el besito de buenas noches. Y si no me
levanto a apagar la luz, se queda encendida toda la noche.
Ester se ríe y Marta
dice:
-Pues hoy hemos de
descansar.
94: Otra vez racionamiento
Ester estaba untando
de mantequilla una tostada para Marta y se ha quedado quieta cuando le ha oído
decir que han de descansar:
-¿Y eso qué
significa?, ¿cómo cuando lo del racionamiento que lo hacíamos sólo una vez al
día y vestiditas?
-Bueno, no. Bueno,
sí, mientras nos duela lo haremos una vez al día y con cuidado. Sin meternos el
dedito. Pero desnuditas, eso sí, aunque no nos desnudaremos hasta que nos
pongamos. Y lo haremos con la lengua. Primero una y luego, otra. Porque si te
lo estoy haciendo suave con el dedito y te mueves, te puedo apretar sin querer
y hacerte daño. Ah, y nada de besitos ni caricias, ni decirnos bobaditas
amorosas, que en seguida nos excitamos.
-¿Y podremos cogernos
de la manita?
-Eso sí porque es de
cariñito.
Ester no parece muy
convencida pero sabe que, como cuando el racionamiento, Marta siempre piensa en
lo mejor. Entonces dice:
-Bueno. Entonces,
¿qué haremos hoy?... Ya sé. ¿Quieres que te enseñe las muñequitas de cuando era
pequeña?
95: El compartimento de las muñecas
En el mismo vagón y
dos puertas más allá del suyo está el compartimento donde Ester guardaba sus
muñecas y juguetes. Como hace mucho tiempo que no entraba ahí, han tenido que
ir al lado, al compartimento de la lavadora, a buscar dos trapos del polvo.
Ahora Marta y Ester están limpiando con cuidado todas las muñecas que estaban
tranquilamente sentadas en los asientos. Al acabar, les arreglan los vestiditos
y las peinan con la mano y las uñas. Y Marta pregunta:
-De todas, ¿cuál era
tu preferida?
Ester coge una alta,
de ojos claros y rubia, y dice:
-Ésta. Y ahora sé por
qué. Porque es la que más se parece a ti.
Le levanta la blusa
por detrás, aparece una ruedecita y, al girarla, le crece el pelo. Ester tiende
la muñeca a Marta y dice:
-Mira, ahora tiene el
pelo como tú.
Marta la mira y dice:
-Pues si quieres nos
la llevamos al compartimento.
-Bueno.
Pero antes Marta mira
el resto de muñecas, escoge otra morena de pelo largo, le levanta la blusa,
gira la ruedecita para dejarle el pelo más corto y dice:
-Ésta también nos la
llevaremos. Es la que más se parece a ti.
Antes de salir se
quedan un rato balanceándose del columpio que, colgado del techo, se mueve
desde la puerta hacia la ventanilla.
96: La biblioteca del tren
Marta y Ester caminan
por el pasillo del tren con las dos muñecas que han escogido de entre las
muchas que Ester guardaba. Marta sabe que ella misma es una muñeca que
regalaron a un niño por su cumpleaños. Ester, en cambio, aunque también lo es,
no tiene conciencia de ello porque su tecnología es anterior. Antes de llegar a
su puerta, junto entre el compartimento de las muñecas y el suyo, Ester se para
y dice:
-Vamos a entrar aquí,
que es donde guardo los libros. Busco uno bonito y lo miramos.
Entran y Marta ve los
asientos y la estantería para el equipaje llenos de libros ordenados. Escoge
uno y es un libro de cuentos que, al abrirlo, despliega un hada entre dos
páginas. Abre otro y ve figuritas coloreadas. Imagina a Ester de pequeña con
lápices de colores sobre el libro y se enternece. Ester está de puntillas
buscando un libro por arriba y a Marta le pasa un momento por la cabeza
abrazarla desde atrás pero, como han decidido guardar castidad, se contiene.
Ester encuentra el libro que estaba buscando y se lo enseña a Marta:
-Vamos a mirar este
libro, que tiene muchas fotos y dibujitos.
Marta lo mira: Los secretos del universo.
Antes de salir Ester
coge un estuche donde guardaba rotuladores de colores y Marta le pregunta que
qué va a hacer con él. Ester contesta:
-Ya lo verás.
97: Los rotuladores
Ester y Marta están
ya en su compartimento y se sientan de cara a la máquina dispuestas a hacer
frente a un día de castidad para que se les pasen los dolores provocados por
sus excesos. Llevan las dos muñecas que han cogido, el libro de Los secretos del universo y un estuche
con rotuladores de colores. Ester le pregunta a Marta:
-¿A qué hora lo
haremos?
-Si nos podemos
aguantar, después de la siesta.
Ester mira el reloj y
dice:
-Pues si que falta.
Aún no son las diez.
Luego Ester abre el
estuche, busca un rotulador marrón, coge la muñeca rubia, le levanta la falda y
empieza a pintarle rayas entre las piernas. Marta no puede contener la risa y
dice:
-¿No le estarás
pintando los pelitos?
-Pues claro.
Al acabar, coge la
muñeca morena, un rotulador negro y también la pinta. Luego le mueve las
articulaciones hasta dejarla con las piernas flexionadas y separadas y los
brazos abiertos hacia arriba como esperando un abrazo. La deposita tumbada y
con la falda levantada en el asiento de enfrente. Marta no puede parar de reír
pero Ester sigue a lo suyo. Coge la muñequita rubia y le mueve las
articulaciones como para dejarla a cuatro patas. Luego la pone del revés sobre
la figurita morena. Mueve un poco la articulación de la cabeza de la figurita
morena hasta dejarle la cara pegada entre las piernas de la rubia y le cierra
los brazos para que la abrace por la cintura. Por fin, coge la muñequita rubia,
le divide en dos el pelo para que cada mechón caiga por cada una de las piernas
de la morena y le baja la cabeza hasta dejarla bien enganchadita. Luego dice:
-Ya que no podemos
hacerlo nosotras, que lo hagan ellas.
Después coge el
libro, lo abre y dice:
-Ahora verás qué
libro más bonito.
98: El universo
Marta y Ester están
sentadas de cara a la máquina castamente cogidas de la mano y con el libro de Los secretos del universo sobre las
piernas. En el asiento de enfrente las dos muñequitas parecen estarse chupando.
Ester se mira el reloj y ve que aún son las diez y cuarto. Luego pasa una página
del libro y dice:
-Aquí están todos los
planetas que dan vueltas alrededor del sol. Mira qué grande es Saturno y qué
pequeñita la Tierra. ¿Te imaginas estar en Saturno? Ah, y me sé todos los
planetas.
Ester pone la mano
encima, cierra los ojos para que Marta no crea que lo está leyendo y recita:
-Mercurio, Venus…
Neptuno y Plutón.
Pasa a otra página y
dice:
-Mira, todo esto son
estrellitas.
De pronto se oye
traquetear el tren sobre un cambio de agujas, Ester se queda callada mirando
por la ventanilla y ve que entran en un tramo de doble vía. Marta pregunta:
-¿Pasa algo?
-Que seguramente nos
vamos a cruzar con otro tren.
99: Laura
Las dos muñequitas
siguen inmóviles una sobre la otra puestas del revés mientras Ester y Marta,
que guardan castidad, siguen mirando las fotos y los dibujos del libro Los secretos del universo. Hace ya diez
minutos que el tren ha entrado en un tramo de doble vía. De pronto la
locomotora silba y Ester presta atención. Se oye el silbido más lejano de otra
locomotora que responde. Ester dice:
-Es el convoy 102.
A Marta los dos
silbidos le han parecido iguales pero Ester se ha levantado rápidamente, ha
bajado la ventanilla, ha sacado la cabeza y está saludando con la mano. Marta
se levanta también y oye aproximarse el otro tren. Cuando la otra locomotora
está a punto de cruzarse con ellas, Ester grita:
-Adiós, adiós, señor
maquinista.
Y el maquinista le
responde haciendo silbar la locomotora. Ester saca aún más la cabeza mirando
hacia los vagones que aún no se han cruzado con el suyo y se pone a agitar la
mano y a gritar:
-¡Hola, Laura, hola!
Al momento Marta oye
otro grito que se va acercando:
-¡Ester, Ester!,
¡Hola, Ester!
-¡Laura, hola, Laura,
Laura, besitos y recuerdos a tus papás!
-¡Adiós, Ester,
muchos besitos, adiós, adiós!
-¡Adiós, Laura,
adiós!
Ester mira alejarse
el convoy 102 y se queda en la ventanilla hasta que desaparece de su vista.
Luego se vuelve a sentar y dice:
-Era Laura, una
amiguita mía.
Y Marta, celosa,
contesta:
-No, si ya me he
enterado, ya, de que se llamaba Laura. Con los gritos que dabas… ¿Y sois muy,
muy amiguitas?
Con retintín en la
palabra amiguita.
100: Laura y Ester
El convoy 89 se acaba
de cruzar con el convoy 102 y Marta está celosa de Laura, una amiga a la que
Ester ha saludado mientras se cruzaban los trenes. Y Ester le explica:
-Pero si somos amigas
desde que éramos pequeñitas. Porque resulta que una vez…
Marta se pone cómoda
porque sabe que, tal como cuenta las historias Ester, hay para un rato.
-…el revisor que era
mi papá mandó parar el tren en un pueblo grande para ir a comprarme ropita.
Entonces llegamos y, en el mismo momento, llegaba otro tren que venía en
sentido opuesto y también se paraba.
-¿El convoy 102?
-Sí. Y cuando me
bajaba del tren de la mano de mi papá una niña se bajaba del otro tren también
con sus papás y, mientras andábamos por el andén, ella y yo nos pusimos a
hablar de cosas de niñas que si patatín que si patatán. Entonces mi papá me
dijo que acabáramos de hablar porque habíamos de ir a comprar ropa y los papás
de la otra niña…
-¿Laura?
-Sí, Laura. Pues los
papás de Laura dijeron que qué casualidad, que ellos también iban a comprar
ropa para Laura. Entonces fuimos todos juntos y, al llegar a la tienda Laura y
yo… Ah, y el jefe de estación nos había dado unas piruletas. …entonces en la
tienda nos pusimos a jugar al escondite y nuestros papás nos buscaban para
probarnos la ropita y no nos encontraban. Y luego, al volver hacia la estación
había unos caballitos y nos montamos. Y así nos hicimos muy amiguitas y luego
ya, al despedirnos, nos dimos muchos besitos, pero besitos de niñas pequeñas.
Entonces nos subimos al tren y nos dijimos adiós con la mano.
101: Celos de Laura
Marta estaba pidiendo
a Ester celos de Laura, la amiga que ha saludado al cruzarse con el convoy 102,
y Ester le ha contado cómo la conoció cuando era pequeña. Y Marta pregunta:
-¿Y si un día paramos
en una estación y nos la encontramos?
-Pues le diré que tú
y yo también somos amigas.
-¿Y ya está?
-Bueno, le diré que
somos amigas de estarnos todo el día desnudas dándonos gustito.
-¿Y si quiere que
también le des gustito a ella? Como sois tan amiguitas…
-Pues no, porque yo
sólo te doy gustito a ti y sólo me desnudo contigo. Además, te voy a contar un
secreto pero no se lo cuentes a nadie. ¿Me lo prometes? Pues resulta que hace
dos años en el convoy 102 pusieron a un chico muy guapo de maquinista.
Entonces, la penúltima vez que nos cruzamos… Laura siempre está en el vagón 17
pero ese día, ¿a que no sabes dónde estaba? Pues en la máquina. Y con una mano
me saludaba mientras con la otra, ¿sabes lo que hacía? Pues se tapaba las
tetitas. O sea que estaba desnuda. Y el maquinista estaba muy arrimadito detrás
de ella, que seguramente la tendría enganchadita y estaría dándole gustito.
Marta se queda más
tranquila.
102: Impaciencia
Marta le pregunta a
Ester:
-¿Aún te duele?
Ester se toca y
contesta que sí, que aún le duele. Marta dice que a ella también. Ester mira el
reloj y Marta le dice que cuanto más lo mire más despacio se le pasará el
tiempo. Porque han decidido esperar hasta después de la siesta para hacerlo y
aún no son las doce. Ester vuelve a abrir el libro de Los secretos del universo:
-Mira, esto es un
eclipse. La luna se pone en medio entre el sol y la tierra y se hace de noche
como si la tierra entrara en un túnel.
Pasa la hoja y dice:
-Uy, esta página es
muy difícil. Son estrellas que explotan, supernovas o agujeros negros, no sé.
En el asiento frente
a ellas siguen las dos muñecas tal como las había puesto Ester, como si se
estuvieran chupando la una a la otra. Marta se reía mucho al ver cómo Ester les
pintaba pelillos entre las piernas y las ponía en esa postura, pero ahora no
puede parar de mirarlas una y otra vez. Y cada vez que las mira se va
encendiendo más y más. Espera a que Ester vuelva a mirar el reloj y, entonces,
le cierra el libro, lo deja en el asiento junto a las muñecas, se tumba a lo
largo mirando a Ester y, mientras le desabrocha el botón superior de la blusa,
le dice:
-Son las doce.
Podemos estar dándonos besitos y caricias hasta las doce y media y luego, hasta
la una, lo hacemos con mucho cuidadito y como te he dicho a la hora del
desayuno, sólo con la lengua.
103: Olisqueando
Marta ha ido besando
a Ester mientras le desabotonaba la blusa y le quitaba el sostén. Ha acabado
dejándola desnuda de cintura para arriba y le está besando los pechos mientras
Ester le acaricia el pelo. Ester dice:
-¡Qué ganas tengo de
que ya no nos duela para poder hacerlo a lo bruto y ponernos el dedito dentro!
Marta contesta:
-Al menos hoy y
mañana lo hemos de hacer así. Y en adelante, a ver si no lo hacemos tan a lo
bruto que luego ya ves, nos duele.
Ester se conforma.
Marta le ha desabrochado el cinturón y los botones de los pantalones. Se
levanta, le quita los zapatos y tira de los pantalones desde abajo. Ester
levanta el culito del asiento y Marta le quita los pantalones con cuidado de no
arrastrar también las braguitas. Marta dice:
-Lo más bonito para
después.
Porque ha dejado a
Ester con las bragas y los calcetines puestos. Los lleva a juego: de color
blanco con cachorros de gato amarillos estampados. Ester sigue sentada, Marta
vuelve a tumbarse y empieza a pasarle la lengua por el ombligo. Ester aprovecha
un momento en que Marta para, le coge un mechón de pelo y, apartándose la goma
de las braguitas, lo deja caer dentro. Marta acude a las braguitas de Ester, le
mantiene la goma apartada del cuerpo y se pone a olisquearla. Ester dice:
-Lo tengo limpito,
¿no?
-Y muy rico.
Ester dice:
-Pues a ti, cuanto
más deseosa te pones, mejor te huele.
104: Antes de comer
Ester y Marta lo han
hecho muy bien. Marta ha propuesto que, como tenían tantas ganas, lo hicieran
todo muy despacio y que durase para, después, acabar intensamente. Así quizá
podrían aguantar sin hacerlo toda la tarde y ya a la noche decidirían si
repetir. Acto seguido han estirado los asientos para convertir todo el
compartimento en una cama y se han puesto en la labor. Más de un cuarto de hora
ha estado cada una de ellas con la lengua dando placer a la otra. Ester sólo ha
parado un momento para decir:
-No sé si me gusta
más que me lo hagas o hacértelo yo a ti.
-Eres una copiona
porque eso te lo dije yo el día después del racionamiento.
Marta, en cambio, no
ha despegado un solo instante su lengua de Ester. Y cuando Ester llegaba ha
estado disfrutando del movimiento involuntario de los deditos de sus pies.
Tanto le gusta que lo ha sentido muy adentro. Se confiesa que ha estado a punto
de llegar ella también sin que siquiera Ester la tocara: sólo mirándole los
pies al tiempo que la oía pronunciando su nombre entre suspiros.
Ahora ya han comido y
vuelven al compartimento dispuestas a hacer la siesta.
105: Las muñecas
Marta y Ester vuelven
de comer, abren la puerta del compartimento y Marta pregunta:
-¿Dónde están las
muñecas?
Ester contesta:
-Al mover los
asientos antes las he puesto justo debajo de la ventanilla tal como estaban.
-Pues alguien ha
entrado aquí y se las ha llevado.
-No puede ser. Desde
que estoy en este tren aquí sólo he entrado yo, el revisor y tú. Seguramente
las muñecas se habrán ido a dar una vuelta.
-Claro, ellas
solitas…
Ester no le da más
importancia pero Marta las busca. Se sube a los estantes donde están las
maletas, mueve los bultos de sitio, mira todos los rincones y nada.
-Anda, ven, túmbate
conmigo a hacer la siesta.
-¿Y las muñecas?
Marta busca y rebusca
sin encontrarlas. Sin esperanza ninguna de que estuvieran ahí, abre la puerta
del cuartito de aseo y da un grito de sorpresa. Ester acude y a las muñecas.
Están sobre la tapa del váter. La morena tumbada boca arriba y la rubia de
medio lado abrazándola por la cintura. Y Marta dice:
-Así es como nos
ponemos nosotras para dormir. Alguien nos ha visto durmiendo y las ha puesto así para gastarnos una broma.
Y Ester contesta:
-Seguro que no, que
se han puesto así ellas solitas. Ya te dije que en este tren pasan cosas raras.
106: Recuperadas
Ester y Marta han
pasado dos días de semicastidad porque les dolía todo. Marta había propuesto
que lo hicieran sólo una vez diaria y han acabado haciéndolo tres. Siempre muy
suave y sin llevar la lengua más allá del bultito.
Marta ha acabado
convencida de lo que decía Ester, de que las muñecas se mueven a su aire y
aprovechan cuando nadie las mira para cambiar de sitio o de postura. Y son
graciosillas: estaba la muñeca rubia en un rincón con la mano por debajo de la
falda de la morena y Ester había empezado a pasarle la lengua a Marta. Al
acabar, Ester dijo:
-Mira.
Y las dos muñequitas
estaban sentadas una junto a la otra mirando hacia ellas y con los brazos con
las palmas casi juntas como si aplaudieran.
Marta, después de
reírse, dijo:
-Hasta ellas saben lo
bien que me lo has hecho.
Ahora Marta y Ester
se han despertado, se han dado el besito de buenos días y se han dicho que se
quieren. Marta se pone la mano entre las piernas, hace un poco de presión y
dice:
-Ya no me duele.
Ester comprueba que a
ella tampoco le duele y Marta dice:
-Hemos de ponernos el
dedito con cuidado para mirar si tampoco nos duele dentro. Y no hace falta que
nos demos gustito.
Hasta en eso se
complementan. Como Marta es zurda, tumbada de medio lado puede acariciar a
Ester con la mano izquierda mientras Ester, diestra, se lo hace con la derecha.
Ahora cada una de ellas mira cómo la otra le va introduciendo lentamente el
dedito.
107: A la ducha
Marta y Ester están
tumbadas de medio lado. Cada una de ellas tiene el dedito puesto dentro de la
otra para comprobar si aún les duele. Marta dice:
-Ahora vamos a
moverlo en círculo a ver qué. Despacito, que no hace falta que nos demos
gustito.
Lo mueven, comprueban
que no les duele y siguen moviéndolo. Ester dice:
-¡Qué ganas tenía!
Ahora ya podremos hacer de todo a todas horas.
-No te aceleres, que
algo de cuidadito hemos de llevar. Ya has visto lo que nos ha pasado por
hacerlo a lo bruto como dices tú.
-Pues es verdad. Pero,
¿sabes qué?: que estoy muy contenta. ¿Y sabes por qué?: pues primero porque
contigo siempre estoy muy contenta y segundo porque yo te quiero igual si lo
hacemos sólo tres veces al día como si no paramos.
Marta acerca sus
labios a los de Ester. Al acabar el beso Ester propone:
-¿Y si continuamos en
la ducha? Tú me lo hiciste una vez pero yo aún no te lo he hecho nunca.
-Pues cuando me lo
estés haciendo me agarras fuerte por la cintura por si resbalo. Y cuando esté
llegando, aún más fuerte porque, seguramente, me temblarán las piernas.
Se sacan el dedo, se
lo chupan y entran en el cuartito de aseo.
108: El mes
Ester y Marta lo
acaban de hacer en la ducha como Marta se lo había hecho a Ester días atrás.
Una apoyada con las manos contra la pared y con las piernas separadas mientras
la otra, a su espalda, la iba recorriendo con la mano por entre las piernas
entreteniéndose aquí o allá. Ahora se están secando con la toalla la una a la
otra. Y Ester dice:
-Me parece que hoy me
bajará el mes.
Y, como van tan
sincronizadas, Marta contesta:
-Me parece que a mí
también. Pero eso no impedirá…
-No. Y aún menos hoy.
Se acaban de peinar y
Ester va donde los bultos, coge una bolsa, la abre y saca dos tampones. Le
introduce uno a Marta y Marta le introduce el otro. Se visten, se cogen de la
mano y se dirigen hacia el vagón restaurante.
En mitad del pasillo
Ester dice:
-Estaremos muy monas
con el hilillo ahí colgando entre las piernas.
-Monísimas.
Entran al vagón
restaurante con su sonrisa de todos los días saludando a todo el mundo y, al
verlas, Claire, la camarera, se mira el reloj y, envidiosilla, piensa:
-Por la hora en que
aparecen estas dos ya se habrán dado un buen meneo.
109: Dulzuras
Mientras Marta y
Ester estaban cogidas de la mano mirándose frente a frente como suelen hacer al
acabar de desayunar, Claire se les ha acercado un momento:
-Ya me empiezan a
salir los pelitos, pero me pica un poco.
Y se ha rascado. Ester le ha dicho:
-No te preocupes. Ya
verás cómo, en cuanto los tengas algo más creciditos, ya no te pican.
Por fin vuelven a su
compartimento. Tras los dos días de semicastidad estaban ya deseando volver a
su rutina de llegar del desayuno y desnudarse sin más. Se tumban, Ester se pone
de medio lado apoyada en el codo y dice:
-Hoy estoy muy tierna
y mimosina. Por eso quiero que me digas una cosa: ¿verdad que nos queremos
mucho?
-Pues claro.
Muchísimo. ¿No ves que estamos todo el día pegaditas la una a la otra.
-Pues es verdad.
Entonces Marta mira a
los ojos de Ester y dice:
-¿Me dices al oído
alguna de esas dulzuritas que tú sabes?
Ester se acerca al
oído de Marta y dice:
-Me gustó mucho
cuando me arañaste. Fue un desparrame muy bonito, el tuyo y el mío.
-¿Y eso es una
dulzurita? Si te dejé la espalda destrozada…
-Pero me hiciste
sentir muy tuya. Porque todo mi cuerpo es tuyo.
-Y el mío también.
Desde los deditos de los pies hasta las raíces del pelo.
-¿El ombliguito
también?
-Y los intestinitos.
-¡Tonta!
-¡Boba!
El tren entra en un
túnel.
110: 130280
El abuelo acaba de
salir de la oficina de correos con su paquete en la mano y camina impaciente
por llegar a casa y abrirlo. Piensa ponerse a trabajar en seguida. Como a esas
horas su nuera ya habrá acabado con la limpieza y andará con la compra, podrá
meterse en el pequeño cuartito que utiliza de taller y nadie le molestará. Si
Ester quiere su casa, tendrá su casa –piensa- con su piscina, su yacuzi y lo
que haga falta; ya buscaré un espacio en la maqueta, pondré una plataforma
plana de escayola y la casa, encima.
Ya en su tallercito
el abuelo abre el paquete y se queda mirando la foto de la casa en miniatura:
de tipo suizo, tejado a dos aguas con su chimenea y hasta un nido de cigüeñas.
Planta baja, piso principal, buhardillas arriba...
Antes de abrir la
caja dispone sobre la mesa todo lo necesario: la cola, el cúter, papel de
lija... y apunta ya la hora en el cuaderno. Porque todos los aficionados a las
maquetas miden el tiempo de trabajo para construirlas.
Y para la piscina
–sigue pensando- habrá que poner un circuito cerrado de agua y ya ellas se las
arreglarán con el cloro y los filtros. Ah, bueno, y habrá que poner la casa en
algún lugar de verano cálido para que se bañen en la piscina y de invierno con
algo de frío para que puedan encender la chimenea y jugar a lo suyo frente a
ella. Y cámaras no, no le pondré cámaras dentro para ver cómo les va. Porque
seguro que serán felices.
111: Caricias con los pies.
El tren sigue
atravesando el túnel mientras Ester y Marta siguen tumbadas. Llevan más de una
hora sin pasar a mayores, sólo mirándose y diciéndose palabras de amor. Han
estado dos días esperando para hacerlo sin limitaciones y ahora, conscientes de
que ya no las tienen, parece como si quisieran esperar y disfrutarse en la
espera.
Llevan cinco minutos
calladas, mirándose a los ojos y acariciándose los pies con los pies. Marta
rompe el silencio y dice:
-También es muy
bonito lo que nos decimos sin hablar.
Ester se para a
pensar y contesta:
-Sí, yo veo que me
quieres sólo mirándote a los ojos.
-Y yo veo que me
quieres aunque estemos las dos con los ojos cerrados.
-Tú también sabes
decir cosas muy bonitas.
-Pues a ver si sabes
de quién las aprendo.
La muñeca rubia ha
estado un buen rato tumbada boca arriba y abrazando a la morena, que estaba
encima. Ahora están las dos sentadas con las manos juntas y parecen mirar a
Marta y Ester.
El tren sigue en el
túnel y Ester y Marta continúan mirándose y acariciándose los pies con los
pies.
112: Antes de comer
Son las 11 y Marta y
Ester siguen mirándose enamoradas. Ester no siente, como los días anteriores,
el estorbo del reloj que parecía frenar el paso del tiempo sólo para retrasar
sus placeres y acumularles el deseo hasta límites casi insostenibles. Ester no
tiene prisa y Marta parece no tenerla tampoco. Se saben con el cuerpo libre y
disponible para la otra pero, de momento, se disfrutan los ojos. Y Ester dice:
-¿Te imaginas que
llegáramos así quietas y sólo con miraditas?
Marta contesta:
-¿Y lo bonito que es
ver cómo mueves ese cuerpecito cuando te mueres de placer?, ¿y sentirte la
lengua?
Ester se queda
pensando que Marta, como siempre, tiene razón; Marta, por su parte, recuerda
que hace dos días estuvo efectivamente a punto de llegar sólo con los ojos. Fue
mientras miraba ese movimiento tan gracioso de los deditos de los pies de
Ester.
Vuelven a callar y a
mirarse y, al cabo de otro rato, Marta acaricia la mejilla de Ester y dice:
-Me parece que nos
vamos a tener que poner ya. Si no, nos va a dar la hora de comer sin hacerlo.
Imagínate que luego llegamos al vagón restaurante y, mientras estamos comiendo,
nos entran los ardores.
Ester se ríe
imaginando la escena y contesta:
-Es que estás en
todo.
Y Marta le dice
rodeándola con el brazo y atrayéndola:
-Pues empezamos
dándonos besitos de los de rozarnos los labios y luego vamos improvisando.
113: Sueños
Ester y Marta se han
cambiado el tampón la una a la otra, Ahora apagan la luz, se meten bajo la
manta, se dan el besito de buenas noches y buscan la postura. Como siempre,
Ester duerme boca arriba y Marta, de lado y abrazándola por la cintura.
Marta y Ester están
dormidas y respiran acompasadamente. Las muñecas, aún en la oscuridad, van a lo
suyo: la morena, arrodillada con las piernas separadas, apoya las manos contra
la ventanilla; bajo su falda tiene la cabeza de la rubia.
Ester, en medio de su sueño, separa
instintivamente las piernas desplazando un poco a Marta. Marta, siempre
dormida, vuelve a buscar la postura y lleva inconscientemente la mano entre las
piernas de Ester. Ester, como sigue dormida, no se da cuenta de que Marta ha
empezado a recorrerla mientras le besa los pechos. Marta, como sigue dormida,
no se da cuenta de que a Ester se le va acelerando la respiración y le salen
gemiditos pequeños de dentro de la garganta.
A la mañana siguiente
se despiertan las dos al unísono, se dan el besito de buenos días y se dicen
que se quieren. Ester se restriega los ojos y dice:
-¿A que no sabes lo
que he soñado esta noche?
Marta se para a
pensar y contesta:
-Que yo te
acariciaba.
-¿Cómo lo sabes?
-Pues porque yo he
soñado lo mismo.
Ahora es Ester la que
piensa por un momento y luego pregunta:
-Si lo hacemos soñando,
¿también vale?
114: Sin tabúes
Mientras Marta y
Ester, de vuelta del desayuno, se están desnudando, Ester dice:
-¡Qué bien nos salió
todo ayer! Lo hicimos menos veces que otros días pero mucho más rato y más
bonito.
Marta contesta:
-Y además, improvisando,
sin decirnos ponte así o asá para hacer esto o aquello. Y acabamos haciendo de
todo. Bueno, menos ponernos el dedito. Como estamos con el mes…
Se tumban. Marta ha
decidido, sin decirle nada a Ester, que hoy va a ser diferente. Lleva días
pensando en lo agradecida que le está por ser como es: espontánea, bondadosa,
entregada, llena de inocencia… Es cierto que los placeres los van descubriendo
juntas pero, si no fuera por esa espontaneidad de Ester y por su falta de
tabúes…
-¿Por qué no te puedo
dar un besito ahí si te quiero?
…si no fuera por eso
para Marta seguiría cerrada esa puerta. Marta ve que Ester ha sabido hacer que
dejara atrás sus remilgos iniciales y ahora no hay día en que no se besen en
esas zonas que –¡cuánta razón tenía Ester!- no han de estar prohibidas.
Marta, mientras la
mira, no puede evitar imaginar que está dándole ese beso a Ester y que Ester
muerde el cojín y se retuerce de placer. Está a punto de cogerla con fuerza y
sumergirse en su cuerpo pero se tranquiliza porque sabe que antes Ester
necesita, y ella también, sus palabritas amorosas.
De todos modos, hoy
tiene unos planes muy precisos para el cuerpo de Ester.
115: Música
Ester y Marta están
tumbadas. Marta está de medio lado mirando a Ester a los ojos y Ester le dice:
-¿Sabes qué?: que te
quiero. Que aunque se me note que te quiero en los ojitos o en las manos o en
el ombligo, me gusta decírtelo: te quiero.
Marta no puede evitar
besarla dulcemente. Ester sabe emocionarla. Y además, es divertida. Marta no
para de encontrarle motivos para quererla. Y por si fuera poco, a Ester le
gusta hablar y a Marta, escuchar.
-¿Te acuerdas de
cuando te conté que nos compraríamos una casita llena de cosas bonitas? Pues me
olvidé de una muy importante.
Ester levanta el
dedito como para insistir:
-Importantísima. ¿Y
sabes lo que es? Un aparatito para escuchar música. ¿Y sabes para qué? Para que
bailemos las dos. Y bailaremos cogiditas y muy arrimaditas. Vestidas, eso sí, y
muy decentes aunque estemos en nuestra casa. Y luego ya, si acaso nos ponemos
tontas, pues ya nos iremos desnudando. Y mientras bailemos estaremos todo el
rato dándonos besitos.
Marta pregunta:
-¿Y estaremos todo el
rato arrimaditas y dándonos besitos? ¿Y nos desnudaremos la una a la otra?
Ester contesta:
-Porque claro, de tan
arrimaditas como estaremos y dándonos besitos en los labios, pues nos entrarán
ganas de desnudarnos. ¿No?
Y Marta vuelve a
preguntar:
-Pues si tan
arrimaditas estamos y, además, dándonos esos besitos, ¿me quieres explicar por
dónde pasaré la mano para irte desabrochando los botones de la blusa y empezar
a desnudarte?
Ester se queda
pensando y acaba por contestar:
-Como eres tan lista
ya se te ocurrirá algo.
116: Saliva
Marta no se lo ha
dicho, pero tiene preparado un experimento para hacerle a Ester y compensarla
por lo mucho que ha aprendido con ella. De momento juegan inocentemente. Marta
ha estado tumbada de espaldas mientras Ester la recorría con mordisquitos desde
los talones hasta los hombros. Luego Ester se ha tumbado sobre su espalda y ha
estado moviendo los pechos como para darle un masaje. Ahora han cambiado de
posición y es Ester la que está tumbada boca arriba y Marta sobre ella moviendo
el pecho a derecha e izquierda para jugar a rozarse los pezones. Marta dice:
-Abre la boca.
Ester abre la boca,
Marta acumula saliva y la deja caer dentro de la boca de Ester. Luego dice:
-Sé que te gustan
estas cochinaditas.
-Mucho.
Ester acaricia con
sus manos la espalda de Marta y con los pies le acaricia las piernas. Marta
sigue moviendo los pechos como si con sus pezones quisiera besar los de Ester.
Y Ester dice:
-¿Sabes qué? Pues que
hoy estoy romántica.
117: Romanticismos
Ester está debajo de
Marta y Marta está quieta. Tiene las manos apoyadas en los hombros de Ester y
el pecho lo suficientemente separado como para que los pezones de una y otra se
estén rozando. Ester acaba de decir que está romántica y Marta le está
prestando atención:
-¿Sabes de qué me
estoy acordando? De cuando nos conocimos, que entraste en el compartimento
cuando me estaba secando el pelo envuelta en la toalla, me la quitaste y me
quedé desnuda.
-Pero eso no fue así.
Primero nos miramos a los ojos, luego me dijiste que te llamabas Ester y yo te
dije que me llamaba Marta. Y luego, ya…
-Y yo, al acabar de
secarme el pelo, ya me quería poner a hacerlo, pero tú dijiste que primero
fuéramos a desayunar.
-Porque me daba un
poco de miedo. Además, ¿sabes una cosa? Que yo pensaba que dos chicas no lo
podían hacer. O sea, no es eso, es que pensaba que si se desnudaban y se ponían
a hacerlo no les vendría el gustito. Pero en cuanto te vi la primera vez, o
sea, sólo de verte los ojitos, ya sabía que tú y yo nos volveríamos locas la
una a la otra.
-Yo también. Mientras
nos preparábamos las tostadas ese día y te miraba ya sabía que la primera vez
que lo hiciéramos nos saldría muy bien.
-Yo te miraba y
pensaba que quería volver a verte desnuda. Y también quería que tú me vieras
desnuda a mí. Aunque me daba un poquito de vergüenza. Y ahora, ya ves, sólo
quiero que estemos desnudas las dos.
-Y nos salió muy bien
la primera vez, ¿verdad?
-Ya te digo que yo
pensaba que dos chicas no podían darse gustito pero en cuanto te sentí la mano
rodeándome por la espalda… Y aún me acuerdo de los gritos que daba la primera
vez que te sentí la lengua. Ah, y tú los primeros días me tenías preocupada
porque eras muy sosa: yo sabía que sentías placer pero a veces ni gritabas ni
suspirabas. Luego ya aprendiste lo de ay, ay, ay y a gritar y a decir lo de
¡Marta!, ¡Marta! con esa vocecita tuya.
Ester se ríe, atrae a
Marta hacia sí y la besa. Al acabar, mira a Marta y dice:
-¿Quieres ver cómo me
sé poner escandalosa?
118: Sorpresas
Ya van dos días
seguidos que Ester y Marta se quedan encantadas entre sus cariños y sus
palabras de amor y el reloj va avanzando. Marta se da cuenta de que, si no se
ponen ya, llegarán muy tarde a comer. Y como le tiene preparada una sorpresita
a Ester, la abraza, se besan y se van moviendo hasta que quedan situadas en la
posición que quería Marta para sorprender a Ester. Ahora es Ester la que está
sobre Marta. Marta mira a Ester y se fija en que detrás de ella, arriba, de los
estantes donde tienen las bolsas y las maletas asoman, una junto a la otra, las
cabezas de las dos muñequitas que parecen mirar hacia ellas. También las
muñecas –piensa Marta- están pendientes de lo que hacemos. A lo mejor si no nos
ven hacerlo no se ponen ellas.
Hace un momento,
recordando su primer día, Marta le había dicho a Ester que las primeras veces
era algo sosa porque lo hacía en silencio y Ester le había contestado:
-¿Quieres ver cómo me
sé poner escandalosa?
Ahora Marta dice:
-Pues la verdad es
que sí, que quiero que te pongas escandalosa.
Marta quiere a Ester
bien encendida para el invento que le tiene preparado y, por más que corra el
reloj, no piensa hacerle las cosas a toda prisa: si llegan tarde a comer, pues
llegan tarde. Y tampoco importa si luego no da tiempo de que Ester se ponga con
ella. Tiene toda la tarde, y toda la vida, por delante.
119: Preliminares
De momento Marta va
encendiendo lentamente a Ester para tenerla bien preparada y que salga de la
mejor manera lo que tiene pensado hacerle. La tiene encima, le acaricia la
espalda y luego empieza a besarla rozándole sólo los labios. Ya sabe lo que a
Ester le gustan los besitos intensos y con lengua pero se hace esperar. Hasta
que Ester se aparta, se mete el dedo en la boca para mojárselo y empieza a
pasarlo por el labio inferior de Marta. Marta juega a mordérselo mientras le
recorre con un dedo la columna vertebral. Ester la mira y, como sabe lo que
pasará cuando a Marta se le acaben las vértebras, espera quieta. Luego, al
sentir que el dedito de Marta llega y empieza a dar vueltas, sonríe y, amorosa,
pone la mejilla en el pecho de Marta. Marta siente cómo el corazón de Ester se
va acelerando pero no para de dar vueltecitas con el dedo. Ester levanta la
cabeza y ahora sí, busca el beso con lengua de Marta y Marta se lo da.
Marta también conoce
a Ester por el olor y sabe cómo está. Además, se lo lee en los ojos. Del mismo
modo que le lee una tranquilidad total, como si estuviera diciendo: sé que me
voy a poner escandalosa, muy escandalosa, pero no tengo prisa; tú misma.
Marta empieza a
flexionar lentamente el muslo derecho situándolo entre las piernas de Ester.
120: Más preliminares
Ester está encima de
Marta y mirándola. Le sonríe y se muerde el labio inferior mientras Marta le va
insertando el muslo entre las piernas. Ester, que le hizo lo mismo a Marta hace
unos días, recuerda que a las dos les gustó mucho y espera hacerlo muy bien y
estar a la altura. Mientras se mueve para quedar en posición, mira a los ojos a
Marta e intuye, no sabe por qué, que le tiene algo preparado. Ahora está
arrodillada con una pierna a cada lado del muslo de Marta. Deja caer su cuerpo
hacia delante y le apoya las manos en los hombros. Luego hace fuerza hacia
atrás y, presionando mucho, empieza a frotarse contra el muslo de Marta. Marta
le dice:
-Hazlo más suavito.
Si no, luego te dolerá.
Ester obedece y
sonríe a Marta porque siente el mismo placer que hace un momento cuando lo
hacía con fuerza. Se mueve rítmicamente y Marta piensa que no sólo tiene un
cuerpo bonito sino que lo mueve muy bien. Con el torso arqueado hacia atrás y
quieto, va moviendo sólo la cadera lentamente, adelante y atrás contra el muslo
de Marta y sin variar de intensidad el ritmo.
A Marta le sorprende
cómo está sintiendo Ester. Sigue con su vaivén, sigue con un ritmo uniforme
pero como si fuera por una montaña rusa: ahora gime, luego gime más fuerte y
parece que vaya a llegar, luego se mueve callada, vuelve a gemir, vuelve a
callar… Marta abre la boca y mira a Ester. Ester sabe lo que ha de hacer: sin
dejar de moverse, acumula saliva en el centro de los labios y la deja caer
dentro de la boca de Marta. Al próximo movimiento Ester dice:
-¡Marta!
Pero sigue moviéndose
tranquila.
121: Muslos y piernas
-¡Marta, ay, ay, ay!
Otro vaivén suave de
Ester por el muslo de Marta. Marta sabe que le queda poco pero ve que Ester
sigue moviéndose. Y sin variar el ritmo desde que ha empezado.
-¡Ay, ay, ay, Marta,
Marta…!
Marta le tiene puestas
las manos en las mejillas y Ester sigue. Marta le ve un brillo en los ojos y,
al instante, Ester le acerca la cara buscando un beso. Antes de dárselo Marta
se lleva la cabeza de Ester al hombro y le dice al oído:
-Cuando llegues, no
pares, tú sigue moviéndote. ¿Me oyes?
Ester no puede hablar
porque en este momento está mordiéndole el hombro pero dice que sí con la
cabeza. Marta se deja morder y luego busca los labios y la lengua de Ester para
disfrutarle el placer que está sintiendo. Ester le revuelve la lengua a lo loco
dentro de la boca y, en seguida, se pone a mover nerviosamente la cabeza a
derecha e izquierda arrastrando la de Marta. Marta la abraza por la espalda y
nota que está temblando. Pero Ester le ha hecho caso y, aun en medio del placer
máximo, ha seguido moviéndose sin parar.
Marta se pregunta si
en esa posición casi de rodillas y con el empeine contra el suelo, Ester
también habrá movido los deditos de los pies.
Ester vuelve a estar
con las manos apoyadas en los hombros de Marta y sigue moviéndose con el muslo
de Marta entre las piernas.
122: Doble placer
Ester está quieta
encima de Marta con la mejilla apoyada en su hombro. Y dice:
-¿Verdad que nos ha
gustado mucho?, ¿a que nos ha salido muy bien?
Marta contesta:
-¿Sabes que es verdad
lo que decías de que es muy bonito hacerlo a lo bruto?
Ester sonríe y luego
dice:
-Y nunca lo habíamos
hecho así, sin parar siquiera un momentito a descansar.
Ésa era la idea que
llevaba Marta en la cabeza, que Ester, frotándose contra su muslo, llegara dos veces
seguidas. Y ha salido bien, mucho mejor de lo que esperaba; porque Marta
pensaba limitarse a dar placer a Ester y, en cambio... Tras llegar la primera
vez Ester ha seguido moviéndose dos o tres minutos sin que pareciera que
estuviera sintiendo. Luego ha ido recorriendo el cuerpo de Marta con los ojos
hasta llegar a los pelillos. Sin parar su ritmo, ha movido levemente la
rodilla, se la ha puesto ahí y, bajando despacito, la ha alcanzado de pleno.
Marta ha abierto los ojos con sorpresa, se ha aferrado con las manos a la
espalda de Ester y ha empezado a mover la cintura en círculo para frotarse
contra la rodilla de Ester, que seguía manteniendo su ritmo. Luego Marta ha
levantado su torso para unir su pecho al de Ester, se ha dejado caer y Ester ha
estado arrastrando despacio los pechos desde el vientre hasta los hombros de
Marta. Se han besado en la boca y ahí han perdido las dos el control. Marta aún
se pregunta cómo puede ser Ester tan flexible como para haberla besado en los
pechos y en el ombligo, sin haberle movido la rodilla de entre las piernas.
Ahora Ester está
acariciando con los dedos las marcas que, con su mordisco, ha dejado en el
hombro de Marta junto al cuello. Y dice:
-Ahora, para ir a
comer, te puedes poner una camisetita con el cuello cerrado para que no se te
vean las marcas que te he dejado.
Y Marta contesta:
-Al revés. Me pondré
una camiseta enseñando todo el hombro para presumir.
Ester se ríe y dice:
-Pues también
tendremos que ducharnos, que estamos muy sudaditas. Y de paso nos cambiamos el
tampón.
Ester se levanta y
Marta, al no sentir ya el peso del cuerpo de Ester sobre el suyo, recuerda que
una de las cosas que más le ha gustado ha sido la fuerza que con las manos
contra sus hombros ejercía Ester al moverse.
123: Las uñas de Ester y Marta
Ester y Marta viven
felices en su rutina. Hoy han aprovechado el rato largo que, al volver del
desayuno, dedican cada día a decirse palabras de amor y, mientras se las
decían, se han vuelto a pintar las uñas de las manos y los pies. Se las han
dejado con el fondo blanco y, otra vez, con letras rojas en cada uno de los
dedos. Así, en las manos y pies de Marta se puede leer E-s-t-e-r y en las de
Ester, M-a-r-t-a. Marta ya se imagina lo bonito que será leer su propio nombre
cuando Ester mueva los deditos de los pies.
Marta se sabe
obsesionada por los pies de Ester pero eso no le preocupa: le gustan tanto…
Para disfrutar viéndoselos y, sobre todo, viendo cómo mueve los deditos cuando
no puede más, la ha acostumbrado a que se deje acariciar cada tarde cuando se
despiertan de la siesta:
-Como ya sé lo que me
vas a hacer, me despierto bien mojadita.
Luego ya se pondrá
Ester creativa con el cuerpo de Marta pero, de momento, en cuanto abren los
ojos tras la siesta, un beso largo y, mientras, Ester va poniendo todo su
cuerpo en posición. Y las historias de Ester, que le ha tomado afición a hablar
mientras Marta va haciendo. Ahora empieza al sentir las uñas de Marta
arañándola entre los pelillos:
-Pues, ¿sabes cómo
aprendí a andar? Con mi papá, con el revisor que se convirtió en mi papá. Me
cogía de la manita y me llevaba por los pasillos arriba y abajo despacito. A
veces me soltaba, yo me aguantaba un poquito sola y luego, si me iba a caer, me
volvía a coger.
124: El silbato del tren
Marta está
acariciando a Ester mientras Ester cuenta cómo aprendió a andar:
-Ah, y mi papá me
llevaba vestidita muy mona, con sandalias, una faldita y una coleta. Y como yo
era muy guapa los pasajeros, cuando me veían, me hacían muchas monerías.
Marta está
encandilada no sólo por lo que cuenta Ester sino por cómo lo va contando:
-Y luego ya, cuando
aprendí a andar, me pasaba el día yo solita arriba y abajo por el tren. Como no
me podía perder, mi papá me dejaba. Y a veces, algún pasajero me daba una
piruleta y me sentaba un ratito con él… Uy, uy, uy, qué bien que ya no tenemos
el tampón y nos podemos poner dentro el dedito.
Marta había dejado
caer saliva sobre los pezones de Ester y, mientras se la repartía por los
pechos con la lengua, le había metido el dedo con mucho cuidado y lo estaba
moviendo. Ester retoma el hilo de su historia:
-¿Y a que no sabes
hasta dónde llegaba andando? Pues hasta la locomotora. Entonces el maquinista
me cogía en brazos y me ponía delante de un botoncito. Yo lo tocaba, sonaba el
silbato y con el ruido me asustaba. Luego me daba la risa, volvía a tocar el
botón y, cuando volvía a sonar el silbato, me asustaba otra vez. ¿Qué tontita
era, verdad? Era yo la que hacía el ruido y me asustaba con ese ruido. Y luego
me daba la risa y lo volvía a hacer y me volvía a asustar.
Marta se imagina a
Ester de pequeñita con su cara de susto y se enternece. Ahora está
acariciándola sin más y decide pasarle la otra mano por la espalda. Ester, que
sabe lo que va a hacer, levanta el cuerpo para que Marta pueda pasar la mano y
fijarle el dedo. Al sentirse atrapada por delante y por detrás, Ester pierde el
hilo de su historia y dice:
-¡Marta!
Marta mueve los dedos
y ve que Ester se está tensando.
-¡Ay, ay, ay!,
¡Marta! ¡Dame un besito, porfa, porfa!
Marta sabe cómo
quiere el beso Ester y que no podrá apartarle la lengua mientras le dure el
placer. No importa si no puede mirarle los deditos de los pies. Ya se le
ocurrirá algo antes de que llegue la hora de acostarse.
125: Dormir del revés
Ester y Marta están
contentas porque han descubierto una postura nueva casi sin querer… Casi sin
querer no, que, aunque Ester no se ha dado cuenta, Marta ha estado más de media
hora dejándose acariciar y besar como Ester ha querido hasta que la ha llevado
a la postura ideal para verle los deditos de los pies.
Ester le ha hecho de
todo y Marta se iba conteniendo. Tumbada, sentada, de rodillas, cuando veía que
el placer la empezaba a inundar, cambiaba de postura o se abrazaba fuertemente
a Ester como para descansar. Hasta que Ester casi pronuncia la frase mágica:
-¿Te hago lo de la
ventanilla, que te gusta mucho?
-Bueno.
Marta se pone con las
palmas contra la ventanilla como siempre, cubriéndose los pechos con el pelo, y
deja hacer a Ester entre sus piernas. Sin parar de mirarla, para que viera como
le iba subiendo el placer e irla encendiendo. Cuando no puede aguantar más le
dice a Ester que espere un momentito sin moverse. Se levanta y se pone de
rodillas al revés de cómo estaba, de espaldas a la ventanilla y viendo todo el
cuerpo de Ester desde sus pechos hasta los pies. Entonces dice:
-¿Me das besitos
detrás?
Sólo sentir la lengua
de Ester, alarga el brazo, la alcanza y empieza a acariciarla sin quitarle los
ojos de los pies.
Ahora es ya la hora
de dormir. Se dan el besito de buenas noches y Marta pregunta:
-¿Me dejas dormir del
revés para abrazarte los pies?
126: Pesadilla
Pasan de las tres de
la mañana. Marta duerme plácidamente cogida a los pies de Ester y, de pronto,
se despierta porque Ester ha dado un salto gritando y se ha quedado sentada.
Marta enciende la luz:
-¿Qué te pasa?
-Prométeme que no me
abandonarás nunca.
-Te lo prometo.
-He tenido una
pesadilla. He soñado que llegábamos de noche a una estación, que nos hacían
bajar del tren, nos ponían en dos filas, tú en una y yo en otra, y nos separaban
para siempre. Prométeme que no me abandonarás nunca.
-Te lo prometo.
Ester está sudando y
Marta la besa en la frente y le acaricia las mejillas:
-No podrán separarnos
nunca. Te lo prometo. ¿Estás más tranquila?
-No sé. Apaga la luz,
ven a mi lado y abrázame fuerte.
Marta apaga la luz y
se dispone a dormir como todos los días, abrazada a Ester. Sin embargo, siente
que sigue nerviosa: no para de cambiar de postura, ahora a un lado, ahora al
otro. Marta se le acerca al oído:
-¿Quieres que te lo
haga?
-Sí. Pero las dos.
Con la luz encendida, mirándonos a los ojos y diciéndonos que nos queremos.
Necesito sentirme querida y deseada.
127: Programa diario
Están desayunando y
Ester tiende la mano hacia Marta. Marta se la coge y se la acaricia. Se siente
en parte responsable de la pesadilla que ha tenido Ester esa noche. Por
empeñarse en dormir del revés abrazada a sus pies. Seguro que ha sido eso,
seguro que la pesadilla ha sido porque, en algún momento, Ester no habrá
sentido su brazo rodeándole el cuerpo, habrá creído que no estaba con ella y de
ahí esa pesadilla en que las separaban. Ester interrumpe sus pensamientos:
-Vuélveme a prometer
que no me abandonarás nunca.
-Te lo prometo una y
mil veces.
-No me puedo quitar
de la cabeza la pesadilla de ayer.
-Yo sé cómo
quitártela.
Ester sonríe:
-Sí. Quiero que hoy
lo hagamos muchas veces. Necesito sentirme querida y deseada.
-¿No te sientes
querida y deseada todos los días?
-Sí, pero hoy lo
necesito más.
Marta coge una
servilleta de papel, saca un bolígrafo del bolso y se pone a escribir y
dibujar. Al acabar le enseña la servilleta a Ester:
-Pues como no me lo
expliques…
-El esquema del
programa para hoy: la figurita E eres tú, la figurita M soy yo. Lo primero,
conmigo sentada sobre ti; después, tú de rodillas sobre mí; luego, las dos
puestecitas del revés; aquí, tumbadas de lado la una frente a la otra; esto
otro, un besito fatal que te daré… Y esto son las maneras de empezar; nos
ponemos en esas posturas y luego ya vamos improvisando.
Ester se levanta,
coge de la mano a Marta y se la lleva corriendo a lo largo de todos los vagones
hasta su compartimento.
Llegan, cierran la
puerta, Ester se desnuda a toda prisa y dice:
-Saca el papelito a
ver por dónde empezamos.
128: Saciadas
Ester y Marta vuelven
de comer y se tumban a hacer la siesta. Vestidas. Están las dos saciadas de la
cantidad de veces que lo han hecho esa mañana. Y contentas: Marta ha logrado
ahuyentar los fantasmas que acechaban a Ester.
Ester se tumba boca
arriba, Marta la abraza por la cintura y, al momento, duermen las dos.
Una hora después
Ester empieza a desabotonar la blusa de Marta, que se hace la dormida. Ester
acaricia el vientre de Marta, que sigue inmóvil y con los ojos cerrados. Le
baja la cremallera de los pantalones, introduce la mano y empieza a rascarle
los pelillos. Y Marta, por fin, dice:
-Creo que no voy a
poder. Me tienes llena.
Y Ester dice:
-Es la única manera
que sé de darte las gracias por lo feliz que me haces.
Y Marta contesta:
-Tú a mí también me
haces muy feliz. Y no sólo cuando nos ponemos. También cuando desayunamos,
cuando dormimos, cuando andamos por los pasillos del tren.
Ester se incorpora,
empieza a desnudarse y dice:
-Si me dices eso, me
pongo tierna y, si me pongo tierna…
Los labios de Marta
acuden a los pechos de Ester sin poderlo impedir. Y Ester dice:
-Además, me tienes
que hacer lo de todos los días.
129: De la mano
Las muñequitas siguen
a su aire. Ahora están en el plato de la ducha sentadas la una frente a la otra
como si hablaran.
Mientras tanto, Ester
y Marta están tumbadas bajo la manta cogidas de la mano y de cara a la
ventanilla. Ven caer la nieve calladas. Porque también saben disfrutarse la una
a la otra quietas y en silencio. No sólo han aprendido a quererse y a darse
placer sino a sentirse bien sin más. Como si se protegieran. Y Marta pregunta:
-¿Te imaginas si un
día no lo hiciéramos?
-No, no me lo puedo
imaginar.
Se ríen y, al cabo de
un rato Marta pregunta:
-¿Puedo darte besitos
en los pies?
Ester aparta la manta
mientras Marta cambia de posición para ponerse a los pies de Ester, que
propone:
-También podríamos
jugar a ver cuánto tiempo aguantamos sin hacerlo.
Ester está en la
gloria mientras Marta le besa y le muerde los deditos de los pies. Al cabo de
un rato se levanta y se tumba boca arriba con la cabeza junto a la de Marta,
que está tumbada boca abajo. Y Ester le dice en voz baja al oído:
-Pues yo sí necesito
hacerlo cada día. Porque cada día me gusta más y porque cada día necesito verte
sintiendo placer y que me veas sentir placer.
El cuerpo blanco de
Marta se sube al cuerpo moreno de Ester y empiezan a restregarse una contra
otra. Y Marta dice:
-Cuando empecemos a
emocionarnos porque nos queda poquito para llegar nos daremos un beso hasta el
final. Así no gritaremos y no nos reñirá el revisor.
Fuera sigue nevando.
130: Otra vez
Marta y Ester acaban
de desayunar y Marta tiende la mano hacia Ester a lo largo de la mesa. Ester se
la coge y Marta dice:
-Hoy podíamos hacer
lo de que tú te acaricias mientras yo te miro.
-Pero si ya te he
dicho que para eso te tengo a ti, que me lo haces mucho mejor.
-Es que tengo muchas
ganas de verte acariciándote. Estás tan bonita... ¿Lo harás?
-Bueeeno. Si no te
puedo negar nada. Pero con una condición, que primero me lo hagas tú para que
te enteres bien de que esa zona de mi cuerpecito, como todas las demás, es
responsabilidad tuya.
-Vale. Te lo hago
ahora cuando volvamos al compartimento y mientras nos decimos los amores de
cada mañana. Y luego ya, tú te pones mientras yo te miro.
-Pero acabaremos que
tú también te pondrás para que te dé besitos y acabemos las dos juntas, ¿o no?
-Pues claro.
Marta coge a Ester,
tira de ella, se levantan y cruzan el vagón restaurante cogidas de la mano y
saludando y sonriendo a todo el mundo. Cuando llegan a la plataforma que da al
siguiente vagón, Ester dice:
-Pues me has puesto
deseosa. Bueno, muy deseosa, que deseosa estoy siempre.
-Como a mí me gusta
llevarte. Siempre mojadita y bien preparada.
-Con lo que a mí me
gusta demostrarte lo que te quiero y te deseo... Y si no fuera porque somos decentitas,
me gustaría que me lo hicieras aquí mismo sin esperar a más.
Marta la arrincona,
la pone de espaldas mirando hacia la pared del vagón y mientras le muerde
suavemente el cuello, le desabrocha el botón del pantalón, le baja la
cremallera y le introduce la mano. Ester la disfruta un momento y dice:
-Para, para ya que al
final nos van a ver. Vamos al compartimento. ¿Y sabes de que tengo ganas
también?
-¿De qué?
-De que hoy me
desnudes tú.
131: Ester desnuda y Marta vestida
Marta ha desnudado a
Ester de cintura para arriba y permanece vestida. Mira el vientre y los pechos
de Ester y dice:
-Te quiero mucho.
Se miran a los ojos y
Ester dice:
-Como además de estar
deseosa estoy cursi, te diré que me haces muy feliz.
-¡Tonta!
-¡Guapa!
Marta está recostada
junto al cuerpo de Ester. Avanza la cabeza y deja caer saliva primero sobre el
pezón derecho y luego sobre el izquierdo de Ester. La mira a los ojos y empieza
a acariciarla repartiéndole la saliva por los pechos.
El torso moreno de
Ester, ahora humedecido, brilla y Marta, al verlo, se siente también llena de
deseo. Ester se pone a jugar con los dedos entre el cabello de Marta y Marta
baja la cabeza hasta alcanzar con los labios la piel de Ester. Y Ester dice:
-Nunca pensé que nada
pudiera gustarme tanto.
Marta la besa en el
vientre, en el ombligo, en los pechos, en los pezones. Luego pregunta:
-¿Y qué es lo que
tanto te gusta?
-Pues todo lo que
hacemos tú y yo. Sobre todo cuando nos proponemos darnos gustito.
Pero Marta anda ya
besuqueándole los pezones.
-Ay, ay, ay.
-Venga, no exageres,
que aún no te he tocado donde te tengo que tocar.
-Pero si ya te he
dicho que estoy muy deseosa.
Marta se incorpora,
va hasta los pies de Ester y le quita los calcetines.
132: Aromas
Marta está besando
los pies de Ester y Ester dice:
-¿Sabes que la
primera vez que me diste besitos en los pies me daba un gustito como de
cosquillas y ahora el gustito es diferente y te siento aquí.
Ester se señala entre
las piernas pero Marta no la ve porque ahora está llevándose uno detrás de otro
los dedos dentro de la boca. Cuando acaba dice:
-A ver explícame bien
dónde sientes los besitos de los pies.
Ester se vuelve a
señalar entre las piernas y, como sigue con los pantalones puestos, Marta dice:
-Pues habrá que ver
lo que tienes ahí.
Tira desde abajo los
pantalones y, arrastrándole también las bragas, la deja completamente desnuda:
-Pues mira qué cosa
más bonita tenías escondida.
-Si te la sabes de
memoria...
-¡Qué va! Me faltan
por saber muchas cosas. Por ejemplo, cuántos pelitos tienes. Igual un día me
pongo a contarlos.
Pero de momento Marta
se limita a olisquearla:
-Pues es verdad que
estás muy deseosa. Hueles muy bien.
Por fin Marta se
tumba junto a Ester. Ester se gira hacia ella, le rodea el cuello con los
brazos y se abandona en un beso.
133: La mano de Marta
Marta está
acariciando a Ester mientras Ester está apoyada en los codos y mira cómo se
mueve la mano de Marta:
-Mira, ¿ves cómo es
más bonito ver ahí tu mano que la mía?
-Sí, pero ¿cómo te lo
tengo que decir? A mí también me gusta ver que te acaricias.
Ahora están las dos
mirando el movimiento de la mano de Marta y Ester acaba por decir:
-Bueno, da lo mismo.
A mí sólo me importa que seas feliz conmigo. Porque eres feliz conmigo, ¿o no?
Marta coge a Ester
por la barbilla, le gira la cara para mirarla a los ojos y contesta:
-Mucho. Muy feliz.
Ester se emociona y
dice:
-Me das un besito
ahí. Sólo un besito con los labios. De cariñito.
Marta acude, escarba
con los labios y, al encontrarte el punto del placer, se lo besa con ruido. Se
lo vuelve a besar. Y otra vez. Hasta emocionarse y empezar a pasarle la lengua
suavemente:
-Marta, yo también te
veo muy deseosa. También hueles muy bien. ¿Quieres que nos pongamos las dos?
-Todavía no. Hemos
quedado que primero te lo hacía yo y luego tú te pones y yo ya me sitúo para
que me pases la lengua.
-Bueno. Pues sigue un
poquito con la lengua pero luego, para acabar, me lo haces con la mano.
Marta vuelve con la
lengua. Le pasa la mano por debajo entre las piernas hasta alcanzarla por
detrás. Le fija el dedito y Ester grita. Mueve la lengua más deprisa y Ester,
apoyándose en las palmas de las manos y los talones, eleva todo el cuerpo:
-Para, para, por
favor, que me tienes a punto pero falta una cosita.
-¿Qué falta?
-Que te desnudes.
Porque si no te veo desnuda, no puedo. Y quiero que me mires a los ojos cuando
llegue.
-Pero si casi
estabas.
De todas maneras Marta
para, se desnuda, vuelve a situarse junto a Ester y vuelve a acariciarla con la
mano. Ester la mira y Marta sabe que ya vuelve a estar a punto:
-Te quiero, Ester.
-Marta, Marta, Marta,
ay, ay, ay.
Al acabar de gritar,
Ester se aprieta contra el cuerpo de Marta.
134: Ocurrencias de Ester
Ahora le toca a Ester
acariciarse pero antes echa atrás los asientos para poder estar de pie en el
compartimento sin darse con la cabeza en el techo y le pide a Marta que se
siente con la espalda contra la ventanilla. Marta se sienta y Ester se sitúa
frente a ella de pie con las piernas separadas y cubriéndose los pechos con la
manta para que no la puedan ver desde el exterior:
-¿Me dejas que haga
un invento?
-Cualquier invento
tuyo me gustará.
Ester coge un mechón
de pelo de Marta con la mano derecha, se lo pasa entre las piernas y lo recoge
por detrás con la mano izquierda. Luego empieza a moverlo hacia delante y hacia
atrás y dice:
-Me lo hago yo pero,
como lo hago con tu cabello es con si lo hiciéramos las dos. Y para hacerte
esto quería dejarme crecer el pelo.
-¿Y te gusta?
-Mucho. Porque ya
sabes cómo me gusta tu pelo. Imagínate sentirlo recorriéndome por delante y por
detrás.
-Pero luego lo harás
como a mí me gusta, ¿no?
-Claro. Pero ¿sabes
lo que me gustaría hacer después, luego ya cuando acabemos o esta tarde?...
porque, claro, luego querrás acariciarte tú.
-Pues sí, para que
veas cómo lo hago, aunque ya sé que no te gusta mucho. Y ¿qué es lo que quieres
hacer?
-Ir a visitar otra
vez a la ancianita ciega.
-Me da mucha
vergüenza. Porque, como es medio adivina, seguro que sabe lo que estamos
haciendo ahora.
-¡Y qué más da! Si
sabe lo principal, que nos queremos.
-Pues también es
verdad.
Ester sigue jugando
con el cabello de Marta entre sus piernas y Marta le está acariciando cada
pecho con una mano:
-Es como si te
estuviera sintiendo las manos y el cabello en el corazón.
135: La mano de Ester
Han vuelto a unir los
asientos y Ester, tumbada encima, está ya acariciándose del modo que le gusta a
Marta, que está sentada en el espacio que queda entre las piernas separadas de
Ester. Ester se toca rato y rato mientras Marta mira cómo va moviendo la mano
y, por momentos, se mete el dedito. Y Ester dice:
-Venga, ponte ya...
-No me dirás que ya
vas a llegar.
-No, aún puedo
aguantar un ratito y, de todas maneras, hasta que no ponga los labios y te
sienta en la puntita de la lengua, no me vendrá el gustito grande. Pero es que
ya tengo ganas, muchísimas ganas de chuparte.
Marta se mueve de
manera que parece que vaya a tumbarse sobre Ester y acaba poniéndole los pechos
frente a la cara para que se los bese:
-Pues ahora me ha
venido más gustito de golpe. Con esas tetitas tan bonitas y tan dulces...
Marta vuelve a
moverse y se yergue poniendo un pie a cada lado de la cabeza de Ester, que
dice:
-¡Qué bien te lo veo
todo desde aquí!
Y se hunde el dedo
mientras dice:
-Venga, ponte ya, que
casi no puedo aguantar. ¿Y sabes qué? Pues que aunque te visto muchas más veces
desnuda que vestida, cuando te veo las tetitas o los pelillos, me acelero.
136: Ester y Marta
Marta se hace la
remolona. Se pone al lado de Ester, le coge la mano con la que se está
acariciando y se lleva el dedo a la boca para chupárselo. Por fin se sitúa de
rodillas sobre la cabeza de Ester y espera a que Ester encuentre la postura
para poder chuparla cómodamente. Ester la abarca con los labios, la alcanza con
la lengua y se vuelve a llevar la mano entre las piernas. En ese momento Marta
dice:
-Tengo que darte las
gracias. Primero por hacerlo y, además, por dejármelo hacer después a mí.
Ester, concentrada
entre las piernas de Marta, no contesta. Y Marta, para excitarla aún más, se
inclina hacia delante de modo que su cabello rubio cae entre los muslos de
Ester. En esa posición Marta puede contemplar bien la mano de Ester moviéndose
y también sus pies. Se concentra, le siente la lengua y se da cuenta de que
Ester no sólo le está produciendo placer con ella sino también transmitiendo el
placer que ella misma siente. Y Marta dice:
-Yo tampoco pensé que
algo pudiera gustarme tanto.
Ester da una sacudida
inesperada, empieza a girar el dedo a toda velocidad y a mover los deditos de
los pies. Marta, al verla, tampoco puede resistir más y empieza a suspirar:
-Ay, ay, Ester, ay,
ay, ay...., te quiero, me gusta, me gusta, me gusta.
Marta acaba dejándose
caer y llevándose los pies de Ester a la boca.
.
137: Descanso
Marta y Ester
descansan abrazadas y mirando hacia la ventanilla. Es cierto que Ester está
cursi, porque aparta el pelo de la cara de Marta, la mira a los ojos y se lo
repite:
-Me haces muy feliz.
-Tú a mi también.
Mucho.
Se besan, Marta se
sube sobre Ester, se frota contra ella y se deja caer del otro lado:
-¿Te has enterado de
lo que te he dicho antes de que llegáramos:
-Sí, has dicho ay,
ay. Ester, ay, ay, ay, te quiero, me gusta...
-No, eso ha sido
cuando estaba llegando.
-Ah, pues antes de
eso has dicho que nada te gustaba tanto. Lo mismo que he dicho yo antes de empezar,
cuando me has llenado las tetitas de saliva. Porque eres un copiona, más que
copiona.
-¿Y antes de eso qué
he dicho?
-Que si iba a dejar
que te acariciaras tú sola.
-¿Y me dejas?
Marta ya se ha puesto
la mano entre las piernas pero Ester se la aparta:
-No corras tanto.
-Si ya sé que no te
gusta mucho, pero como a mí me gusta tanto verte a ti haciéndolo...
-No me gusta porque
ya te dije que era muy celosa y ahí sólo te quiero tocar yo.
-Pero como yo soy
toda tuya, si me toco yo es como si...
-No, si te quiero
tanto que no te voy a negar ningún caprichito. Si quieres acariciarte, te
acaricias, pero de aquí un ratito, después de comer. Y lo haremos como conmigo,
primero te lo hago yo y luego ya te puedes poner. ¿Te parece bien?
-Pues claro.
-Y ahora nos estamos
un ratito tumbadas una junto a la otra descansando.
138: Piel contra piel
Ester y Marta llevan
rato quietas, abrazadas y calladas. Y Marta dice:
-No sabes lo bonita
que estás cuando te acaricias. Como tienes los pies bonitos, las manos, que
siempre van a juego con los pies, también las tienes bonitas y, entonces,
cuando te pasas la mano por encima de los pelillos... con la mano tan morena y
los pelillos tan negros... pues que me pongo loca al verte.
-Claro. Imagínate que
fuera morena y tuviera el asunto pelirrojo.
-Si te lo digo en
serio.
-Pero, ¿no ves que
aún es más bonito ver tu mano ahí, tu mano blanca contrastando con mi piel o mi
mano contrastando con la tuya? Cuando antes de ponerme yo sola me has
acariciado tú, ¿te acuerdas de que nos hemos estado las dos un momento mirando
hacia tu mano?
-Sí, y tienes razón,
era muy bonito.
-Tan bonito que por
eso me han entrado ganas de sentirte los labios y te he pedido que me dieras un
besito ahí. Y tú me has dado muchos.
-Y una chupadita
rica... Y tienes razón en eso de que tu piel contra la mía es lo más bonito del
mundo, pero como me enciendo tanto al verte acariciándote, quiero ponerte loca
al acariciarme yo.
-Pues ya veremos como
me pones. Después de comer.
139: Esperando para comer
Marta y Ester están
descansando tumbadas una junto a la otra y hablando de sus cosas. Y Ester dice:
-Bueno, tú no tienes
que hacer nada extraordinario para ponerme loca. Ya sabes que me llevas todo el
día encendida. Aunque, ahora que caigo...
Ester se queda
interrumpida, Marta le pregunta y Ester sigue:
-Pues que ahora que
caigo, antes me has puesto muy, pero que muy loca.
-¿Cuándo?
-Durante la
chupadita. Cuando me has pasado la mano y me has puesto el dedito detrás.
¿Sabes que he estado a punto?
-Sí que lo sé, que
has levantado el culito.
Marta se gira y se
tumba boca abajo junto a Ester. Se miran y Ester se pone de medio lado para
besar a Marta. Se rozan los labios, se rozan la lengua y Ester acaricia la
espalda de Marta. Cuando Ester da por acabado el beso y va a separar sus
labios, Marta le pide más y Ester vuelve a la boca de Marta. Marta le busca la
lengua y mueve la suya nerviosamente mientras Ester sigue deslizando la mano
por la espalda de Marta. Marta suplica sin palabras y Ester, que sabe leerle el
pensamiento, desliza el dedo bajando por la columna vertebral hasta alcanzarla.
Marta se relaja, aparta la boca, sonríe y dice:
-¡Qué rico! Y qué
tonta era que me daba vergüenza la primera vez que me tocaste ahí.
Ester contesta:
-Ya sabía yo que era
muy rico. Porque un día me rozaste un poquito y me gustó. Y luego, la primera
vez que me lo hiciste en la ducha, me acariciaste mucho ahí. Y como me gustó
tanto... Por eso te lo quise hacer.
-Pues ahora podemos
estarnos un ratito así, dándonos esas caricias hasta la hora de comer. Y,
además, besitos.
-Bueno, pero no
quiero llegar tarde a comer, que ya sabes lo que toca después antes de la
siesta.
-Sí, ya lo sé. Y será
la primera vez que hacemos algo entre la comida y la siesta, que siempre nos
quedamos dormiditas.
-Pues a ver si te me
vas a quedar dormida mientras te acaricias.
-No creo.
Ester sigue trazando
circulitos con el dedo en el cuerpo de Marta. Y Marta dice:
-¿Te pones para que
te dé besitos?
140: Los postres
Ester se ha puesto un
vestido floreado y Marta, una blusa y una faldita. Ahora están en los postres.
Ester está pelando una manzana y Marta, una naranja. Cuando acaban, cada una
divide la fruta por la mitad y se la tiende a la otra. Al final, Marta estira
la mano hacia Ester y le pregunta:
-¿Me quieres mucho?
Ester se lleva la
mano de Marta a la boca, se la besa y le contesta:
-Mucho. Cada día más.
Me gusta que pasemos los días mirándonos, besándonos y dándonos placer.
-Es que ahora soy yo
la que se ha puesto romántica. Pero con lo que dices también me pongo deseosa.
¿Se puede estar romántica y deseosa a la vez?
-Pues claro.
Marta se levanta sin
soltar la mano de Ester y, despidiéndose con su sonrisa de los demás
comensales, marchan hacia su compartimento. Al salir del vagón restaurante
Marta dice:
-Me parece que estoy
aún más deseosa que tú esta mañana.
Ester entiende, la
coge de la cintura, le da la vuelta, la arrincona y le separa las piernas.
-Para, para ya,
porfa.
Ester había pasado la
mano bajo la falda de Marta, le había hecho a un lado las braguitas y, palpándola,
le había metido el dedo sin ningún miramiento y lo estaba moviendo.
-Vamos al
compartimento.
141: Marta desnuda y Ester vestida
Ester ha dejado a
Marta casi desnuda, con sólo sus braguitas blancas de seda, y la tiene tumbada.
Se tumba también ella boca abajo, se sitúa perpendicularmente sobre Marta y le
va besando el vientre, el ombligo... Marta cierra los ojos y acaricia la nuca
de Ester que sube pasándole la lengua por el canalillo y las paredes internas
de los pechos. Mordisquitos en los pezones, besos y vuelta abajo a buscar el
ombligo y más allá, pasándole la lengua por encima de las braguitas.
No tienen prisa. A
Ester le gusta encender despacio a Marta y a Marta, que Ester la vaya
encendiendo al ritmo que quiera:
-¿Te gusta?
.-Todo lo que hagas
me gusta.
Ahora Ester está
recostada de medio lado a la derecha de Marta y le recorre los pechos con la
mano mirándola a los ojos. Otra vez esa mirada de Marta mientras Ester le lleva
la mano hasta los muslos. Sin alcanzar aún los espacios que Marta le pide, sólo
la cara interna de los muslos hasta la ingle. Y Ester dice:
-¿Te acuerdas cuando
el racionamiento, que lo hacíamos con las braguitas puestas?
-Claro que me
acuerdo. Creo que me acuerdo de todo lo que hemos hecho.
-Pues qué memoria
tienes, con la de cosas que hemos hecho.
Y así como sin
querer, en medio de la conversación, Ester ha movido la mano y ahora está
subiendo y bajando el dedito por encima de la seda. Marta tiene la boca abierta
y Ester, que no se puede contener, pone su boca sobre la de ella y deja caer
saliva. Marta se la traga y luego mira la mano de Ester, que ahora busca entre
la tela y los pelillos. Marta espera y, cuando Ester la encuentra, dice:
-¿Me quitas las
braguitas para poder verte la mano?
142: Ojos verdes y ojos negros
Ahora Marta está
completamente desnuda y Ester, completamente vestida. Marta está tumbada boca
arriba y Ester recostada a su derecha. Ester está dando placer a Marta con la
mano mientras las dos se miran: los ojos verdes de Marta están en los ojos
negros de Ester. Y Marta dice:
-Me gustaría sentirte
así todo el día y toda la noche.
-Pero tendrías que
parar para comer porque si no...
Marta sonríe. Y
Ester, señalándose la mano con los ojos, dice:
-Mira, ¿a que es
bonito?
-Mucho. Tenías razón.
Tu mano queda mucho mejor que la mía ahí. Porque la tienes muy bonita. Si
parece que no la muevas y te estoy sintiendo el dedito...
Marta se retuerce un
momento, esconde la cabeza en el pecho de Ester y vuelve a mirar. Están las dos
mirando fijamente la mano de Ester. Y Marta dice:
-Es tan bonito que
quiero llegar así, con las dos mirando. Quería pedirte una chupadita pero no,
sólo así, llévame así hasta el final.
Ester sigue.
Despacio, muy despacio. Alternan miradas dulces a los ojos con miradas hacia la
mano de Ester. Rato después Marta dice:
-Sigue un poquito y
luego para. Me pasa como a ti. No puedo llegar hasta el final si no te veo desnuda.
Ester sonríe y le
atrapa la boca.
143: La mano de la muñeca rubia
-Me has puesto tan
tierna...
-Pues como tienes que
estar.
-Me ha gustado mucho.
Tanto rato de placer,,, Me he emocionado mucho. Su hubieras estado desnuda
habría llegado. Pero con unos gritos…
-Pues también por eso
querría tener una casita para las dos. Para gritar lo que nos apeteciera y que
no nos oyera nadie. Porque a mí me gusta que grites.
-Y a mí que grites
tú, que al principio eras muy sosa, ni suspirabas ni gritabas y yo casi pensaba
que no te gustaba.
-Claro que me
gustaba. Pero como en este tren me conoce tanta gente y pensaban que era una
chica seria... Pero luego ya me empezó a dar lo mismo.
Marta se acurruca con
la cabeza en el pecho de Ester y en ese momento Ester se fija en las
muñequitas. Si casi las había olvidado... Están bajo la ventanilla. La morena
permanece sentada entre las piernas abiertas de la rubia y de cara a ella, y la
rubia, tumbada, mantiene la mano izquierda sobre los pelillos que le pintó
Ester con el rotulador marrón. Es como si también ellas estuvieran intentando
salvar esas reticencias de Ester a que Marta se acaricie sola. Aunque Ester ya lo
ha aceptado: si a Marta le gusta y quiere hacerlo... Además, acaba de admitir
que la mano que mejor queda entre sus pelillos rubios es la suya morena.
144: La trenza de Marta
Marta pregunta:
-¿Me pongo ya?
-Espera un momentito.
Ponte de espaldas.
Marta de tumba de
espaldas, Ester le coge un mechón y se pone a hacerle una trenza bien larga. Al
acabar dice:
-No te muevas.
Se levanta, revuelve
un neceser, saca una tijera y dos gomitas, y rodea con una el extremo de la
trenza. Luego corta la trenza y rodea el otro extremo con la otra gomita. Luego dice:
-Vamos a apartar los
asientos.
Marta adivina al
instante lo que pretende Ester:
-Quieres que haga lo
mismo que tú esta mañana, ¿a que sí?
-Ya verás cosita
rica.
Ester se sienta con
la espalda contra la ventana y tiende la trenza a Marta que ya está en pie
frente a ella. Marta coge la trenza, se la sitúa y empieza a moverla despacio
adelante y atrás. Al instante sonríe:
-Pues sí, da mucho
gustito.
Ester, aún vestida,
está acariciándole los pezones.
145: Marta y Ester desnudas
Han puesto ya los
asientos en posición y Ester dice:
-Cuando quieras.
Marta se tumba boca
arriba, separa las piernas y Ester, que sigue vestida, se sienta entre las
piernas de Marta tal y como había visto sentada a la muñequita morena. Marta se
abre con los dedos de la mano derecha y dice:
-¿Se me ve bien todo?
-Se te ve... se te
ve...
Ester no puede
contenerse, acude, la abarca con la boca y le pasa la lengua arriba y abajo.
Luego recupera la posición anterior mientras Marta empieza a tocarse:
-Dime si lo hago
bien.
-¿Pero tú te piensas
que yo soy una experta?
-Lo has hecho más
veces que yo.
-Pero era porque tú
no estabas.
Marta sigue y al cabo
de un rato dice:
-¿Pero te gusta como
lo hago?
Ester, por toda
contestación, se pone de rodillas y se quita por la cabeza el vestido. Luego se
sitúa con una rodilla a cada lado de la cabeza de Marta y estira la goma de las
braguitas. Marta, sin dejar de tocarse, se recuesta sobre el codo derecho,
levanta la cabeza para olisquear los pelillos de Ester y se acelera:
-Ay, ay, ay. Venga,
desnúdate ya, porfa, y ponte para que te dé la chupadita.
Y Ester se va
desnudando con toda su parsimonia mientras Marta se acelera más y más al ver
cómo le aparecen los pechos bajo el sujetador y los pelillos al bajarse las
bragas. Tanto se acelera que tiene que parar cuando Ester empieza a quitarse el
calcetín derecho:
-Es que si sigo y te
veo el piececito llego sin querer.
146: Gritos de Ester
Momentos antes de
llegar Ester ha pedido a Marta que parara un momentito. Marta ha parado y Ester
ha dicho:
-Pues sí, me gusta
mucho cómo lo haces. Ya puedes seguir.
Al instante, Ester
gritaba y Marta se retorcía. Ahora descansan y Ester esconde la cabeza en el
pecho de Marta que le va acariciando el pelo. Y Marta dice:
-Hoy has estado
especialmente expresiva.
Ester, al cabo de un
momento, le contesta:
-Si tuviéramos una
casita nuestra y gritáramos así, ¿tú crees que los pajaritos que nos oyeran
sabrían por qué gritamos?
A Marta le da la risa
y luego sigue acariciando a Ester. Como es la hora de la siesta, al cabo de un
momento duermen las dos con la respiración acompasada.
147: De visita
Ester se despierta de
la siesta, besa a Marta y dice:
-Hemos de ir a ver a
la ancianita ciega.
-Me da tanta
vergüenza... pero bueno, iremos después de...
Ester la vuelve a
besar sin dejarle acabar la frase y, al acabar el beso, ya separa las piernas:
-¿Por qué no empiezas
dándome besitos?
Marta empieza a besar
a Ester y Ester dice:
-¿Querrás que luego
te ponga el dedito dentro con cuidado?
Pero Marta sigue
llenando de placer todo el cuerpo de Ester y no para hasta que Ester le regala
su movimiento con los deditos de los pies. Ahora empiezan a vestirse.
Ester se pone las
braguitas y luego recoge la trenza de Marta, que había quedado a un lado de sus
cuerpos. La dobla en dos y se la inserta dentro de las braguitas hundiéndosela
bien entre la juntura de las piernas. A Marta le da la risa y dice:
-Se te ocurre cada
cosa...
Al acabar de vestirse
salen las dos del compartimento cogidas de la mano.
148: Claire otra vez
Marta y Ester van
caminando por el pasillo del tren en dirección al vagón de la ancianita ciega.
Marta parece pensativa y, al llegar a la plataforma anterior al vagón
restaurante, se para y le pregunta a Ester:
-¿Te da gustito
llevar mi trenza por dentro de las braguitas?
-Bueno, un poquito
sí. Pero no la llevo para que me dé gustito. La llevo porque así también te
tengo ahí cuando estoy vestida.
Marta mira a Ester de
frente, le acaricia el pelo y dice:
-Es que me da un
poquito de envidia. ¿Sabes qué? Que te podrías dejar crecer una coleta, sólo
una coletilla aquí a la izquierda y, cuando esté larga, me lo haces y, ya
después, te hago una trenza, te la corto y me la puedo poner también dentro de
las braguitas.
Y Ester contesta:
-Pues vale, lo que tú
digas.
Siguen andando,
llegan al vagón restaurante y ven a Claire sentada en una mesa mirando el
paisaje. Al oírlas, Clara se gira y, sonriente, le dice a Ester:
-Ya tengo los
pelillos más creciditos y no me pican. Y es verdad lo que decías, mi novio está
más cariñoso. Cada día se está un ratito acariciándomelos y me dice que los
tengo muy suavitos.
-¿Lo ves? Eso es que
cada día te quiere más.
-Ah, y me ha
prometido que cuando me crezcan un poquito más, me dará besitos ahí.
Entonces Marta dice
con retintín:
-Pues qué bien.
Y Ester, para quitar
hierro a la situación, añade:
-Ya verás qué ricos
son esos besitos.
Marta aprieta la mano
de Ester, tira de ella y le dice a Claire:
-Ya nos veremos.
149: El castigo
Marta y Ester se han
despedido de Claire que, en el vagón restaurante, les ha contado cómo le va con
su novio. Entonces Marta le dice a Ester:
-Sólo ha faltado que
le contaras todo lo que hacemos.
-Si yo sólo le he
dicho que los besitos ahí son muy ricos...
-¿Y quién se
imaginará que te da besitos ahí?
-Pues tú, claro.
-Pues eso, que a ella
qué le importa.
-Si ya sabe que nos
queremos... Además, ¿sabes qué?, que si te enfadas, mejor. Cuanto más te
enfades, mejor te lo haré después.
Marta no puede
resistirse. Acaban de cruzar el vagón por el que caminan saludando con una
sonrisa a todos los pasajeros y, al llegar a la plataforma, Marta para,
arrincona a Ester, le empieza a dar besos en las mejillas y, aprovechando que
lleva el vestido floreado, le pasa la mano por debajo, se la introduce entre
las braguitas y le hunde aún más la trenza:
-Así me llevarás aún
más dentro.
-Pues parece como si
tu trenza me rodeara el corazón con un lacito.
Se frotan después la
una contra la otra, se vuelven a coger de la mano y entran en el siguiente
vagón. Al fondo ven al revisor que viene hacia ellas y, cuando se cruzan,
saludan y Ester le pregunta:
-¿Señor revisor,
cuándo pararemos en un pueblo grande? Es para ir de compras.
-Hasta el año que
viene, nada. Porque estamos castigados a parar sólo en pueblos pequeños o en
medio de la nada.
-¿Y qué hemos hecho
para que nos castiguen?
-Pues que el
maquinista cruzó a cuarenta por hora un puente metálico que tenía que haber
cruzado a treinta.
Y Ester dice:
-Bueno, pues
esperaremos hasta el año que viene.
150: La manta de colores
Ester y Marta llegan
por fin al vagón 4 y, apenas entran, la anciana ciega, que sigue sentada en una
silla, deja su labor sobre el regazo y les dice:
-Hola, niñas.
Y las dos contestan
al unísono:
-Buenas tardes,
señora.
Entonces la anciana
abre las manos, se las tiende y dice:
-Dadme una mano cada
una.
Y cuando tiene a
Ester cogida con la mano derecha y a Marta con la izquierda les dice:
-Sé que os queréis
mucho las dos.
Ester y Marta se
miran embobadas y, por respeto a la anciana y al resto de pasajeros del vagón,
se abstienen de besarse. Entonces la anciana saca de debajo de su silla una
manta confeccionada con lanas de todos los colores y les dice:
-¿Os acordáis de que
la primera vez os dije que si seguíais viniendo os regalaría una manta? Pues
aquí la tenéis. Pero no os la regalo porque hayáis venido a visitarme sino por
lo mucho que os queréis.
Las dos contestan al
unísono:
-Muchas gracias,
señora.
Ester, como siempre,
se sienta un rato a ayudar a la anciana en su labor. Y la anciana dice:
-Habéis de dormir
todas las noches bajo esa manta. Y ya veréis que, cuando soñéis, sólo soñaréis
cosas dulces. También aprenderéis con ella. Y, si no fuera porque ya os queréis
mucho, os diría que durmiendo con ella os querríais más. Ah, y no hace falta
lavarla.
151: Estrenando la manta
Marta y Ester ya
están de nuevo en su compartimento. Mientras Marta empieza a desnudarse, Ester
dobla la manta vieja, la guarda arriba, en el espacio para el equipaje,
extiende la nueva y dice:
-¡Qué bonita es y
cuantos coloritos tiene!
Marta, ya desnuda, se
tumba sobre la manta boca arriba, mira cómo se va desnudando Ester y le dice:
-¿Ves cómo la
cieguecita sabe lo que hacemos? Seguro que sabía lo de tu pesadilla y por eso
nos ha dicho lo de los sueños dulces.
Y Ester contesta:
-Bueno, pero ya no he
tenido ninguna pesadilla más. Y si ahora tenemos sueños dulces como el de aquel
día en que las dos soñamos que lo hacíamos...
Ester acaba de
desnudarse. Marta, con las piernas separadas, extiende los brazos para
recibirla, Ester se le tumba encima y empiezan a besarse. Al acabar el primer
beso, Marta dice:
-¿Pero no me ibas a
poner el dedito dentro?
-Sí, pero esto es de
propina.
Y se vuelven a besar.
152: El masaje
Ester está encima de
Marta dándole mordisquitos suaves en la barbilla y el cuello. Luego empieza a
desplazarse hacia abajo y, al llegarle con la cabeza a la altura de los pechos,
empieza a dejar caer saliva y a repartírsela con la lengua. Entonces dice:
-Me gusta ver cómo te
brillan las tetitas con mis babas.
Marta mira y,
efectivamente, tiene los dos pechos brillando. En seguida Ester extiende los
brazos y con cada mano busca los pies de Marta, se los coge y, al abrir los
brazos en cruz, Marta queda con las piernas aún más separadas. Ester se
desplaza un poco y los pechos le quedan en el eje de Marta. Empieza a
desplazarlos despacio a derecha e izquierda y Marta dice:
-¿Esto también es de
propina?
-Claro.
-Pues me estoy
muriendo de gustito al sentirte las tetitas, tan calentitas, frotándome ahí.
-Es sólo un masajito.
-Pues no pares, porfa.
-¿Quieres que te lo
haga hasta el final?
-Sí, sí, porfa, no
pares, que me gusta mucho, mucho.
Marta empieza a
suspirar. Al momento, extiende el brazo, coge las braguitas de Ester y dice:
-Te quiero mucho y
estoy a puntito.
Se mete las bragas en
la boca y en seguida está ahogando gritos al tiempo que mueve nerviosamente la
cabeza a derecha e izquierda.
153: Triple placer de Marta
Ester se ha tumbado
de medio lado apoyando la mejilla en el muslo derecho de Marta, que sigue con
las piernas separadas y está descansando del masaje de Ester. Ester está
mirando entre los repliegues de la piel de Marta y le dice:
-Se te ve todo muy
sonrosadito y muy bonito.
Y Ester empieza a
pasarle los dedos arriba y abajo y a soplar. Por momentos aparta un repliegue
de un lado, pasa la lengua por el espacio que ha descubierto, sigue por otro
lugar y vuelve a pasarle la lengua. Entonces le dice a Marta:
-Te estoy estudiando.
-¿Y has descubierto
algo?
-Eso, que todo lo
tienes bonito y que sabe muy dulce. Pero ya lo sabía.
Ahora Marta está otra
vez descansando. Las dos están bajo la manta cogidas de la mano y Marta
acaricia con su pie izquierdo el pie derecho de Ester. Miran hacia la
ventanilla. Hace rato que es de noche y cae la nieve. Marta dice:
-¿Me he puesto muy
exagerada? Es que sentía gustito por tres sitios diferentes.
Ester dice que sí,
que se ha puesto exagerada y está contenta porque le da la impresión de que es
la vez que más placer le ha proporcionado. Cuando por fin se ha decidido a
meterle el dedito, Marta se ha recostado apoyada sobre el codo a mirar y Ester
ha empezado a moverle el dedo dentro al tiempo que, con la lengua, le daba
vueltas al bultito. Marta se ha vuelto a tumbar, ha vuelto a ponerse las bragas
de Ester entre los dientes y ha empezado a retorcerse y a tensarse. Ester
seguía y seguía hasta que Marta, haciendo fuerza con las plantas de los pies,
ha elevado el culo del suelo y ha empezado a moverlo en círculo. Ester le ha
plantado detrás el dedo de la mano izquierda y Marta no ha podido más.
Marta dice:
-Es que me haces unas cosas...
154: Triple placer de Ester
Marta y Ester siguen
tumbadas bajo la manta cogidas de la mano y mirando caer la nieve a través de
la ventanilla. Y Marta dice:
-Pero, ¿tan exagerada
me he puesto?
-Toca y verás lo
mojadita que me has dejado con tus exageraciones.
Marta suelta la mano
de Ester, que abre ligeramente las piernas. Marta le lleva la mano entre las
piernas y dice:
-Uy, sí, qué mojadita
estás.
Marta empieza a
acariciarla y Ester dice:
-Házmelo despacito y
suave, mientras seguimos hablando.
Sin embargo, cinco
minutos después Ester se incorpora, se pone de rodillas con la cabeza de Marta
en medio y, con la mano derecha, se separa los repliegues. Marta le pone la
mano izquierda detrás y empieza a pasarle la lengua. Ester dice:
-Es que estoy más
deseosa de lo que me pensaba.
Ahora vuelven a estar
tumbadas cogidas de la mano y mirando hacia la ventanilla. Y Marta dice:
-¿Te ha gustado?
-Aún te siento la
lengua dando vueltecitas, un dedito dentro y el otro detrás.
155: La bicicleta
Va a ser su primera
noche bajo la manta de colores. Apagan la luz, se tumban en la postura de
siempre, con Ester tumbada boca arriba y Marta de lado abrazada a ella, y se
tapan con la manta. Se dan el beso de buenas noches y, al momento, están
dormidas las dos.
Despiertan también al
mismo tiempo, se dan el beso de buenos días, se dicen que se quieren y se
abrazan frotándose los cuerpos. Después Marta dice:
-¿Sabes lo que he
soñado? Pues que íbamos por un camino y encontrábamos un riachuelo que formaba como
un remanso de agua. Entonces nos bañábamos las dos. Ah, y había sauces con
ramas que se metían dentro del agua. Luego salíamos del agua y nos tumbábamos
en un prado con hierba muy verde y oíamos el canto de los pajaritos y el rumor
del agua. Porque después del remanso había una cascada...
-¿Y nos poníamos a
hacerlo?, ¿y nos miraban los pajaritos?
-Bueno, sí, pero
cuando empezábamos a hacerlo me he despertado.
-Yo también he soñado
otra cosa. Y también íbamos por un camino cogidas de la mano. Pero montadas en bicicleta
una al lado de la otra, que guiábamos la bicicleta con la otra mano. Y nos
íbamos diciendo palabritas tiernas.
-¿Y adónde íbamos?
-Pues no sé. Ah, ¿y
sabes lo más divertido? Que yo no sé ir en bicicleta. Cuando era pequeña, el
revisor que era mi papá me compró un triciclo y corría arriba y abajo por los
pasillos del tren, pero en bicicleta de dos ruedas no he ido nunca.
156: La plataforma de escayola
Marta acude a la
ventanilla para abrirla y airear el compartimento y, al correr la cortina, le
dice a Ester:
-Ven y verás qué
sitio más raro.
Se quedan mirando las
dos. Están atravesando un bosque en el que no ha nevado y ven un camino que
lleva a un claro completamente plano y blanco.
-Pues sí, qué sitio
más raro. Parece como si alguien se hubiera dedicado a pintar el suelo del
bosque. Pero ese camino se parece al que te he dicho de cuando las dos íbamos
en bicicleta.
Se meten en la ducha
y Ester empieza a enjabonar a Marta.
El abuelo ha visto
pasar el convoy 89 cerca de la plataforma de escayola que ha preparado para que
sirva de base a la casita que está construyendo para Marta y Ester. Coloca el
nivel encima, lo mueve en todas direcciones y comprueba satisfecho que la
plataforma es completamente plana. Antes de volver a su taller decide encender
el ordenador para ver qué andan haciendo Ester y Marta. Mira el reloj de la
maqueta y, como marca las ocho de la mañana, piensa que andarán en la ducha o
ya desayunando. Las busca primero en su compartimento y las ve en el cuartito
estrecho que sirve de aseo. Están las dos enjabonadas y les brillan los
cuerpos. Se abrazan, se frotan la una contra la otra mientras el agua les cae
por la cabeza y Ester le dice a Marta al oído:
-Nos estamos poniendo
muy mimosas, ¿verdad?
El abuelo, al oírla,
piensa:
-Pues ya verás cuando
os metáis en el yacuzi que os estoy construyendo.
Apaga el ordenador y
se mete en el taller a continuar trabajando en la casita en miniatura.
157: Claire y su beso
Ester y Marta entran
cogidas de la mano y sonriendo en el vagón restaurante y, antes de sentarse en
su mesa, Marta le dice a Ester al oído:
-¿Me lo harás después
con los deditos de los pies?
Ester se ríe y le
dice que sí.
Claire, que las ve
entrar tan contentas mientras anda recogiendo las mesas, piensa:
-Vuelven a llegar
tarde. Y si están tan alegres seguro que es porque se han estado dando esos
besitos ricos que decía Ester.
Por eso se va
decidida a la mesa en que está desayunando su novio, se le sienta enfrente y,
señalándose entre las piernas, le dice:
-¿Cuándo me darás ahí
abajo los besitos que me has prometido?
Mientras tanto Ester,
como si tuviera telepatía, le dice a Marta mientras están las dos mojando la
tostada en el café con leche:
-Además de hacértelo
con los deditos de los pies hoy podríamos darnos una chupadita larga y rica.
158: Las dos con la trenza
Si Marta y Ester han
llegado algo retrasadas al desayuno no ha sido porque se hayan estado besando
al modo que imaginaba Claire sino por el invento que se le ha ocurrido a Ester
sobre la marcha. Estaban las dos empezándose a vestir al salir de la ducha,
tenían ya las braguitas puestas y, cuando Ester ha cogido la tranza de Marta
para insertársela entre las piernas, ha dicho:
-Uy, lo que se me
acaba de ocurrir. Quítate otra vez las braguitas, porfa, y ponte de pie aquí en
medio y con las piernas un poco separadas.
Ester se ha quitado
también las bragas y ha puesto su espalda contra la de Marta. Cuando estaban
las dos bien juntas tocándose por los talones, el omóplato y el culo, Ester ha
pasado la trenza entre sus piernas y las de Marta y ha dicho:
-Cógela por tu lado.
Al instante Marta ha
entendido, ha estirado la trenza de modo que se le insertara bien por el eje y
ha parado para que Ester estirara por su lado. Y Marta ha dicho:
-¡Qué gustito! Lo
hacemos despacito, ¿se vale?
Y han estado
estirando de la trenza alternadamente ahora hacia Marta, luego hacia Ester.
Primero ha sido como Marta pedía y la trenza las recorría lentamente. Luego no
han podido contenerse, han subido el ritmo y han acabado a toda velocidad.
159: La trenza de Ester
Están aún en la mesa
del vagón restaurante y Marta coge la mano de Ester, se la besa y dice:
-Me ha gustado mucho
lo de antes. Me gusta que te inventes cosas.
-Lo malo es que en
esa postura no puedo ver la carita de placer que pones.
Marta se queda
pensando seriamente y dice:
-Pues hoy te
recortaré un poco el pelo para ir dejándote un mechón detrás a la izquierda.
Cuando te crezca, te haré una trenza, la cortaré y así podremos hacerlo de pie
frente a frente y con las dos trenzas.
Ester se pone a
pensar y dice:
-¿Cómo?
-Pues bien
compenetraditas. De pie como hoy pero cara a cara. Tú coges mi trenza por
detrás y yo te la recojo por delante; luego la vamos moviendo entre las dos
para darte gustito. Y yo cojo tu trenza por detrás y tú por delante y también
la movemos. Así nos damos gustito las dos mientras nos miramos, nos damos
besitos o lo que queramos.
Ester se queda
pensando imaginando la escena, coge la mano de Marta, se la besa y dice:
-Pues a mí también me
gusta que te inventes cuadritos.
160: Bajo la manta
Ester y Marta salen
del vagón restaurante y Marta insiste en el oído de Ester:
-¿Me lo harás con los
deditos de los pies?
-Pues claro. Andaba
pensando que podríamos hacer la colada. Entonces te lo hago en el compartimento
de la lavadora.
-Vale. Y luego,
mientras esperamos a que acabe, nos sentamos junto a la ventanilla de esa
manera que nos gusta. Y yo me pongo encima. ¿Me dejarás?
-Claro.
Llegan a su
compartimento con la idea de recoger la ropa sucia y, al abrirlo, ven un bulto
debajo de la manta. Marta dice:
-Son las muñequitas.
A saber lo que estarán haciendo.
Ester levanta
despacio la manta y, al aparecer las dos muñequitas, se quedan las dos mirando
como bobas. Al cabo de un momento Ester dice:
-Pues con todas las
cosas que nos inventamos aún no se nos había ocurrido eso que es tan fácil.
La muñeca morena está
tumbada boca arriba y con las piernas bien separadas. La muñeca rubia está
tumbada del revés, de lado y con las piernas también separadas e intercaladas
entre las de la morena. La humedad de la una está enganchada a la humedad de la
otra. Marta dice:
-Tápalas para que
sigan. Y antes de comer hemos de probar esa postura.
Ester las tapa con la
manta, se queda pensando y dice:
-¿Te acuerdas de que
la cieguecita dijo que aprenderíamos cosas con la manta? Pues ahí tienes.
161: Las bragas
Marta y Ester están
en el compartimento de la lavadora. Mientras Marta se desnuda Ester va sacando
la ropa sucia de una bolsa y la va metiendo en la lavadora. Y Ester dice:
-Mira.
Y le enseña a Marta
unas bragas completamente desgarradas.
Marta, que sabe que
fue ella, se ríe y dice:
-Para que veas cómo
me pones. No hace falta que las laves, las tiramos y ya está.
-Ni hablar. Cuando
paremos en una ciudad grande el año que viene, compraremos un marco como los
que sirven para fotos y las meteremos dentro.
A Marta le da la
risa.
Ester acaba de meter
la ropa en el tambor, pone el detergente y el suavizante, busca el programa y
la lavadora se pone en marcha. Luego se vuelve hacia Marta, que está tumbada
boca arriba a lo largo del compartimento y con las piernas separadas. Marta
dice:
-Ya sabes lo que
quiero.
Y Ester se quita los
zapatos y el calcetín del pie derecho. Luego se apoya con una mano arriba, en
el estante para el equipaje, y con el dedo gordo del pie derecho busca el
bultito de Marta. Cuando lo encuentre, empieza a frotar y dice:
-Hoy aún no nos hemos
dicho palabritas de amor.
Marta acaricia con
las dos manos el pie de Ester y dice:
-Tienes los pies más
bonitos que... que... que el cielo y las estrellas.
-Pues tú tienes el
bultito más tierno y más dulcecito que... que... que...
-Pero eso no son
palabritas de amor sino de gustito.
-Pues entonces,
¿sabes qué?: que me gustaría hacerme pequeñita y meterme por tu ombliguito para
llenarte de besos por dentro.
162: El deseo de Marta
Ester está dando
placer a Marta con el dedo gordo del pie mientras las dos se van diciendo
palabras de amor. Y Marta, que no para de acariciar el pie de Ester, dice:
-¿Te acuerdas cuando
me dijiste que, cuando te ponías tú sola, pedías antes un deseo y era que yo
viniera para hacerlo las dos juntas? Pues ahora yo, cada noche pido un deseo
antes de dormir.
-¿Ah, sí?, ¿y qué
deseo es?
-Pues lo que a ti te
gusta, que podamos tener una casita para las dos.
Ester se enternece y,
si no fuera porque está de pie y Marta tumbada, se abrazaría a ella y le
llenaría la cara de besos. Se conforma con avanzar la cabeza, acumular saliva y
dejársela caer en el ombligo. Luego dice:
-¿Qué pasa?, ¿no te
gusta lo que te hago? Porque llevamos más de diez minutos y...
-Pues claro que me
gusta. Pero te acuerdas de aquel día en que yo te lo hacía vestida y me dijiste
que si no me desnudaba no llegarías. Pues lo mismo.
Ester, sin parar de
frotar a Marta, se desabrocha despacio la blusa y luego se quita los sostenes.
En el momento en que Marta le ve los pechos, le presiona el pie y empieza a
mover la cintura en círculo mientras dice:
-Ay, ay, ay. ¿Lo ves?
En cuanto empiezas a desnudarte me viene el gustito fuerte.
-No exageres.
Ester ha de apartar
el pie de entre las piernas de Marta para poder quitarse los pantalones y las
braguitas. Se los quita despacio mirando a Marta a los ojos y viéndole todo el
deseo contenido. Ester se quita por fin el calcetín izquierdo y vuelve a poner
el pie derecho entre las piernas de Marta, que da una sacudida y dice:
-¡Ay, Ester! No
pares, no pares, que no puedo más.
163: Los pezones de Marta y Ester
Mientras la lavadora
avanza, Ester, de pie, sigue moviendo el dedo gordo del pie entre las piernas
de Marta, que empieza a estremecerse de placer. Ester la mira y Marta le
devuelve la mirada mientras se va retorciendo. Al acabar, Ester se tumba junto
a ella y, recordando lo que Marta acaba de decir, que cada noche pide como
deseo una casa para las dos, le llena la cara de besos. Marta se le abraza
fuerte y le dice:
-Me gusta tanto
cuando me lo haces con el pie...
-¿Y las otras veces?
-Las otras veces
también.
Se quedan un rato
abrazadas y calladas. Luego Marta pregunta:
-¿Le queda mucho a la
lavadora?
-Sí, aún queda un
ratito.
-Es que me lo has
hecho tan bien que he perdido la noción del tiempo.
-¿Pues ves cómo tú
también sabes decir cosas bonitas?
-Pero tú más.
Deciden incorporarse
y sentarse las dos en el asiento junto a la ventanilla. Ester se sienta debajo
y Marta, encima. Juntan las mejillas y ven que fuera hay niebla. Ester dice:
-Eso es que estamos
cerca de un río. Y por eso debemos de estar castigados, porque habría niebla y
el maquinista no vería la señal de reducir la velocidad para cruzar el puente.
Mientras tanto, Ester
ha dividido en dos el cabello de Marta y le ha cubierto los pechos con cada
mitad. Ahora le está acariciando los pezones mientras Marta se balancea para
acariciar también los pezones de Ester con su espalda. Y Ester dice:
-¡Qué duros se nos
ponen los pezoncitos!
-Pues sí. Y si
quieres empiezo ya.
164: Líquidos
La lavadora ha
acabado y ahora Marta y Ester están tendiendo. Y Marta dice:
-La otra vez que lo
hicimos sentaditas ahí también llegamos mientras la lavadora centrifugaba.
-Sí. A lo mejor es
que nos aceleramos al ritmo de la lavadora.
Marta ríe y dice:
-¿Sabes lo que me
gusta mucho de hacerlo así, pasando el dedito primero por una y a continuación
por la otra? Pues que como con el dedito te recorría a ti y después a mí y
estábamos tan mojaditas, al pasarte el dedito recogía tus líquidos y, como
después me pasaba el dedo yo, me mojaba con ellos. Y luego al revés, que te
mojaba a ti con mis líquidos.
-Casi es como cuando
yo te echo babitas dentro de la boca y te las tragas.
-Ah, y luego hemos de
hacer lo que hacían las muñequitas. Y, como estaremos las dos muy mojaditas y
juntadas por ahí abajo, también se nos mezclarán los líquidos.
-Pues sí. Y me parece
que será muy bonito, ¿Sabes por qué? Pues porque como donde más gusto nos da es
en el puntito...
-Sí, que me da
gustito tanto si me lo tocas tú como si te lo toco yo. Porque cuando te pongo
la lengua o el dedito, me va entrando un no sé qué por dentro.
-Es lo que me ha
pasado antes cuando te lo hacía con el dedito del pie. Como desde que me das
besitos en los pies los tengo más sensibles, cuando te estaba acariciando me
iba subiendo por las piernas un gustito que se me metía bien dentro.
-Pues imagínate lo
que nos gustará hacerlo juntando los dos puntitos y frotándonos.
-Sí, seguro que nos
ponemos locas. Será mejor que las dos nos pongamos las braguitas en la boca
para no organizar un escándalo.
-Sí, será mejor. Lo
que no entiendo es por qué no se nos había ocurrido antes hacerlo de esa
manera, con lo fácil que es.
Acaban de tender, se
visten y salen cogidas de la mano del compartimento de la lavadora en dirección
al suyo. Ya en el pasillo ven venir hacia ellas un niño que, al verlas, se
queda parado y dice:
-Sois muy guapas las
dos.
165: La novia del niño
Ester y Marta se han
parado en el pasillo frente a un niño que, al verlas, les ha dicho que eran muy
guapas. Ester le contesta:
-Gracias, niño. Tú
también eres muy guapo.
-Cuando sea mayor
quiero tener una novia como vosotras.
-¿Como cuál de
nosotras?
El niño las mira a
las dos, se queda pensando y dice:
-Como las dos, que
las dos sois muy guapas. Eso es, quiero tener dos novias, una morena como tú y
otra rubia como tú.
Marta y Ester se ríen
y el niño se despide de ellas, que entran en su compartimento y se vuelven a
desnudar. Marta dice:
-A ver cómo nos
ponemos para hacerlo igual que las muñequitas.
Ester, que ya está
tumbada de medio lado mirando hacia la puerta, dice:
-Túmbate aquí boca
arriba mirando hacia la ventanilla y separa las piernas.
Marta obedece y Ester
se va acercando:
-Levanta un poquito
la espalda.
Marta levanta la
espalda y Ester le va pasando una pierna, flexionada, por debajo, y la otra por
el vientre. Marta dice:
-Acércate bien
despacito.
Ester sigue
moviéndose hasta quedar con la humedad enganchada a la de Marta. Se miran la
una a la otra, quietas, hasta que Marta dice:
-Te siento muchísimo.
-Yo también.
Ester se mueve sólo
un poco y Marta abre los ojos y la boca con expresión de sorpresa. Luego dice:
-Si no lo hacemos
despacio duraremos muy poquito.
-Pues lo hacemos
despacio.
A los cinco minutos
ya tiene cada una en la boca las bragas de la otra, están sudando y Ester araña
el muslo de Marta mientras Marta da golpes con la planta del pie en la espalda
de Ester.
166: El tubo de PVC
Al abuelo lo que
verdaderamente le hace ilusión, más que la casa, es el yacuzi para Marta y
Ester. A diferencia de la casa formada por piezas que hay que ensamblar, el
yacuzi ha tenido que construirlo artesanalmente con yeso, tela asfáltica y
otros materiales. También ha trabajado en las conducciones de agua: la casita
se surtirá con un tubo de pvc que, como una acequia, recogerá agua de uno de
los ríos de la maqueta, precisamente el que pasa bajo el puente donde el
maquinista del convoy 89 no respetó la limitación de velocidad, y, mediante una
suave inclinación, pasará bajo el bastidor de la maqueta hasta debajo de la
plataforma de escayola. Allí instalará una bomba que elevará el agua hasta un
cuartito en la buhardilla de la casa donde se repartirá en dos depósitos, uno
para el agua caliente y otro para el agua fría. Pero lo de los depósitos vendrá
después.
De momento tiene
todas las piezas del tubo de pvc que, a base de tramos rectos, codos y flexos,
llegará con precisión, si no se ha equivocado en las repetidas mediciones,
desde el río hasta la plataforma de escayola. Pero será el nieto quien habrá de
meterse bajo la maqueta porque su esqueleto no está para esos trotes y si le da
el lumbago...
167: Sobremesa
El tren sigue envuelto en la niebla y Ester y
Marta están acabando de comer. Como suelen hacer cada día, Ester pela una
naranja y Marta una manzana. Luego las dividen en dos mitades y se las
reparten. Ester dice:
-¿A que ha sido muy
bonito? Con tus pelitos rubios mezclados con los míos, con tu bultito sonrosado
bien pegadito al mío... y, cuando te movías, se te movían las tetitas que
parecía que temblaran.
-Sí, que a veces
también te sentía el pie en las tetitas.
-Y te he arañado un
poquito en la pierna pero no te he hecho sangre.
-Y yo te daba
pataditas en la espalda.
-Pero lo más bonito
era estar enganchaditas por ahí y tener juntos los puntitos.
-¿Sabes qué? Que me
estás poniendo mimosa. Ya me siento mojada y así no sé si podré echar la
siesta.
Y Ester dice:
-Bueno, no pasa nada.
Al llegar al compartimento te desnudas y te doy un repasito. Te lleno el culito
de besos y verás qué siesta más rica.
Marta, al oír lo que
ha dicho Ester, se mueve instintivamente en el asiento. Luego se queda pensando
y dice:
-Bueno, pero las dos
juntas. ¿Te acuerdas de que esta mañana, en el desayuno, has dicho que hoy nos
podíamos dar una chupadita rica.
-Sí, pero entre una
cosa y otra nos hemos olvidado.
-Pues nos la damos
ahora antes de la siesta.
168: Cariño y deseo
Marta y Ester se han
puesto artísticas la una con la otra. Marta encima y Ester debajo. Se han dado
palmaditas la una a la otra, se han soplado, se han llenado de babas, se han
hurgado con los dedos, se los han puesto dentro y, por fin, se han pasado la
lengua ávidamente. Y han acabado tan rendidas que Marta se ha dejado caer tal
como estaba y ha quedado con la cabeza a los pies de Ester. Y los pies de Marta
junto a la cabeza de Ester. Marta se ha quedado dormida y Ester poco después
tras cubrir los cuerpos de ambas con la manta.
Ahora Marta se
despierta y toma conciencia despacio. Recuerda por qué está en esa posición y no
agarrada como siempre a la cintura de Ester y se preocupa porque piensa:
-Fue así, durmiendo
del revés, como Ester tuvo la pesadilla.
Reacciona besando los
pies de Ester y, al instante, siente que Ester está besando los suyos. Se
tranquiliza: Ester no ha tenido ninguna pesadilla. Quizá será porque la manta
las protege. Visto cómo ocurren las cosas en el tren, seguro que es por eso.
Marta se incorpora
para poner su cuerpo en paralelo al de Ester y sonríe cuando ella, como cada
día después de la siesta, se prepara para las caricias: ha separado las piernas
y la mira con una mezcla de cariño y deseo.
169: Azucenas y rosas
Ester y Marta han
echado atrás los asientos del compartimento y ahora están sentadas una junto a
la otra de cara a la máquina. En el exterior del tren sigue la niebla. Ester
tiene un libro sobre los muslos y va pasando las hojas:
-Mira qué flores más
bonitas. Son azucenas. Mira qué pétalos tan blancos.
A Marta le gusta que
Ester hable y le cuente cosas. Porque todo lo que sale de la boca de Ester le
parece dulce. Y Ester ha vuelto a hablar de su casita:
-Y si tenemos una
casita la llenaremos de flores. En los balcones, en las ventanas, en el
jardín... Y cada día tendremos un ramo bien bonito en la habitación. ¿Y sabes
qué?: que tendremos rosales. Y te pondré encima de la cama desnudita y te
llenaré el cuerpo de pétalos de rosa. Y luego te daré besitos.
-¿A los pétalos o a
mí?
-A ti, tonta. Y
también plantaremos arbolitos. Como nos gustan tanto las manzanas y las
naranjas, pues plantaremos manzanos y naranjos y, cuando tengamos hambre, pues
eso. Y tengo otro libro de flores y plantas que dice que las flores del naranjo
huelen muy bien en primavera...
Marta cierra los ojos
y se imagina envuelta en aroma de azahar mientras oye a Ester suspirando y la ve
mover los deditos de los pies. Luego mira el libro de Ester, que dice:
-Qué bonito, eso es
una buganvilla. Si ponemos una en el jardín junto a la casa, subirá por la
pared hasta el tejado.
170: Fontanería
Aprovechando que es
sábado y el nieto no tiene colegio, el abuelo le ha convencido, con un billete
que da para un quilo de chuches, para que deje de ver los dibujos animados y se
meta bajo la maqueta a hacer los empalmes necesarios con el tubito de pvc desde
el río hasta la plataforma de escayola que, previamente, ha perforado con una
broca de diámetro mínimo. Y también ha
sabido instalar la bomba que ha de impulsar el agua hasta los depósitos que
habrá que instalar en la parte alta de la casa.
Tras hacer las
pruebas necesarias y comprobar que, efectivamente, el agua discurre hasta la
plataforma de escayola sin pérdidas por las junturas de los tubitos de pvc, el
abuelo se siente satisfecho y orgulloso de su nieto. Y si se da prisa, piensa,
aún puede llegar a la hora de los chatos en la barra del hogar del jubilado.
Al tercer chato y
mientras sus amigos andan preocupados por si el gobierno subirá o no las
pensiones, el abuelo cae:
-¿Y la piscina? Tanto
darle vueltas al yacuzi me he olvidado de la piscina.
De vuelta a casa le
da vueltas a la piscina:
-Tampoco es tan
complicado. En un rincón de la plataforma de escayola agujereo con la sierra
del Black and Decker y luego más tubitos de pvc que vengan desde el depósito de
agua fría. Ah, y con el escalímetro calcularé una piscina cuyos lados guarden
la proporción áurea.
Al abrir la puerta de
casa vuelve a la realidad y cae en que no va a poder evitar que su hija le riña
cuando se dé cuenta de la cantidad de chatos que se ha bebido.
171: Luna llena
La niebla se ha ido
disipando mientras Marta y Ester seguían mirando el libro de flores y plantas.
Ahora vuelven de cenar y, al llegar al compartimento, se encuentran a las
muñequitas sentadas en el sitio que ellas ocupaban antes de cara a la máquina,
y formalitas y cogidas de la mano. Se sientan enfrente, Ester coge el libro y
lo abre por la marca que habían dejado antes de cenar, una página con fotos de
helechos. Dos páginas más allá dice:
-Mira, hiedra. Cada
vez tengo más ganas de tener una casita. Porque si la tuviéramos podríamos
poner hiedra subiendo por la pared.
-¿Pero no querías
poner una buganvilla?
-Bueno, en una pared
una buganvilla y en otra, hiedra.
Siguen pasando
páginas hasta acabar el libro y Ester lo cierra sobre sus piernas. En la
contraportada hay una foto con un campo de amapolas. Lo miran y Ester apoya la
cabeza en el hombro de Marta y dice:
-Me gustaría estar
tumbada contigo en un campo de amapolas.
-Pero si estuviéramos
tumbadas encima las chafaríamos con nuestro peso.
Ester se queda
pensando y dice:
-Bueno, podríamos
poner la manta encima de las amapolas y tumbarnos nosotras encima de la manta.
Como con la manta no puede pasar nada malo, cuando nos levantáramos y
quitáramos la manta, las amapolas volverían a estar bien lozanas.
-Claro.
-¿Nos acostamos ya?
Empujan los asientos
hacia delante para que se unan los de un lado y el otro formando la cama y se
desnudan. Marta va a apagar la luz mientras Ester va a la ventanilla a correr
la cortina para que a la mañana no les entre el sol y, antes de correrla, dice:
-Apaga la luz y ven.
Verás qué bonito.
Marta acude junto a
Ester, mira por la ventanilla y dice:
-Sí, la luna llena.
¡Qué bonita está!
172: De rodillas
Ester y Marta están
desnudas, arrodilladas frente a la ventanilla, cogidas por la cintura y mirando
embobadas la luna llena en el cielo. Al cabo de un rato Marta dice:
-¿Estás pensando lo
mismo que yo?
-¿Que no lo hemos
hecho nunca con luna llena? Pues claro.
Entonces Marta cambia
de posición, se sitúa de rodillas con las piernas separadas y mirando hacia la
cola del tren, y le pide a Ester que se coloque frente a ella y con las
rodillas pegadas a las suyas. Ester lo hace y Marta empieza a acariciarle la
cara. Y Marta dice:
-¡Qué bonito se te ve
el cuerpo, que te brilla con la luna!
Y Ester contesta:
-Pues el tuyo aún
más. Como lo tienes tan blanco y la luz de la luna también es blanca...
Ester acaricia los
hombros de Marta y, cuando Marta se cubre los pechos con el cabello como
siempre que están junto a la ventanilla, Ester le aparta el cabello, vuelve a
dejarle los pechos al descubierto y dice:
-A esta hora no nos
puede ver nadie. Y las tetitas se te ven
aún más bonitas con la luna.
Se quedan las dos
mirándose la una a la otra y, al cabo de un rato, Marta se pasa el dedo y,
humedecido, se pone a recorrer con él el labio inferior de Ester. Luego Ester se
lo introduce en la boca, lo chupa, lo muerde suavemente, repite cuanto había
hecho Marta y dice:
-Cuando queremos
ponernos bien loquitas lo hacemos muy bien.
Marta sonríe y Ester
le dice:
-Me voy a beber tu
sonrisa.
Acerca sus labios a
los de Marta y juega a rozárselos, sólo rozárselos. Hasta que Marta empieza a
bajar despacio la mano por el vientre de Ester y Ester por el de Marta. Se
buscan. Cuando se encuentran Ester mete la lengua en la boca de Marta y empieza
a moverla nerviosamente. Marta la sigue y, al cabo de un momento, se aparta y
dice:
-No te pongas
ansiosa. Vamos a hacerlo despacito, que es mucho más rico.
Quedan las dos a la
luz de la luna amándose con los labios y con las manos. Y sintiéndose en el
corazón.12
173: La cabaña y el prado
Marta despierta y, al
acabar de tomar conciencia, se sorprende. No se ha despertado en la postura de
todos los días, tumbada de lado y abrazada a la cintura de Ester sino tumbada
boca arriba y cogida a ella de la mano. Al momento recuerda: es la misma
postura –piensa- en que acababa lo que he soñado.
Ester también
despierta y, antes de abrir los ojos, se gira hacia Marta, la rodea con los
brazos, le dice al oído que la quiere, le da el beso de buenos días y frota su
cuerpo contra el de ella. Luego, ya abiertos los ojos, le dice al otro oído:
-¡Que bonito fue lo
de anoche!
Marta también le dice
que la quiere, también se frota contra ella y luego dice:
-Hoy también he
soñado. Pero parecido a lo que tú soñaste ayer, que íbamos las dos por un
camino en bici cogidas de la mano. Pero de repente se ha puesto a llover y
nosotras corríamos porque cada vez llovía más. Hasta que hemos encontrado una
cabaña, que sería de leñadores, y nos hemos metido dentro para resguardarnos. Y
la cabaña era muy grande y también hemos metido las bicis. Luego nos hemos
desnudado y hemos puesto la ropa encima de unas piedras a ver si se secaba un
poco y nos hemos tumbado una junto a la otra cogidas de la mano mirando hacia
la puerta. Y era bonito ver caer la lluvia. Y olía muy bien, a hierba y a
tierra mojadas.
-Pues seguro que eso
es la continuación de lo que yo soñé ayer. Porque yo también he soñado algo parecido
a lo que tú soñaste. Estábamos las dos desnudas tumbadas en el prado... ¿Te
acuerdas del prado que soñaste?
-Sí, que me desperté
cuando estábamos a punto de hacerlo. ¿Lo hemos hecho en tu sueño?
-Bueno, no. Porque
estábamos tumbaditas tomando el sol y, entonces, te has levantado, me has
cogido de la mano, me has llevado corriendo hasta el agua, hemos saltado las
dos cogidas y luego hemos ido nadando hasta una roca que había en medio, nos
hemos subido y hemos estado un ratito sentadas encima diciéndonos bobaditas.
Luego nos hemos vuelto a meter en el agua, nos dábamos besitos y nos
abrazábamos y, cuando yo te he empezado a tocar por abajo, me has pedido que me
estuviera quieta porque era muy hondo y nos podíamos ahogar. Entonces hemos ido
nadando hasta la orilla y hemos salido del agua junto a los sauces que decías
ayer. Y nos hemos tumbado sobre la hierba. Y así estábamos, tumbaditas mirando
al cielo, cuando me he despertado.
-Pues entonces, en el
próximo sueño ya nos pondremos a hacerlo.
-Seguro que sí. Ah, y
¿sabes qué? Que no sé nadar. O sea que cuando sueño sí sé. Sé ir en bicicleta y
nadar.
174: La parada
Al acabar de hablar y
levantarse Ester y Marta caen en la cuenta de que el tren está parado. Ester
corre la cortina de la ventanilla y ve que están en un tramo de doble vía en
medio de un bosque de abetos. Y Marta pregunta:
-¿Pasa algo?
-No. Me parece que ya
sé dónde estamos, en un tramo corto de doble vía que sirve para apartar trenes.
-¿Y para qué los
apartan?
-Pues nos han
apartado para que nos adelante otro tren más rápido que viene detrás o para
cruzarnos con otro que viene de cara. Si ellos hubieran llegado antes serían
ellos los que estarían aquí parados.
-¿Y sabes si
estaremos mucho tiempo?
-No sé. A lo mejor un
ratito o a lo mejor hasta mañana.
Al ir a desayunar se
cruzan con el revisor:
-Buenos días, señor
revisor.
-Buenos días,
señoritas.
-¿Sabe si estaremos
mucho rato parados?
-No sé. Pero si
queréis ir a dar un paseo ya sabéis que no hay ningún problema. Antes de salir,
el tren pita varias veces y, después, espera diez minutos para que vuelva todo
el mundo. Hay gente que ha salido con cestas a buscar setas y dice Claire que,
cuando acabe con los desayunos, ella también saldrá.
-Gracias, señor
revisor.
175: El bosque
Al acabar de
desayunar Marta le pregunta a Ester:
-¿Saldremos fuera a
dar un paseo, verdad?
-Sí, que con esos
sueños que hemos tenido me dan ganas de estar contigo en medio del campo.
Se levantan, se cogen
de la mano y, al llegar a la primera plataforma entre vagones, Marta se queda
parada mientras Ester sigue andando. Ester, al tirar de ella la mano de Marta,
para y Marta le pregunta señalando la portezuela del tren:
-¿Pero no íbamos a
salir fuera?
-Sí, pero vamos a
hacerlo bien. Primero vamos al compartimento a buscar la manta.
Marta se ríe y dice:
-Es que estás en
todo.
Como el tren está
parado en un tramo en curva el revisor, desde cinco vagones por delante del de
Ester y Marta, las ve saltar afuera con la manta y piensa:
-Pues no parece que
esas dos vayan a buscar setas.
Luego se queda
mirando cómo se adentran en el bosque.
176: Al aire libre
Ester y Marta,
cogidas de la mano, vuelven del bosque hacia el tren porque se acerca la hora
de comer. A lo largo de toda la mañana, el tren ha ido silbando esporádicamente
para que se orientaran y no se perdieran quienes habían salido al bosque a
buscar setas o, simplemente, a pasear. Pero Marta y Ester, al salir del tren,
habían intentado, siempre que los árboles se lo permitían, caminar en línea
recta hasta encontrar el lugar idóneo. Y luego, al desnudarse, habían dejado
los zapatos con la punta orientada hacia la vía.
Al llegar a un claro
Ester dice:
-Ha sido tan
bonito... Porque ha sido muy bonito hacerlo al aire libre, ¿verdad?
Marta se para, se
gira hacia Ester, le coge la otra mano, la mira a los ojos y le dice:
-Sí, ya te lo he
dicho. Lo más bonito ha sido hacerlo sintiendo el aire en la piel. Y cuando estabas
encima de mí. Tú te movías y yo te miraba la cara y el cuerpo porque lo mueves
muy bien, ¿sabes?; pero después, cuando, a puntito de llegar, te has dejado
caer y has empezado a darme mordisquitos suaves en el hombro y a decirme al
oído: Marta, Marta, no puedo más, te quiero mucho... pues entonces yo miraba al
cielo y a las copas de los árboles y era muy bonito.
-Sí, y me has puesto
el dedito detrás.
-Y te acariciaba la
espalda con la otra mano. Y tú movías todo el cuerpo encima del mío. Y yo
notaba en las manos y el cuerpo todo el placer que sentías y miraba al cielo.
Ah, y movías los pies acariciándome las piernas porque sabes que con los pies
me pones loca.
Ester se ríe y dice:
-Lo he hecho sin
querer. Me ha salido así porque me gustaba todo tanto...
-Te pones tan dulce y
cariñosa cuando llegas...
177: El claro del bosque
Marta y Ester están
frente a frente cogidas de las dos manos hablando de lo mucho que les ha
gustado hacerlo al aire libre. Y Ester dice:
-Pues cuando
estábamos dándonos la chupadita y yo estaba debajo... porque si estamos en
nuestro compartimento y yo estoy debajo, si miro te veo el culito y el techo
del compartimento, pero hoy te veía el culito y también el cielo y las copas de
los árboles, que las movía el viento. Ah, y había un pajarito posado en una
rama.
-¿Y nos miraba?
-Me parece que sí.
-Pues qué vergüenza.
Lo que Ester no le
dice, porque sabe que no le haría ninguna gracia, es que también las han visto
Claire y su novio. Estaban las dos tumbadas de medio lado frente a frente y
hablando, y Ester los ha visto escondidos detrás de un árbol y espiándolas. Ha
sentido unos celos instintivos porque, desde allí, veían desnuda a Marta de
espaldas y, en un gesto espontáneo de posesión, le ha pasado el brazo por el
hombro y ha empezado a besarla. Al acabar el beso, Claire y su novio aún
estaban allí, y Marta, sin saberlo, se ha tumbado boca arriba, ha abierto los
brazos en cruz, ha separado las piernas y ha sido cuando ha dicho que le
gustaba sentir el aire:
-¿Me tocas un
poquito? Se está tan bien así con el aire acariciándome la piel. Y si tú
también me acaricias, pues perfecto.
-¿Y te acaricio sólo
un poquito?
-Bueno, lo que tú
quieras y donde tú quieras.
Entonces Ester se ha
dado cuenta de que, al estar Marta tumbada boca arriba, Claire y su novio
también la veían desnuda de frente. Por eso en seguida le ha tapado los
pelillos con la mano mientras la empezaba a acariciar con el dedo y ha ido con
los labios a su pecho izquierdo mientras cubría con su cuerpo el derecho. Y ha
pensado:
-Vosotros seguid
mirando y veréis lo que le sé hacer.
Y como Claire y su
novio ya se habían ido cuando Marta ha acabado, no se ha enterado de que habían
estado allí mirándolas.
178: Destinos unidos
Ester y Marta
reemprenden la marcha hacia el tren y Ester dice:
-También por eso
quiero que tengamos una casita. Que lo queremos hacer dentro en la cama, pues
lo hacemos. Que lo queremos hacer al aire libre, pues salimos al jardín o nos
vamos al bosque. Ah, y si nos ponemos románticas como con la luna llena, nos
tumbamos cogiditas de la mano mirando la puesta de sol y a ver qué pasa.
Y Marta contesta:
-¿Te acuerdas de que
el otro día te dije que cada noche pedía nuestra casita como deseo? Pues ahora
la pido también cuando lo hacemos. Justito antes de llegar: tanto si lo hacemos
las dos juntas como si me lo haces; y si te lo hago yo, cuando tú estás a
puntito.
-Entonces seguro que
tendremos nuestra casita.
Siguen caminando y,
cuando ya tienen el tren a la vista, Marta dice:
-¿Y no podríamos
marcharnos del tren por nuestra cuenta y buscar una casita?
-No podemos. Sólo nos
podemos bajar cuando lo diga el revisor. Si nos bajamos sin decírselo seguro
que nos castigan y nos quedamos sin casita.
Marta se queda
pensando y dice:
-Entonces, ¿la gente
sólo se puede bajar cuando lo dice el revisor?
-Sí.
-¿Y si te dice a ti
que te bajes y a mí no?
-Eso no puede ser.
Nadie se baja solo. Imagínate los niños o sus papás. Si se bajara un niño sin
su papá o un papá sin su niño... Y a nosotras nos mandará bajar juntitas porque
sabe que estamos juntitas. ¿Te digo un secreto?: pues que me gustó mucho cuando
nos riñó porque éramos unas escandalosas. Porque si nos riñó fue porque sabía
lo que hacíamos...
-Pues qué vergüenza
que todo el mundo sepa lo que hacemos: la viejecita ciega, los pajaritos y
ahora el revisor.
-Pero todos saben que
lo hacemos porque nos queremos. ¿Te acuerdas de lo que le dije al revisor el
día en que se acabó el racionamiento? Pues que tú y yo nos queremos tanto que
no nos podemos morir nunca para poder seguir queriéndonos. Y eso era por si no
se había enterado. Por eso, cuando mande bajar a una del tren mandará bajar
también a la otra.
-¿Y eso cuándo será?
-Pues no sé. A lo
mejor mañana o a lo mejor dentro de diez años.
Marta se queda
pensando y dice:
-Pero en el tren también
estamos bien, ¿o no?
-Pues claro.
179: La sucesión de Fibonacci
El abuelo no necesita
oír las conversaciones de Marta y Ester para seguir con la construcción de su
casita. Ya tiene la piscina en una esquina de la plataforma de escayola y siguiendo las proporciones de la regla áurea.
Primero construyó una sucesión de Fibonacci en un hoja de cálculo y, cuando vio
que entre 10.946 y 6.765 se daba la proporción precisa, intentó, con el
escalímetro, que esas fueran las unidades teóricas que midieran los lados de la
piscina. Luego perforó la escayola, construyó el suelo de la piscina de modo
que por un lado el agua les llegara hasta apenas la cintura y por el otro las
cubriera completamente, puso tela asfáltica, volvió a cubrir con escayola, lo
pintó todo de azul y preparó una conducción que recibiera el agua del depósito
que iría en la planta superior de la casa.
Ahora está en su
tallercito ensamblando las piezas prefabricadas de la planta inferior. Otro
problema tiene que resolver, la chimenea: cómo meter en el salón de esa planta
inferior una chimenea y hacer pasar el tiro por las otras dos plantas.
Minucias.
-Ah, y otra cosa
–piensa el abuelo-. Habrá que poner también un apeadero junto a la casa para
que sepan dónde se tienen que bajar.
180: Culpabilidad
Ester y Marta se han
subido ya al tren, han ido al compartimento a dejar la manta y, desde allí, han
ido al vagón restaurante. Claire les ha servido un plato de setas a la brasa a
cada una diciendo:
-Ya veréis qué ricas
están. Son de las que han cogido los pasajeros esta mañana en el bosque. Mi
novio y yo también hemos salido a coger.
Ester las prueba y
dice:
-Pues es verdad.
Están muy ricas.
Marta espera que
Claire se marche. Luego se queda mirando el plato y contesta:
-Pues yo me siento un
poco culpable. La gente recogiendo setas para que nos las comamos mientras
nosotras estábamos dándole al asunto.
Ester piensa durante
un momento y dice:
-Bueno, pues esta
tarde lo que podemos hacer es, en vez de dormir la siesta, ir a buscar setas.
Marta asiente, se queda
más tranquila y lleva el tenedor al plato:
-Sí, están muy ricas.
Al acabar de comer,
le piden un cesto a Claire y Marta dice:
-Pasamos primero por
el compartimento a buscar la manta. Porque una cosa es que no echemos la siesta
y otra muy diferente que nos saltemos lo que te hago siempre al despertar.
Ester sonríe.
181: La puesta de sol
Hasta que no han
llenado la cesta de setas, Marta y Ester no han parado a descansar. Entonces
han extendido la manta, se han desnudado y Ester se ha puesto en posición. Marta
ha dicho:
-Mira, casi es como
tú decías, hacerlo a la puesta de sol. Aún queda un poquito, pero el sol se irá
escondiendo detrás de los árboles mientras te lo haga. Y luego ya hemos de
volver al tren antes de que oscurezca más.
-Bueno, pues al
volver te hago yo algo.
Ahora ya vuelven a
estar en su compartimento después de haber entregado las setas a Claire para
que se las diera al cocinero. Se desnudan, se tumban, se cubren con la manta,
se cogen de la mano y miran al cielo a través de la ventanilla. Al cabo de un
rato Marta dice:
-¿No decías que me
ibas a hacer algo?
Ester intercala su
pie izquierdo entre los pies de Marta y empieza a acariciarle el derecho. En
seguida Marta dice:
-Ya sabes que con tus
pies en seguida me pongo tierna y deseosa.
-Pues claro. Así es
como te quiero tener.
-¿Sabes lo que
podemos hacer? Nos podemos tocar un poquito así mismo, suavecito y mirando por
la ventanilla. Pero sobre todo, no dejes de acariciarme con el pie. Y podemos
seguir hablando tal como estamos, dándonos gustito suave. Si luego nos vienen
más ganas, pues ya nos ponemos y lo hacemos a lo bruto, como tú dices.
Ester se ríe, levanta
un poco la manta, recoge la larga melena de Marta y se la lleva a los pechos
diciendo:
-Pues si a ti te
gusta sentir mis pies a mí me gusta sentirte el pelo.
Se están acariciando
y hablando de sus cosas cuando Marta dice:
-A ver si esta noche
seguimos soñando lo mismo que las noches anteriores. Si seguimos, ya sabes lo
que va a pasar.
-Pues sí, será
inevitable.
182: Bajo la lluvia
Ester y Marta duermen
en la misma posición de siempre. Ester se sabe abrazada por Marta y está
soñando con ellas dos tumbadas en la cabaña. Cada vez llueve más y oyen la
lluvia golpear el techo. De pronto, Marta dice:
-Como al fondo está
oscuro, no hemos mirado lo que hay en la cabaña. A lo mejor hay leña y podemos
encender un fuego para secarnos los vestidos.
Se incorporan y,
efectivamente, palpando y palpando encuentran en un rincón un montón de leña,
una caja de cerillas y hojas secas. Ponen tres leños en forma de trípode y
debajo un montón de hojas. Marta las prende y, en seguida, tienen su hoguera.
Acercan las ropas y vuelven a tumbarse como antes, mirando la lluvia del
exterior. Y Ester dice:
-¿A que es bonito
tener lluvia a un lado y fuego al otro.
-Mucho. Y claro, para
eso también quieres la casita. Para tumbarnos, cuando llueva fuera, delante de
nuestra chimenea.
Ester sonríe y dice:
-¿Y a qué no sabes
qué haríamos?
Marta no tarda en
subirse encima de Ester y juntar sus labios con los de ella.
183: Bajo el cielo azul
Marta duerme abrazada
a Ester y sueña con las dos desnudas y tumbadas en el prado y mirando el cielo
azul. Ester señala una nube solitaria y dice:
-¿Sabes si hay dos
nubes iguales, completamente iguales, en el cielo?
-Me parece que no.
De pronto oyen
balidos de ovejas detrás de ellas. Marta se sobresalta y, con un gesto
instintivo, se tapa los pelillos con la mano derecha y los pechos con el brazo
izquierdo.
Ester, tan tranquila,
se ríe, le dice que sólo son ovejas y que pastan sin más vigilancia que un
perro.
-Pero si vienen los
pastores...
-No van a venir. Las
ovejitas saben el camino y, al atardecer, el perro las acompañará al establo.
Además, es bonito oír los balidos de las ovejas con el murmullo del río y el
canto de los pájaros. Y ¿sabes qué? Que
no sé si todo es bonito o lo veo yo bonito porque estoy contigo. Si es que me
inspiras...
Y se sube encima de
Marta y empieza a besarla. Marta le pide que se esté quieta, que le da
vergüenza con las ovejas mirando pero Ester le besa los ojos y luego los oídos.
Por fin dice:
-Sólo tienes que
tener los sentidos para mí.
Y vuelve a besarla en
la boca.
184: Despertares dulces
Ester y Marta están
soñando. Ester sueña que está en la cabaña con Marta encima, que oye la lluvia
caer y que siente la lengua de Marta dentro de su boca. Marta sueña que está en
el prado, que oye los balidos de las ovejas y el canto de los pájaros y que
Ester, al meterle la lengua en la boca, la ha liberado de todos sus pudores.
Entra una rendija de
luz por la ventanilla del compartimento y Marta y Ester empiezan a despertar.
Marta va tomando conciencia sin dejar de mover la lengua y, antes de abrir los
ojos, siente que no es como estaba soñando y que no es la lengua de Ester la
que siente en la punta de la suya. También Ester siente que la lengua de Marta
no está donde la estaba soñando. Los
cerebros de una y otra se van abriendo despacio, al ritmo de sus lenguas, al
nuevo día y, sin necesidad de abrir los ojos, cada una de ellas va sabiendo
cómo tiene situado el cuerpo de la otra. Y saben que han de seguir moviendo la
lengua porque para eso la tienen, para darse placer y para decirse palabras de
amor.
Ya luego, mientras se
están untando las tostadas con mermelada en el vagón restaurante, Ester dirá:
-¡Que despertar más
rico hemos tenido! Seguro que significa que hoy estaremos más cariñosas que
otros días.
Y Marta contesta:
-Todos los días
estamos muy cariñosas.
185: Otra vez
Marta y Ester vuelven
de desayunar y, tras entrar en su compartimento, Ester sacude la manta y la
extiende en el suelo. Luego se desnudan las dos, Ester se tumba en el centro de
la manta con las piernas separadas y le dice a Marta:
-Siéntate aquí
delante, entre mis piernas.
Marta se sienta
frente a Ester con las piernas cruzadas. Entonces Ester se separa los
repliegues con la mano izquierda y pregunta a Marta:
-¿Se me ve bien el
puntito?
-Tan bien que está
para comérselo.
Y Ester empieza a
acariciarse con la mano derecha. Entonces Marta dice:
-¿Y eso?
-Pues que como tú de
vez en cuando me pides que lo haga porque te gusta, hoy ya me pongo yo sin que
me lo pidas.
-Lo has adivinado.
Mientras me desnudaba he pensado en pedirte que hoy lo hiciéramos. Aunque...
¿antes no tocan palabritas de amor?
-Pues claro que
tocan. Y hoy te lo voy a poner fácil para que me entiendas a la primera: te
quiero.
-¿Y ya está?
-¿Te parece poco? Si
son las palabras de amor más claritas que te sé decir...
-Pues tienes razón.
Y, ¿sabes qué? Que yo también te quiero.
Ester se mete el
dedo, lo saca húmedo, se incorpora y lo pasa dándole vueltas por el pecho
izquierdo de Marta como queriéndole acariciar el corazón. Marta se lo coge, se
lo besa y le dice al oído:
-¿Me lo pones dentro
un momentito y luego sigues?
186: Secándose las uñas
Ester y Marta están
tumbadas boca arriba mirando a través de la ventanilla y cubiertas con la manta
de modo que por debajo les sobresalen los pies. Tienen también los brazos por
fuera de la manta y ni están cogidas de la mano ni se acarician los pies.
Porque acaban de pintarse las uñas de las manos y los pies y están esperando
que se sequen. Ha sido idea de Marta mientras estaba arrodillada y sintiendo
entre las piernas la lengua de Ester. Marta miraba alternativamente la mano con
la que Ester se acariciaba y sus pies, pendiente de que moviera los deditos
para desbocarse con ella. Y se ha dado cuenta de que aún sería todo más bonito
si pudiera leer su propio nombre en la mano y los pies de Ester.
Poco después, cuando
le ha tocado a ella acariciarse, lo ha propuesto:
-¿Y si volvemos a
pintarnos las uñas como la otra vez, cada una con el nombre de la otra?
-Vale. Así, si te
acaricias y leo mi nombre en tu mano es como si yo también te estuviera
acariciando.
-Pues claro.
Siguen mirando a
través de la ventanilla y hace un día soleado.
187: Figuras geométricas
Marta y Ester vuelven
de comer, se desnudan y se meten bajo la manta dispuestas a hacer la siesta.
Pero Ester, antes de que Marta la abrace como suele siempre que se preparan
para dormir, se le sube encima y le dice al oído:
-Te quiero sin
remedio.
Marta se queda pensando
y, como no sabe qué contestar, le dice:
-Pues yo te quiero
aunque esté dormida.
-Ya lo sé. Porque me
tienes abrazada para que no me escape. Pero ya sabes que no me escaparé nunca.
Luego Ester se baja y
se quedan dormidas en la posición de siempre. Ester se duerme pensando en lo
que Marta le va a hacer al despertar y Marta pensando en lo que le va a hacer a
Ester.
Al despertar,
efectivamente, Marta empieza a bajar la palma de la mano por el vientre de
Ester. Ester mira y, cuando Marta le tiene completamente tapados los pelillos
dice:
-¿Y si la próxima vez
que nos depiláramos nos recortáramos los pelitos en forma de rectángulo hacia
arriba?
-Claro. O de rombo, o
trapecio, o hexágono... Pero no, a mí me gustas así, con ese triangulito negro
tan bonito.
-Pues bueno. Era sólo
una idea.
188: Los ojos brillantes de Marta
Ester, tras descansar
de su placer, dice:
-Hace días que no te
lo hago en la ventanilla.
Marta, por toda
contestación, se pone en posición con las palmas contra el cristal, de rodillas
con las piernas bien separadas y con el cabello cubriéndole los pechos. Y Ester
dice:
-Pero quiero que me
mires todo el rato a los ojos.
-Pues te miraré.
Ester se tumba,
intercala la cabeza entre las piernas de Ester y, antes de empezar, dice:
-Porque si te miro a
los ojos veré el gustito y el placer que sientes.
-¿Y el gustito y el
placer son diferentes?
-Claro. El placer es
como el gustito pero mucho más intenso. Cuando te cambia la cara y empiezas a
decir Ester, ay, ay, ay, Ester...
-¿Ah, sí?, ¿y qué
cara pongo?
-Cara de que te gusta
mucho, mucho.
-Pues quiero ponerla.
Ester empieza a besar
la cara interna de los muslos de Marta. Luego le pone los dedos para buscarla
y, cuando la encuentra, le aplica la lengua. A Marta le empiezan a brillar los
ojos.
189: La chimenea
El abuelo ha
solventado el problema de la chimenea. Ya tiene acabada la planta inferior de
la casa y, separadamente, ha probado la chimenea con ramitas secas que ha
traído del parque. Funciona perfectamente y absorbe el humo sin permitir que
salga hacia afuera; en caso contrario, iría hacia su salón y Ester y Marta no
pararían de toser.
También tiene
decidido el resto de lo que tiene que añadir a la maqueta alrededor de la casa.
Aparte del apeadero para que las dos se bajen del tren, un caminillo de tierra
que, serpeando, las lleve desde ahí hasta la puerta de la casa. Y otro
caminillo por el lado contrario que saldrá junto a la piscina y enlazará con el
camino que lleva al pueblo más cercano.
Pero de momento
quiere terminar la casa y a ello se aplica. Lo más difícil, las conducciones de
agua, ya está solventado. Ahora se trata de ensamblar las piezas de la casa
siguiendo el plano y llevando cuidado de poder adosar la chimenea y el tiro.
Ya queda poco para
que se cumpla el sueño de Ester, piensa el abuelo. Y de Marta, claro, que las
dos son tal para cual.
190: Placer
Marta y Ester, ajenas
a las intenciones del abuelo, siguen a lo suyo y ahora es Ester la que, a
cuatro patas y dándole la espalda, está a merced de Marta. Marta ha estado
besándola por detrás, ahora le tiene el dedo dentro y, mientras lo va moviendo,
pregunta:
-Y si el placer es un
gustito intenso, ¿cómo se llama un placer tan intenso como el que me has hecho
sentir?
Pero Ester no puede
contestar porque está mordiendo el cojín. Y, cuando puede, sólo dice:
-Sigue, sigue, no
pares. Dame más besitos.
Luego, ya a la hora
de acostarse y después de apagar la luz y cubrirse con la manta, se dan un beso
largo y dulce de buenas noches. Al acabar, Ester rasca suavemente con las uñas
los pelillos de Marta y le dice:
-¡Qué bien nos ha
salido todo!
-Pues igual de bien
que siempre.
-Tienes razón. Y lo
hemos hecho muy a lo bruto.
-Eso tú, que eres muy
exagerada. Yo he estado más tranquila.
-Es que me pones...
Mientras hablan y sin
que se den cuenta, las muñequitas se abren paso bajo la manta y se tumban
abrazadas a los pies de Ester y Marta.
191: Apetito
Marta y Ester están
en el vagón restaurante mojando las tostadas en el café con leche y Ester dice:
-¿Te has fijado en
que estos últimos días Claire está más contenta y sonriente? Seguro que es
porque, como ya debe de tener los pelillos bastante crecidos, su novio se los
llena de besos.
Marta contesta:
-A mí sólo me
importan los besos que nos damos nosotras. Además, estoy segura de que, cada
vez que llegamos tarde a desayunar, sabe lo que hemos estado haciendo.
-Pues que lo sepa, me
es igual. Pero seguro que no sabe cómo lo hacemos.
Porque al salir de la
ducha Ester, al coger la trenza de Marta para metérsela dentro de las
braguitas, le ha propuesto a Marta volver a hacerlo como días atrás, frotándose
entre las piernas con la trenza. Por eso han llegado tarde. Y Marta dice:
-¿Sabes qué? Que a mí
también me es igual que lo sepa. Porque los días que lo hacemos antes de
desayunar tengo más apetito.
-Pues yo también.
192: Amores intensos
Al volver del
desayuno y mientras se están desnudando, Marta pregunta a Ester:
-¿Me tienes preparado
algo para ahora o improvisamos?
Ester recoge la
manta, la dobla con cuidado y luego abre los asientos. Se sienta junto a la ventanilla
de cara a la máquina y le pide a Marta que se tumbe a lo largo de los tres
asientos con la cabeza sobre sus piernas:
-Y mientras te miro
te digo palabritas de amor.
Marta obedece, Ester
le pone la mano sobre el vientre y dice:
-Te quiero tanto, tanto,
que no me hace falta que lo hagamos para sentirte muy adentro.
-Bueno, pero mejor
si, además, lo hacemos.
-Claro. Pero lo que
quiero decir es que ahora mismo, sólo tocarte en la barriguita, o antes,
mirándonos mientras desayunábamos, ya te siento en el corazón.
-Pues cuando tú me
miras a los ojos siento como si me miraras por dentro y me vieras en el corazón
cuánto te quiero.
-Pues cada día dices
cosas más bonitas.
-Tú que me has
enseñado.
193: Marta encima de Ester
Ester y Marta siguen
en lo asientos de cara a la máquina, Ester sentada junto a la ventanilla y
Marta tumbada a lo largo y con la cabeza sobre las piernas de Ester. Ester la
mira a los ojos y dice:
-Son bonitos nuestros
ojos mirándose.
-Claro, porque los
tuyos son negros y los míos verdes. Es como cuando juntamos tu piel morena con
la mía blanca o mis pelillos rubios con los tuyos de ese negro azabache que
tanto me pone.
-Pues ¿sabes de qué
me están entrando ganas?
-Más o menos me lo
imagino.
-Pues de eso, de
juntar nuestros pelillos y nuestros cuerpecitos. Nos ponemos una encima de la
otra, los juntamos y nos miramos. ¿Quieres?
-Bueno.
Se incorporan,
desplazan hacia adelante los asientos de ambos lados para unirlos y formar la
cama y Marta pregunta:
-¿Te pones tú debajo?
-Bueno.
Ester se tumba y
extiende los brazos para recibir a Marta, que se va situando encima. Y Ester,
mientras Marta va dejándose caer, dice:
-Si miro cómo tu piel
y tus pelillos se van juntando con míos no te puedo mirar a los ojos.
Marta apoya los
brazos a ambos lados de la cabeza de Ester, se queda quieta y mira hacia el
espacio donde se unen los pelillos de una y otra:
-Bueno, pues primero
nos miramos un ratito ahí y luego ya nos miramos a los ojos y a ver qué nos
sale.
194: La pierna de Ester entre las piernas de Marta
Los ojos verdes de
Marta y los ojos negros de Ester se están mirando mientras ellas callan. Marta
está encima y ahora apoya sus manos sobre los hombros de Ester, que le rodea el
cuello con los brazos. Y Ester dice:
-¿A que es bonito
estar así?
-Mucho.
Entonces Ester
flexiona la pierna derecha intercalándola entre las de Marta y haciendo
presión. Y Marta dice:
-¿Pero no estábamos
en plan de ponernos sólo cariñosas mirándonos a los ojos? Porque esto que me
haces es de gustito.
-Bueno, pero como a
ti te gusta moverte arriba y abajo cuando te pongo ahí la pierna, cuando te
muevas hacia abajo veré tus ojos acercándose y será como si te metieras dentro
de mí.
Marta empieza por
mover el cabello y desplazarlo entre los pechos de Ester: Y Ester dice:
-Pues eso también es
bonito. Ver tu pelo rubio rozando mis pezoncitos negros.
Luego Marta empieza a
desplazarse rítmicamente frotándose contra el muslo de Ester, que le va
acariciando la espalda. Al cabo de un
momento, Marta dice:
-Ahora ya no es de
gustito. Ahora es de placer para morirse.
-Pues hazlo despacito
y mirándome a los ojos.
-Bueno, pues entonces
no me pongas el dedo en el culito, que me acelero.
195: La explosión de Marta
Marta estaba
moviéndose acompasadamente sobre Ester, como bailando, y, a pesar de querer
hacerlo con toda la tranquilidad, se ha ido acelerando y no sabe si es porque,
al moverse hacia abajo mirando a los ojos de Ester, sentía como si esos ojos le
entraran por todos los poros del cuerpo buscándole el corazón. Está que casi no
puede más y dice:
-Me parece que me
queda poquito.
Ester sonríe y la
atrae hacia sí. Marta apoya la cabeza en el hombro de Ester y empieza a pasarle
la lengua por la oreja. Y Ester dice:
-¿Sabes qué quiero
que me hagas luego? Pues que me des besitos desde arriba hasta abajo, que me
llenes de babas el cuello, las tetitas, las piernas, los deditos de los pies,
toda enterita. Y después, cuando ya esté bien loca, te estiras boca abajo y me
das una chupadita mientras te acaricio el pelo con las manos y la espalda con
los pies.
Marta llega sin saber
si el detonante ha sido el leve movimiento del muslo de Ester para aumentarle
la presión entre las piernas o todo lo que ha dicho y que la ha llevado a
imaginarse con sus pies, sus pezones, sus pelillos... en la boca sin caer en si
la postura última que le proponía es posible o no.
196: Siempre juntas
A Marta le gusta que
Ester le pida las cosas a la carta. Como le gusta introducir variantes de su
propia cosecha. Y suerte que ha tenido la precaución de coger sus braguitas y
metérselas en la boca. En ese momento Ester ha dicho:
-A ver si las
desgarro como hiciste tú con las mías y las podemos poner también en un marco.
Al acabar y
descansar, Ester se ha vestido y le ha dicho a Marta:
-Espérame un
momentito que ahora vuelvo. Voy al compartimento de al lado a buscar una cosa.
-Ah, no. Si tú vas,
yo voy contigo.
-Pero si vuelvo en un
momento.
-Acuérdate de que
nunca nos hemos separado. Si te echo de menos cuando te metes en el cuartito de
aseo...
Al final Marta se ha
vestido y ha acompañado a Ester al compartimento vecino donde guarda los
libros. Ester ha cogido un cuaderno de hojas grandes, para dibujar, un lapicero
y un estuche de lápices de colores.
197: El hogar
Ester y Marta están
vestidas y sentadas de cara a la máquina. En los asientos de enfrente están las
dos muñequitas cogidas de la mano y en actitud de mirar a Ester y Marta. Ester
ha cogido el cuaderno y, con el lapicero, se ha puesto a dibujar. Marta observa
y piensa que quiere a Ester en todos sus matices: hace un momento estaba
desnuda, sofocada, mordiendo las bragas y diciendo mmm...; ahora está vestida y
formalita. Y dibuja lo que parece un salón: un sofá en primer plano, otro a la
derecha en ángulo recto, una mesita frente a los sofás y una chimenea al fondo.
Lo colorea con los rotuladores y luego dice:
-Ah, y frente a la
chimenea, una alfombra con muchos cojines encima. Y una pantallita entre el
fuego y la alfombra para que no caigan las brasas y se queme.
Ester dibuja un
montón de cojines y luego dice:
-Ya te imaginarás para
qué son.
-Pues claro.
Ester entrega el
cuaderno y el lápiz a Marta y dice:
-¿Te acuerdas aquel
día en que hiciste un esquema de cómo habíamos de poner nuestros cuerpecitos?
Pues ahora nos dibujas a las dos encima de los cojines.
Marta dibuja una
figurita tumbada boca arriba y con las piernas flexionadas y en el aire; con
las manos parece cogerse de las plantas de los pies para mantener las piernas
aún más separadas. Encima de la figura escribe una E. La otra figurita está
tumbada boca abajo de modo que la boca le cae entre las piernas de la anterior.
Encima escribe una M.
Al acabar, Ester se
ríe y dice:
-¿Es así como estaba
yo hace un momento?
-Exactamente.
-Pero también he
estado con las piernas abajo acariciándote el costado con las plantas de los
pies.
-Sí, y me ha gustado
muchísimo, claro, como todo lo que me haces con los pies. Pero si te hubiera
dibujado así, me habría acordado aún más y, a medida que fuera dibujando, me
habrían ido entrando más y más ganas. Y es la hora de comer.
Ester mira el reloj y
dice:
-Bueno, pero si
quieres te hago algo facilito aunque lleguemos un poco tarde a comer.
-Si acaso ya luego,
antes de la siesta.
198: Impaciencia
Marta y Ester van de
la mano por el pasillo hacia el vagón restaurante y Ester dice:
-¿Sabes qué? Pues que
a partir de hoy seré yo la que te lo haga a ti después de la siesta. Porque
llevas muchos días haciéndomelo tú a mí.
Marta le dice que
está de acuerdo pero sigue sin confesarle que si se lo hace es para ver cómo
mueve los deditos de los pies. Luego decide que ya se inventará algo para poder
hacérselo de forma que puede excitarse viéndole ese movimiento. Pero sólo de
imaginárselo, le viene un pronto y, al llegar a la primera plataforma entre
vagones arrincona a Ester y empieza a acariciarle los pechos sobre la blusa
mientras la mira a los ojos. Ester le pasa el dorso de la mano entre las piernas
y le pregunta:
-¿Seguro que no
quieres un meneíllo antes de comer?
Por toda respuesta
Marta coge otra vez a Ester de la mano y tira de ella de vuelta al compartimento.
199: El niño impertinente
Ester y Marta van de
la mano por el pasillo hacia su compartimento. Ríen y Ester cuchichea en el
oído de Marta lo que le va a hacer. De pronto ven venir al niño que quería dos
novias, una morena como Ester y otra rubia como Marta. El niño se para frente a
ellas y pregunta:
-¿Vais siempre
cogidas de la mano porque sois muy amiguitas?
Ester le contesta:
-Sí, porque somos muy
amiguitas.
-Y, cuando dormís,
también estáis cogidas de la mano.
Ester vuelve a
contestar:
-No, dormimos
abrazadas.
Marta, como no gusta
de que los demás sepan sus cosas, pellizca la mano de Ester. El niño se ha
quedado pensando y dice:
-Bueno, pero seguro
que no tenéis un pijama tan bonito como el mío.
Ester, sin pensar, le
contesta:
-Seguro que no.
Porque dormimos desnuditas.
Marta vuelve a
pellizcarle la mano mientras el niño dice:
-Jo, cómo me gustaría
dormir con vosotras.
Entonces es Marta la
que empieza a contestar:
-Mira, niño...
Pero Ester, que ve
que Marta le va a reñir, la interrumpe y dice:
-Si dormimos
abrazadas y desnuditas es porque nos queremos mucho.
Entonces el niño
decide seguir su camino mientras dice:
-Si yo durmiera con
vosotras también os querría mucho.
200: Recuerdos de Marta
Mientras Marta y
Ester se están desnudando, Marta dice:
-Ya sabes que no me
gusta que andes contando por ahí nuestras cosas.
-Pero si era un niño
inocente. Y seguro que no sabe lo que te voy a hacer ahora.
-Sólo faltaría.
Marta, según le había propuesto Ester al oído
mientras venían hacia el compartimento, se sitúa de rodillas y con las palmas
de las manos apoyadas contra la ventanilla. Le gusta esa postura porque así fue
una de sus primeras veces: aún recuerda cómo miraba hacia los árboles cubiertos
de nieve mientras Ester le iba pasando la lengua. Recuerda también cómo aquel
día exageró un poco, sólo un poco. Pero fue para motivar a Ester porque al
principio le daba la impresión de que no se expresaba lo suficiente cuando
sentía placer. En cambio ahora...
Ester ya se ha
tumbado boca arriba colando la cabeza entre las piernas de Marta y de momento
se miran, sólo se miran. Dulcemente. Hasta que Ester aparta el cabello que
Marta se ha pasado por encima de los pechos como siempre que lo hacen así y
para que no la vean desde fuera del tren. Y Ester dice:
-¡Qué tetitas más
bonitas tienes vistas desde aquí!
Luego se lleva saliva
a la punta de los dedos, empieza a acariciar los pechos de Marta y, volviendo a
mirarla a los ojos, dice:
-¡Y qué pezoncitos
tan duros se te ponen!
201: Las entrañas de Marta
Ester y Marta se
están mirando a los ojos. Parece que se hayan quedado encantadas cuando la
postura que han escogido es para que Ester vaya besando entre las piernas a
Marta, que está de rodillas frente a la ventanilla. Ester le acaricia los
pechos.
Marta flexiona las
piernas dejando caer su cuerpo hacia la cabeza de Ester que, sin dejarla de mirar
a los ojos ni de acariciarle los pechos, la besa entre las piernas. Luego Marta
vuelve atrás y ve cómo los ojos de Ester se alejan. Vuelve a dejarse caer y
dice:
-Cuando me acerco, veo
venir tus ojos como si me entraran en el cuerpo. Como cuando me pones dentro el
dedito, pero con los ojos, como si me miraras las entrañas.
Y Ester contesta:
-Pues las entrañas
seguro que también las tienes bonitas.
Y le pone dentro el
dedo. Marta dice:
-Uy, uy, uy.
Y aparta la mano
izquierda del cristal de la ventanilla para apoyarse sólo con la derecha. Luego,
con esa mano izquierda, a medida que se vuelve a dejar caer, se separa la piel
entre las piernas sacando a la luz ese espacio que Ester quiere recibir con la
punta de la lengua. Y Marta dice:
-Tú no dejes de
mirarme, que quiero llegar con tu lengua y con tus ojos.
202: Balance
Marta y Ester
empiezan a comer y Ester dice:
-¿A que ha sido muy
bonito?
-Como siempre. Pero
me has emocionado mucho. No podía dejar de mirarte. Era como si tus ojos no
sólo se me metieran por las entrañas sino que, además, me rozaran el puntito,
los pezoncitos, todos los sitios donde tengo el gustito y, además, el resto del
cuerpo por dentro y por fuera.
-¡Qué cosas más bonitas
dices!
-Es que cuando te
miro me inspiras. ¿Y sabes qué?: pues que si me pongo a hablar de eso me
vuelven las ganas. Si ya vuelvo a estar mojadita…
-Yo voy mojadita todo
el día.
-Y yo también, pero
ahora más. Y ¿sabes por qué me gustaría a mí también tener una casita para
nosotras? Pues porque, si estuviéramos comiendo y nos vinieran las ganas,
podríamos ponernos al momento.
-De eso nada, que se
nos enfriaría la comida.
Marta se ríe y,
mientras tanto, coge la mano izquierda de Ester y, con los dedos, le acaricia
las uñas, que conservan su nombre, Marta, pintado. Entonces dice:
-Aún no hemos hecho
lo de acariciarnos con las uñas pintadas.
-Pues si quieres lo
hacemos esta tarde.
-Es que, entre una
cosa y otra, tengo tantas ganas...
203: Proyectos para la tarde
Ester y Marta están
comiéndose el postre y Ester dice:
-Podríamos hacer otra
visita a la anciana ciega para darle las gracias otra vez por la manta.
-Pero rapidita, que
quiero que nos pongamos antes de la siesta.
-Bueno. Es que nos va
todo tan bien desde que tenemos la manta...
-Y antes también.
-Bueno, pero no he
vuelto tener ninguna pesadilla como
aquella en que nos separaban. En cambio, soñamos las dos aquello tan dulce de
que lo hacíamos en el campo y luego nos despertamos haciéndolo de verdad. Seguro
que fue por la manta.
-Y también aprendimos
lo de hacerlo enganchaditas por debajo. Bueno, nos lo enseñaron las muñequitas
pero ellas seguro que lo aprendieron con la manta.
-Pues podríamos
repetirlo luego. Y seguro que podríamos variar la postura y hacerlo sentadas
para poder darnos besitos.
-Uy, pues cuántos
deberes tenemos para esta tarde. Porque además, después de la siesta ya sabes
que me toca hacértelo.
-Tenemos toda la tarde.
-Y todo el tiempo del
mundo.
Después se levantan,
se cogen de la mano y se dirigen hacia el vagón de la anciana ciega.
204: Nueva visita a la anciana
-Buenas tardes,
niñas.
-Buenas tardes,
señora.
La anciana ciega
saluda a Marta y Ester al sentirlas llegar. Y Ester dice:
-Venimos a darle otra
vez las gracias por la manta.
-¿A que todo os va
bien y tenéis sueños bonitos?
-Pues sí, señora, muy
bonitos.
Marta sigue
convencida de que la anciana ciega sabe al detalle todo lo que hacen. Y la
anciana añade:
-Yo también pido un
deseo para vosotras cada noche.
-Muchas gracias,
señora.
-Y cuando os vayáis
del tren, no os olvidéis de llevaros la manta.
Ester y Marta se
despiden de la anciana ciega y, al salir de su vagón, Ester dice:
-¿Te has fijado en
que ha dicho “cuando os vayáis del tren” y no “si os vais del tren”? Seguro que
sabe que nos iremos pronto. A nuestra casita.
-Y también sabe lo
que soñamos. Me da tanta vergüenza... Y cada vez que pienso que sabe que nos
tocamos el culito me muero de vergüenza.
-¿Y no te da
vergüenza que sepa que también nos tocamos y nos chupamos lo otro?
Marta se queda
pensando y dice:
-Bueno, sí, también.
Pero me da más vergüenza que sepa lo del culito.
-Pues si quieres no
nos lo tocamos más.
-Eso sí que no, con
el gustito que da...
Y siguen caminando
por el pasillo del tren en dirección a su compartimento.
205: Paradojas de placer
Ester y Marta llegan
a su compartimento y empiezan a desnudarse. Y Ester dice:
-¿Te acuerdas de que
tenemos un montón de cosas para hacer esta tarde? Podríamos adelantar algo
antes de la siesta.
-Pues, ¿Sabes qué?
Que con lo que veníamos hablando por el pasillo me han entrado ganas de eso.
Y se sitúa a cuatro
patas dando la espalda a Ester, que empieza a reírse. Luego Ester se sitúa
detrás de Marta y, mientras le pasa el dedo, pregunta:
-¿Así te da
vergüenza?
Antes de que Marta
responda, le pasa la lengua y luego vuelve a preguntar:
-¿Y así, también te
da vergüenza?
Por fin Ester,
mientras besa por detrás a Marta, le introduce el dedito y empieza a moverlo. Y
por fin Marta responde:
-Placer, mucho placer
es lo que me da. ¿Y sabes qué? Que yo te quiero porque para eso vine a este
mundo pero, si no te quisiera por eso te querría porque me enseñaste que ahí
también tengo gustito.
Ester le aparta la
lengua y le dice:
-Pues yo, si no te
quisiera tanto, nunca te habría tocado ni besado aquí.
Y vuelve a besarla.
Marta se queda pensando y dice:
-Pues yo tampoco me
habría dejado tocar ni besar si no te quisiera tanto.
Entonces Ester se
vuelve a apartar y dice:
-¿En qué quedamos? Si
no me quisieras no me dejarías besarte ahí pero si te hubiera besado ahí y te
hubiera enseñado cuánto gustito da me habrías empezado a querer.
Marta se queda
pensando y dice:
-¿Lo ves? Yo no sé
decir cosas bonitas porque en seguida me lío.
Ester se ríe y dice:
-Bueno, vamos a
estarnos calladitas, que voy a ver si consigo convertir tu cuerpecito en un
terremoto.
206: El apeadero
Mientras Marta y
Ester han estado con sus cosas el abuelo ha ido completando la casa, la ha
colocado en la maqueta y ha hecho las pruebas de agua y electricidad para
comprobar que todo funcionara correctamente. Ya le queda poco. Ahora está
completando el apeadero en el que parará el tren para que bajen las dos. Ya
tiene el andén con sus dos bancos y sólo le falta añadir el muro del que salga
la marquesina que lo cubra. Y pintar el nombre del apeadero:
-Ester y Marta se
llamará. No creo que Marta se enfade porque su nombre vaya detrás.
Quedarán también los
caminillos, por supuesto, pero es poco trabajo, no más de una hora. Primero el
que lleve del apeadero hasta la casa y, luego, el que salga de la casa y las
lleve al pueblo más cercano para que vayan a hacer sus compras.
-¡Qué pronto van a
bajar del tren! Aunque, con lo pequeñitas que son y lo lejos que se bajarán del
borde de la maqueta, no podré apreciar la cara que pongan al ver su nombre
escrito en el apeadero y luego la casa.
207: Haciendo planes
Ester y Marta se
despiertan de la siesta en el momento en que el abuelo, con un pincelito muy
fino, ha acabado de escribir sus nombres en el letrero del apeadero. Ellas ni
lo sospechan y, como siguen a lo suyo, Ester dice:
-Ya sabes que te
vuelve a tocar.
Mientras Marta se
sitúa, Ester, tumbada de lado junto a ella, le va bajando la mano por el
vientre y añade:
-Y quiero que hagas
como hacía yo, que me cuentes cosas mientras te acaricio.
Marta cierra los ojos
sintiendo la mano de Ester y, cuando la yema de su dedo la alcanza, los vuelve
a abrir, sonríe y dice:
-Ya sé que a ti te
gusta que te diga cosas más románticas, pero estaba pensando que, cuando
tengamos nuestra casita, me gustará que vayamos cogidas de la mano a comprar de
todo para hacernos comiditas ricas.
-Pues si eso es muy
romántico. Porque luego prepararemos las comiditas entre las dos.
-Y, mientras tanto,
nos podremos dar achuchones en la cocina.
-Bueno, depende: si
estamos preparando una ensaladita, sí, pero si tenemos algo al fuego, no porque
se nos quemaría.
Marta, que mientras
hablaba miraba la mano de Ester entre sus piernas con las uñas pintadas, ahora
la está mirando a los ojos. Le lleva una mano a la mejilla para acariciársela y
dice:
-¡Me pones tan tierna
que...
Ester la interrumpe y
acaba ella la frase:
-...que quieres que
te pase un poquito la lengua.
Y Marta dice:
-Bueno, sí, eso
también.
208: Sesión de placer
Marta y Ester se
despiertan, se abrazan y se dan el besito de buenos días. Luego Ester se frota
los ojos y dice:
-Ayer por la tarde
nos olvidamos de hacer lo que habíamos quedado, lo de acariciarnos cada una
mirando como le queda el nombre de la otra pintado en las uñas.
-Y también lo de
hacerlo enganchaditas por abajo.
-Pues bueno, lo
podemos hacer hoy. Además, que hicimos cosas muy ricas y me tuviste mucho rato
gritando.
-Yo también grité.
En realidad, a Marta
no se le había olvidado. Sólo que, a medida que Ester la iba acariciando, le
iban viniendo más y más deseos de verla moviendo los deditos de los pies. En el
momento cumbre llegó a mirar los pies de Ester mientras gritaba su nombre y le
decía que la quería pero los deditos de Ester no se movían. Por eso, tras descansar,
dijo:
-Prepárate, que allá
voy.
-Uy, qué miedo.
Y empezó precisamente
por los pies, mordiéndoselos suavemente, pasándole la lengua por entre los
dedos, besándoselos:
-Ya te dije que eso
me da mucho gustito, que el gustito me sube por las piernas y se me mete ya te
imaginas por dónde.
Pero Marta quería
encenderla bien encendida y se estuvo rato y rato acariciándole el cuerpo,
besándoselo, pasándole la lengua sin detenerse en ninguno de los puntos más
sensibles. Aun así, hasta cuatro veces oyó que Ester decía:
-Me siento tan a
puntito...
Pero Marta, sin hacer
caso, seguía y seguía. Hubo un momento, mientras le iba pasando la mano entre
los muslos, en que todo el cuerpo de Ester se tensó. Marta le miró los pies,
también se habían tensado y ella misma sintió un temblor entre las piernas.
Ester dijo:
-Porfa, porfa...
Y ella contestó:
-Un poquito más.
Y valió la pena.
Porque cuando acabó ese poquito más Marta, sin que Ester se lo esperara, le
llevó con toda la suavidad la yema del dedo al puntito. Sólo rozarla Ester
empezó a gritar y a mover, más que nunca, los deditos de los pies. Marta no
pudo sino decir:
-Tócame, tócame,
porfa.
Y la acompañó en el
placer sin dejar de mirarle los pies.
209: Ternuras
Ester y Marta, al
final de su desayuno y antes de volver a su compartimento, se han cogido de la
mano y, mirándose a los ojos, se han estado programando sus placeres. Como
muchas mañanas. Y también como muchas mañanas, al llegar a su compartimento, se
dejan llevar, improvisan y olvidan lo que tenían programado. Así, al acabar de
desnudarse, se han abrazado aún de pie, se han frotado los cuerpos, se han
besado apasionadamente y, por fin, Marta se ha dejado caer arrastrando a Ester,
que ha quedado sobre ella.
Sin embargo, lo que
Ester no olvida ninguna mañana es su sesión de palabras de amor para regalar
los oídos de Marta, que suele decir:
-¡Qué cosas más
bonitas sabes decir!
En este momento Ester
dice:
-¿Verdad que si dos
personitas se quieren hacen planes para el futuro?
-Claro.
-Pues yo tengo unos
planes muy fáciles para nosotras: querernos como ahora o más y estar siempre
bien juntitas.
Marta se emociona con
la sencillez de las ideas de Ester y, acercando su mejilla a la de ella, le
dice al oído:
-Te quiero
muchíííííísimo.
Ester permanece
quieta y con los ojos cerrados. Luego, va en busca de la mejilla contraria de
Marta y dice:
-A ver, dímelo
también en el otro oído, porfa.
Y Marta se lo repite:
-Te quiero
muchíííííísimo.
Ester se queda un
momento con los ojos cerrados y luego dice:
-He notado cómo me
bajaban tus palabras desde los oídos hasta el corazoncito.
Y luego acude al oído
de Marta para decírselo ella:
-Te quiero
muchíííííísimo.
Y Marta dice:
-Pues a mí también me
han llegado al corazoncito. Repítemelo en el otro oído a ver.
Ester lo repite:
-Te quiero
muchíííííísimo
Y Marta dice:
-Ahora tu te quiero me
ha llegado más abajo del corazoncito y me estoy poniendo muy tierna.
Y empieza a acariciar
con los pies los pies de Ester.
210: Contrastes
Marta sigue debajo de
Ester y acaba de decirle que se está poniendo muy tierna. Ester separa un poco
su cuerpo del de Marta para poder mirarla a los ojos y Marta le dice:
-¿Hacemos eso que
tanto nos gusta de mirar el contraste de nuestra piel y nuestros pelitos?
Ester se separa un
poco más y se quedan las dos mirando el espacio donde el vello negro de Ester
se superpone al rubio de Marta. Al cabo de un rato Marta dice:
-¿Juntamos los
pezoncitos?
Y Ester se va dejando
caer de modo que sus pezones caigan sobre los de Marta y queden rozándolos.
Entonces dice:
-Después te pones tú
encima para sentir tu cabello cayéndome por los pechos y las mejillas.
Y Ester piensa para
sus adentros que aprovechará ese momento para intercalar su pierna entre las de
Marta y darle placer. Y Marta contesta:
-Sí, luego te pones
tú debajo.
Y Marta piensa que
antes quiere sentir encima a Ester derritiéndose de placer. Es tan bonito ver
cómo tensa y contornea su cuerpo cuando le coloca la pierna en medio... En ese
momento flexiona lentamente su pierna izquierda, que empieza a presionar el
lugar donde se unen las piernas de Ester. Ester la mira con unos ojos que
empiezan a brillar, dice uy, uy, uy y empieza a mover el cuerpo. Cuando lleva
ya tres movimientos sobre el muslo de Marta, pone el cuerpo vertical y dice:
-¿Verdad que me dejas
que me mueva un poquito?
-Todo lo que quieras.
Marta aprovecha la
posición del cuerpo de Ester para acariciarle los pechos y Ester, en una
postura imposible, arquea el tronco hacia atrás sin dejar de moverse en el
muslo de Marta. Por fin Ester vuelve hacia delante y, cuando Marta le aparta
las manos de los pechos, se deja caer apoyando las manos en los hombros de
Marta. Entonces dice:
-¿Me dejas que pruebe
a hacerlo dos veces como aquel día?
-Y todas las veces
que quieras.
211: El fin de la tarea
Por fin. El abuelo ha
acabado el apeadero con su andén, su marquesina, sus bancos... Y un sendero que
se dirige hacia la casa; luego, detrás, ha trazado un camino más amplio que
desemboca en la red general de caminos y carreteras de la maqueta: cuando lo
tomen hacia la derecha y superen una pequeña colina, saldrán al valle donde se
asienta el pueblo más cercano. Acercarse a él será para ellas será un paseo
bonito: prados, bosques, dos puentes sobre otros tantos arroyos...
El abuelo está
satisfecho. Ahora sólo le queda decidir en qué momento se detendrá el tren en
el apeadero para que Ester y Marta se bajen. Tendrá que calcular para encontrar
una hora que les convenga a ellas y a la vez a él: para ellas, mejor a primera
hora de la mañana, después del desayuno, para que tengan tiempo de despedirse
de quien quieran, de recoger todas sus cosas, de llegar a su casa y de bajar
después hasta el pueblo para abastecerse de lo necesario para empezar a vivir
ahí. Y a él le conviene una hora en la que pueda verlas tranquilamente y sin
que nadie le moleste. Cuando su nieto esté en el colegio, su yerno en la
oficina y su hija en la compra o con las faenas de la casa. Con decirle que no
entre en el cuartito de la maqueta... Y si un día no va a jugar al dominó, no
pasa nada. Ya inventará una justificación.
212: Bajo la mirada del abuelo
El abuelo ha hecho
los cálculos necesarios para que el convoy 89 se detenga en el apeadero a la
hora precisa y ha programado su velocidad y la ruta que ha de seguir para estar
allí en ese momento. Ahora sólo queda esperar. Y quiere también mirarlas por
última vez. Cuando Marta y Ester ocupen su casa, como ha decidido no instalar
cámaras, sólo podrá verlas cuando salgan al exterior. Aunque no habrá ninguna
necesidad: está seguro de que serán completamente felices.
El abuelo arranca el ordenador,
abre el programa y busca el tren, el vagón y el compartimento de Ester y Marta.
Se las encuentra, como suponía, desnudas y a lo suyo. Marta está tumbada boca
arriba acariciándose y Ester tumbada de lado mirándola. Decide escucharlas y
oye a Marta preguntando:
-Cada vez lo hago
mejor, ¿verdad?
-Lo haces bien desde
la primera vez. Además, hoy es más bonito porque llevas mi nombre pintado en
las uñas y es como si también lo hiciera yo.
-Sí, pero ¿sabes qué?
Que el gustito grande sólo me vendrá cuando te pongas encima y se nos pongan
los puntitos sincronizados.
Ester se incorpora
mientras dice:
-¡Qué palabras más
difíciles sabes!
El abuelo se queda
mirando. Piensa en lo compenetradas que van las dos. Porque Ester se arrodilla con
las piernas separadas abarcando la parte superior del cuerpo de Marta y, al dejarse
caer, ninguna de las dos ha de rectificar su postura para que Marta, al sacar
la lengua, alcance de pleno a Ester. El abuelo sonríe: ya no se escandaliza al
verlas pero recuerda que Ester es objeto de observación por parte del Departamento
de Psicología Conductista de la Universidad de Heidelberg; imagina entonces que
desde Heidelberg una matrona alemana calvinista y puritana, quizá jefa de ese
departamento, está también mirando a Marta y Ester. Por eso sonríe, porque
imagina la cara de la matrona.
213: Más romanticismos
Ester y Marta están
abrazadas descansando y Ester dice:
-Cada día me pongo
más romántica. ¿Sabes qué pensaba mientras lo estábamos haciendo? Que me
gustaría que nos fundiéramos las dos. Tú te fundirías conmigo y yo contigo
hasta que fuéramos una sola.
Y Marta contesta:
-Pues si fuéramos una
sola, ¿cómo podríamos ponernos las manos o la lengua donde nos las ponemos la
una a la otra para darnos placer?
Ester se queda
pensando y acaba por decir:
-Pues es verdad. Siempre
tienes razón.
Luego se pone a
acariciar con sus pies los pies de Marta y, en seguida, Marta dice:
-¡Ay, ay, ay! Ya sabes que si me acaricias con los pies en
seguida me pongo tonta.
-Pues ya sabes que
tengo un remedio para quitarte la tontería.
Marta se ríe y dice:
-¿Es que sabes lo que
me pasa? Que cuando me acaricias un pie empieza a subirme el gustito por la
pierna; si luego me acaricias el otro, me sube por la otra pierna. Y acaba por
juntárseme ya sabes dónde.
Ester, antes de que
Marta acabara la frase, ha cambiado su postura y, sin dejar de acariciarla con
los pies, le pone la mano y dice:
-¿A que es aquí donde
se te concentra el gustito?
-Pareces adivina.
Después, Marta cierra
los ojos y se concentra en los pies y la mano de Ester. Luego los abre y dice:
-Me parece que falta
poco para que nos llegue el mes. Podríamos aprovechar para hacerlo metiéndonos
el dedito la una a la otra.
-Es que estás en
todo.
214: Los nombres de Marta y Ester
Ester y Marta se
miran mientras cada una de ellas juega moviendo el dedito dentro de la otra. Al
cabo de un momento, Ester dice:
-¿Nos damos la
lengua?
Marta acerca sus
labios a los de Ester y se dan un beso largo. Al acabar, Marta dice:
-Enséñame el dedito,
que te quiero decir una cosa.
Ester lo saca y se lo
muestra a Marta. Marta, a su vez, saca también su dedo y lo enlaza con el de
Ester. Entonces dice:
-Mira, el dedito que
tenías dentro de mí tiene una erre pintada en la uña. Y el que yo tenía dentro
de ti tiene una te.
-¿Y?
-Pues que la erre y
la te son las dos únicas letras que están a la vez en nuestros dos nombres.
-Es que te fijas en
unas cosas...
Más tarde, antes de
acostarse, Marta coge el cuaderno que Ester utilizó para dibujar el esquema de
cómo sería el salón de su casita y escribe a lápiz los nombres de las dos
distribuyendo las letras así:
M
A
ESTER
T
A
E
S
MARTA
E
R
Al acabar, Marta se
lo enseña a Ester y dice:
-Cuando tengamos
nuestra casita, pondremos en la fachada nuestros nombres escritos así a un lado
y al otro de la puerta. ¿Te gusta?
-Mucho. Así quien
venga a vernos sabrá que nos queremos mucho porque nuestros nombres tan
juntitos representan nuestros cuerpecitos también muy arrimados. ¿A que sí?
-Tampoco hace falta
que quien venga a vernos se imagine tanto.
215: El desayuno y el niño impertinente.
Ester y Marta vuelven
a llegar tarde al desayuno porque Ester, mientras Marta la estaba enjabonando
en la ducha, se ha colocado de espaldas apoyada contra la pared y ha separado
las piernas para que Marta entendiera. Luego Marta, como se ha ido excitando al
ver a Ester, también ha querido. Ahora se sientan en la mesa del vagón
restaurante mientras Claire mira el reloj, deduce por qué han llegado tarde y
sonríe pensando que ella también recibió lo suyo al acostarse.
Mientras Ester y
Marta están untándose las tostadas se acerca a su mesa el niño impertinente y
les dice:
-Buenos días. ¿Sabéis
qué? Que esta noche he soñado con vosotras. ¿Queréis saber lo que he soñado?
Ester contesta que sí
pero Marta dice rápidamente:
-Niño, ¿tú no tienes
mamá?
Y el niño le
contesta:
-Todos los niños
tenemos mamá. ¿Y sabes qué? Que eres una antipática, que ya no quiero tener una
novia como tú y que ya no soñaré más contigo.
El niño se va pero,
tras dar dos pasos, vuelve y, mirando a Ester, le dice:
-Pero tú no, ¿eh?
Sigo queriendo una novia como tú y volver a soñar contigo.
216: La llegada a destino
Marta y Ester están
cogidas de la mano en la mesa del vagón restaurante y, mientras comentan cuánto
les ha gustado lo que han hecho en la ducha, el tren se va parando. Ester dice:
-Es que si tienes el
cuerpecito enjabonado la mano se me desliza sin querer hacia donde tiene que
ir.
-Pero sigo teniendo
miedo de que una de las dos resbale. Lo que haremos cuando tengamos nuestra casita
será poner en el suelo de la ducha algo para poder tener los pies bien fijos.
-Bueno, pero ya te
dije que lo que quiero es un yacuzi para estar allí metiditas toda la mañana.
-¿Ah, sí?, ¿toda la
mañana? No sé si te das cuenta de que si tenemos nuestra casita tendremos que
barrer, fregar, ir a la compra, preparar la comida... y no tendremos tanto
tiempo para lo nuestro.
-Pues nos despertamos
una o dos horas antes y ya está.
-Sí, es la mejor
solución.
En ese momento el
revisor se para junto a su mesa y les dice:
-Señoritas, tienen
que bajarse del tren.
Y Ester pregunta:
-¿Por qué?, ¿hemos
hecho algo malo?
-Asómense a la
ventanilla del otro lado y lo verán.
217: Alegría
El tren está parado.
Marta y Ester acababan de desayunar cuando el revisor les ha dicho que tenían
que bajarse del tren y que se asomaran a la ventanilla del lado contrario para
entender por qué. Acuden las dos, miran y ven un pequeño apeadero con un andén
sencillo y el muro lleno de macetas con geranios. Y entre las macetas, escrito
el nombre de las dos -Ester y Marta- como si fuera el del pueblo al que
corresponde la parada.
Marta y Ester se
miran sorprendidas y sin entender. Hay otros pasajeros, y entre ellos el niño
impertinente, asomados también a las ventanillas del vagón restaurante mirando
al exterior. Entonces Marta se abraza de repente a Ester y, al soltarla luego,
dice:
-¿No lo entiendes? Si
el apeadero tiene nuestro nombre, seguro que es porque al lado estará nuestra
casita.
Ester se queda
pensando un momento. Luego se abraza a Marta también muy fuerte y dice:
-Pues claro. ¿Lo ves?:
cuando se pide un deseo muchas veces acaba por cumplirse.
Después, las dos se
cogen de la mano y el revisor del dice:
-Podéis bajaros
cuando queráis, que el tren esperará.
-Muchas gracias,
señor revisor, que tenemos que preparar todas nuestras cosas.
218: Despedida del niño impertinente
Ester y Marta están
muy contentas porque por fin han llegado a su destino. Están tan contentas que,
de camino desde el vagón restaurante hacia su compartimento, se van parando en
todas las plataformas y, sin que las vea nadie, se arrinconan, se abrazan, se
besan largamente, y la mano de la una busca el cuerpo de la otra bajo el
vestido. Al llegar a la tercera plataforma es Marta la que está arrinconada y
Ester la está besando en la boca. Marta, con los ojos cerrados, siente cómo
Ester le mueve la lengua dentro de la boca y la mano debajo de las braguitas.
Al acabar el beso y sintiendo ya el dedo de Ester acariciándole el bulto, Marta
abre los ojos y, por encima del hombro de Ester, ve al niño impertinente que
está de pie frente a ella quieto y mirándolas. Y el niño dice:
-¿Lo que estáis
haciendo, también es porque sois muy amiguitas?
Ester, aún abrazada a
Marta, está de espaldas al niño pero, al oírlo, ha quitado disimuladamente la
mano del cuerpo de Marta, se ha girado y ahora mira de frente al niño. Y Marta
le contesta:
-Sí, lo hacemos
porque somos muy amiguitas y nos queremos mucho. Y perdona por lo de antes, que
sí que he sido un poco antipática.
-Bueno, te perdono.
-¿Y sigues queriendo
tener una novia como yo?
-Sí, también como tú.
Quiero dos novias como vosotras. ¿Queréis ser novias mías las dos? Así podremos
hacer entre los tres lo que estabais haciendo vosotras dos ahora. Y eso es lo
que he soñado esta noche, que estábamos los tres...
Entonces es Ester la
que interrumpe al niño:
-Pues no podemos ser
novias tuyas porque nos vamos a bajar del tren.
-¡Qué pena! Con lo
guapas que sois. Y seguro que desnudas aún sois más guapas.
Marta y Ester le
besan cada una en una mejilla, se despiden del niño y siguen hacia su
compartimento. El niño se queda atrás pensativo y cabizbajo.
219: Haciendo las maletas
Ester y Marta entran
en su compartimento. Ester se pone de pie sobre el asiento, coge una maleta del
estante para el equipaje y, al bajarla, se da cuenta de que Marta se ha quitado
la blusa y el sujetador:
-¿Qué haces? Si hemos
de preparar las maletas y bajarnos.
-¿No te acuerdas de
lo que me estabas haciendo cuando el niño nos ha interrumpido? Pues me he
quedado con las ganas y quiero que me lo hagas hasta el final.
-Bueno, es verdad. Lo
hemos de hacer en el tren por última vez para despedirnos.
-Y también quiero
palabritas de amor.
Se desnuda también
Ester y se tumban de lado las dos una frente a la otra. Se miran sin tocarse y
Ester dice:
-Estoy muy, muy
contenta porque ¿sabes qué? Que si por fin tendremos nuestra casita es porque
es como un premio por lo mucho que nos queremos. Y estoy muy contenta por la
casita pero mucho más contenta porque te quiero. ¿Y sabes qué más? Que en
nuestra casita también te querré.
Marta, por toda
contestación, dice:
-Me pones tan tierna
que no sé qué decirte. Sólo que quiero sentir tu mano acariciándome.
Ester acerca su mano
a Marta, Marta la acerca a Ester y empiezan a acariciarse la una a la otra
mientras se miran calladas. Al cabo de un rato Ester, sin variar el ritmo de
sus caricias, se pone a llorar. Marta le pregunta:
-¿Se puede saber qué
te pasa?
-Pues no sé. Que me
haces sentir mucho placer, que me da penita marcharme del tren después de
tantos años aquí, que también me da penita que sea ésta la última vez que lo
hacemos en el tren... Pero también lloro de emoción porque...
Marta ha decidido
acelerar el ritmo de sus caricias.
-...por fin tendremos
nuestra casita. Ay, ay, ay, Marta, Marta...
220: La vergüenza de Marta
Cuando Ester y Marta
acaban de meter todas sus cosas en las maletas, Marta dice:
-¿Dónde están las
muñequitas?
Y Ester contesta:
-Con lo listas que
son seguro que ya se han bajado del tren y están en nuestra casita dándose
besos. ¿Y sabes qué?: que le voy a decir al revisor que regalo las demás
muñecas a las niñas del tren. Y también los libros, que podemos comprar más y
leerlos juntitas en la cama, en el sofá o junto al fuego. Y la lavadora
también. Sólo nos llevaremos la ropa. Ah, y el dinerito que me dejó el revisor
que era como mi papá. Para comprarnos cosas bonitas. No nos llevaremos nada
más. ¿Quieres?
-Pues claro, lo que
tú digas. ¿Y sabes qué? Que podríamos ir a despedirnos de la viejecita ciega.
-Sí, vamos. Pero, ¿no
te daba tanta vergüenza ir a verla porque sabe que nos tocamos el culito?
-Ahora ya no me da
vergüenza que lo sepa. Como estoy tan contenta no me da vergüenza nada. Ni me
la ha dado que el niño nos viera besándonos. Además, estoy segura de que la viejecita
ha tenido algo que ver en nuestra casita.
Ester se queda
pensando y dice:
-Pues sí. Casi seguro
que sí.
Dejan las maletas
para volver después a buscarlas y salen de su compartimento cogidas de la mano
en dirección al vagón de la anciana ciega.
221: La despedida de Claire
Marta y Ester,
cogidas de la mano, avanzan hacia la cabeza del tren y, al llegar al vagón
restaurante, ven a Claire que está acabando de limpiar las mesas. Al verlas,
Claire se dirige a Ester y dice:
-¡Cuánta razón
tenías! Desde que tengo pelillos ahí, mi novio está muchísimo más cariñoso. Y
me coge por la noche y me da unos besos...
Y Marta contesta:
-Pues nosotras
también nos llenamos de besos ahí. A veces ella a mí, a veces yo a ella y a
veces las dos al mismo tiempo.
Ester no da crédito a
sus oídos. Una cosa es que Marta haya perdido la vergüenza y otra que ande
contándolo todo. Y Claire, que la escucha atentamente, contesta:
-¿A que son muy ricos
esos besos? Es que mi novio me sabe poner la lengua en el sitio que más placer
da y me vuelve loca.
Y Marta sigue:
-¿Y detrás te da
besitos?
-Sí, en la espalda.
Pero no son tan ricos.
-No te digo en la
espalda, te digo en el culito.
Ahora es Ester la que
empieza a pasar vergüenza y tira de la mano de Marta para que prosigan su
camino. La misma Claire está extrañada de la actitud de Marta, antes tan
callada. Y le pregunta:
-¿En el culito?
-Pues sí, en todo el
culito. A mí me daba reparo pero Ester me convenció y me gustó muchísimo. Dile a
tu novio que te pase la lengua por ahí y verás. Y si mientras tanto te mete
dentro el dedito, mejor. ¿Verdad, Ester? Cuéntale cómo nos ponemos cuando lo
hacemos.
Ester, que hasta
ahora no había abierto la boca, intenta evadirse de la cuestión y dice:
-...Bueno, sí. Tú con
tu novio ve probando cosas... Y es que tenemos que decirte algo, que nos
bajamos del tren. Y que nos alegramos las dos de que te vaya bien con tu novio
y te quiera tanto, ¿verdad, Marta?
-Sí, pero dile que te
haga de todo.
-Bueno, pues vosotras
también. Quereos mucho, sed muy felices y daos muchos besitos de esos que os
gustan.
Claire se despide de
Ester y Marta con besos en las mejillas y ellas siguen su camino hacia el vagón
de la ancianita ciega.
222. La despedida de la anciana ciega
Marta y Ester
prosiguen su camino hacia el vagón de la ancianita ciega y Ester dice:
-¿No te has vuelto
muy descarada? Mira que ir contando que nos damos besos en el culito.
-Es que ahora ya me
es igual que lo sepa todo el mundo. Como estoy tan contenta por lo de nuestra
casita...
-Pues sí. Y lo bueno
es que podremos gritar mientras nos damos placer sin miedo a que nadie nos
riña.
Llegan al vagón de la
anciana y ésta les saluda:
-Buenos días, niñas.
-Buenos días, señora.
Ellas se dan cuenta
de que el vagón, a diferencia de otras veces en que había mucha gente de pie,
está completamente vacío y le preguntan por qué:
-Ya sé que os vais.
Sé que queríais una casita para ser felices y sé que la habéis conseguido. Y le
he pedido a todo el mundo que salga del vagón para poder despedirme de vosotras
con tranquilidad.
Y Marta contesta:
-Pues sí, ya tenemos
nuestra casita. Aquí éramos muy felices y allí lo seremos aún más.
-Antes de que os
vayáis quiero contaros un secreto. ¿Cuántos años pensáis que tengo?
-Muchísimos.
-Sí. Sigo teniendo
muchísimos pero ahora tengo muchos menos de los que tenía cuando tú, Marta, te
subiste al tren.
-¿Y eso cómo puede
ser?
-Pues porque voy
rejuveneciendo un poco cada vez que lo hacéis. Y voy recuperando algo de vista.
Cuando Ester estaba sola no veía nada y ahora os veo como dos puntos de luz. Cuando
sigáis haciéndolo iré rejuveneciendo y recuperando la vista hasta ver
completamente y tener vuestra edad.
-Pues lo haremos
muchas veces, ¿verdad, Ester?
-Sí señora, más veces
de las que lo hacemos ahora.
Y Marta, ya puesta,
dice:
-Señora, ¿quiere que
lo hagamos ahora aquí?
Ester se la queda
mirando extrañada. Y la anciana dice:
-Hacedlo si os
apetece. Yo lo noto cada vez que os ponéis.
223. El deseo de la anciana
Marta ha propuesto
que ella y Ester pueden darse placer delante de la anciana ciega. Ester duda y
pregunta:
-¿Pero usted no nos
verá, verdad? Es que me da un poco de vergüenza.
-Veré sólo dos puntos
de luz moviéndose.
Mientras tanto, Marta
ya se ha desnudado y está tumbada con las piernas separadas esperando a Ester.
Ester acaba por decidirse, se desnuda también y, como sabe lo que quiere Marta
en esa postura, se pone del revés sobre su cuerpo para enlazarse las dos con la
lengua de cada una en el bulto de la otra. Empiezan alternando besos,
palmaditas ruidosas y paseos con la lengua. Al cabo de un rato Marta separa su
lengua de Ester y empieza a jugar con los dedos mientras le dice a la anciana:
-Y ahora, mientras lo
hacemos, ¿usted está rejuveneciendo y recuperando la vista?
-Sí, muy despacio
pero sí. Y quiero que pidáis un deseo cuando estéis a punto. El mismo que pedía
Ester cuando estaba sola y se acariciaba.
Y Ester, que le ha
metido el dedo a Marta y se lo está moviendo, dice:
-Ya sé. Quiere una
amiga para cuando sea más jovencita y hacer lo mismo que nosotras.
-Pues sí, exactamente.
-Entonces lo
pediremos, ¿verdad, Marta?
-Pues claro.
-Y ¿sabe qué? Que
como nosotras nos vamos de nuestro compartimento, puede ocuparlo usted, que
estará mejor que aquí. Y luego, cuando llegue su amiguita, podrán quererse en
el mismo sitio que nos queríamos nosotras.
-Eso haré. Hablaré
con el revisor para que me dé vuestro compartimento. Bueno, pero seguid y no os
desconcentréis.
Marta y Ester vuelven
a jugar cada una con la lengua en el bulto de la otra.
224. La amiga de la anciana
A Ester y a Marta no
les ha dado ninguna vergüenza hacerlo frente a la anciana ciega. Y no han
ahorrado ni suspiros, ni jadeos, ni gritos en el momento de máximo placer. Cuando
acaban de vestirse, miran a la anciana y se dan cuenta de que le caen lágrimas
de los ojos. Ester le pregunta:
-¿Está llorando?
-Sí. Me ha dado un
poco de pena porque al oír cómo os gustaba me he acordado de mi amiga. Porque
yo tenía una amiga como vosotras, hacíamos lo mismo y también gritábamos de
placer.
-¿Y qué pasó con su
amiga?
-Se puso enferma y,
aunque yo la cuidaba mucho, se murió.
A Ester empieza a
asomarle una lágrima y Marta pregunta:
-¿Y hace mucho?
-Muchísimo. Más de
cien años. Y por eso me quedé ciega, porque, al morirse mi amiga, no quise ver
nada del mundo. En cambio puedo sentir cosas que otros no sienten. Siento
cuánto os queréis y sé que siempre seréis felices. Y ahora mismo siento que
Ester está llorando y no quiero que llore.
-Es que me ha dado
penita.
-Pero también me he
puesto alegre. Porque lo habéis hecho tan bien que incluso yo he sentido un
cierto cosquilleo entre las piernas y como si me acariciaran el corazón. Y creo
que es porque rejuvenezco más rápido y porque mi amiga muerta, como le he
guardado luto y ausencia más de cien años, quiere que me busque otra amiga para
ser feliz.
-Pues como nosotras
lo pediremos muchas veces cada día seguro que la encuentra.
-Sí, dentro de poco
creo que ya tendré fuerzas para acariciarme y pedirlo yo también. Como hacías
tú, Ester.
Entonces Marta dice:
-¿Sabe qué? Que yo no
sabía acariciarme y Ester me enseñó. Dice que lo hago muy bien. Y a veces se
pone una de nosotras a acariciarse mientras la otra la mira pero después, para
acabar, si soy yo la que me estoy acariciando, Ester se pone encima para que le
ponga la lengua y acabamos las dos juntitas. Y lo pasamos muy bien, ¿verdad,
Ester?
Y Ester, que ya no se
sorprende de Marta, le sigue la corriente:
-Pues sí. Y luego se
pone la otra y lo hacemos al revés. Y nos ponemos locas de placer, pero que muy
locas. Bueno, como siempre. Y ¿sabe qué?: que cuando venga su amiga, le pueden
pedir permiso al revisor para bajarse aquí y venir a visitarnos. O, mejor,
piden las dos una casita cerca de la nuestra y seremos vecinas.
225. Predestinación
Marta y Ester están
despidiéndose de la anciana, que les ha contado cómo ella también tuvo una
amiga. Ahora la anciana les dice:
-Marta, ¿tú sabes por
qué te subiste al tren?
-Pues cuando me subí
no lo sabía, señora. Vi el tren y supe que lo tenía que coger. Luego ya me di
cuenta de que era porque Ester estaba esperándome.
-Y tú, Ester, ¿sabes
por qué te acariciabas cuando estabas sola?
-No sé, señora. Es
que se me ponían las ganas entre las piernas y la mano se me iba sola debajo
del camisón. Pero sí, pedía el deseo de que viniera otra chica como yo para
quererla mucho y que yo también la quisiera mucho. Así podríamos hacerlo las
dos.
Marta se gira mirando
a Ester y le dice:
-Pues no te imagino
con camisón.
-Bueno, antes dormía
con camisón pero desde que estamos juntas prefiero que durmamos desnuditas.
Entonces la anciana
les explica:
-Vosotras dos os
queréis antes de conoceros. Me di cuenta la primera vez que vinisteis a
visitarme. Tú, Ester, desde la primera vez que te acariciaste estabas llamando
a Marta y por eso Marta se subió al tren.
-Pero pasó mucho
tiempo desde la primera vez que me acaricié hasta que Marta llegó.
-Porque durante ese
tiempo os estabais preparando las dos para quereros.
Y Ester dice:
-Pues claro, porque
yo estoy en este mundo para querer a Marta.
Y Marta responde:
-Y yo, para quererte
a ti.
226. Los consejos de la anciana
El tren sigue
detenido esperando a que Ester y Marta se bajen pero ellas han ido a despedirse
de la anciana ciega y llevan rato hablando con ella. Y la anciana dice:
-Un consejo. Como os
he dicho, tú, Ester, al acariciarte llamabas a Marta. Entonces, si por lo que
sea un día os perdéis, una de vosotras, la primera a la que se le ocurra, que
empiece a acariciarse y verá qué pronto acude la otra y la encuentra. Y no hace
falta que os desnudéis ni nada. Si os perdéis en un bosque, una de vosotras que
se siente con la espalda apoyada en un árbol, se desabroche la cremallera del pantalón, se pase la mano
por debajo de las braguitas y empiece a frotarse despacito, muy despacito para
dar tiempo a la otra para encontrarla. La otra acudirá y ya podréis acabar las
dos juntas.
Y Ester contesta. :
-Bueno, nosotras no
nos perderemos nunca porque siempre vamos cogiditas de la mano. Pero por si
acaso es bueno saberlo.
-Y otro consejo:
dormid siempre con la manta que os regalé y hacedlo siempre que podáis encima o
debajo de la manta. Incluso si lo queréis hacer al aire libre y está nevando,
poneos encima de la manta y no tendréis frío. Y no la lavéis nunca, que se
mantiene siempre limpia. Así os irá todo bien y os iréis queriendo más y más.
Y Marta contesta:
-Así lo haremos,
señora. Aunque me parece que no puedo querer a Ester más de lo que la quiero.
-Ya verás como sí. Y
ahora os quiero pedir un favor. ¿Lo podríais hacer otra vez aquí delante de mí?
Y Ester contesta:
-Por supuesto,
señora.
Luego se dirige a
Marta y le dice:
-¿Nos desnudamos la
una a la otra?
-Vale.
Se quitan la blusa y
el sujetador la una a la otra y se empiezan a acariciar los pechos. Y Ester
dice:
-¿Sabes de qué tengo
ganas? De que me des besitos en los pies.
227. Otra vez delante de la anciana.
El abuelo se está
impacientando delante de la maqueta con su vaso de whisky. Hace mucho rato que
el tren está parado pero Marta y Ester no salen. Calculó la hora de la parada
para que le dejaran tranquilo. Su hija ya ha arreglado la cocina y está en el
salón mirando el serial. Falta menos de una hora para que el nieto vuelva del
colegio y le gustaría que para ese momento Ester y Marta hubieran salido ya del
tren y estuvieran en la casa. Pero ni señal de ellas. Tiene el ordenador
encendido, ha mirado en su compartimento y ha visto las maletas preparadas pero
ellas no estaban. Tampoco en el vagón restaurante porque ya se ha pasado la
hora del desayuno. ¿De quién se estarán despidiendo?
El abuelo decide ir
recorriendo todas las cámaras del tren a ver si da con ellas. Por fin las
encuentra en el vagón 4 y no da crédito a lo que ve: lo están haciendo delante
de una señora anciana sentada en una silla. Ester está tumbada boca arriba y,
prolongando su cuerpo, está el de Marta que, tumbada boca abajo, le va
mordiendo sucesivamente los dedos de los pies. Presta atención y ve que,
además, Ester, con los ojos cerrados, está hablando tranquilamente con la
señora anciana:
-¿Sabe qué, señora?
Que ahora nos gusta más hacerlo porque tenemos más motivos. Hasta aquí lo
hacíamos porque nos queríamos y a partir de ahora lo haremos también para que
usted recupere la vista y la juventud.
El abuelo se fija en
la cara de la anciana y ve que tiene el iris de los ojos casi transparente. Es,
efectivamente, ciega.
La anciana contesta:
-Gracias, niñas. No
sabéis lo feliz que me hacéis.
-¿Y sabe qué más? Que
compraré lana para hacer una manta como la que usted nos regaló. Así, cuando
tenga ya su amiguita y vengan las dos a visitarnos, se la regalaré.
En ese momento, Marta
se detiene y dice:
-Pues no sé cuando
tendrás tiempo de hacer la manta. Porque acuérdate de que ahora lo hemos de
hacer más veces para que esta señora recupere la vista y la juventud.
228. El tiempo y la muerte
El abuelo sigue sin
creer lo que ve. A lo mejor con lo de la casa que les ha construido y les está
esperando Ester y Marta se han vuelto locas. De ellas se lo podía imaginar todo
excepto lo de que lo hicieran tranquilamente en público. Aunque la señora ante
la que están sea ciega. Tampoco entiende que, mientras están en lo suyo,
mantengan tranquilamente una conversación con la anciana. Porque ahora Marta
está a cuatro patas y Ester detrás de ella pasándole la lengua. Y Marta dice:
-Pero, señora, si lo
hacemos muchas, muchísimas veces y usted se va volviendo cada vez más joven a
lo mejor se convierte en un bebé.
La anciana ríe y
contesta:
-No. Estoy segura de
que entre que lo hacéis tan bien y que dentro de poco ya podré acariciarme conseguiré
a mi amiga en menos tiempo del que creía. Mucho antes de convertirme en una
niña. Y otra cosa que seguro no sabéis. Decidme cuántos años tenéis.
Marta contesta:
-Yo, diecisiete.
Ester para un
momento de chupar a Marta y dice:
-Pues yo dieciséis o
diecisiete, no sé. Porque los únicos que sabían el día en que nací eran mis
papás y se murieron.
-Desde que os
encontrasteis no habéis envejecido y mientras estéis juntas tendréis siempre la
edad de ahora.
Marta y Ester han
cambiado la posición y ahora es Marta la que chupa por detrás a Ester. Y Ester
pregunta:
-¿Siempre tendremos
los mismos años que ahora?
-Sí. Para que os
podáis querer con todas vuestras fuerzas. Sería una lástima que con lo que os
queréis os volvierais viejas como yo y no pudierais daros placer con tanta
intensidad.
Marta para y dice:
-Un día lo hablábamos.
Aunque fuéramos viejecitas nos querríamos igual y, si tuviéramos reuma o algo,
ya nos inventaríamos la manera de hacer las cosas.
Y la anciana dice:
-Pero si una de las
dos se pone enferma o le pasa algo y se muere a la otra le puede pasar lo mismo
que a mí, que se quede ciega y envejezca como todas.
Y Ester contesta:
-Ah, no. Si Marta se
pone enferma y se muere, yo me agarro muy fuerte a ella para morirnos juntitas.
-No. La muerte no
depende de vosotras.
229. Placer con la trenza
El abuelo asiste impávido
a la escena en la que Ester y Marta están en lo suyo mientras hablan del tiempo
y la muerte con la anciana ciega. Y no acaba de entender de qué hablan. O sea
–piensa-: o en ese tren rigen otras leyes sobre el tiempo o en realidad la
relación entre Marta y Ester va más allá de la mera ninfomanía y tiene poderes
especiales.
En efecto, al poco el
abuelo mira a la anciana y le parece que los cabellos canos y andrajosos de
hace cinco minutos están tomando color por momentos y oscureciéndose; y que
tiene menos arrugas; y que el iris de los ojos, antes transparente, se está
volviendo negro. De repente ve que la anciana cierra los ojos mientras Marta y
Ester han cambiado la postura y están tumbadas de medio lado abrazadas y
besándose apasionadamente. Al acabar el beso Ester dice:
-Se me acaba de
ocurrir una idea.
Y busca entre sus
ropas hasta encontrar la trenza de Marta que seguía llevando en el interior de
las bragas. Se pone de pie, Marta entiende lo que pretende Ester, se sitúan las
dos espalda contra espalda y, cogiendo la trenza cada una con una mano, se la
pasan entre las piernas y empiezan a moverla. Y Ester le dice a la anciana:
-Pues usted lo que
tendría que hacer es acariciarse mucho para que llegue pronto su amiguita.
-Me acariciaré cuando
sienta que lo estáis haciendo.
-¿Usted sabe cuándo
lo hacemos?
-Aquí en el tren sí,
porque os tenía cerca. La primera vez que vinisteis vi cómo fue vuestro primer
momento cuando Marta te quitó la toalla y te dejó desnuda el primer día en que
os visteis. Pero no me digáis que lo estáis haciendo de pie...
-Pues sí, señora,
estamos de pie. Practicamos un inventito que hicimos y que da mucho gustito.
¿Verdad que sí, Marta?
-Sí señora, mucho
gustito. Como que yo ya estoy a punto.
-Y yo.
230. La trenza en el escote
Ester y Marta han
acabado y, al recuperarse, miran a la anciana. Marta dice:
-Pues ahora tiene
menos arrugas y el pelo con menos canas. Pero, ¿por qué tiene los ojos
cerrados?
-Porque he recuperado
bastante vista y los he cerrado para no veros. Como sé que ninguna de las dos
quiere que nadie vea desnuda a la otra... Y ha sido porque, como os tenía tan
cerca, entre antes y ahora, os he sentido mucho más y por eso estoy más joven.
Además, he vuelto a sentir ese cosquilleo entre las piernas que hacía tiempo
que no sentía y estoy seguro de que si seguís haciéndolo, dentro de tres días
ya empezaré a acariciarme.
Y Ester, mientras se
va vistiendo, dice:
-Pues si quiere lo
hacemos otra vez y otra y, antes de marcharnos la dejamos hecha una chiquilla.
-No. Habéis de seguir
vuestro destino y yo, el mío. Habéis de ir a vuestra casita y seguir siendo
felices. Además, el tren está parado esperando que bajéis y a lo mejor estorba
porque hay otro tren detrás.
Marta y Ester acaban
de vestirse y Marta dice:
-Ya puede abrir los
ojos.
La anciana, que ya no
lo es tanto, los abre y dice:
-Sois tan guapas como
imaginaba.
Y Ester, que no se ha
metido entre las bragas la trenza de Marta con la que acaban de frotarse, se la
tiende a la anciana y dice:
-Mire, le regalamos
esto. ¿Te parece bien, Marta?
-Sí. Es una trenza
mía que me cortó Ester y nos la pasábamos entre las piernas para darnos
gustito.
-Muchas gracias,
niñas.
La anciana se abre la
blusa y se la mete entre los pechos. Luego dice:
-La tendré aquí bien
guardada. Y ahora os tenéis que ir ya. Dadme un beso y marchaos.
Marta y Ester besan a
la anciana en la mejilla y se despiden definitivamente.
-Y venga a visitarnos
con su amiguita.
231. Despedida del revisor
El abuelo, al que ya
nada sorprende, aprovecha el momento en que Ester y Marta caminan por el tren
hacia su compartimento para recoger las maletas y se sirve otro whisky. Es
bueno para la dilatación de los vasos sanguíneos, piensa.
Marta y Ester llegan
al vagón restaurante y ven a Clara sentada con una bolsa. Clara les dice:
-Tened. Os he
preparado una tortilla de patatas y empanada para que comáis.
Marta contesta:
-Pues muchas gracias,
Clara. Nos hará falta para recuperar fuerzas. Lo acabamos de hacer dos veces.
Y Ester añade:
-Sí, muchas gracias.
Y no te olvides de pedirle a tu novio que te dé besos en el culito.
-Esta misma noche se
lo diré. Y si me los da le haré una cosita rica que le gusta mucho.
-Y si no te los da,
te cambias de novio.
Se despiden también
las dos de Clara con besos en las mejillas y prosiguen el camino hacia su
compartimento. Al pasar al vagón siguiente, Marta le dice a Ester en la
plataforma:
-¿Sabes que ya vuelvo
a tener ganas y te arrinconaría aquí mismo?
Ester se ríe y en ese
momento llega el revisor. Marta le dice:
-Queremos despedirnos
de usted, señor revisor, que se ha portado muy bien con nosotras.
-Sí. Y quería decirle
que regalo todos los juguetes que tengo en el compartimento junto al nuestro a
los niños del tren. Y los libros también. Ah, y la señora cieguecita del vagón
4 a lo mejor se cambia a nuestro compartimento.
-Muchas gracias por
los juguetes y los libros. Y perdonad si un día os reñí porque formasteis un
pequeño escándalo. Luego ya vi que eran demostraciones de amor.
-Sí, señor revisor,
es que somos muy fogosas.
-Os echaremos de
menos.
Besan también en la
mejilla al revisor y siguen hasta su compartimento.
232. Fuera del tren
El abuelo está con su
vaso de whisky en la mano cuando las ve salir del tren en el apeadero. Primero
baja Ester y deja una maleta en el andén, luego Marta y deja otra; vuelven a
subir y salen de nuevo con una maleta cada una. Y se quedan de pie cogidas de
la mano mirando hacia el tren. El abuelo, como decidió no instalar equipos de
sonido ni de vídeo en la zona de la maqueta que transformó no puede oírlas y
sólo las ve mover las manos que les quedan libres en señal de despedida hacia
el tren. Ve pasajeros asomados a la ventanilla y se imagina la escena:
-Adiós Marta, adiós
Ester, que seáis muy felices.
-Gracias, vosotros
también. Que sigáis teniendo buen viaje.
El tren arranca
despacio y se quedan las dos mirando cómo se aleja y despidiéndose con las
manos. El abuelo no aparta la mirada de ellas. Quiere ver cuál va a ser su
reacción cuando vean la casita y de momento ve que cogen una maleta con cada
mano cada una y se dirigen hacia el sendero que construyó para llegar del
apeadero a la casa.
233. En el apeadero
Ester y Marta dan
apenas dos pasos cuando Ester deja otra vez las maletas en el suelo y,
señalando hacia el único banco del apeadero dice:
-Mira.
Marta dirige la mirada
hacia donde señala Ester y dice:
-Pues tenías razón.
Las muñequitas han bajado del tren antes que nosotras y nos estaban esperando.
Y fíjate si son listas que no han perdido el tiempo.
El abuelo no sabe
exactamente por qué se han detenido. Sólo ve que se están fijando en un pequeño
bulto que hay sobre el banco del apeadero pero la vista no le da para
distinguir lo que es. Tampoco oye lo que dice Ester:
-Por cierto, ¿a que
no sabes lo primero que haremos al llegar a nuestra casita?
-Pues recorrerla toda
para ver cómo es.
-Tienes razón. Bueno,
pues lo segundo.
-Pues claro. Para
estrenarla. ¿Quieres que lo hagamos como están las muñequitas, enganchadas por
el puntito?
-Sí, que es muy
bonito. Y buscaremos un sitio junto a una ventana desde la que se vea un
paisaje bonito.
-Aquí todos los
paisajes son bonitos. Pero es igual porque yo no miraré más paisaje que tus
ojitos.
-Ves cómo sí sabes
decir cosas bonitas.
-Pues que sepas que
hoy, entre las despedidas y las dos veces que lo hemos hecho delante de la ancianita
ciega, aún no me has dicho las palabritas amorosas de todos los días.
-Pues en cuanto nos
pongamos te las digo.
234. Frente a la casa
Marta y Ester siguen por
el sendero caminando con las maletas y, al girar un recodo, las vuelven a dejar
caer. Ven la casa a pocos pasos frente a ellas y se han quedado calladas. El
abuelo apura el whisky y las mira. Están paradas mirando la casa. De repente ve
que Ester se gira hacia Marta, da un salto y se abraza a ella. No puede oír lo
que dicen pero Ester no para de gritar:
-¡Qué casa más
bonita!, ¡qué casa más bonita! Como yo la había imaginado.
Marta la abraza,
junta su mejilla a la de Ester y nota que le han saltado las lágrimas. Aparta
su cara y le recoge las lágrimas con la lengua. Luego, la vuelve a abrazar. El
abuelo está satisfecho: ve que están contentas y está seguro de que aún serán
más felices en la casa que les ha construido. Además, estarán fuera del alcance
de las miradas pervertidas del departamento ese de Psicología Conductista o
como lo quieran llamar. Si Marta y Ester son ninfómanas, que lo sean y que se
pasen el resto de su vida dándose placer en el espacio que él les ha preparado.
Si hubiera podido... si hubiera tenido conocimientos de tecnología... les
habría fabricado una criada para que les cocinara y les hiciera las faenas de
la casa mientras ellas iban a lo suyo en la cama, en el jardín, en el yacuzi,
en la piscina...
Ahora Marta y Ester
han llegado frente a la casa y se han vuelto a parar delante de la puerta.
Marta dice:
-Dame un beso.
Y Ester contesta:
-Todos los que
quieras.
Vuelven a fundirse en
un abrazo largo mientras la lengua de la una juega con la lengua de la otra.
El niño entra
corriendo al salón donde su madre continúa viendo el serial:
-Mamá, mamá, he
entrado en el cuartito a ver al abuelo. Está quieto con los ojos abiertos y no
me contesta.
Marta y Ester siguen
abrazadas y con las lenguas y los labios enganchados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario